Insolación
de Emilia Pardo Bazán
Capítulo VIII

Capítulo VIII

Convengamos: pero también en que Pacheco, habiéndose portado tan correctamente al principio, no debió luego echarla a perder. Si yo, por culpa de las circunstancias -eso es, de las circunstancias inesperadísimas en que me he visto- pude darle algún pie, a la verdad, ningún caballero se aprovecha de ocasiones semejantes; al contrario, en ellas debe manifestar su educación, si la tiene. Yo me trastorné completamente, por lo mismo que nunca anduve en pasos como estos; yo no estaba en mi cabal juicio; no señor; yo no tenía responsabilidad, y él, el grandísimo pillo, tan sereno como si le acabasen de enfriar en el pozo... Lo dicho: ¡fue una osadía, una serranada incalificable!

Cuanto más lo pienso... ¡Un hombre que hace veinticuatro horas no había cruzado conmigo media docena de palabras; un hombre que ni siquiera es visita mía! Cierta heroína de novela, de las que yo leía siendo muchacha, en un caso así recuerdo que empezó a devanarse los sesos preguntándose a sí propia: «¿Le amo?». ¡Valiente tontería la de aquella simple! ¡Qué amor ni qué...! Caso de preguntar, yo me preguntaría: «¿Le conozco a este caballero?». Porque maldito si sé hasta ni cómo se llama de segundo apellido... Lo que sé es que le detesto y le juzgo un pillastre. Motivos tengo sobrados: ¡que se ponga en mi caso cualquiera!

Y ahora... Supongamos que, naturalmente, cuando él aporte por aquí, me cierro a la banda y doy orden terminante a los criados: que he salido. Se pondrá furioso, y lo menos que hará, con el despecho, irse alabando en casa de Sahagún... Porque de fijo es uno de esos tipos que pegan carteles en las esquinas... ¡Como si lo viera!... Y resistir que se me presente tan fresco... vamos, es de lo que no pasa. Una, que me daría un sofoco de primera; otra, que en estas cosas, si no se empieza cortando por lo sano... Me parece lo más natural. Me niego... y se acabó. Escribirá... Bien, no contesto. Y dentro de unos días, como ya salgo de Madrid... Sí, todo se arregla.

Y... a sangre fría, Asís... ¿Es ese descarado quien tiene la culpa toda? Vamos, hija, que tú... ¿Quién te mandaba satisfacer el caprichito de ir al Santo, y de acompañarte con una persona casi desconocida, y de almorzar allí en un merendero churri, como si fueses una salchichera de los barrios bajos? ¿Por qué probaste del vino aquel, que está encabezado con el amílico más venenoso? ¿No sabías que, aun sin vino, a ti el sol te marea?

Te dejaste embarcar por la Sahagún... Pero la Sahagún... Para ciertas personas no rigen las ordenanzas sociales. La Sahagún no sólo es muy experta, y muy despabilada, y discretísima, y una de esas mujeres a quienes nadie se les atreve no queriendo ellas, sino que con su alta posición convierte en excentricidad graciosa e inofensiva lo que en las demás se toma por desvergüenza y liviandad. Hay gentes que tienen permiso para todo, y se imponen, y les caen bien hasta las barrabasadas. Pero yo que soy una señora como todas, una de tantas, debo respetar el orden establecido y no meterme en honduras. Era visto que Pacheco se había de figurar desde el primer instante... No, no es justo acusarle a él solo.

Bien dice mi paisano. Somos ordinarios y populacheros; nos pule la educación treinta años seguidos y renace la corteza... Una persona decente, en ciertos sitios, obra lo mismo que obraría un mayoral. Aquí estoy yo que me he portado como una chula.

Es decir... más bien obré como una tonta. Caí de inocente. No supe precaver, pero no hubo en mí mala intención. Ello ocurrió... porque sí. Me pesa, Señor. En toda mi vida me ha sucedido ni ha de volver a sucederme cosa semejante... De eso respondo, y ahora, a remediar el daño. Puerta cerrada, esquinazo, mutis. No me vuelve a ver el pelo el señorito ese. En tomando el tren de Galicia... Y sin tanto. Declaro la casa en estado de sitio... Aquí no entra una mosca. Ya verá si es tan fácil marear a una mujer cuando ella sabe lo que se hace.