La Argentina de Martín del Barco Centenera
Canto duodécimo: Viene Rui Díaz Melgarejo; múdase el armada a la isla de Martín García; baja Garay con socorro; sucede la muerte de los dos firmes amantes Yanduballo y Liropeya


Fortuna, por hablar de esta manera,
oh hado, bien tomándolo sin dolo,
favorece a Rodrigo, porque espera
la sin ventura gente en ése sólo.
Ayúdale con próspera carrera,
y con tus largos vientos, gran Eolo,
que el zaratino ejército penando
está, y a Dios suspiros enviando.


Y tú sosiega al mar, viejo Neptuno,
y haz que su carrera llana sea,
que toda aquesta armada de consuno
a brazos con la muerte ya pelea,
y dudo ya que escape ni sólo uno,
de hambre no se halla ya quien vea.
Remédielo, pues, Dios, que él sólo puede,
y aquel a quien él sólo lo concede.


El capitán Rui Díaz aprestado
salió de San Vicente y tomó puerto
en Yumirí, que habemos ya tratado,
do vido del armada el desconcierto.
Al Río de la Plata enderezado,
el rumbo lleva a prisa, que está cierto
que Juan Ortiz padece; con su gente
allega, pues, un día prestamente.


El triste lamentar que allí hicieron,
des que en tanta miseria nos hallaron,
aquel dolor y pena que sintieron,
las lágrimas que todos derramaron,
no quiero referir, mas que vinieron
a tiempo que a llorar nos ayudaron;
también con sus regalos ayudaban
a muchos que la vida ya dejaban.


Con su venida todos resucitan,
que viendo la miseria tan crecida,
a dar de lo que tienen bien se incitan
por volver de la muerte a alguno a vida.
Con esto ya las fuerzas se habilitan
de aquellos que la muerte de vencida
llevaba, y si Rodrigo no viniera,
sin duda todo el resto pereciera.


Del isla San Gabriel sale el armada
con nuestro buen Rodrigo en la demanda
de la Martín García, así nombrada,
que está por cima de ésta y a su banda.
En breve y poco espacio fue tomada,
a do el Adelantado luego manda
salir a tierra a todos, porque quiere
poblar en esta isla si pudiere.


El capitán Rui Díaz Melgarejo,
porque de la rabiosa se recela,
a nuestro Adelantado por consejo
que le despache da en la carabela.
Con ella y con un mal bergantinejo
se hace el buen Rui Díaz a la vela;
al preso Abarorí lleva consigo,
que promete guiarle como amigo.


A mí me cupo en suerte esta jornada,
que de saber y ver muy deseoso,
jamás dejé de entrar cualquiera entrada,
aunque fuese el peligro temeroso.
En una isla muy fértil y poblada
Abarorí nos mete muy gozoso.
Entramos por un brazo, no calando
los remos, que las yerbas van tocando.


Salieron a nosotros embijados
catorce o quince indios diligentes,
con arcos y con flechas denodados,
mostrándose gallardos y valientes.
Por tierra entre las yerbas emboscadas,
pintados de colores diferentes
andaban levantando vocería,
cubiertos de muy rica plumería.


Por este brazo estrecho y chico río
llegamos con favor de la marea
a la primera casa, y al bahío
que es dicho Tabobá, de paja y nea.
Los indios luego salen con gran brío,
con arcos y con flechas de pelea,
y viendo los rescates acudieron,
y mucho bastimento nos vendieron.


De a poco dicen, vamos adelante,
que todo lo de aquí ya está gastado.
Diciendo aquesto muestran tal semblante
que encubren lo que tienen ordenado.
Estaba el enemigo tan pujante,
que dudo del cristiano acobardado,
por su fuerza tener tan consumida,
que pueda escabullir libre con vida.


En esto de la casa hubo salido,
desnudo macilento por el llano,
un mozo del armada conocido
que Vargas se llamaba, trujillano.
Salió a la barahúnda y al ruido,
trajéronle al navío por la mano,
a do le confesé, y en aquel día
entró al universal camino y vía.


Cristóval, indio amigo, que viniera
de allá del Yumirí en nuestra armada,
cautivo estaba aquí, y cuenta diera
de la traición que entre éstos está armada,
de seis cautivos que hay, éste dijera;
y siéndoles la paga ya entregada,
trajéronlos, y fueles prometido
que el precio a más traer será subido.


Entre ellos fue este día rescatado
el buen Domingo Lárez, muy prudente,
hombre de gran juicio y recatado,
de Huete natural, de noble gente.
Dionos aviso él que está ordenado
de hacernos la guerra el día siguiente.
Nosotros estuvimos contratando
con los indios, y en vela siempre estando.


Salímonos de aquí, que se temía
que el indio se pusiese en emboscada,
diciendo que a las bocas estaría.
Y cierto fue la cosa bien pensada,
que a no salir muy mal sucedería,
pues siendo la mañana ya llegada,
los indios a do estábamos vinieron,
y a Mora y a Loria nos trajeron.


En el barco pequeño se ha metido
el maíz y captivos referidos;
en breve a nuestra armada se ha venido,
a do de hambre están desflaquecidos;
y a haberse esta comida detenido,
de hambre fueran todos perecidos.
Mas Dios remedia el tiempo peligroso
con mano de Señor tan poderoso.


Pues llega la comida y los cautivos,
y salen al encuentro luego todos;
estaban ya diez menos de los vivos,
y aquéstos de dos mil suertes y modos.
Los padres con los hijos son esquivos,
los unos y los otros como lodos
los rostros; manos, pies, todos temblando,
los ojos hacia el cielo levantando.


Algún vigor cobraron desque vieron
el socorro que viene de comida;
con lágrimas los presos recibieron
que su vida juzgaban por perdida.
En el pequeño barco se volvieron,
y dice Juan Ortiz que por la vida
conviene aventurar vida de suerte,
que no ponga temor la misma muerte.


Mas visto no conviene se acometa
aquello que hacerse es imposible,
a que el lugar y tiempo nos aprieta
a tomar el consejo convenible.
El buen Rodrigo a todos se sujeta,
y dice: «Juan de Ortiz cosa terrible
nos manda, mas yo cierto aquí prometo
de estar a vuestro gusto muy sujeto».


Unánime y conforme es la sentencia
de todos, que no se entre al riachuelo,
que bien se tiene cierta y firme ciencia
que todo ha de acabar con crudo duelo.
Esto nos enseñó ya la experiencia,
por do se determina que de vuelo
a los Timbús se vaya; con contento,
de aquí tendimos vela presto al viento.


Trabajo no pequeño se pasaba,
que la gente sin fuerzas no podía
tomar remo, que el viento nos faltaba,
y a veces por la proa sacudía.
El temor de la hambre apresuraba,
esfuérzase quien fuerzas no tenía.
Navegando una noche a la mañana
llegamos a una gente Cherandiana.


Salieron a nosotros prestamente,
que en esto del rescate están cursados.
Delante de nosotros diligente
pescaba cada cual muchos pescados.
Ninguno en los vender era inocente,
que son en el vender muy porfiados.
Después mucho maíz en abundancia
trajeron por gozar de la ganancia.


Beguas de la otra banda conocieron
la cosa del rescate que pasaba,
a gran priesa a nosotros acudieron
temiendo que el rescate se acababa.
Rescatan todo aquello que trajeron,
y más, dicen, en casa les quedaba.
A Gaboto de aquí presto se llegue
por do el Carcarañá se extiende y riega.


Pasando de Gaboto, a poco trecho
el río Juan de Oyolas se ha tomado;
por él se entró, que es río muy estrecho,
de vientos y tormentas resguardado.
Atraviesa este río bien derecho
al Paraná; y las islas que ha formado
habitan los Timbás, gente amorosa,
sagaz, astuta, fuerte y belicosa.


Al Paraná saliendo caudaloso,
tres leguas se camina bien cabales.
El Paraná venía muy furioso,
los tristes navegantes muy mortales
del soldado pequeño y del grandioso
las fuerzas eran todas casi iguales,
y aun cierto que a la clara bien se vía
que el pequeño más ánimo tenía.


Del capitán Garay certificaron
los indios que aquí vino con su gente,
las huellas de caballos nos mostraron
por do dimos la vuelta prestamente;
y en tierra los soldados que saltaron
cogieron la comida que al presente
hallaron, que aún no estaba sazonada,
y apenas con la espiga bien formada.


Volver quiero a tratar un poco agora
del falso Yamandú, nuestro cartero.
Salió de San Gabriel con la traidora
y mala condición de carnicero.
Adonde el Zapicano está de mora
se va, por ser con él particionero,
aunque no se halló en la triste guerra,
que al venir se ha tardado de su tierra.


Este indio ya hemos dicho que es sabido,
astuto, muy sagaz y hechicero;
en todas las naciones es tenido
por lumbre, por espejo y por lucero.
A mis propios oídos yo le he oído
decir a este lenguaz y gran parlero:
«El sol alumbra a oriente y occidente,
así yo Yamandú a toda la gente».


Pues siendo con las cartas despachado,
trató con Zapicán, que las tenía
guardadas, hasta ver en qué ha parado
un negocio que arriba pretendía,
el cual era que tiene concertado
con un indio Terú, el cual vendría
a dar en Santa Fe con otras manos,
queriéndose vengar de los cristianos.


E hízolo el Terú, que con su gente,
haciendo para aquesto llamamiento,
se fue a Santa Fe; mas de repente
volvió huyendo en busca de su asiento.
Los mancebos pelean fuertemente,
los indios llevan de ello el escarmiento,
y viendo Yamandú que nada ha hecho,
con las cartas se va a Garay derecho.


Del capitán Garay fue recibido
mejor el mensajero que lo fuera
si hubiera sin las cartas parecido,
aunque él por no culpado se fingiera.
Mas viendo el Capitán cómo ha venido,
y que puede volver a do saliera,
tratole bien e hízole gran fiesta,
y tórnale a enviar con la respuesta.


Ya vuelve Yamandú con más cuidado
que tuvo con las cartas, pues pensaba
guardarlas para sí; mas ha acordado
urdir otra, pues ésta no cuajaba.
En tanto que la urde este malvado,
tratemos de Garay, que procuraba
bajar con muchas balsas y comida,
dejando a Santa Fe bien guarnecida.


Partió con treinta mozos valerosos
y veinte y un caballos, y servicio
en balsas; y los mozos deseosos
de guerra, que la tienen por oficio,
procuran que en los indios enojosos
se ofrezca al crudo Marte sacrificio,
de aquel Terú vengando la osadía
con triste y carnicera anatomía.


Son islas, por aquí en este paraje,
de grandes bastimentos abastadas,
de muy hermosas tierras y boscaje,
y de indios Guaraníes bien pobladas
el falso Yamandú de mal coraje
aquí tienen sus gentes rancheadas,
Terú, Añanguazú, Maracopá,
y en otras más abajo, Tabobá.


Entraron por las islas; entendiendo
poder hacer la guerra, los caballos
metieron; mas los indios van huyendo,
que no pueden los mozos alcanzallos.
Entre los verdes bosques se ascondiendo
se meten, que imposible es el hallallos,
si no es al sin ventura, que guardada
la suerte le está ahora desdichada.


Con gran solicitud en su caballo
entre aquestos mancebos se señala
en andar por las islas Caraballo,
y así por la espesura hiende y tala
en medio de una selva, y Yanduballo
halló con Liropeya, su zagala.
La bella Liropeya reposaba
y el bravo Yanduballo la guardaba.


El mozo, que no vio a la doncella,
en el indio enristró su fuerte lanza,
el cual se levantó como centella,
un salto da y el golpe no le alcanza.
Afierra con el mozo, y aun perdella
la lanza piensa el mozo, que abalanza
el indio sobre él, por do al ruido
la moza despertó, y pone partido.


Al punto que a la lanza mano echaba
el indio, Liropeya ha recordado,
mirando a Yanduballo así hablaba:
«Deja, por Dios amigo, ese soldado,
un solo vencimiento te quedaba,
mas ha de ser de un indio señalado,
que muy diferente es aquesta empresa,
para cumplir conmigo la promesa».


Diciendo Liropeya estas razones,
el bravo Yanduballo muy modesto
soltó la lanza, y hace las acciones,
y a Caraballo ruega baje presto.
El mozo conoció las ocasiones,
y muévelo también el bello gesto
de Liropeya, y baja del caballo
y siéntase a la par de Yanduballo.


El indio le contó que un año había
que andaba a Liropeya tan rendido
que libertad ni seso no tenía,
y que le ha la doncella prometido
que si cinco caciques le vencía,
que al punto será luego su marido.
El tener de español una centella
no quiere, por quedar con la doncella.


Mas viendo el firme amor de estos amantes,
licencia les pidió para irse luego,
dejándoles muy firmes y constantes
en las brasas de amor y vivo fuego.
Dos tiros de herrón no fue distantes,
con furia revolvió, de amores ciego;
pensando de llevar por dama esclava,
al indio con la lanza cruda clava.


Yanduballo cayera en tierra frío,
la triste Liropeya desmayada;
el mozo con crecido desvarío
a la moza habló, que está turbada:
«Volved en vos», le dice, «ya amor mío,
que esta ventura estaba a mí guardada,
que ser tan lindo, bello y soberano,
no había de gozarlo aquel pagano».


La moza, con ardid y fingimiento,
al cristiano rogó no se apartase
de allí, si la quería dar contento,
sin que primero al muerto sepultase;
y que concluso ya el enterramiento
con él en el caballo la llevase.
Procurando el mancebo placer darle,
al muerto determina de enterrarle.


El hoyo no tenía medio hecho,
cuando la Liropeya con la espada
del mozo se ha herido por el pecho,
de suerte que la media atravesada
quedó diciendo: «Haz también el lecho
en que esté juntamente sepultada
con Yanduballo aquesta sin ventura
en una misma huesa y sepultura».


Lo que el triste mancebo sentiría
contemple cada cual de amor herido.
Estaba muy suspenso qué haría,
y cien veces matarse allí ha querido.
En esto oyó sonar gran gritería;
dejando al uno y otro allí tendido,
a la grita acudió con grande priesa,
y sale de la selva verde espesa.


Aquesta Liropeya en hermosura
en toda aquesta tierra era extremada;
al vivo retratada su figura
de pluma vide yo muy apropiada;
y vide lamentar su desventura,
conclusa Caraballo su jornada,
diciendo que aunque muerta estaba bella,
y tal como un lucero y clara estrella.


Mil veces se maldijo el desdichado
por ver que fue la causa de la muerte
de Liropeya, andando tan penado
que mal siempre decía de su suerte.
«¡Ay triste!, por saber que fui culpado
de un caso tan extraño, triste y fuerte,
tendré, hasta morir, pavor y espanto,
y siempre viviré en amargo llanto».


Salió pues de la selva Caraballo
a la grita y estruendo que sonaba,
y vido que la gente de a caballo
a gran priesa en las balsas se embarcaba.
No curan ya más tiempo de esperallo,
que de su vida ya no se esperaba,
teniendo por muy cierto que había sido
cautivo de los indios y comido.


Mas viéndole venir, alegremente
el Capitán y gente le esperaron;
allega, y embarcose con la gente,
y apriesa de aquel sitio se levaron.
Entrose por un río que de frente
está, y a tierra firme atravesaron,
a do está de Gaboto la gran torre,
por do el Carcarañá se extiende y corre.


En tanto que Garay aquí esperaba,
y en tierra sus caballos saca y gente,
el capitán Rui Díaz se levaba
de donde le dejamos prestamente.
Volviendo hacia abajo, atravesaba
acaso Yamandú, que está de frente.
Allí nos dieron nueva muy entera,
que en el Carcarañá Garay espera.


Con esta nueva cierta, a grande priesa
bajamos hacia el río Juan de Oyolas.
No se tiene temor de la traviesa
del gran río Paraná, ni de sus olas,
que el bien que en la tornada se interesa
lo facilita todo; mas no a solas
nos vemos cuando viene anocheciendo,
que los Timbúes vienen muy corriendo.


Después, cuando ya Febo caminando
volvía con sus carros presuroso,
los campos con sus rayos matizando
de rojo, verde y blanco luminoso,
llegan los Timbúes pregonando:
«Comprad de mí, que vendo más gracioso».
Y tanto regatean, que en Sevilla
podrían imprimir nueva cartilla.


En tanto que la cosa así pasaba,
desde el Carcarañá nos ha enviado
una carta Garay, en que avisaba
que estaba en Sancti Spiritus parado.
Al viento vela en popa se entregaba,
y no se ha a Sancti Spiritus llegado,
cuando Garay por tierra y a caballo
asoma, y aquí un poco he de dejallo.