La última noche de diciembre

El Museo Universal (1869)
La última noche de diciembre
de Narciso Campillo


(1491)
LA ULTIMA NOCHE DE DICIEMBRE.
COLON.

(Conclusión.)

Olvida tus delirios. Descubre un lugar para tí en -el cielo: es mejor que descubrir islas ó continentes. Conoces la vida de estos monges: es un rio sosegado y »cristalino, corre entre verdes orillas y va á perderse en un océano de felicidad. Tus hijos se educarán en esta monasterio: serán hombres respetados y no mendigos. Viste la cogulla del fraile: muchos fuertes, sabios y grandes la vistieron también. ¡Sálvate, Colon, y salva á tus hijos! Piensa que todo es vanidad.

Asi le habló una voz interna y quedó como añonando. Cerró los ojos. Sentía vértigos y un extraño aleteo de visiones confusas. Maquinalmente deslizó una mano sobre su rostro y cabellos y estaban empapados de un sudor frió. Pasó un largo rato. Luego otra vez, como respondiendo á la primera, se dejó oir distinta y penetrante y dijo:

—«No son quimeras tus aspiraciones; son verdades no realizadas todavía. Tu genio no te engaña, ni tus amigos Marchena, Velasco y Pablo Toscanelli procuran «on sus consejos extraviarte en vano por un océano sin limites. Esos españoles y este florentino pertenecen, como tú, á la raza de hombres escogidos que sumergen su larga mirada en lo futuro. Las prodigiosas regiones de Marco Polo no son aéreas hijas de la fantasía: Cipango v Calhay existen. ¿Quiénes lo niegan? Los que no saben el camino. Con igual razón hubieran podido negar los primeros hombres cuantas comarcas hay, escepto las del Eúfrates. ¡Oh, cuántas maravillas verían los muertos de siglos pasados, si resucitaran conservando la memoria!

»Tal como lo conocemos, nuestro planeta está desnivelado. Tú mismo al dibujar tus mapas y globos lo percibes mejor que nadie. ¿Para qué regiones se levanta el sol cuando cae y se oculta a nuestros ojos? ¿En ninguna frente humana refleja sus rayos de oro hasta que vuelve de nuevo á elevarse sobre nuestro horizonte? ¿De dónde venian flotando sobre las olas esos maderos labrados tan extrañamente. que encontraste en largas navegaciones? ¿A qué raza desconocida pertenecen los cadáveres que de igual manera has visto? ¿Quién ha inspirado á Séneca su vaticinio y á los Sagrados Libros esas alusiones confusas en que se respira el ambiente de ignotos climas? ¿Quién te ha inspirado á tí mismo, sino las voces de la verdad y la ciencia, que eligen á los hombres grandes para sus confidentes y sus víctimas? Colon, tú no eres delirante ni obcecado: la razón y la claridad están en ti y en los pocos que creen tu palabra: los demás son los preocupados y los ciegos.

» Posees la verdad: guárdala siempre. Tu premio debe ser la melancólica satisfacción de haberla conocido. La verdad es un arma de dos filos: defiende á la humanidad y hiere -i quien la empuña. Dime: ¿qué premios alcanzaron Guttenberg, Copérnico y Mohcra ve después de haber multiplicado la palabra , enlazado las generaciones y hecho imposible la barbaria; después de haber descrito el armonioso conjunto planetario y medido el tiempo? Persecuciones, cárceles, destierros y odios. ¿Qué recompensa será la tuya? Si llegas á obtenerla, ¡cuántas cosas podrás decir sobre la gratitud de los hombres! Hasta el tributo de su admiración querrán negarte, y lo que hoy miran como imposible, lo juzgarán muy fácil mañana cuando tu lo hayas hecho. Verificada tu colosal empresa, realizado el pensamiento de tu vida entera, ese pensamiento que na surcado tu frente y encanecido tus cabellos, el último y mas oscuro de tus envidiosos detractores se proclamara muy capaz de haber hecho lo que tú hiciste. ¡Cuántas amarguras vendrán á coronar tu obra!

» Pero esa obra es punto menos que imposible. Eres valiente, Colon; desde niño te has criado con el peligro: el peligro es tu hermano, le conoces muy bien y no le temes. Has crecido en el mar, has sufrido impávido sus huracanes y tarrascas, has desplegado con orgullo la bandera de tu república lanzando el grito de combate, luchaste con los elementos y las espadas y luchas todavía con la miseria y la indiferencia: muy valiente eres, Colon: ¿dónde encontrarás hombres que lo sean mas que tú? Y esos hombres se necesitan para terminar tu gigantesca obra. No puedes concluirla sólo. Es preciso que tengas gente que te siga, naves que te lleven. ¿Quién se embarcará en ellas? Porque á tí le sostendrán tu convicción, tu ciencia, la esperanza de hacer la tierra mas grande y tu nombre inmortal; pero tus compañeros irán solamente apoyados en el valor de su ánimo y en la fé de tu palabra. Mucho ánimo y mucha fé necesitan. Dícese que á ciertas latitudes, cuando durante algunos soles se na ido dejando atrás la ribera, se encuentra un mar de gruesas aguas como plomo fundido, un calor insoportable abrasa los pulmones de los hombres y hace estallar los costados de los buques; mientras gigantescos mónstruos nadan sobre aquellas horribles aguas y vuelan sobre aquellos aires de fuego, esperando el festin de los náufragos. Otras veces, pasada la línea equinoccial, se deslizan las naves sobre el rápido declive de las olas hasta parar en abismos desconocidos, cuyo sólo pensamiento hace helarse la sangre y erizarse los cabellos. Tú no crees en estas medrosas tradiciones, pues no juzgas que Dios se proponga separar las razas, sino reunirías para cumplir sus providenciales fines; pero ¿quién arrancará tan antiguas preocupaciones del vulgo de los navegantes? Y no sólo el vulgo las tiene: ya oíste en varias conferencias las opiniones de los sabios. Cuando se anuncia una idea nueva, la idea antigua está siempre alerta y preparada para el combate, una multitud de intereses ya creados, de abusos no contradichos y de medianías soberbias la apoyan y defienden. Al presentir su muerte mas ó menos próxima , luchan obstinadamente con la palabra, con el hierro y con el fuego. Guárdate de su furor: ya lo conoces y sabes que es temible.

»Mas, estando seguro de la verdad de tu obra, ¿tienes igual confianza en su bondad?... Ya miro animarse tus ojos y resplandecer tu frente con la .perspectiva del triunfo: tu pronóstico se acredita, los reyes te dan buques y navegantes intrépidos, la muchedumbre te cerca y aplaude en la ribera, levas el ancla, das las velas al viento, atraviesas los desiertos del mar, y por último contemplas salir de entre las ondas una región inmensa , fértil, risueña y dorada bajo los rayos de un sol cariñoso, tal como el Paraíso en los primeros días de la creación. ¿Y qué habrás hecho entonces? Es verdad que habrás dilatado los pasos del hombre sobre nuestro planeta, descubriendo islas ó continentes en beneficio de la ciencia; mas ¿qué beneficio logrará tu conciencia de abrir un vasto teatro á la codicia, á la guerra, á la conquista y exterminio, al crimen y á la esclavitud? No alegues ignorancia: conoces la historia: siempre que un pueblo mas adelantado y fuerte penetra en los dominios de otro, se abre camino con la espada y funda su imperio sobre cadáveres. ¿Pretenderás que sea tu empresa la única escepcion de la ley universal? No Jo imagines, Colon, ni para acallar tu conciencia pienses en la propagación de la fé cristiana. Ella rechaza toda violencia: la lanza y el cañón no fueron las armas de los apóstoles.

»Yo soy espíritu y vuelo por todas partes. No quiero desorientar tus cálculos. Las tierras que adivinas, existen: lo repito: yo las veo. Son mas extensas de lo que nunca has imaginado: están pobladas y ricas. Sus habitantes viven con una sencillez dichosa. La naturaleza los colma de frutos: van y vienen tranquilos: duermen en el seno mismo de la abundancia, y en medio de un presente apacible, no tienen lágrimas para lo tasado, ni temores para lo futuro. ¡Infelices! No salen que piensas en ellos para sacrificarlos á tu gloria. No pueden saber que en el silencio de tus vigilias, á la sombra del santuario, aquí en esta pobre celda se prepara su ruina y se enciende el rayo que ha de exterminarlos! ¡Oh, si lo supieran, cómo se esconderían en sus bosques impenetrables y cuánto maldecirían tu nombre! En tu pecho tan compasivo ¿no levantan un grito de piedad y horror esos millares de víctimas destinadas por tí al sacrificio? Posees la verdad: guárdala siempre. Tu premio debe ser la melancólica satisfacción de haberla conocido, La verdad es una antorcha que alumbra á la humanidad y quema la mano que la empuña.»

Esto dijo el espíritu: las demás palabras fueron confusas é ininteligibles como el rumor vago de conversaciones que se alejan. Colon abrió la ventana de su celda y permaneció junto á ella de pie: oyó mas cercano el solemne murmullo de las olas en la playa. El cielo estaba sembrado de estrellas frias y centellantes. Le pareció que nunca habían resplandecido como aquella noche. Por la parte de tierra los árboles, movidos con el viento, parecían fantasmas que se quejaban. A lo lejos sonaban ladridos: el (rio era penetrante. Largo rato permació inmóvil, meditando vagamente en cosas infinitas. ¿Qué eran aquella multitud de estrellas? ¿Puntos luminosos, lámparas nocturnas, ó mansiones habitadas por seres mas ó menos perfectos, tal vez por hombres que fueron ya sobre la tierra, tal vez por espíritus que aguardan la hora de cumplir futuros destinos? ¿Es tan sólo el universo una máquina grandiosa, ó es un ser con vida propia?...

Sintió Colon que se extraviaba su pensamiento. Audaz amante de lo desconocido, gustaba de volar como un ángel por lo inexplorado y maravilloso, hasta que la fatiga le recordaba amargamente su naturaleza de hombre. Cerró la ventana y volvió á ocupar su ancho sitial antiguo. Su idea constante despertó de nuevo en él y recordó las voces que en su interior habían hablado: ya se inclinaba á la una, ya á la otra, ya le parecían ambas delirios incoherentes y sueños confusos.

Alzó los ojos y contempló el crucifijo pendiente.del testero de su celda , sobre su pobre cama, lívido y grande, cubierto de heridas, con expresión doliente y lastimera. La solemnidad de la hora y el reflejo indeciso de la lámpara le daban un aspecto imponente y extraño: parecía que estaba vivo. Era Colon profundamente religioso y desde su juventud se creia predestinado por Dios para grandes empresas. Así, en sus horas de desaliento encontraba en la Divinidad su baluarte y refugio.

Tendió los brazos hácia el crucifijo, y como siguiendo una oración empezada mentalmente, exclamó:— «¡Señor, Señor, Señor! Porque me lo has ofrecido, yo lo espero.

» ¿Habrás encendido en mí una sed inmensa para levantar un muro entre mis pasos y el manantial?

» Y los dias huyen y la vejez se acerca abriendo camino á la muerte: y como la madre vé espirar al hijo de sus entrañas, asi yo veo mis esperanzas desvanecerse.

» ¡Señor! El conato de propagar tu nombre y tu doctrina ¿será una insensatez ó un crimen?

» Me salvaste la vida en el combate, en el naufragio, en la enfermedad y la miseria. ¿No es verdad, Señor, que me aguardabas para algo?

»Soy la yerba marchita y el polvo del camino; mas es propio de tu bondad el obrar grandes cosas con débiles fundamentos. ¿No escogiste un cadalso para redimir al mundo?

»Señor, yo estoy triste, y tú eres la alegría.

»Me abismo en tinieblas, y tú eres la única luz sin ocaso.

»Me muero, y tú eres la existencia. ¡Señor, Señor! Mira que te llamo, y yo soy tu hijo, y tú eres mi padre, y le llamo!»

Su voz cesó; pero sus labios seguían moviéndose como continuando la plegaria. El Cristo inmóvil, con la cabeza inclinada, parecía mirarle. La lámpara que iluminaba tan larga vigilia, falla ya de aceite, empezaba á chisporrotear y apagarse. Sus vacilantes reflejos dibujaban contornos fantásticos en las paredes de la celda De pronto, en medio del silencio de la noche, oyó Colon fuertes golpes en la puerta del convento : á poco rechinaron los cerrojos pesadamente y un instante después entraba con una carta en la mano un venerable religioso en la celda del navegante. La carta era de la reina Isabel, y el religioso era fray Juan Pérez de Marchena.

Al salir el sol marchaba Colon hácia la córte para conferenciar con los monarcas: algunos meses después clavaba la bandera de Castilla en el nuevo continente y su hazaña resonaba por toda la tierra. Pero en medio de sus triunfos, alegrías, pesares y luchas, jamás olvidó á su buen amigo Marchena, ni el convento de Santa María de la Rábida.

La duda se disipó, el proyecto aventurado y oscuro quedó convertido en realidad espléndida, la humanidad se posesionó mas y mas de su planeta; y para siempre enmudeció la voz que gritaba al sublime descubridor la última noche de cada diciembre:

—«¡Un año mas, Colon: tus dias se van y tus esperanzas contigo!»

Narciso Campillo.