La Argentina
de Martín del Barco Centenera
Canto segundo: En este canto se trata de la grandeza del Río de la Plata, del Paraguay, y de las islas, peces, aves que hay en ellos



La obra excelentísima y grandiosa
arguye grande artífice y maestro,
que no puede hacer obra preciosa
el hombre que en el arte no está diestro.
Como la creación maravillosa
enseña, Señor mío, el poder vuestro,
en su tanto también aqueste río
muestra grande saber y poderío.


Inmensas gracias, Dios Señor, os damos,
pues todo a nuestra causa lo criastes;
y a nosotros que mal os lo pagamos,
para vuestro servicio nos formastes.
Cuanto sois, mi Señor, si bien miramos
las cosas que en el mundo vos plantastes,
nos da bien a entender, y la grandeza
de vuestro gran saber y la riqueza.


El río que llamamos Argentino,
del indio Paraná o mar llamado,
de norte a sur corriendo su camino
en nuestro mar del norte entra hinchado.
Parece en su corriente un torbellino,
o tiro de arcabuz apresurado.
Mas con el viento sur plácidamente
se vence navegando su corriente.


De más de treinta leguas es su boca,
y dos cabos y puntas hace llanas.
Al tiempo que en la mar brava se emboca,
al un cabo dos islas, como hermanas,
están, que cada cual parece roca.
Los Castillos se dicen, muy cercanas
al cabo que nombré Santa María,
que poco de estas islas se desvía.


Al otro cabo, Blanco le llamamos,
el cual en la mar entra más derecho
y más bajo, y por esto navegamos,
por más seguro este otro, un poco trecho.
Después al otro cabo nos tornamos,
el cual está a la banda del estrecho;
entrambas costas son muy peligrosas,
y de futuros casos portentosas.


Pasadas estas islas de Castillos,
adelante están dos algo mayores:
de los Lobos se dicen, que lobillos
como becerros hay poco menores;
un poco más arriba dos islillos
están, nombrados islas de las Flores,
y habiendo treinta leguas caminado,
al puerto San Gabriel hemos llegado.


Siete islas hay en él, altas, graciosas,
un poco de la tierra desviadas,
de palmas y laureles muy copiosas,
están aquestas islas bien pobladas.
Aquí llegan las naves poderosas,
como salen de España despachadas.
Frontero es Buenos Aires ya poblado,
y del sur importuno resguardado.


De ancho nueve leguas o más tiene
el río por aquí, y muy hondable.
La nave hasta aquí segura viene,
que como el ancho mar es navegable,
pasado este paraje le conviene
al piloto mirar el gobernable,
en la mano llevando siempre sonda,
o seguir la canal que va bien honda.


Doce leguas de aquí Martín García,
una isla de este nombre está llamada;
una legua de tierra se desvía,
y más de legua y media es prolongada.
A partes por el bosque está sombría,
y a partes tierra alta y asombrada,
don Pedro, y Juan Ortiz allí poblaron,
y de hambre mucha gente sepultaron.


Aquí llegó Eduardo de Fontano,
el año sobre mil y los quinientos
de ochenta con más dos, con viento sano,
mas no supo de pueblos ni de asientos,
que si acaso supiera el luterano
que allí había poblados y cimientos,
sin duda en pesadumbre nos pusiera,
que había el aparejo en gran manera.


Cuatro leguas de aquí ya navegadas,
las islas de San Lázaro están juntas,
de tierra media legua desviadas
a do enderezan ambas sendas puntas.
Están aquestas islas separadas,
aunque al parecer no están disjuntas.
Y habiendo media legua navegado,
está el Uruguay, río afamado.


Es río de caudal y poderoso,
su boca legua y media casi tiene.
Entra en este paraje muy furioso,
que de peñas y riscos altos viene.
En él entra otro río con reposo,
que al parecer entrando se detiene,
al cual San Salvador llamó Gaboto,
antes que de los indios fuese roto.


A dos leguas entra otro, que es nombrado
el Río Negro, que Hum tenía por nombre.
Aquí en nuestro tiempo se han hallado
pescados semejantes muchos al hombre,
aquesto de pasada lo he tocado,
ninguno de leerlo aquí se asombre,
que, siendo Dios servido, en otro canto
diré cosas de vista y más espanto.


Dejemos este río, que corriendo
de allá hacia el Brasil viene derecho,
y en él se vienen otros mil metiendo,
que le tienen famoso y grande hecho.
Al nuestro de la Plata revolviendo,
desde aquí él comienza a ser deshecho,
y en once brazas grandes se reparte,
tirando cada cual su larga parte.


Del río Nilo refieren escritores
lo mismo; pero es tanta la grandeza
de aquéste y de sus brazos, que mayores
los juzgo, que no estiman la braveza
del Nilo en tanto grado los autores.
Y si del Nilo fuera la extrañeza
tan grande como éste, y se escribiera,
al mundo admiración mayor pusiera.


En el nuestro se forman muy hermosas
islas, de a doce leguas y mayores,
en sus tiempos muy frescas y frondosas,
pobladas de mil rosas y de flores,
de caza y bastimentos abundosas;
en ellas Guaranís son pobladores,
sin que alguna nación otra se atreva
en él poblar, en ella hacer prueba.


Pasadas estas islas, torna el río
a su primera madre acostumbrada.
De una y otra parte gran gentío
la tierra firme tiene bien poblada.
El Guaraní les manda con gran brío,
que tiene la más tierra sujetada,
entre ellos Yamandú, gran hablador,
que se titula y nombra Emperador.


Éste, malvado y perro como artero,
a todos los más indios comarcanos
los trae a su opinión al retortero,
y como son los indios tan livianos,
y él pica su poquillo en hechicero,
donde él pone los pies ponen las manos,
de suerte que si quiere hacer la guerra,
al punto le veréis juntar la tierra.


Y no piense el que lea aquesta historia
que al falso Yamandú perecedero
le falta quien levante su memoria,
que en mi tiempo murió; mas su heredero
levantar procuró su fama y gloria,
y lo hizo en más grado que el primero.
Así que Yamandú es el dictado
y nombre que se pone al que ha heredado.


De aquélla trataremos adelante,
de sus embustes, falsos y marañas.
De cuerpo y parecer era gigante,
y así le demostraban sus hazañas;
un poco tiempo fui su doctrinante,
teniéndole en prisión a do sus sañas
procuré doctrinar; trabajé en vano,
porque era muy malvado este pagano.


De aquí el río arriba, navegadas
ciento y veinte leguas ya del río,
otras islas están tan bien pobladas
de gentiles naciones y gentío.
Timbúes las más de ellas son llamadas,
que muy poco temor tienen al frío.
La torre de Gaboto está cercana
y la gente llamada Cherandiana.


De allí a veinte leguas, otro asiento,
que Santa Fe se dice, está poblado;
Garay le dio principio y fundamento,
cuando Martín Suárez ha mandado.
Tratarse ha en otra parte aqueste cuento,
volvamos al negocio comenzado.
El río hace aquí muchos islones,
poblados de onzas, tigres y leones.


Al pie de ochenta leguas adelante
el grande Paraguay entra famoso,
con más quietud se muestra, y más semblante
a este río corriendo con reposo.
El Paraná se aparta allá a levante,
de a do corre con fuerza muy furioso;
del norte corre el otro, consumiendo
las aguas que el Perú viene vertiendo.


Entrando el Paraná está Santa Ana,
de Guaranís provincia bien poblada.
Es tierra aquesta firme, buena y llana,
que mucha de la dicha es anegada.
Empero esta enjuta es muy galana,
de nuestros españoles conquistada;
y así tienen aquí repartimiento
los que en el Paraguay tienen asiento.


La Peña Pobre está más adelante;
es alta como roca muy crecida.
Aquí han visto muchos un gigante
de gran disposición y muy crecida.
No está, según yo supe, él aquí estante,
que allá la tierra adentro es su guarida;
mas viene aquí a pescar muy a menudo,
de sus redes cargado, mas desnudo.


Arriba de aquí están los remolinos,
que es cosa de admirar y gran espanto.
En el medio del agua hay torbellinos,
como suele acá en tierra; y esto tanto,
que navegando algunos, los vecinos
celebran sus exequias con gran planto,
diciendo que Caribdis está a punto
para lo que viniere tragar junto.


Aquí muchas canoas se han perdido,
y muchos en mi tiempo se anegaron.
Muy mal al de la Puente ha sucedido,
y a aquellos que con él aquí bajaron.
Que habiéndoles Caribdis sumergido,
las vidas y haciendas trabucaron,
y aquellos que mejor les fue en la feria,
aún lloran todavía su miseria.


El Salto ya me está gran priesa dando,
diciendo este lugar ser propio suyo;
y yo, solo en lo estar imaginando,
de miedo y de pensarlo de mí huyo.
Decir aqueste cuento procurando
la mano está temblando, y lo rebuyo,
por ser la cosa horrible y espantosa,
y en todo el Paraná maravillosa.


Por aquí el Paraná dos leguas tiene,
y peñascos y sierras hasta el cielo;
y al pie de una gran legua de aquí viene
con ímpetu furioso y crudo vuelo.
Cualquiera que navega le conviene
con tiempo tomar tierra, que en el suelo
de mil picas en alto dará cierto,
por tanto muy de atrás se toma puerto.


De legua más atrás encanalado
el Paraná desciende poderoso,
un peñasco terrible está tajado
de a do se arroja y cae muy furioso.
El estruendo que hace es muy sobrado,
y el humo al aire tiene tenebroso,
una noche dormí en una sábana,
dos leguas de él, mas fue la Toledana.


Yo propio lo he oído a naturales,
tratando de este salto y su grandeza,
que estaban con temores desiguales
a oír aquel sonido y su braveza.
Las aves huyen de él; los animales,
oyendo su estruendo, sin pereza
caminan, no parando apresuradas,
y con temor las colas enroscadas.


Después está Guaira, ciudad enferma,
y que por Melgarejo fue poblada.
Mas él, podrá decir cierto Belerma,
de mí para mí mal fue engendrada.
Es causa que Rui Díaz nunca duerma,
la gente Chiriguana levantada,
por donde el pobre viejo anda a la guerra
con tino por tener en paz la tierra.


Poblada está también otra ciudad,
cuarenta leguas más arriba de ésta.
En ella hay de metales cantidad,
empero aunque los haya, ¿de qué presta?,
hablando como es justo la verdad,
que el hombre es lo que sólo allá les resta,
pues vemos plomo saca Melgarejo,
y hierro, con tener poco aparejo.


Al Paraná es ya tiempo que dejemos,
y al Paraguay ameno revolvamos,
en el cual a la clara bien veremos
que está cifrado el bien que deseamos,
el bien, digo, que en tierra pretendemos,
que agora del divino no hablamos,
que aquese solo y sumo bien superno
está sólo en gozar de Dios eterno.


Entrando al Paraguay a izquierda mano,
el Ipití se ve, que es río famoso;
muy plácido desciende por un llano
de palmas y laureles muy copioso.
El Paraná-miní está cercano,
que al Paraná traviesa caudaloso,
haciendo triangular una isla llana
de doce leguas casi de sabana.


Si en este riachuelo el otro fuera,
que dicen a buscar su mujer iba
el río arriba, espanto no pusiera;
pues vemos que éste corre hacia arriba
algunas veces, y es de esta manera,
que es justo la razón aquí se escriba:
está cuando uno crece el otro bajo,
y el chico corre arriba y corre abajo.


No corre el Paraguay tanto furioso,
y es un río mayor que el de Sevilla,
de vista y parecer es muy gracioso,
con ribera vistosa y linda orilla.
De frescas arboledas muy copioso,
y en partes prado verde a maravilla.
También tiene los valles más cercanos,
lagunas, negadizos y pantanos.


Una laguna tiene de gran fama
llegada al Ipití que dicho habemos.
De los Mahomas es, y así se llama,
que aquesta gente habita sus extremos.
En el río Bermejo se derrama,
y que esta tenga perlas lo sabemos,
el Mahoma, señor de esta laguna,
estando en la Asumpción me dio más de una.


En gran precio las perlas éstos tienen,
empero ellos no saben horadarlas.
Si en su asiento españoles se detienen,
de los hostiones procuran de sacarlas
y al español con ellas luego vienen.
El orden pues que tienen en pescarlas
es fácil, que en pequeños redejones
a veces sacan veinte y más hostiones.


Antes de la Asumpción hay angostura
del río, y así corre allí furioso.
Alegre es por allí y de frescura,
de muchas arboledas muy umbroso,
con islas que hay en él de hermosura
extraña, y parecer muy deleitoso.
Entra aquí Pilcomayo que, vertiendo
sus aguas, del Perú viene corriendo.


Cuatro leguas arriba está situada
la gran ciudad, antigua y populosa,
que es dicha la Asumpción, que fue poblada
por Salazar en era muy famosa.
Es aquesta ciudad tan regalada,
que mi pluma escribirlo aquí no osa;
algunos, por baldón con mal aviso,
la llaman de Mahoma paraíso.


Poblose de muy buena y noble gente
en tiempo de don Pedro de Mendoza,
aunque hay, como sabemos, al presente
en abundancia ya de toda broza.
La causa de este mal inconveniente
paréceme será la gente moza,
que, aunque salen valientes y esforzados,
al mal y no al bien son muy inclinados.


Gran copia de mestizos hay en ella,
pero más abundancia de mujeres,
porque la guerra hace en ellos mella,
la cual sin interés y sin haberes
con sólo el fin la siguen de tenella.
Y así, lector curioso, si quisieres
el número saber de las doncellas,
de cuatro mil ya pasan como estrellas.


De frutos de la tierra y de Castilla,
de pan, y vino, y carnes y pescado
hay copia; pero oíd la maravilla
que sé que aconteció un día pasado.
Un peje palometa, que freílla
pensaba una mujer enharinado,
de la sartén saltó muy de repente,
y el dedo le cortó redondamente.


Un palmo y más tendrá la palometa,
y mayor en el ancho que una mano.
A donde hace presa fuerte aprieta,
como suele hacer el crudo alano.
Es cosa de notar ver que acometa
este pequeño pez a todo humano,
del río vi salir un día un soldado
gritando, y en el muslo un gran bocado.


Juzgose allí al presente que faltaba
de carne media libra al desdichado,
y el peje palometa lo llevaba
en la boca redondo aquel bocado.
Mas de otro oí decir que lamentaba
su suerte desastrosa y triste hado,
que en la boca de un pez perdido había
lo que el pez le cortó con gran porfía.


Dorados hay enormes y crecidos,
mandís, rayas, pacúes amarillos;
muchos pescados hay desconocidos,
por tanto determino no escribillos.
Los indios naturales mantenidos
los más son de pescado y venadillos,
los Guaranís son sólo labradores,
los más dados a caza y pescadores.


Aves la tierra cría diferentes
que habitan por las islas de este río,
pavas y avestruces muy valientes,
neblíes y falcones de gran brío.
Culebras hay y víboras, serpientes,
que han tenido con hombres desafío.
En otro canto aquesto contaremos,
y cosas admirables trataremos.


Que aquesto ahora tocamos de pasada,
y cierto que en pensar yo la extrañeza
de las cosas que he visto, embelesada
me queda la memoria, y mi rudeza
en éxtasis se pone enajenada
de toda la humana naturaleza.
Y habiendo de escribirlo todo en suma,
la mano está temblando con la pluma.


Dejemos, pues, ya el río, que corriendo
por él quinientas leguas sin contento,
del enemigo a veces yo huyendo,
jamás pude hallarle nacimiento;
de otros con porfía les siguiendo,
he hallado el principio y fundamento.
Y quiero darle ya al canto tercero,
que cosas espantosas cantar quiero.