La última frase de Bolívar
La escena pasa en la hacienda San Pedro Alejandrino, y en una tarde de Diciembre del año 1830.
En el espacioso corredor de la casa, y sentado en un sillón de baqueta, veíase á un hombre demacrado á quien una tos cavernosa y tenaz convulsionaba de hora en hora. El médico, un sabio europeo, le propinaba una poción calmante, y dos viejos militares, que silenciosos y tristes paseaban en el salón, acudían solícitos al corredor.
Más que de un enfermo, se trataba ya de un moribundo; pero de un moribundo de inmortal renombre.
Pasado un fuerte acceso, el enfermo se sumergió en profunda meditación, y al cabo de algunos minutos dijo con voz muy débil:
—¿Sabe usted, doctor, lo que me atormenta al sentirme ya próximo á la tumba?
—No, mi General.
—La idea de que tal vez he edificado sobre arena movediza y arado en el mar.
Y un suspiro brotó de lo más íntimo de su alma, y volvió á hundirse en su meditación.
Transcurrido gran rato, una sonrisa tristísima se dibujó en su rostro, y dijo pausadamente:
—¿No sospecha usted, doctor, quiénes han sido los tres más insignes majaderos del mundo?
—Ciertamente que no, mi General.
—Acérquese usted, doctor... se lo diré al oído... Los tres grandísimos majaderos hemos sido Jesucristo, Don Quijote y ... yo.