La Argentina
de Martín del Barco Centenera
Canto quinto: En este canto se dice cómo vino Alvar Núñez Cabeza de Vaca al Río de la Plata, y de su prisión y trabajos que de ella sucedieron, y del gran Moxo, Señor del Paytití


Segura vida llaman la pobreza,
y de santos, de santas es amada;
también la Majestad y sacra Alteza
amándola le dio suerte estimada.
Aquel que en poco tiene la riqueza
por cierto vive vida sosegada;
y el que con su pobreza se contenta
más rico es que el que tiene mucha renta.


Las guerras y las grandes disensiones
el interés las causa, como vemos.
Motines y revueltas, rebeliones,
¡qué de mal por la plata padecemos!
Autores de las santas religiones,
que amastes la pobreza por extremos,
decid, ¿no es más segura la pobreza,
pues por ella gozáis de la riqueza?


Cualquiera en la Asumpción está gozoso,
con sólo su comer vive contento;
no andaba por la plata codicioso,
metido en su morada y aposento
labrado, muy pulido, muy costoso,
sin curar de tapiz o paramento.
Y al fin por interés la furia ingrata,
Discordia, su contento desbarata.


¡Qué fuera si tuvieran plata y oro!
Que aquesto más conmueve en esta vida,
que al fin aquel que tiene gran tesoro
procura su contento sin medida,
aqueste fin le fuerza el triste lloro,
y llanto al navegante en su corrida,
y aquésta a veces causa en este mundo
a muchos que desciendan al profundo.


Mas oro y plata es lo que lo vale,
y bien es honra, mando, poderío,
cualquiera de estas cosas equivale,
y trae al retortero al albedrío.
Que aunque no sea forzada, empero sale
la voluntad de madre como río,
y lleva a la razón tras sí rendida,
y a su dicción y gusto sometida.


Al fin, pues, interés les fuerza tanto
en la Asumpción sin plata ni dinero,
que su placer se vuelve en triste llanto,
los cuellos entregando al carnicero.
Pensaron de salir de un gran quebranto,
y dieron en un hondo sumidero,
como verá cualquiera que esté atento
a la historia presente que yo cuento.


Habiendo aquel que al mundo dio de mano
en trueco del eterno y gran reposo,
dejándole primero todo llano
y en paz, al heredero muy dichoso,
juzgado por consejo bueno y sano,
de dar hombre valiente y belicoso,
al Argentino envía Adelantado,
que Cabeza de Vaca fue nombrado.


Del cual su armada a prisa abastecida
de todo el necesario, y sus pertrechos,
de la ciudad de Cádiz fue partida,
y a las Canarias llegan bien derechos.
Los más de todos es gente lucida,
algunos con insignias en los pechos,
de nobles y lustrosas encomiendas,
y muchos de valor y grandes prendas.


Pasada la famosa y gran Canaria,
en Cabo Verde, que es de lusitanos,
entraron; y aunque era tan contraria
entonces su nación a Castellanos,
no le fue la nuestra allí adversaria,
que a todos los reciben como a hermanos,
que al fin la diferencia es de tal guisa,
que para las más veces todo en risa.


Después de haberse aquí ya refrescado,
la gente del armada muy gozosa
con algún bastimento que ha tomado
se embarca, por le ser muy deseosa
la fin de su viaje comenzado,
juzgándole por cosa provechosa,
que vemos que cualquier descubrimiento
es al tono de boda o casamiento.


La tórrida, que alguno inhabitable
escribe, traspasaron de repente.
No ser en todo tiempo navegable
sabemos, que el sol hiere crudamente.
Un viento hace a veces amigable,
navégase con él al occidente.
Después de aquesta tórrida doblada,
está casi ya hecha la jornada.


La costa del Brasil reconocida,
y un isla, Santa Bárbara, tomada.
Por la insignia imperial que de corrida
allí fue por don Pedro bien fijada,
conocen que su armada fue surgida
en ella, mas tocando de pasada,
el rumbo enderezaron muy aína
al isla dicha Santa Catalina.


De aquí el gobernador ha despachado
con gente que descubran el camino
a Dorantes de Béjar, buen soldado,
el cual fue, y con presteza mucha vino.
Noticia del camino cierta ha dado,
por donde caminando con buen tino,
la tierra adentro entraron muy gozosos,
mas de los naturales recelosos.


No quiero referir la gran miseria,
trabajos, infortunios que sufrieron
en aqueste camino, y su laceria,
y hambre y sed que todos padecieron.
Pues vemos no murió en aquella feria
alguno de trecientos que allá fueron.
Que aquesto de las hambres y su queja
sólo a Mendoza y a Zárate se deja.


En tanto que Alvar Núñez caminaba
al Paraguay con guías muy derecho,
su gente con salud toda llevaba
a manos el camino de indios hecho.
Sabido por Irala que llegaba,
con maña, que la usaba en su provecho,
envía a cierta gente de corrida
que el parabién le den de su venida.


Sobre cuarenta el quinto año corría,
cuando el buen Alvar Núñez ha llegado,
y no el cuarenta y siete se cumplía
cuando se ve de grillos rodeado.
La causa de este mal y tiranía,
y de caer el pobre de su estado,
envidia fue, que suele, do se ofrece,
aquello combatir que más florece.


Llegado al Paraguay se determina
de ir el río arriba descubriendo,
y sin hallar noticia de oro o mina,
con barcos y navíos fue subiendo.
Trecientas y más leguas pues camina
hasta saber de plata; pero viendo
que la rabiosa muerte andaba suelta,
por no perder su gente dio la vuelta.


San Fernando se dice este paraje,
do se tuvo noticia de riqueza,
mas era tan enfermo el estalaje,
que cobran los soldados gran tibieza;
dejaron a esta causa su viaje,
que promete sacarlos de pobreza;
que la piel por la piel el mentiroso
nos dijo que da el hombre y el reposo.


Si la muerte no teme aquesta gente,
el Argentino fuera más somoso
el día de hoy, que nueva ciertamente
se tuvo aquí de un indio belicoso.
La plata y oro bello reluciente
se ha visto, no es negocio fabuloso,
que cántaros de oro a maravilla
tenía aqueste indio y gran vajilla.


En una gran laguna éste habitaba,
en torno de la cual están poblados
los indios que a su mano él sujetaba
en pueblos por gran orden bien formados.
En medio la laguna se formaba
un isla de edificios fabricados
con tal belleza y tanta hermosura
que exceden a la humana compostura.


Una casa el Señor tenía labrada
de piedra blanca toda hasta el techo,
con dos torres muy altas a la entrada,
había del una al otra poco trecho.
Y estaba en medio de ellas una grada
y un poste en la mitad della derecho,
y dos vivos leones a sus lados,
con sus cadenas de oro aherrojados.


Encima de este poste y gran coluna,
que de alto veinte y cinco pies tenía,
de plata estaba puesta una gran luna,
que en toda la laguna relucía.
La sombra que hacía en la laguna
muy clara desde aparte parecía.
¿Quién hay que no tomara una tajada
de la luna aunque fuera de menguada?


Pasadas estas torres se formaba
una pequeña plaza bien cuadrada;
en el mayor estío fresca estaba,
que de árboles está toda poblada,
los cuales una fuente los regaba,
que en medio de la plaza está sitiada,
con cuatro caños de oro gruesos, bellos,
que yo sé quién holgara de tenellos.


La pila de la fuente más tenía
de tres pasos en cuadra su hechura,
de más que de hombre mortal parecía
en talle, perfección y compostura.
En extremo la plata relucía
mostrando su fineza y hermosura.
El agua diferencia no mostraba
de la fuente y pilar do se arrojaba.


La puerta del palacio era pequeña,
de cobre, pero fuerte y muy fornida;
el quicio puesto, y firme en dura peña,
con fuertes edificios guarnecida.
Seguro que del pelo y de la greña
del viejo del portero, que es crecida,
pudiéramos hacer un gran cabestro,
oíd pues del viejazo el mal siniestro.


Aquellos que por dicha ya han pasado
por medio de las torres y coluna,
habiendo las rodillas ya postrado,
levantando los ojos a la luna,
aqueste viejo así les ha hablado
con una muy feroz voz importuna,
y dice: «A este adorad, que es solo uno
el Sol, y fuera dél otro ninguno».


En alto está un altar de fina plata
con cuatro lamparillas a los lados
encendidas, y alguna no se mata,
que están cuatro ministros diputados.
Un sol bermejo más que una escarlata
allí está con sus rayos señalados,
es de oro fino el sol allí adorado,
¿mas hay de quien él sea desechado?


Aqueste gran Señor de esta riqueza
el gran Mojo se dice, y es sabido
muy cierto su valor y su nobleza;
su ser y señorío enriquecido
de sus vasallos, fuerzas y destreza,
por nuestro mal habemos conocido,
que pocos tiempos ha que en cortas trechas
probamos la fiereza de sus flechas.


¡A qué no fuerzas, hambre detestada
del oro, que los ánimos perdidos
tras ti llevas con ansia tan nefanda
que ciega las potencias y sentidos!
Con todo desque ven que la muerte anda
de priesa, con temor los doloridos
que habían emprendido este viaje,
se vuelven para atrás de este paraje.


Volviendo pues la gente de su entrada,
sucede en la Asumpción una tormenta:
dos hombres la levantan, que excusada
la tal o motín es, si no lo inventa
el pecado, que cosa es muy usada.
Lebrón el uno es, el otro Armenta;
desde que el Gobernador preso tenía,
muy bueno ha andado Armenta, les decía.


Sucede a prima noche el desbarate,
el pobre caballero está durmiendo.
Entrégales la puerta Juan Oñate,
y así de golpe entraron con estruendo.
A voces dicen todos ser dislate
que con la vida quede, que viviendo
habrá de causar mal, pues está cierto
el hombre no hablará después de muerto.


Rasquín con un arpón enarbolado
le apunta amenazando que se diese.
De la cama se ha el pobre levantado,
sin saber de este caso cómo fuese.
La espada con gran ánimo ha empuñado;
mas ¿quién era posible resistiese
a tantos, pues que Hércules el griego
no pudo contra dos entrar en juego?


Irala astuto, sabio, cauteloso,
del enfermo se hizo en este punto,
y por quedar él libre y ganancioso,
según pude saber, y lo barrunto,
a Cáceres, agudo y bullicioso,
le dice con Venegas vaya junto
y Cabrera, del Rey tres oficiales,
principio y causadores de estos males.


El pueblo conmovieron ignorante,
y en odio le encendieron como brasa.
Acude a la prisión, y en un instante
le sacan muy asido de su casa.
Irala se ha hallado muy triunfante,
que cierne, hiñe y masa aquesta masa,
y siendo el preso puesto en tal aprieto,
por caudillo de todos es electo.


Comienza gobernando pues Irala
su negocio a entablar, y aficionaba
a todos, y en mil cosas se señala,
y al pobre con más veras ayudaba.
Empero corta, abrasa, hiende, tala
al que el contrario bando acompañaba,
de suerte que el leal era tenido
por hombre vil, infame y abatido.


A muchos ahorcó de los leales,
diciendo que la tierra perturbaban.
A tal punto se vino, que los tales
en los montes y bosques habitaban.
Los que eran causadores de estos males,
lo bueno de la tierra se gozaban;
los otros hambreaban suspirando
y a Dios justa venganza suspirando.


Entre otros que prendió fuera Vergara,
hermano de Ruy Díaz Melgarejo,
y a aquéste si no huye le ahorcara,
que voluntad no falta y aparejo.
Al otro con su hija le casara;
Ruy Díaz nunca fue de tal consejo,
y así con los leales se ha huido,
andando por los bosques escondido.


Había Diego de Abreu tomado
la mano en señalarse con cuadrilla,
contradiciendo a Irala por alzado.
Son Abrego y Ruy Díaz de Sevilla,
consigo mucha gente han congregado;
Irala ha procurado de seguilla,
y algunos los conmueve por regalo,
y a muchos cuelga y pónelos de un palo.


Irala sale en esto con armada,
y el río arriba yendo bien se aleja;
y porque la ciudad sea gobernada,
a don Francisco de Mendoza deja.
Lazcano, muy malvado de celada,
con ánimo endiablado se le queja,
diciendo no conviene que tuviese
por un tirano el mando y desistiese.


Y que él con los leales trataría
que en nombre del gran Carlos se eligiese,
y aquesto fácilmente lo haría
sin que persona alguna lo impidiese.
Tratolo de tal suerte, que hacía
que el triste don Francisco le creyese;
con este engaño y falso compelido,
Mendoza de su mando ha desistido.


Al punto que desiste luego viene
la gente de leales de los sotos,
y el Abrego leal no se detiene,
que espera de tener aquí más votos;
el Lazcano malvado, pues no tiene
los filos del intento, malos votos,
que con presteza a muchos sobornando,
al Abrego procura den el mando.


Malvado llamo a Lazcano yo en mi verso
por ser causa primera de un gran daño,
que nunca se perdiera el universo
por Mendoza mandar siquiera un año;
que si buen celo tuvo, al fin fue adverso
a Mendoza causando un mal tamaño,
y al Abrego de muerte, y gran fatiga
a todos cuantos eran de la liga.


El Abrego por votos fue elegido,
que cédula real dispone de esto,
y siendo ya del pueblo recibido
comienza de envidar todo su resto.
El Mendoza se ve tan afligido,
y acaso le fue Abrego muy molesto,
que no pudo sufrir verse burlado,
y oíd en lo que para este nublado.


Con sus pocos amigos, dicen, quiso
tratar de recobrar con nueva traza
el mando. Mas este otro tiene aviso
del caso, y con presteza dale caza,
y préndele al punto de improviso,
y la cabeza córtanle en la plaza.
Al tiempo que cortar se la querían,
a sus hijos habló que allí venían.


A don Diego el mayor habló primero,
diciendo en alta voz: «Mira que seas
vasallo de tu Rey muy verdadero,
porque en aqueste trance no te veas;
y pues, hijo, tú ves cómo yo muero,
así la gloria eterna tú poseas
que cures de vivir siempre de suerte
que no mueras también de aquesta muerte».


El presagio del padre que moría,
dejado por postrero testamento,
al don Diego de poco le servía,
pues tuvo en Santa Cruz atrevimiento
y pagó en Potosí su tiranía.
Diré en otro lugar este alzamiento;
al Abrego volvamos, que sabiendo
que Irala vuelve, al monte va huyendo.


Irala, habiendo tiempo navegado
el Paraguay arriba con su gente,
y al buen Nuño de Chaves despachado
a que salga al Perú muy diligente,
se vuelva a la Asumpción, que el que ha pecado
no puede asegurar jamás la mente,
que no puede hallarse mejor ciencia,
ni prueba que le iguale a la conciencia.


Llegando a la ciudad al fin Irala,
con grande regocijo es recibido;
de Mendoza la muerte le desala
el corazón, y entrañas le ha rompido.
Tras Abrego con priesa el monte tala,
y a Escaso aquesta causa ha cometido,
mas no le fue en el tiro de su mano,
que un tiro que tiró no sale vano.


Al Abrego a prender Irala envía,
porque él con los leales retirado
andaba por los bosques a porfía,
del remedio de España confiado.
El Escaso, que supo dó dormía,
una noche le halla descuidado,
y al blanco pecho apunta, y fue tan cierto
que el corazón le parte, y deja muerto.


Muchos de los leales desmayaron
por verse sin cabeza y perseguidos,
y algunos al Irala se pasaron
y fueron con amor dél recibidos.
Los otros, que más tiempo porfiaron,
vinieron con dolor muy afligidos,
que el nombre de leal era nefando
y en trisca le nombraban, y burlando.


A tal punto llegó el atrevimiento
del bando del Irala, que casando
su hija con Vergara, por contento
y placer, un soldado suspirando
en una farsa sale descontento,
y roto y pobre, y otro preguntando,
y él responde, diciéndole ¿quién era?:
de los leales soy, que no debiera.


¿Qué, de leales sois?, le dice luego,
mirad pues bien el pago que sacado
habéis de esa contienda y triste juego
que tan contra razón habéis jugado.
Hermano, por ventura estáis tan ciego
que no veis que es andar de pie quebrado.
El triste del leal dice temblando:
hermano, lo que sé que estoy penando.


El valeroso Chaves caminaba
la vuelta del Perú donde ha salido,
con trabajo sobrado que pasaba
de gente que el camino le ha impedido.
A muchos fuertemente conquistaba,
y a su dicción y mando ha sometido,
rompiendo fuertes y altas palizadas
con obras muy heroicas y afamadas.


Conquistó los Chiquitos, que es frontera
del gran Mojo, Señor de la Laguna,
y entiendo que si más adentro fuera
a cuestas nos sacara la coluna;
y Hércules segundo Chaves fuera,
y por más le imitar, el sol y luna
a cuestas sustentara, como al cielo
el otro, por le dar a Atlas consuelo.


Al fin salió al Perú, donde ha hallado
al licenciado Gasca el venturoso.
Después de su negocio relatado,
procura de volverse muy gozoso.
Un pueblo en el camino hubo poblado
por extender su fama deseoso,
Santa Cruz de la Sierra le nombraba,
que el sitio al de su tierra semejaba.


A Cabeza de Vaca ya volviendo,
lleváronle a Castilla aherrojado.
Agora que lo estoy aquí escribiendo
me admiro, cómo nunca castigado
aqueste caso fue, atroz y horrendo,
y el gran levantamiento confirmado.
En mi tiempo yo vi se recelaba
el pueblo del castigo que esperaba.


Venegas y Cabrera, pues, al preso
llevaron a Castilla, y lo entregaron
al Consejo Real con gran proceso
y causas, que a su gusto fulminaron.
De aquestos dos el uno pierde el seso,
al otro en breve tiempo lo enterraron.
El preso por sentencia fue privado
del título y blasón de Adelantado.


En su lugar habiendo proveído
a Sanabria el gobierno, va a Sevilla,
casose, y el casamiento le ha impedido
que no pueda salir ya de Castilla,
que en breve se murió; y ha partido
con el resto de gente y la cuadrilla
que en armada Sanabria puesto había,
entregada a la mar, doña Mencía.


Tomaron de la costa a San Vicente,
después a San Francisco, do estuvieron
algún tiempo viviendo alegremente.
Por tierra al Paraguay después vinieron.
La más de toda aquesta poca gente,
que nombre del Socorro les pusieron,
de Extremadura son, do influye Marte
de sus sacros tesoros tan gran parte.


Sanabria en Medellín nacido había,
con hijos y mujer allí ha vivido.
Viudo ya una vez, doña Mencía
en Sevilla por suerte le ha cabido.
Movida de su vana fantasía,
con sus hijas de España se ha partido
con fin de las casar; y así sucede,
que en la mujer la honra vale y puede.


También Diego Sanabria, el heredero,
después salió con gente en mala estrena,
que erraron dos pilotos su rotero
y dieron en el puerto Cartagena.
En Potosí le vi hecho minero,
mas nunca tuvo el pobre mina buena.
Busquemos una agora en otro canto,
que ya cansa decir en éste tanto.