Julieta y Romeo/Acto 2/Escena 4
Para el reposo eterno de Tebaldo
ya nos abre sus bóvedas el templo,
y á dar vamos honrosa sepultura
de vuestro hermano á los preciosos restos.
Venid, esposa mia!
Venid, esposa mia! Qué pronuncia?
Dios de eterna bondad!
Dios de eterna bondad! Un estranjero!
Vengar quereis la sangre de Tebaldo?
Sois aliado tal vez de Capuleto,
ó sois un vengador que se nos une?
Sois deudo de Tebaldo?
Sois deudo de Tebaldo? Soy Montecho!
Montecho vos?… Y aquì, en este palacio
un Montecho se alberga!
un Montecho se alberga! Y soy Romeo!
Romeo! Dios!
Romeo! Dios! Pediais mi cabeza…
A ofrecérosla, pues, yo mismo vengo.
Y osas pisar, Romeo, esos umbrales?
Y no temes, no temes, indiscreto,
que despierten tus pasos, de Tebaldo
el vengador y ensangrentado espectro?
Yo á mi brazo confio la venganza,
la muerte te daré.
la muerte te daré. Se pierde, cielos!
Hiere!… no tardes, pues… Aquí me tienes
tranquilo el corazon, desnudo el pecho…
Hiere sin vacilar. Eso faltaba
á tu orgullo español… Heme indefenso
sin mas armas en contra de tu espada
sin mas armas, sin mas, que mi desprecio.
Mi desprecio, español!—No te lo he dicho,
pero lo digo ahora. Te aborrezco!
Don Alvar, detened.—Decid: si un dia,
perseguido, sin armas, indefenso,
un refugio buscando en vuestra casa
se presentaba á vos un caballero,
un enemigo acaso, vacilarais…
decid, puesta la mano sobre el pecho,
vacilarais, don Alvar, un asilo
en prestarle seguro?
en prestarle seguro? Oh! no por cierto.
Y si luego os dijeran: Ese hombre,
de quien vos vuestrú huésped habeis hecho,
mató á vuestro amigo, á vuestro hermano,
decid, desnudariais el acero?
verteriais su sangre en vuestra casa?
Un hidalgo español nunca en sus hechos
desmiente ni la fé de sus creencias
ni el nombre que ilustraron sus abuelos.
Mas que fuera asesino de mi padre,
estando en mi mansion, mi huésped siendo,
fuera sagrada para mí su vida,
fuera mi casa para él un templo.
Si un hidalgo español tal se portara,
una pobre mujer…
una pobre mujer… Oh! lo comprendo.
Un asilo pidió en este palacio…
bien hicisteis, señora; yo os lo apruebo,
que no cabe el rencor en almas grandes.
Yo salvaré la vida de Romeo,
es mi huésped tambien. Nunca han sabido
aborrecer los españoles pechos.
Seguidme si quereis.
Seguidme si quereis. Salvó su vida!
No me quiere matar. Le compadezco!