Impresiones de invierno
SILENCIO...! soledad...! En torno mío
No susurran las auras bullidoras;
Prensa mi corazón infortunado
El invencible hastío.
Ya estoy aquí cansado,
Al pié del tronco de la añosa encina,
Trayendo á la memoria
De mis placeres la fugaz historia.
Ya estoy aquí solícito buscando,
Si no el placer, el que perdí sosiego:
Ya cansaron mi oído
Los gritos de la turba bulliciosa,
Que se agita insaciable
En pos de una quimera,
Que nunca ha de encontrar y siempre espera
¡Felicidad! dulcísima palabra,
Vano fantasma que do quier se agita,
Visión indefinible
Que burla la esperanza
Del que de ella detrás se precipita...
¡Ah! sí... buscad cual volador insecto
La llama que os fascina,
Que mañana os veré libre de enojos,
Vueltos leve ceniza ante mis ojos....
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¿Qué le queda á la mente de esos sueños?
¿Qué queda al corazón de sus amores?
¿En dónde está la fe que me alumbraba
Como nítida lámpara,
La tiniebla al cruzar de mi camino?
¿Qué se hicieron los votos de la hermosa
Que uniera su destino á mi destino?
¿En dónde están...? Mirad la seca encina...
Cayeron ¡ay! sus hojas
Al embate de fieros aquilones.
¡Mirad! mirad su copa blanquecina;
Nieves envuelven el desnudo tronco...
¡Ay! que un invierno al corazón le espera
Y al capricho falaz de la fortuna Así como las hojas,
Las ilusiones caen una por una.
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¡La soledad! la soledad tan solo
Presta alivio á mi pecho:
Aquí me place estar con mis dolores,
Aunque en lugar de flores
De mústias hojas me destienda un lecho.
Y pláceme que el viento
Una en lúgubre acento
Mi desolada queja,
Al ingrato graznar de la corneja.
Pláceme oír en vez de los sonidos
Dulcísimos del aura.
El cierzo que suspira
Y entre los troncos y las zarzas gira;
Y me place que en vez de los sonoros
Trinos de ruiseñor en la enramada,
Suene en la peña ruda
El gemido de tórtola viuda...
Y el cielo ante mis ojos encubierto
Con pardas nubes, que en pesado giro
Vierten escarcha en hebras plateadas,
Que luego amontonadas
Son el blanco tapiz de mi retiro.
Canos cipreses, viejos ahuehuetes,
Que contemplais estáticos mi duelo,
Cual pálidos fantasmas,
Yo sé muy bien que volveréis un día,
Como el árido suelo,
A revestiros de pomposas galas;
Y tornará la alegre primavera
Sus mantos de esmeralda,
Tendiendo en la pradera
Y en la desnuda falda
De los erguidos montes;
Y tintos de oro y grana
Se ostentarán los limpios horizontes
En la fresca mañana;
Correrán los arroyos y las fuentes
Con plácido murmurio,
Y en los bellos jardines
Su canto soltarán los colorines.
Mas ¡ay de mi! al ánima cansada
¿Quién volverá la paz que siempre llora?
Se oculta entre las sombras de la nada
La esperanza risueña y seductora
De que halle el corazón su primavera:
Ya jamás volverá... la infausta suerte
Marcó al placer su rápida carrera,
Pasó la juventud con sus amores;
¿Qué me resta esperar? ¡solo la muerte!