La Argentina
de Martín del Barco Centenera
Canto séptimo: Llegan a la Asumpción el Obispo y General. Prende el General al Obispo, y después el Obispo al General, y llevándole a Castilla, muere el Obispo


Sentencia es celebrada, llana y clara,
que todo hombre que anda en malos pasos
al fin de la jornada siempre para
en mal con desastrado fin y casos.
Con el mando, poder y con la vara,
el Cáceres echaba contrapaso
al santo del Obispo, mas tenía
un provisor que mal los recibía.


Aunque el Obispo era mal sufrido,
no era codicioso de venganza.
Segovia, el provisor, no ha consentido
a Cáceres crecer en su pujanza;
mas antes con un odio encrudecido
le mete, como dicen, bien la lanza,
tomando informaciones y testigos;
a Cáceres lo dicen sus amigos.


Un hombre, que Daroca se llamaba,
que del Perú sacó en su compañía
el Obispo, en el pueblo publicaba
contra el Obispo mal en demasía;
mil cosas en escrito denunciaba
al Cáceres, que bien las recibía,
con que publican todos por extenso
que el bueno del Obispo está suspenso.


Al provisor metió en un aposento
el General, con grillos remachados,
el comer al Obispo y el sustento
le quita, que no son hombres osados
a darle un jarro de agua, que al momento
el servicio y los indios son quitados;
y por mayor baldón y más afrenta,
al Obispo le priva de su renta.


A Pedro de Esquivel, un caballero
de bella compostura y bella traza,
amigo del Obispo y compañero,
(por sola su pasión) le prende y caza.
Con el Obispo ser particionero
en su prisión afirma, y en la plaza
le corta la cabeza, y en picota
la fija, y de traidor le reta y nota.


La traición de Esquivel está fundada
en una información que ha fulminado,
en que el Obispo y él de mano armada
conciertan de prenderle; ha concertado
que el triste del Obispo en su posada
esté sobre fianzas encerrado.
En la iglesia el Obispo está rezando,
y oíd lo que está el malo publicando.


En pregón dice: «Pena de la vida,
a la iglesia mayor nadie se atreva
por hoy ir porque es cosa conocida
que el Obispo intención muy mala lleva.
Y pues que la tenemos ya sabida,
no habemos menester», dice, «más prueba».
Ayala su alguacil va prestamente
al templo para echar fuera la gente.


¡Oh, Marqués!, destos casos escribano,
en do toda maldad pura se encierra,
sacaríase primero aquesta mano
que escribiera escriptura mala y perra.
Mas ¡ay! como el juicio soberano
para castigo tuyo envía a Guerra
Obispo, que poniéndote en cadena
a ti y tu hacienda lleva pena.


Al fin, pues, ya del templo consagrado,
diciendo mil oprobios y baldones,
y falsos testimonios del Prelado,
por solos sus rencores y pasiones
expelen al cristiano arrodillado,
haciéndole que salga a rempujones.
Forzándola a salir la puerta afuera,
una dama habló de esta manera.


¡Pues no son poderosos los maridos!
Pidámosles las armas, y volvamos
por la honra de Dios. Y con gemidos
decía: No conviene consintamos
aquestos maleficios conocidos,
y todas al prelado defendamos.
Que más vale morir honrosa muerte,
que un mal disimular de aquesta suerte.


Poblado está de mártires el cielo
que por honra de Dios han padecido;
de su sangre está lleno todo el suelo,
que infieles y tiranos han vertido.
Tomemos pues con esto gran consuelo,
que Dios da gloria a aquel que ha merecido.
Y pues sabemos que éste es un tirano,
volvamos por el nombre de cristiano.


Con sobrado valor y pecho osado,
otra dama habló de esta manera:
De aqueste lugar santo consagrado
nadie me hará salir de aquí afuera,
ni consentir yo tengo que al Prelado
agravien sin que yo primero muera;
que a mí, que soy su oveja, su fatiga,
a condolerme de ello bien me obliga.


A mis padres, hablando de Castilla
y de santas historias, tengo oído
de la sabia Judith, si sé decilla,
que bien veis que en la tierra soy nacida.
Aquella grande hazaña y maravilla
que hizo, por do nombre ha merecido
tan alto, que la Iglesia la pregona
por dechado de fuertes y corona.


Holofernes soberbio, crudo, altivo,
tenía la ciudad désta cercada;
al nombre hebraico era muy nocivo
con su fuerza, poder y cruda espada.
Estaba al punto ya de ser cautivo
el pueblo, y la ciudad desconsolada;
Judith de remediarla deseosa
salió por el ejército animosa.


La gente de Holofernes que la vido,
al punto se la hubo presentado
diciendo, a buena parte hemos venido,
¿quién hay que no pelee muy de grado?
Al Holofernes bien le ha parecido,
y cenando y bebiendo se ha embriagado;
la noche sobreviene, y se dormía
con el vino abundante que bebía.


Judith, que esta ocasión consideraba,
la cabeza le corta, y con secreto
salió con la criada que llevaba,
librando de esta suerte del aprieto
a su pueblo, en que vio ella que estaba.
El premio ha recibido más perfecto,
y pues vemos que el premio ya nos llama,
dejemos de nosotras grande fama.


El triste doloroso del Prelado
a su casa se vuelve, no cesando
de gemir y llorar muy congojado
por ver su oveja irse condenando.
Allí le hace estar emparedado,
con barro las ventanas le tapando;
fianzas da el Obispo que estaría
en su casa, y que de ella no saldría.


Mas teniendo noticia que querían
echarle de la tierra, se ha salido
huyendo a media noche, y acudían
algunos en su busca, do escondido
estaba, y los mosquitos le comían,
que en toda aquella noche no ha dormido.
A su casa le vuelven, do se queda,
en tanto que fortuna vuelve y rueda.


El Cáceres estaba tan furioso,
tan altivo, soberbio y endiablado,
que no tiene en sí mismo algún reposo,
ni puede estar momento reposado.
Del Provisor estando receloso,
por ver que era sagaz y redoblado,
acuerda de embarcarle en un navío,
y él bajase así mismo por el río.


Bajó con intención de despacharle
al Perú, por sacarle de la tierra;
mas no halla manera de enviarle,
por do su voluntad en esto cierra
que dos o tres procuren de fiarle.
Con esta condición no lo destierra,
mas suelto el Provisor del crudo lazo,
sacude, como dicen, zapatazo.


Teniendo, pues, la causa fulminada,
juntaron de mancebos gran canalla,
que es gente para todo aparejada,
de españoles también parte se halla,
a quien noticia fue del caso dada.
No hace fray Francisco Ocampo falla,
que aunque al principio fue de la otra parte,
aquí lleva el guión y el estandarte.


En casa de Segovia se juntaron
de noche, con secreto sin ruido;
entre todos allí se concertaron,
y el caso fue de breve concluido.
Que Cáceres se prenda concertaron,
y esperan a que sea amanecido.
Una visión al punto que amanece
encima de la iglesia se aparece.


A mirar la visión los que salieron
a un patio do el Segovia reparaba,
un Ángel relumbrando todos vieron,
que parece una espada desnudaba.
Muchos aquesto mismo me dijeron,
y el Ángel parecía que amagaba
con la espada desnuda que tenía,
y golpes hacia abajo sacudía.


El Cáceres venido pues a misa,
entró la turbamulta muy derecha,
echó a Cáceres mano muy a prisa,
y algunos de los suyos no aprovecha,
que el negocio seguía ya de guisa
que cada cual a puja mano le echa;
y al fin preso le llevan muy de vuelo,
sin dejarle llegar los pies al suelo.


Con voz del Santo Oficio y apellido
le prenden, y eso suena su proceso;
en un punto se ve el pobre afligido
con miserable fin del mal exceso.
¡Quién duda que estaba arrepentido
en contemplar el triste aquel suceso!
Que el solo conocer su grave culpa
es lo que al pecador más le disculpa.


Su pompa, presunción y bizarría
fenece con muy vil abatimiento,
que cosa cierta es que no podía
para siempre durar su ensalzamiento.
Un negro que este Cáceres tenía,
habiendo visto aqueste acaecimiento,
tened, dijo, señor, la barba queda,
que el mundo de esta suerte corre y rueda.


Teniéndole pues preso y arrecado,
nombrado otro Teniente, entra en consejo
y tratan quien lo lleve aprisionado
a España con presteza y aparejo;
que vaya luego fue determinado
el capitán Rui Díaz Melgarejo,
que no se huelga poco de este hecho
y piensa sacar de ello algún provecho.


El Obispo también se determina
con ánimo de ver a nuestra España,
y aunque dicen algunos desatina,
y que su ida a la tierra mucho daña,
empero dicen otros que lo atina,
porque el preso no use alguna maña
con que se suelte y libre de cadena,
y cause al santo Obispo cruda pena.


El Teniente que nombran se decía
Martín Suárez, noble caballero;
al Cáceres muy mucho aborrecía,
y así en le desechar es el primero.
De presto un navichuelo componía,
y puesto brevemente en astillero
despacha al preso en éste, procurando
quedarse por señor y gobernando.


También en compañía fue ordenado
que saliese Garay, que lo desea.
Aquí tuvo principio, y ha probado
en la guerra muy bien y en la pelea,
mas nunca supo ser considerado.
Su tiempo le vendrá cuando se lea
el fin en que paró su desventura
por quererse seguir por su locura.


Salió de la Asumpción la carabela
con otro bergantín acompañada,
izan antenas, dan al viento vela,
la nave por el sur es gobernada.
Con el viento y corriente tanto vuela
que en breve a San Gabriel fuera llegada,
a do se declara para Castilla,
con Cáceres, Obispo y su cuadrilla.


Garay el río arriba se ha tornado,
y puebla a Santa Fe, ciudad famosa.
La gente que está en torno ha conquistado,
que es de ánimo constante y belicosa.
Los argentinos mozos han probado
allí su fuerza brava y rigurosa
poblando con soberbia y fuerte mano
la propia tierra y sitio del pagano.


Estando Santa Fe ya bien poblada,
Garay bajó a Gaboto por el río;
Gerónimo y su gente en la llanada
estaban, que venían con gran pío
de hacer en el río su morada.
Garay no osa salir de su navío,
aunque es de los de Córdoba rogado,
del agua y de la tierra se han hablado.


Del una parte y de otra ha habido dones,
los ánimos mostrando halagüeños,
empero por quitarse de pasiones
no salen del batel los paragüeños.
Partieron sin mostrar los escuadrones,
a nuestro parecer, torcidos ceños,
mas dejan los de Córdoba fijada
por señal una cruz de su llegada.


A Córdoba llegando el de Cabrera,
la nueva le ha llegado que ha venido
Abrego a gobernar, que no debiera,
pues tan mal a los dos ha sucedido.
El Abreu como llega le prendiera,
y preso su negocio ha fenecido,
de suerte que quitándole la vida
le deja su memoria obscurecida.


Garay quitó la cruz de aquel asiento
do quedó por Cabrera levantada,
que sabe que es su intento y fundamento
dejar la posesión allí tomada.
Con esto, él y su gente con contento
se vuelven a su asiento y su morada,
que es dicho Santa Fe, tierra muy llana,
y a Tucumán y Córdoba cercana.


El Obispo al Brasil en breve llega
con su preso, y la gente, aunque temieron
en golfo y alta mar la gran refriega,
en San Vicente alegres pues surgieron,
a do al preso el Obispo da y entrega
a gentes que encerrado le tuvieron,
el cual de la prisión se ha escabullido
y anduvo algunos días escondido.


De a poco precediendo excomuniones,
el Cáceres ha sido descubierto,
y puesto en un navío con prisiones
para Castilla sale de aquel puerto.
De enfermedad, congojas y pasiones
fray Pedro de la Torre ha sido muerto,
dejando grande fama en San Vicente
de grande religioso y continente.


Muy público en la costa se decía
que al tiempo que murió aqueste prelado
la pieza y aposento mucho olía,
y el sepulcro do fuera sepultado.
Aquel que en la mortaja le envolvía
con juramento lo ha testificado,
y así lo dicen hoy los lusitanos,
que muerto bien le olían pies y manos.


Ya Juan Ortiz de Zárate está dando
gran priesa, y que me acuerde que ha partido
me dice, y que ya viene navegando,
que cumpla lo que tengo prometido.
De sólo me acordar ya está temblando
la mano, que en pensar que he padecido
calamidad tan grande y tal miseria,
temor tengo de verme en otra feria.


Y así por no acordarme de tal llanto,
de tan crudo dolor y triste suerte,
quisiera fenecer con este canto,
que dudo que mi pluma bota acierte.
Que puesta la memoria en el quebranto,
cuando me vi tan cerca de la muerte,
temo se ofuscará; pero digamos
las tristes desventuras que pasamos.