La Argentina: 17
Con su saber astuto y cauteloso,
sintiendo la pujanza que Adán lleva,
y viéndose no ser tan poderoso
que pueda entrar con él en lucha y prueba,
en el jardín de vida deleitoso
Satán tomó por medio nuestra Eva,
que vencerle sabía no pudiera
si solo la batalla acometiera.
Contra el hombre quedó Satán tan diestro
que si vencerle quiere con pujanza,
como viejo, sagaz y gran maestro,
en una mujer pone confianza;
y el caso que no puede muy siniestro,
por medio de mujer puede y alcanza,
de modo que de diez partes de males
los nueve con mujer causa cabales.
Cuán claro aquesto vemos en el cuento
del pobre de don Diego y de Zurita,
pues sólo por poner mujer asiento
en el iglesia, y que otro se lo quita,
se comenzó tan gran levantamiento
que al reino del Perú plata infinita
le cuesta, y aun buen triunfo le costara
si el de Toledo no lo remediara.
Las mujeres de aquestos dos trabadas
comienzan de sembrar tan gran cizaña
que, yendo ya las cosas mal guiadas,
se fragua en poco tiempo gran maraña.
El Zurita tenía desganadas
las gentes, y a don Diego el diablo engaña.
Al Zurita que manda allí prendía,
y al Audiencia Real preso le envía.
Un Diego Gómez, hombre marinero,
con su pretensión mala le traía
al pobre de don Diego al retortero;
el Cabildo en aquesto le elegía
en el lugar que estaba de primero
Zurita, que a los Charcas ido había.
Pues veis Gobernador don Diego alzado,
y el propio del gobierno despojado.
Don Diego a los alcaldes prende luego
con otros que condenan su designo,
y viendo alborotado andar el juego,
los Salazares salen de camino.
La nueva al Perú vuela como fuego,
y el don Diego con grande desatino
mató a los Salazares, procurando
quedarse para siempre gobernando.
Don Francisco, virrey de tanta fama,
y en servicio del Rey muy estimado,
sabido este negocio, echa derrama,
y en breve grande ejército ha juntado.
A gente de valor y suerte llama,
y el hecho con presteza concertado;
la cordillera se entra muy pujante
echando un caballero de delante.
Aquéste es don Gabriel, que de su tierra
y sangre hereda esfuerzo placentino.
A Santa Cruz le envía de la Sierra
con gente de la suerte que convino,
a que rompa por paces o por guerra
del triste de don Diego su destino.
Después, dando la vuelta, que pretenda
en Ibitupuá ganar hacienda.
Don Francisco se va por otra parte,
por Presidente queda el de quiñones.
Aqueste caballero con gran arte
el Audiencia regía y escuadrones,
temiendo de su industria el fiero Marte,
de su sagacidad y discreciones,
que tanto era el ardid que allí mostraba
que en la guerra las letras encumbraba.
A don Diego la nueva llega en esto
que de parte del Rey se hace gente,
de Santa Cruz se sale muy de presto
a las horcas de Chaves diligente.
En llegando despacha muy de presto
en casa Ibitupuá, indio valiente,
diciéndoles se junten mano armada
y no den al Virrey paso ni entrada.
Que si el Virrey se le entra por la tierra,
que vivirá en eterna servidumbre;
que habrá de conquistar toda la sierra
sin dejar lo más alto de la cumbre;
que ahora podrá bien darle la guerra
para librarse de esta pesadumbre;
que perfecta prudencia es y cordura
gozar en la ocasión la coyuntura.
El indio le responde que guardase
su tierra, y que jamás no pretendiese
que en cosa con los suyos le ayudase,
que allá don Diego solo se lo hubiese.
Que no tiene temor que nadie entrase
en su tierra, por fuerza que trajese,
que de ánimos constantes tiene un muro,
y fuerza, con que vive muy seguro.
Ibitupuá, o viento levantado,
aqueste indio se llama; es de gran brío,
magnánimo, valiente y esforzado,
de muy grande valor y señorío.
En grande rectitud tiene su estado
sujeto por su esfuerzo y poderío.
En toda la comarca es muy temido,
y muchos favorecen su partido.
Entre los suyos hizo llamamiento,
y desque a todos juntos los tenía,
les hizo un concertado parlamento,
diciéndoles el fin que pretendía.
«Aquesta tierra», dice, «es nuestro asiento,
a nadie de derecho otro venía.
Por tanto el nuestro propio defendamos
y la vida por él todos pongamos.
»Yo he puesto diligencia en mis agüeros,
y hallo buen presagio en cuanto veo,
y espero que saldrán bien verdaderos,
cortados a medida del deseo.
Y veros tan valientes y guerreros
cual sé lo sois, y siempre yo lo veo,
me pone nuevas fuerzas y me anima
a conquistar los Charcas, Cuzco y Lima.
»Noticia tengo ya de cómo viene
el soberbio cristiano, mano armada.
En las horcas de Chaves se detiene
don Diego con su gente levantada.
De todos el resguardo nos conviene
y guardar nuestra tierra libertada,
que si cualquiera de ellos nos venciere,
de nosotros hará lo que quisiere».
Bebiendo de la chicha y del brebaje,
que había para ello el aparejo,
celebrado con grita y con coraje
de todos fue el acuerdo y el consejo.
En medio de la junta, de buen traje
un indio se levanta, cano, viejo,
con manta que parece fina grana,
y en el brazo de plata una chipana.
Aquéste con muy grande reverencia
al gran Cacique dijo convenía
despachase con mucha diligencia
a Condurillo. Izoca: «Más valdría»,
responde muy soberbio, «sin paciencia
matar toda la sangre vieja y fría,
pues quita a los osados corazones
la causa de venganza y ocasiones».
El viejo Tabobá con pecho fiero
a Izoca respondió: «Mal has hablado,
contino la tuviste ser parlero,
sin seso, sin vergüenza, deslenguado.
A ti junto con otro compañero
haré entender quién soy en estacado».
Izoca acude al arco que traía,
de presto Ibitupuá los despartía.
Las tazas andan tales y los mates,
que el acuerdo se vuelve en vocería;
allí se disputaban mil debates,
y cada cual su caso difería.
Con borradas razones y dislates
el uno al otro dice vencería,
aunque traiga consigo por ayuda
la isla Jamaica y la Bermuda.
Una india que las tazas ministraba,
muy vieja lagañosa y colmilluda,
a todos los mancebos animaba
con su lengua mordaz y tartamuda.
Entre otras muchas cosas que hablaba,
aquesta razón dice la barbuda:
«En medio el Paraguay y Perú estamos,
aquéstos y los otros resistamos».
Gran grita y alarido levantaron
los indios en le oír estas razones.
El dicho con aplauso celebraron,
cesaron diferentes opiniones.
El consejo con gozo consumaron
conformes en el alma y corazones,
sujetándose al dicho de la vieja
y así cada cual dellos se apareja.
El nuestro Paniagua placentino
con gente muy lustrosa y muy lucida,
con ánimo de fuerte paladino,
comenzó, como dije, su partida.
Y tan pujante fue, que de camino
la tierra a su dicción quedó rendida.
Don Diego de esperarle ya cansado,
a Santa Cruz enfermo se ha tornado.
De manos y de pies Dios le ha tullido
que es lástima de ver al caballero,
que aun obras naturales no ha podido
sin ayuda hacer de otro tercero.
A Santa Cruz de vuelta ya venido,
de don Gabriel le viene un mensajero
con cartas del Virrey, y prometidas
del propio y Gómez y Ávila las vidas.
Llegando don Gabriel a aqueste puesto
que las horcas de Chaves es llamado,
halló cómo don Diego con el resto
de su gente ya había caminado.
Las cartas despachando muy de presto,
con los suyos se queda allí alojado,
que adelante pasar no se podía,
que la tierra de aguas se cubría.
A Santa Cruz las cartas llegan breve;
el Ávila ha ayudado en esta parte,
causando que se haga lo que debe
hacerse, aunque siguiera el estandarte
contrario; mas agora no se atreve,
por ver del de Toledo la grande arte,
y que el don Diego está sin pies y manos,
y aquellos que le siguen son tiranos.
El orden que se dio, que desistiese
del mando y del gobierno que tenía,
y el Cabildo y Consejo se lo diese,
que aquéstos dicen todos convenía.
El Gómez, que fue causa que hiciese
don Diego la cantada demasía,
y fuera al parecer su grande amigo,
en viéndole sin mando, fue enemigo.
Desiste, pues, don Diego de su manda,
y deja que el Cabildo gobernase,
por aquesta manera procurando
que el Virrey su delito perdonase.
Algunos de su parte y de su bando
le dicen al Virrey se presentase,
que en ver su poca culpa y su inocencia
sin duda que usaría de clemencia.
El Cabildo enviar procura luego
a don Gabriel la nueva de este hecho.
Salgado sale ya sin grande ruego,
mas no sin gran doblez de inicuo pecho.
De Santa Cruz, saliendo como fuego,
a las horcas de Chaves va derecho;
veinte mancebos lleva arcabuceros,
y más cincuenta infantes muy guerreros.
Don Diego del negocio ya arrepiso,
pensando de volver el juego en maña,
a Salgado le ha dado por aviso
que mate a don Gabriel con su compaña.
El indio Chiriguana nunca quiso
venir en el concierto y la maraña,
que si el indio en el concierto consintiera,
don Gabriel con su gente pereciera.
El hecho de esta suerte se guiaba,
que llegado Salgado con su gente
a donde don Gabriel y el campo estaba,
sería recibido alegremente
por el socorro y nuevas que llevaba.
Y que después, un día de repente
marchando con los suyos el Salgado,
revuelva sobre el campo descuidado.
Con sus arcabuceros de delante
había de ir Salgado y sus flecheros,
Paniagua tras él con el restante
en dos tercios, y que él con los primeros
resolviose a traición, con tal semblante
que pensasen ser indios los postreros.
Hicieran desta suerte todos alto,
y así Salgado diera un crudo asalto.
Llegando, pues, Salgado donde estaban
Paniagua y los suyos alojados,
de todos con la nueva se holgaban
por ver ir los negocios bien guiados,
y con esto de presto se aprestaban
para dar en los indios no domados
de Ibitupuá, digo, el valeroso,
valiente, astuto, sabio y belicoso.
Salgado se ofreció que con su gente
irá en la delantera de contino;
recíbese su oferta alegremente,
que don Gabriel no sabe su destino.
Mas el malvado piensa prestamente
en efecto poner su desatino,
y así para efectuar el crudo hecho
descubre con los suyos su mal pecho.
Al tiempo, pues, que ya lo concertaba
de dar en don Gabriel que va marchando,
el indio guaraní lo revelaba,
que con Salgado iba caminando.
Y aunque el Salgado bien se lo rogaba,
no quiere el guaraní seguir su bando,
que dice que de andar está cansado
tras don Diego, que siempre le ha burlado.
A don Gabriel el caso refiriendo
el guaraní con pecho y osadía,
y toda la maraña descubriendo
que trabada Salgado ya tenía,
al tiempo que la iba mal tejiendo,
el hilo conocido descubría
el triste de Salgado, de tal suerte
que vino a fenecerse con la muerte.
Colgole don Gabriel y prestamente
despacha a Santa Cruz de aquel paraje
los indios Guaraníes y la gente
que dije que vinieron, y un mensaje
a don Diego le envía diligente,
la palabra le dando y homenaje
que venga, que al Virrey hará servicio,
y que él le será en todo muy propicio.
Don Diego en esto y Ávila pensando,
que en su negocio hacen mucho hecho,
a los Charcas caminan, procurando
llevar siempre camino muy derecho.
A don Diego el temor le va acusando,
aunque Ávila le pone alegre pecho;
las aguas con gran fuerza le apuntaban
y volverse por esto procuraban.
Sabiendo en Santa Cruz cómo querían
volverse, porque el Gómez lo ha tratado,
diciendo que las aguas ya venían
y no estaba el camino aparejado,
a Diego Gómez presto le prendían
y al Audiencia le envían a recado.
Don Diego no desiste del camino,
que tullido y enfermo a Mizque vino.
Ibitupuá, que estaba muy pujante,
espera a don Gabriel con pecho fiero.
No viene el Placentino muy triunfante,
que le quita la fuerza el mal tempero.
Las aguas también mira de delante,
y el importuno tiempo venidero,
y viendo cómo todo le adversaba,
batalla solamente presentaba.
Y aunque nunca romper ha procurado,
con todo, el enemigo se mostrando
tan fuerte que a los nuestros ha apretado,
y del todo a romper les obligando,
algunos rompimientos ha formado
en que lo más seguro se llevando
el español, el bárbaro moría
cantando la victoria que perdía.
Al fin, porque convino así hacerlo,
retíranse los nuestros, que imposible
al bárbaro será en breve vencerlo,
que habita en una tierra muy terrible.
Lo que es más principal para cogerlo,
y es cosa hacedera y muy posible,
prenderles las mujeres, que prendidas
darán en trueco dellas dos mil vidas.
Es cosa de notar de aquesta gente
en cómo a su mujer ama el marido,
que ni hijos, ni padres, ni pariente
en tanto tiene; y sé que ha sucedido
venir tras su mujer muy diligente,
y dar en trueco un hijo muy querido
el indio con tristeza lastimera
por verse sin su dulce compañera.
Celoso suele ser y recatado
el indio con la india que es su amada,
y do quiera que va la lleva al lado
en tanto que no ve que está preñada.
Después suele decir: ya está ocupado
el vientre, y ocupada la posada,
si mi mujer no hubiere de guardarse,
mi obra ya no puede despintarse.
Salió pues don Gabriel de entre esta gente
sin hacer el efecto pretendido,
que el invierno le estaba ya presente,
por do dejar la guerra ha convenido.
De Chuquisaca en esto el presidente
Quiñones con socorro se ha partido,
en busca del Virrey va caminando,
que a Condurillo viene atravesando.
Al tiempo que el Virrey entró en la sierra
con cuatrocientos hombres bien armados,
con otra mucha gente de la tierra
de todos adherentes pertrechados,
con fin de reducir por paz o guerra
al indio guaraní con sus estados.
La tierra considera y la demarca
desde un pueblo que llaman Chalamarca.
De aquí por su mandado a priesa fueron
tres hombres con despachos y recados
a Tucumán, do en breve se pusieron,
que en el camino estaban bien cursados.
Con esto en Tucumán presto tuvieron
noticia de don Diego y de sus hados.
Al Paraguay también la nueva viene
al tiempo que velarse le conviene.
En tal término y punto está la cosa
que, si don Diego acaso allá bajara,
hallara nuestra gente deseosa
de cualquiera revuelta y se holgara.
Mas quiso con su mano poderosa
el Alto remediar, que si la alzara
el Argentino todo se perdiera
y en aprieto al Perú todo pusiera.
Alguna vez oí a mis oídos
que don Diego venía levantado,
y vi que se holgaban los nacidos
en la tierra del caso relatado.
Los pechos de éstos fueron conocidos
cuando después se hubieron rebelado
en Santa Fe, en aquel levantamiento
de que yo en su lugar la verdad cuento.
De allí de Chalamarca pues envía
despachos el Virrey, como contamos,
al Río de la Plata, que temía
el mal que en esta historia ya apuntamos.
A Zárate despacha recta vía
en busca de unos indios Comogamos;
en Condurillo habita aquesta gente,
y así es dicho el Cacique, muy valiente.
También salió el Virrey a la otra mano
por sierras cordilleras de boscaje.
En partes pocas hay camino llano,
que todo es cordillera este paraje.
El asiento de Manso está cercano,
seguro estoy si fuera allá el bagaje
y pueblo, el buen Virrey allí poblara,
que mucho a su pretenso le importara.
Con gran pujanza va el Virrey siguiendo
su derrota y camino comenzado.
El indio guaraní se está riendo
por ver que el aparato es excusado;
y en viendo al español, tira huyendo
de lejos, el motín haciendo usado.
Don Francisco y su campo van marchando
la vuelta del Perú ya deseando.
Aquí quedan cansados los carneros,
allí desmaya ya y muere el caballo,
desean muchos hombres verse en cueros,
el hato dejan ya por no llevallo.
A los Charcas salieron mensajeros,
Quiñones se da priesa, que encontrallo
al Virrey con socorro determina
en el asiento y pueblo de Tomina.
Marucare en aquesto muy furioso,
huyendo de su asiento y de su casa,
porque en quemarla nadie esté gozoso,
él propio la ha dejado hecha una brasa.
Con Tabobá el valiente y ardidoso,
sus mujeres y chusma presto pasa
de allí, y tan adentro se ha metido
que no podrá jamás ser ofendido.
El buen capitán Zárate bajando
en busca del asiento Condurillo,
con tan grande trabajo atravesando
la tierra, que temor me da escribillo,
los días y las noches caminando,
al fin el indio hubo de sentillo.
Y aunque de sobresalto los cogieron,
las mujeres e hijos escondieron.
Tres casas y buhíos muy crecidos
aquí Zárate halla, do su gente
aloja, que los indios escondidos
vacíos los dejaron prestamente.
De a poco con cautela son venidos
con cruces en las manos de repente,
diciendo que huyeron temerosos
y de la cruda muerte recelosos.
Al Capitán decían y culpaban
porque nunca avisó de su venida,
que días ha que todos deseaban
a los cristianos ver, que conocida
su bondad y valor, determinaban
la tierra esté al cristiano sometida;
y porque ellos esto conocían,
las cruces en señal de ello traían.
Al Capitán con esto procuraban
entretener los indios, pretendiendo
hacer así mejor lo que ordenaban,
y andaban con gran priesa y maña urdiendo.
En tanto que la junta concertaban,
el Capitán su farsa conociendo,
un fuerte ha fabricado muy aína
de brava palizada y de fajina.
Apenas está el fuerte fabricado,
y las paredes dél no medio hechas
estaban, cuando el campo se ha cuajado
de los indios, que vienen por sus trechas,
gran grita y alarido han levantado,
el aire y tierra cubren con las flechas.
La guerra fue sangrienta y bien reñida,
mas huye, al fin, el indio de vencida.
Los muertos y heridos muchos fueron
de parte de los indios, porque había
ochenta arcabuceros que hicieron
como gente española de valía.
De tres o cuatro vivos que cogieron,
traídos acá al fuerte, se sabía
que los indios llevaban en los brazos
a sus casas los hechos ya pedazos.
De los nuestros quedaron mal heridos
algunos, pero pocos de esta guerra.
Los indios a gran priesa son metidos
por la espesura grande de la sierra.
De a pocos días fueron descendidos,
bajando el Capitán a ver la tierra;
y a quince que en el fuerte se quedaron,
las cabras, como dice, acorralaron.
La tierra toda junta se ha juntado
haciendo para el caso llamamiento,
a los quince del fuerte han apretado
y puesto en confusión y gran tormento;
muy grandes baterías les han dado,
la cosa andaba en mucho rompimiento,
cuando dando la vuelta los cristianos
del fuerte se retiran los paganos.
El Capitán estuvo allí tres días
rehaciendo su gente; y como viese
que el estar más allí, por todas vías,
dañoso era, ordenose que se fuese
en busca del Virrey y compañías,
que no se sabe de él a dó estuviese.
Mas él, tan gran camino va haciendo,
que sin poder errar le van siguiendo.
De presto todos juntos se juntaron,
y dando ya la vuelta presurosos
con el buen Presidente se encontraron,
de que todos se hallan muy gozosos.
A sus casas alegres se tornaron,
aunque todos venían perdidosos.
Don Diego de Mendoza también viene,
y oíd en otro canto el fin que tiene.