Jida y Kaled
Historia maravillosa, dijo Mehdi Karab; merece escribirse con letras de oro.
I Porque nacieron libres son osados Los leones que lanzan ira y muertes: No os deslumbren los hierros por dorados; Borrad la esclavitud y seréis fuertes. Las tribus de desiertos arenosos Llevan toda su patria en una tienda Que de nocivos rayos calurosos La generosa prole les defienda. Que la patria es el suelo que se pisa Con pie que no embarazan las cadenas, Ya sea fresco Edén con flor y brisa, Ya páramo con tórridas arenas. Sus vírgenes anhelan los amores Del que mostró en la lid mayor pujanza Y halagan sus corceles voladores Y sus hijos heredan una lanza. Dos luceros tiene Jida Como dos azules gotas De las aguas de los mares Sobre el nácar de una concha, Rostro en que su pensamiento Rayo inteligente arroja, Perfección en los contornos, Purpúrea y pequeña boca, Pureza de lineamentos Y elegancia de las formas Y en una mirada tierna Retratada el alma toda. Ni las venas ni nudillos En las manos se le notan Y el ampo de nieve pura Les puede servir de sombra. Mas ¿quién en belleza tanta Puso un corazón de roca Que ama las sangrientas lides Sediento de las victorias? Niña la llevó su padre Por las selvas espantosas Y, entretenido en la caza De las fieras que allí moran, Componiéndole una cuna Con dosel de frescas hojas Al pie de fugaz arroyo La dejó dormida y sola. Sale de vecina gruta La tigre más horrorosa Cuya piel con mil caprichos La naturaleza borda; Sus garras van bien provistas De unas cimitarras corvas Y en el celo del amor Sus ojos mil chispas brotan. Se acerca a la verde cuna Y envaina sus armas todas Halagando a la hermosura Con la vacilante cola. Jida vuelve de su sueño; Sus manos de flor coloca Sobre la cerviz robusta De la fiera bienhechora; Pende luego de su ubres Y la leche que atesoran Con tal abundancia bebe Que sus labios la rebosan. Tres leones mató Záher Y al momento en busca torna De la prenda de su amor Que yace en florida alfombra La vio que exprimía el pecho Bebiendo leche que brota De aquella feroz nodriza Que, a su vista, presurosa Desliza por los juncares Y por las quebradas hondas, Mientras él con la sorpresa Dice al viento tales cosas: «¡Tribu de Beni-Assac! ¡tribu escogida! Tú me viste exhalar gemido flébil Cuando me llamé padre y nació Jida... ¿De qué sirve a tu gloria el sexo débil? »Yo codiciaba darte un hijo mío Que siempre en el combate apareciese Do es más espeso el polvo, do hay más brío, Do la enemiga sangre más corriese. »Así cerré mi vista al fruto aciago Inútil de la guerra al grave peso; Desnudo de esperanza fue mi halago Y mezclado con hiel el primer beso. »Mi esposa me decía: -Su belleza Brilla como el sol puro y luminoso; Mas yo le respondía con tristeza: -Ponle corazón de hombre y soy dichoso. »Mas ya cesan mis ansias y dolores; ¡Tribu de Beni-Assac, dispón las lanzas! Quien de tigre mamó, bebió furores: ¿Quién ha de poner dique a sus venganzas? »Sin duda que escondió naturaleza Como por un error o antojo ciego, En seno virginal la fortaleza Y en la cárcel de flor alma de fuego. »¡Fruto digno de mí! ¡gloria del hombre! ¡Tú llenarás mis días de placeres! Yo te llamo Giodar; te doy un nombre Que no llevan las débiles mujeres. »En traje de varón y replegados Los hermosos cabellos, lluvia de oro, Domarás los corceles esforzados Y tendrás una lanza por tesoro.» Dijo y al levantarla de su lecho Con un beso selló su frente pura Y destiló valor al hondo pecho Y realzó su cándida hermosura. Jida se mudó en Giodar Y en niño la niña airosa Y la doncella en garzón Que al duro enemigo doma. Ciñe damasquino alfanje De luciente y sutil hoja Cuyo puño de esmeraldas Un grueso rubí corona. Malla de bruñido acero Sujeta sus blancas pomas Que, oprimidas duramente, Sufren y no desarrollan. Nuevas os dará el desierto De su lanza vengadora Si entre piedras amarillas Miráis unas piedras rojas. De las enemigas tribus Las doncellas y matronas, Sus amantes y sus hijos De Giodar cautivos lloran; Y sobre el tapiz de Alepo Se desmayan y se agostan Como moribundas flores Que rústica mano corta. Y los fuertes están tristes Fijando miradas torvas Sobre las profundas huellas Del corcel que Giodar monta O, sentados a los pies De las palmas tembladoras Como estatuas del silencio, Meditan pasadas glorias. Las más lindas hermosuras Van repitiendo a sus solas: -«De caudillo tan ilustre ¡Quién pudiera ser esposa!»- Mas él por los arenales Vive, como las leonas, De la presa que arrebata Y ciego a la lid se arroja Y a los árabes errantes Encarga con voz sonora: -«Dad saludes a mi tribu, Dadle paz con mi memoria. »Pronto se verá mi madre Con rico botín y pompa De esclavas de hermosos ojos Que la llamen su señora. »Ella teme por mi vida... ¡Temor vano! Hay una copa Que al fin hemos de apurar Con las últimas congojas. »¡Por últimas, son felices!... La fuente de amargas ondas Del morir he de beber: Pronto o tarde, nada importa. »Dad saludes a mi tribu: Mi brazo no la abandona; Los tigres le están sumisos Y los reyes se le postran.» II Hay otra noble tribu de guerreros Que idolatran las bélicas fatigas Y parten al combate los primeros Dando un esquivo adiós a sus amigas. Su caudillo es Kaled. Su pecho duro Rodeó la eficaz naturaleza De sólido metal con triple muro, Uniendo la hermosura y fortaleza. En vivas ansias arde el garzón fuerte De estrechar con Giodar amigos lazos, De correr en la lid la misma suerte Y de mirar al héroe entre sus brazos. Presentes de caballos atesora Y arneses, lanzas, flechas y puñales Guarnecidos de perlas de Basora Y tapices, estofas y cendales; Y aplicando al bridón la dura espuela Seguido de escuadrón noble y brioso Salva los arenales, corre, vuela Y presenta a Giodar el don precioso. Benigno lo recibe y agradece Y a Kaled, conocido por su fama, Tras un estrecho abrazo que le ofrece Con singular placer amigo llama. Cual dos cedros del Líbano eminentes Que crecen a la par y en hondo suelo Enlazan sus raíces diferentes, Alzando igual ramaje al alto cielo Unen los dos caudillos esforzados Inclinación, deseos y aficiones; Se parten las fatigas y cuidados Y estrechan generosos corazones. Mas ¡ah!... ¡del ciego amor en vano intenta Defenderse el ardido en las batallas! Su agudo pasador más se ensangrienta Con los pechos que visten duras mallas. Giodar siente su fuego: incierto gira Con incógnito peso sobre el alma; Tal vez vierte una lágrima y suspira; No sabe qué es amor, mas no halla calma. De su madre en el seno cariñoso Suelta en fin de este modo su lamento: -«Si a Kaled no consigo por esposo Yo moriré al rigor de mi tormento. »Yo desprecié la muerte y sus rigores Y la caza y la lid tuve por bienes; Mas yo temo morir sin sus amores: Sólo pueden matarme sus desdenes.»- Ella con tales voces la consuela: -«Él es digno de ti: su faz hermosa Su corazón magnánimo revela Y su lanza su fuerza poderosa. »Deja el traje falaz que desfigura; Como conviene al sexo te engalana Y encontrándote virgen bella y pura Esclavo de tu amor será mañana.»- Giodar en la bella Jida Con el traje se transforma, Sentada sobre un diván En atmósfera de aromas. En dorada profusión Sus largos cabellos flotan Y desnudo muestra el seno Do su trono amor coloca. Su túnica delicada, Que flores de plata bordan, Con un chal por la cintura Levemente se aprisiona. Y pasan sus blancos brazos Por mangas de verde ropa Que hasta el codo van abiertas Cayendo al descuido flojas. Calzón lleva de mil pliegues Y finísimas ajorcas Que de los pies las gargantas Ciñen con prisión graciosa. Así al lado de su madre Que de sus miradas goza De su amor la vista espera Culpando las tardas horas. Kaled llega y al mirarla Queda con el alma absorta Dudando si es realidad O sus ojos se equivocan Celestial aparición De una Fada se le antoja; Tal vez una Hurí la juzga Y calla porque lo ignora. Mas la madre de la bella Su duda y silencio corta Diciendo: -«Ved si el cariño Pequeños prodigios obra. »Jida nunca fue Giodar: Sed de empresas hazañosas Con el traje de varón La llevó do el valor choca; »Pero vuestro amor su pecho Con tal inquietud acosa Que os revela los secretos De su sexo y de su historia. »Poned fin a los afanes Que su corazón devoran: Vos la hubisteis por amigo; Yo os la ofrezco por esposa.» Turbado quedó Kaled, Mas respondió sin demora: -«Yo no pensé separarme De Giodar: mi fe me abona; »Mas supuesto que es mujer Su amistad desprecio agora: Yo antepongo a las beldades De más mérito y más nota »La sociedad de los fuertes Y la lid que ellos arrostran, Y la caza de elefantes A las más risueñas bodas. »Mi tribu no tiene jefe; Sus hijos mi nombre invocan: Parto, pues... lazos de amores Afeminan, emponzoñan.»- Dijo y, raudo como el viento Cuando el arenal azota, Voló sobre su corcel Que su negra crin tremola. Jida quiere morir; penas extrañas Roban el blando sueño de sus ojos Y la seda sutil de sus pestañas Brilla con una lágrima de enojos. ¡Oh, flor de Beni-Assac! El amor ciego Es la tigre de manchas salpicada Cuya leche bebiste con sosiego Sobre tu verde cuna regalada. Su veneno discurre por tus venas, Mas bebiste con él fiera pujanza: Del abismo insondable de tus penas Te sacará el furor de la venganza. -«Ya no quiero morir -exclama-; quiero Ver rendido a mis pies al orgulloso, Con cadena tenaz domar al fiero Y que sufra desdén el desdeñoso; »Ver que implora piedad, ver que suspira, Mi volcán a su pecho trasladado Y que su corazón por mí respira Con duro torcedor atormentado.»- Dice y, tomando el traje de beduino, Vela su linda faz de nieve y rosa, Deja todo su ornato peregrino, Recoge su madeja vagarosa Y montando un trotón, bruto escogido Que el fuego que su pecho reconcentra Lanza en grumosa espuma convertido, La tribu de Kaled busca y encuentra. Mirando al adalid cuando a su gente Adiestraba en la bélica fatiga Le retó con un ímpetu insolente A singular combate la enemiga. El choque igual se muestra: su ardimiento Manifiestan los dos y esfuerzo apuran Sin herirse, sin ver el vencimiento, Por más que con ahínco lo procuran. Dejan a nueva luz nueva pelea Y siempre igual el brío se mantiene, Sin que el más docto en armas entrevea Quién de los dos más fuerza y vigor tiene. Mas Kaled, apurada su osadía, Dice al rival: -«En nombre de Dios fuerte, Que me digáis quién sois, quién os envía: Vuestro brazo es el brazo de la muerte. »Vuestro aliento es el soplo llameante Del simoún que abrasa fiera y hombre; Dejadme contemplar vuestro semblante; Decidme vuestra tribu y vuestro nombre.»- Mostró entonces la virgen su faz pura Y exclamó: -«Yo soy Jida, despreciada De aquel que a los halagos de hermosura Prefiere caza y guerra denodada. »Yo he venido a mostrar la fortaleza De la más ofendida entre mujeres: Mirad si sólo es buena la belleza Para afeminaciones y placeres.»- Cubrió luego su nítido semblante, Dio riendas al corcel y dejó el campo Y a Kaled suspiroso y vacilante Perdiendo de su luz el vivo lampo. El fuerte Kaled se aflige; Ya la caza le es odiosa: Libres vagan los chacales Y los tigres y las onzas. El amor llena su pecho Y del alma no se borra La dulce adorada imagen De la virgen belicosa. Cargado de ricos dones Y al frente de noble escolta La tribu de Beni-Assac Por norte a sus ansias toma. Con Záher, padre de Jida Brevemente así razona: -«Yo moriré de tristezas Como flor que se deshoja, »Como arroyo que se seca, Como fuente que se agota, Como la gacela herida De la flecha matadora, »Si de Jida entre los brazos Mi pecho no desahoga Penas que de sangre son, Pues triste vivir acortan.» -«Yo no tengo (dijo Záher) Hija alguna: rica joya Me dio Alá en un hijo mío Que Giodar las tribus nombran. »Mas ya que sabéis secretos Que tanto a los dos nos tocan, Ya que vuestra lanza es fuerte Según en la lid denota, »De Jida la mano os doy. El precio de su persona Serán mil camellos rojos Que carguen profusa copia »De producciones del Yemen Y de esencias olorosas.»- Luego dio noticia a Jida De las prometidas bodas. La doncella respondió: -«Las admito; soy su esposa Con tal que matar prometa Para el día de mis glorias »Mil camellos escogidos De la tribu poderosa Beni-Amet, veinte leones Y en dura esclavitud ponga, »Para que mi sierva sea, La doncella más graciosa De un príncipe de Kaíl, Que a mis pies derrame rosas.»- Kaled el tratado admite Y peligro no perdona, Que el amor sabe allanar Cuanto su placer estorba. El adalid mandando mil valientes De Beni-Amet la tribu hirió con ellos Y después de batallas diferentes Arrebató un botín de mil camellos. Cautivó una doncella generosa Que puso entre cadenas y prisiones Y blandiendo cuchilla luminosa Mató en el arenal veinte leones. Así las dulces bodas proyectadas Tuvieron su felice cumplimiento Y las lejanas tribus, asustadas, Soltaron de este modo el triste acento: -«De las hondas cavernas protegidos No estaremos seguros ni encubiertos: El tigre y el león están unidos Y forman el terror de los desiertos.»-