Julián Segundo de Agüero (VAI)
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ACIÓ en la ciudad de Buenos Aires en el último tercio del siglo pasado, y frecuentó las aulas del Colegio de San Carlos. Asistió al curso de filosofía dictado por el doctor D. Francisco Sebastiani de 1791 á 1793, y el20 de Diciembre de aquel año sostuvo conclusiones públicas de lógica. En 1784 empezó el estudio de la teología que terminó á los dos años, graduándose en seguida en cánones.
Es probable que después de terminar sus estudios de teología se transladara á Charcas, ó Santiago de Chile, como era habitual entonces, para graduarse en jurisprudencia y obtener el título de abogado, pues se sabe que en 1801 rindió ante la Audiencia Pretorial de Buenos Aires el examen facultativo que se exigia á los que aspiraban á inscribirse en la matrícula de abogados.
Se cree que Agüero no ejerció jamás su profesión y que vivió completamente extraño á las luchas del foro, pues inmediatamente de terminar su carrera recibió las órdenes sagradas, consagrándose exclusivamente al ministerio de la Iglesia. Sin embargo, don Vicente Pazos asegura en sus Memorias histórico-politicas publicadas en Londres en 1834, que Agüero fué el abogado del representante del Consulado de Cádiz y de los comerciantes españoles, que se opuso en 1809 á la apertura de los puertos del Plata á los buques de procedencia inglesa. Agüero, dice Pazos, sostuvo en sus escritos que la medida que se pensaba adoptar era ruinosa para los españoles; y que además, no sólo era impolítica sino contraria á la religión del país que condenaba el hecho de comerciar con herejes. Sería de desear que las personas á quienes interesa el estudio de nuestro pasado, hicieran investigaciones formales sobre el paradero del expediente actuado con motivo de la medida referida, y sobre el grado de verdad de las afirmaciones de Pazos á propósito de la intervención de Agüero en dicho negocio. Hasta ahora sólo es conocido el luminoso alegato de Mariano Moreno, hecho en nombre de los hacendados. Moreno nombra efectivamente en él á un señor Agüero como representante del Consulado de Cádiz y de los monopolistas españoles. No sería extraño, pues, que ese Agüero fuera miembro de la familia del doctor Don Julián Segundo, y que con ese motivo éste hubiese aceptado la dirección facultativa de una causa tan ruidosa como importante por la magnitud de los intereses que se ventilaban en ella.
Agüero no figuró tampoco entre los hombres notables de la Revolución Argentina, y aun cuando concurrió al Cabildo abierto de 22 de mayo de 1810, se retiró sin haber manifestado su opinión en aquella emergencia. Á pesar de haber rastreado con interés su nombre entre los documentos públicos de épocas posteriores, han sido infructuosos nuestros esfuerzos: recién en 1817, es decir, después de declarada la Independencia, aparece pronunciando la oración patriótica de ese año en conmemoración del 25 de mayo. Entonces desempeñaba las funciones de cura rector del sagrario de la catedral de Buenos Aires.
Juan María Gutiérrez al apreciar esa pieza de oratoria sagrada, ha dicho que bajo formas discretas y llenas de gala, Agüero justificó en ella de una manera concluyente y nueva la razón de la Independencia argentina; mostrando al mismo tiempo cuales eran las condiciones que la autoridad pública debía revestir en una sociedad llamada á vivir y progresar bajo el amparo de las austeras virtudes de la democracia. Esa oración se conservó inédita hasta que el mismo Gutiérrez la publicó en la Revista de Buenos Aires. En 1818 pronunció también una notable oración fúnebre con motivo del fallecimiento del doctor don Juan Nepomuceno Sola. Pero recién en 1821 aparece tomando participación en la política militante, en el carácter de diputado á la Legislatura de Bueños Aires.
Más tarde fué elegido diputado por la misma provincia al famoso Congreso que elevó á la Presidencia al señor Rivadavia. Agüero se distinguió en él por su elocuencia y cierta claridad en la exposición, que le elevaron al rango de uno de los primeros oradores de aquella notable Asamblea.
Agüero fué también uno de los miembros más importantes y más influyentes del partido unitario. Por eso Rivadavia, apenas subió á la primera magistratura, le llevó á su lado en calidad de Ministro de Gobierno.
Se ha dicho últimamente que Agüero inspiró á Rivadavia muchas de las disposiciones administrativas que dan brillo al corto periodo de su presidencia; pero creemos exagerada semejante afirmación y enteramente extraña á la verdad histórica. Sea cual fuere la participación que Agüero tuvo en los consejos de gobierno y la influencia que ejerció en ellos, es un hecho indudable que Rivadavia es el único autor del plan de reformas administrativas y de organización de la República que intentó llevar á cabo, con la colaboración de hombres distinguidos, y entre los cuales se contaba Agüero.
Después de la renuncia de Rivadavia (1827) Agüero desapareció de la escena política, para reaparecer en diciembre del año siguiente dirigiendo el motín militar que derribó la administración de Dorrego. Él presidió la reunión que tuvo lugar en la capilla de San Roque, apresurando según se dice, el trágico fin que esperaba al distinguido ciudadano que tenía en sus manos las riendas del gobierno. Las desastrosas consecuencias que trajo el motín de diciembre, obligaron á Agüero á emigrar á Montevideo hacia 1829, én cuya ciudad creemos que residió constantemente hasta la época de su fallecimiento.
En 1840 desempeñó varias comisiones delicadas como miembro de la Comisión argentina organizada para combatir la tiranía de Rosas, y proteger la empresa aventurada, pero heroica del general Lavalle, pasando basta el ejército de este cuando se hallaba todavía en la provincia de Entre Ríos.
El general Paz que le trató en esas mismas circunstancias, y á quien no se puede negar sagacidad, hace un retrato de su persona moral que cuando menos la reputamos verosímil. Ni por sus maneras ni por su traje revelaba Agüero que fuese sacerdote, pues, dice Paz, afectaba las de un seglar de buen tono. Guardaba siempre una actitud reflexiva y meditabunda, y en su trato era sumamente reservado. « Son indisputables, añade, el talento y los conocimientos del doctor Agüero. Recuerdo que le he oído hablar en la tribuna del Congreso nacional y que no había orador que le sobrepasase en elocuencia: su tono, su metal de voz, su método, su lógica, todo arrastraba á la persuasión de lo que proponía inculcar; pero á fuerza de reservarse sin duda para las grandes ocasiones, se hacía insulso y hasta insoportable. Además se habia persuadido que podía manejar á los hombres á los jóvenes militares principalmente, hablándoles frivolidades sin excluir asuntos de amorios y libertinaje. »