En la Vega de Granada.- Los Llanos de Armilla.- El Mulhacén.- Un cadáver misántropo

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A las ocho en punto arrancó la Diligencia.

La mañana estaba hermosa, fulgente, llena de anuncios de la primavera que iba a empezar...

Esto... por lo que respecta al cielo; que en la tierra, es decir, en aquella magnífica Vega que pocos momentos después recorríamos, todavía era invierno, si bien un invierno granadino.

Los trigos, las cebadas, los centenos y las hortalizas mostraban alternados sus distintos verdes en espléndidas llanadas que se perdían de vista al Norte y al ocaso, mientras que, a mediodía y Levante, dejábamos atrás bosques de frutales y prolongadísimas alamedas, sin flores aún y sin hojas.

Los áridos esqueletos de sus ramas ofrecían un contraste muy filosófico con el perenne verdor de los olivos de Huétor y de los cipreses y laureles de la Zubia...- Pero todavía era demasiado pronto para filosofar.

Insensiblemente, fuimos subiendo de la junta del Darro y del Genil (donde Sor Ana de San Jerónimo había dicho:


[...] el abrazo de estos ríos,
en dulces de cristal amantes lazos,
me representa viva y tristemente
los que un tiempo formaron muchos brazos...)


hasta ganar los despejados Llanos de Armilla.

Y como, adrede, íbamos nosotros en el departamento posterior de la Diligencia, a fin de despedir los panoramas que fuésemos abandonando, e imaginarnos la emoción con que los mirarían por -última vez los moros y los moriscos, pudimos apacentar desde allí nuestros ojos en la contemplación, siempre nueva, de la incomparable Granada...

Desde aquel mismo sitio, y tal vez a aquella misma hora, la devoraban con la vista los REYES CATÓLICOS la mañana del 2 de Enero de 1492, esperando, con afán patriótico y cristiano, a que apareciesen en la Torre de la Vela las Cruces de plata y su morado Estandarte, señal de que el CONDE DE TENDILLA se había entregado ya de la Alhambra, y de que sus Altezas podían adelantarse a tomar posesión de la Jerusalén de Occidente.

Y la verdad es que el año pasado, lo mismo que hace cuatro siglos; a pesar de los estragos del tiempo y de la constante decadencia local, la corte de BOABDIL, vista a aquella distancia (que permite todavía distinguir separadamente colinas, casas, iglesias, torres cristianas y torres moras, cármenes, arboledas y murallas; pero presentándolo ya todo en comprensivo y armonioso conjunto), ofrecía un aspecto embelesador, muy por encima de cuanto pueden excogitar poetas y pintores, y asaz digno de la codicia de todos los reyes de la tierra.

Mas no es cosa de entretenerse en descripciones prolijas cuando se viaja en Diligencia, máxime si ya están hechas admirablemente en verso y en prosa por escritores de punta, como acontece con la de Granada...

Prefiero, pues, hablar, antes de abandonarlos, de los humildes Llanos de Armilla, que de seguro no se han visto en otra.



La privilegiada comarca granadina, por encerrar todas las bellezas naturales, encierra hasta la ascética y melancólica del desierto. No contento Dios con reunir, casi a las puertas de la gran ciudad, nevadas montañas, cerros bermejos, las rocas moradas de Sierra Elvira, la feraz planicie de la Vega, jardines y bosques, y por último, ríos de todas clases (aquí el manso Genil fluyendo entre alamedas, allí el Darro mugiendo entre peñascos, acá el despeñado Dílar, allá el juguetón Alfacar, y el Monachil, y el Cubillas, y el Beiro, todos formando como una red de plata), puso también en aquella región los Llanos de Armilla, desconsolado yermo, enclavado, como un oasis negativo, en medio de una llanura siempre frondosa, para más lucimiento y realce del edén que lo rodea.

Ahora bien: allí han reñido muchas batallas los moros entre sí, y los moros con los cristianos: allí revistaban sus huestes D. FERNANDO y DOÑA ISABEL: allí hubo, en aquel tiempo, de día y de noche, citas, sorpresas, conciliábulos, desafíos, amantes coloquios, todos los lances propios de la soledad... (así los que refieren las crónicas, como los innumerables que no habrán tenido cronista): y allí no ocurre hoy maldita la cosa... mientras el sol está en el horizonte, a no ser algún simulacro de batalla o los cotidianos ejercicios de las tropas de la guarnición...

Pero los soñadores que, en noches de luna, cabalgan por aquella meseta, siguiendo los disparados caballos de apuestas amazonas, en busca de los puntos de vista más a propósito para contemplar a Granada a la mágica luz del astro de sus recuerdos, saben todo el fantástico hechizo que las memorias de otros tiempos comunican a tan esquivo despoblado...- Lo menos que se cree entonces cada uno es que se llama GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, HERNÁN PÉREZ DEL PULGAR, o GARCILASO DE LA VEGA, y que va en pos de la REINA CATÓLICA, de DOÑA BEATRIZ DE BOBADILLA y de sus otras damas, haciendo reconocimientos militares y adorando de paso lo imposible...



Mientras nuestra imaginación acariciaba estas añejas fantasmagorías, la Diligencia se acercaba al pie de Sierra Nevada, aunque procurando siempre dejarla a la izquierda en su marcha oblicua y llegar al viso del Suspiro del Moro.

El Picacho de Veleta, erguido encima de nosotros, y el Mulhacén, que asomaba más allá su frente augusta, ambos vestidos de nieves recientísimas sobre las eternas que los acorazan, eran, por lo tanto, el eje inmóvil que nos sujetaba y nos repelía a la par, como la mano a la piedra aprisionada en la honda, si bien parecía que ellos giraban por sí mismos para mostrarnos sucesivamente las diversas fases de su grandeza.

El Mulhacén, sobre todo, atraía nuestra ávida atención. Él era el protagonista del viaje; él había de ser el polo perpetuo de nuestras idas y venidas, y el fondo constante de cuantos vistosos cuadros esperábamos contemplar; él es rey de los montes alpujarreños... ¡aquél que, dominándolos a todos, descubre las dos orillas del Mediterráneo, como las de un lago de su imperio, mientras que por la otra parte registra con su mirada escrutadora hasta las soledades de la Mancha!

Así es que yo le decía muy por lo serio, con una indefinible mezcla de veneración, curiosidad y cariño:

-A tu otro lado voy: detrás de ti estaré mañana: mañana habré visto todos los misterios que me ocultas desde que nací.



Al propio tiempo, esta denominación de Mulhacén que lleva la cúspide eminente de toda España, recordábame su patético significado.

Desde luego se comprende que es el mismo nombre del imprudente esposo que repudió a la altanera AIXA, el nombre del escarnecido padre del rebelado BOABDIL, el nombre del constante adorador de ZORAYA (Lucero de la mañana en habla mora, y lucero cuya hermosura fue tan fatal a los granadinos como la de Helena a griegos y troyanos), el nombre de MULEY HACEM, en fin, penúltimo Rey de Granada.

Pues bien: cuentan la tradición y las historias, que, vencido y destronado el viejo MULEY HACEM por su indigno hijo, a quien la despechada AIXA, de áspero rostro y corazón de leona, había inspirado tan sacrílega usurpación; retirado con su fiel ZORAYA y con los hijos en ella habidos a un lugar escondido en las faldas de la Sierra; viéndose abandonado del resto del mundo, ciego, miserable, y próximo ya a la apetecida muerte, rogó a aquellas prendas de su alma que lo sepultasen en un paraje tan ignorado y solo, que no pudiese turbar nunca la paz de sus cenizas la vecindad de hombres vivos ni muertos; pues le causaban tal horror sus semejantes, que temía no dormir tranquilo si era enterrado cerca de otros cadáveres humanos.

ZORAYA y sus hijos cumplieron religiosamente esta solemne manda, sepultando los restos del infeliz MULEY HACEM en lo más alto de la Sierra, allí donde nunca posa el hombre su planta, ni llegan jamás los rumores de la vida. Para aquel sublime sarcófago, los hielos suministraron la urna de cristal, pirámides de alabastro las sempiternas nieves, y perpetua ofrenda las nubes, respetuosamente agrupadas al pie de él,

cual humo leve de quemado incienso.



Y allí está, y ha de estar hasta la consumación de los siglos, el misántropo Rey moro; y desde allí puede ver a un tiempo mismo (con los ojos de los poetas, se entiende) a Granada por una parte, conservando todavía la Alhambra y el Generalife, y por la otra, allende el mar, la cordillera del Atlas, que es la Sierra Nevada, del Imperio de Marruecos.



Pero a todo esto la Vega se nos acababa: hacía rato que habíamos pasado el río Dílar y cruzado por el alegre pueblo de Alhendín: la Diligencia emprendía el ascenso a unas lomas estériles y mansas; y la Sierra no nos presentaba ya su frente, sino que huía por nuestra izquierda, como un ejército derrotado, dejándonos paso libre al mediodía...

Ibamos, pues, a salir del horizonte granadino por el ya mencionado otero del Suspiro del Moro...

No había tiempo que perder. Era necesario abandonar al padre para acudir al hijo; esto es: era necesario olvidar a MULEY HACEM para acordarse de BOABDIL.