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Por eso le volvemos a encontrar ahora al frente de una división militar confiada a su valor y a sus aptitudes de caudillo por la autoridad suprema; y con la que alcanzaría en breve una victoria fecunda que había de dar por resultado el dominio absoluto de las campañas, la suspensión de las negociaciones sobre armisticio, y la evacuación de la Colonia del Sacramento -centinela avanzada de los ríos.

Componían esa columna doscientos cincuenta hombres del regimiento de patricios y noventa y seis blandengues, a las órdenes del teniente coronel Benito Álvarez y del capitán Ventura Vázquez; trescientos cincuenta caballos, y dos piezas de a dos.

En la víspera del combate, la división se reforzó con la caballería de Maldonado y Minas, hasta completar mil combatientes; y de esa milicia se destinó una fracción a la infantería, que sumó entonces cuatrocientas bayonetas.

Este conjunto caprichoso de soldados de uniforme, fusileros con andrajos, casaquillas incoloras, sombreros de altas copas, gorros de cilindro, chiripáes haraposos, enormes espuelas, lanzas de cuchillas y cañoncicos que parecían cerbatanas para soplar bodoques -pero todo bien organizado y dispuesto- habíase avanzado hasta Canelones en marcha al campo enemigo.

Estaba éste situado en la villa de las Piedras, a cuatro leguas de Montevideo.

Durante tres días y medio un cierzo helado y el agua que caía copiosa de las nubes acosaron persistentes la división en marcha, inundando los terrenos bajos y compeliendo la tropa a acampar en las lomas donde era casi imposible el vivac bajo tan ruda inclemencia.

El frío recrudecía, y patricios y blandengues calados hasta la piel, desprovistos muchos de ponchos de paño, y algunos del abrigo más modesto, anhelaban la hora del nuevo día por si asomaba el sol -la capa de los pobres- que debía calentar sus músculos y retemplar sus ánimos para el momento de prueba.

Sus rayos disiparon los vapores después de las diez; pero en ese día Manuel Francisco Artigas comunicó desde Pando que una columna enemiga marchaba en son de ataque a su encuentro, y pedía refuerzos para hacer pie firme.

Artigas resolvió entonces cortar la columna destacada, y reservándose el mando inmediato del centro compuesto de blandengues y patricios, con las dos piezas de artillería, dio al capitán León el del ala izquierda, al capitán Pérez el de la derecha, y a Tomás García de Zúñiga el de la reserva.

Cubiertos así los flancos, rompiose la marcha en columna en la hora del ocaso; y sobrevino la noche en las puntas del Canelón, paralizando el movimiento de las fuerzas.

Rayó un alba tormentosa.

Una lluvia densa que sacó de cuencas las más pequeñas corrientes de agua y el arroyo del Sauce, arremolinose con una ventisca frígida sobre el campamento por algunas horas.

Esa tarde, la milicia de Manuel Francisco Artigas compuesta de trescientos jinetes, se puso a la vista y efectuó su junción, haciéndose innecesario el movimiento estratégico de flanco emprendido por las tropas regladas.

La víctima de la excursión de la fuerza realista, que pudo sentir a tiempo el movimiento, lo fue en sus valiosos intereses el respetable sujeto don Martín José Artigas -padre de los dos caudillos- a quién se asaltó en medio de las tinieblas su propiedad rural y sus dehesas sustrayéndole cerca de mil cabezas de ganado para la plaza.

El día asomó sin nubes -un sol de Mayo- decían los patricios: algunas detonaciones lejanas anunciaban ya la aproximación del enemigo, y las partidas exploradoras hacían paso a paso su repliegue.

Artigas no esperó que se acercasen los tercios españoles, y moviendo su columna de cuatrocientos infantes y seiscientos caballos avanzose al encuentro con denuedo, trabándose el fuego de guerrilla, salpicado con las descargas del cañón.