Importantísimas revelaciones históricas

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
V


IMPORTANTISIMAS REVELACIONES HISTÓRICAS


Ilá meses que recibo, en folletos y periódicos del extranjero, impugnaciones (corteses las menos, insolentes las más) á los conceptos que sobre don Simón Bolívar brotaron de mi pluma.

La prensa del Ecuador ha sido, para conmigo, la más virulenta. El Heraldo y algunos otros papeluchos me dejaron como para cogido con tenacilla; y hasta don Juan León Mera, buen poeta y olímpico amigo mío, me puso cual no me pusieran dueñas. No le daré la satisfacción de contestar á sus declamatorias injurias, que un diario de Lima tuvo la exquisita oficiosidad de reproducir. El señor Mera no encontró en su arsenal otras armas para combatir mis opiniones históricas, que improperios indignos de un escritor de su talla. Siento que don Juan León no hubiera acudido á su talento, sino á su bilis. Perdonado lo tengo, que á perdonar he aprendido aun á los malos amigos.

Por lo demás, nunca me han desvelado las erupciones del volcán de Ambato.

En la prensa de Venezuela, patria de Bolívar, los señores Fausto Teodoro de Aldrey, director de la Opinión Nacional de Caracas, generales Julio Calcaño y Celestino Martínez, poeta Domingo Ramón Hernández, el publicista cubano Miguel Fernández de Arcila y otros escritores, se lanzaron al palenque con más ó menos bríos. Avisóles, pues, recibo de sus artículos, á que es muy probable dé más tarde respuesta en un librejo que preparo en correspondencia al de Ricardo Becerra, que recurrir no quiero á los periódicos, para no justificar las aprensiones de cierto camarada que yo me sé, que dijo, sin que viniera á cuento el dicho, que cuando escribo en un diario lo hago sólo con el deliberado propósito de levantar polvareda.

Pero por mucho que me hubiera trazado el plan de no volver á borronear sobre el tema Bolívar, oblígame á quebrantarlo y dar publicidad á estas líneas un folleto que acabo de recibir de Colombia, folleto que contiene revelaciones de tal magnitud, que ellas bastan y sobran para poner término á toda controversia histórica sobre Monteagudo y Sánchez Carrión.

El Gran General don Tomás Cipriano de Mosquera, tres semanas antes de su fallecimiento, acaecido en Octubre, ha dado á luz en Popayán, y por la imprenta del Estado, un cuaderno de 18 páginas titulado Bolívar y sm detractores. Aun tratándome con la dureza que emplea, pues á roso y belloso me llama calumniador, hame el señor general dado motivo de vivísima satisfacción; porque, gracias á quien levantó polvareda^ no se ha ido el Gran general al mundo de donde no se vuelve, llevándos/e en la cartera un gran secreto histórico.

Como no tengo noticia de que haya en Lima muchos ejemplares del folleto, fechado en Popayán á 20 de Septiembre de este año, voy á copiar las importantes revelaciones que hace ante el mundo el ex presidente de la Unión Colombiana. Que la Historia tome nota de las siguientes líneas:


«Pocos individuos pueden decir lo que yo, que como ayudante de campo, secretario privado, secretario general, y último jefe de Estado Mayor de Bolívar, soy depositario de muchísimos de sus secretos.

Voy á correr el velo á un secreto, que no he querido publicar antes de ahora, sobre el asesinato de Monteagudo y envenenamiento de Sánchez Carrión. Pero don Ricardo Palma, literato peruano y miembro de la Academia de Madrid, calumniando al inmortal Bolívar, pintándolo como un hombre vulgar que aspiraba á fundar un gobierno monárquico, y atribuyéndole esos hechos que tuvieron lugar en el Perú y que han sido comunes con el carácter de políticos, me obliga á referir tristes y lamentables historias; porque tengo el deber, como contemporáneo de los hombres que ilustraron su nombre en la grande epopeya que libertó á la América española, de referir las cosas como han pasado hace ya más de medio siglo.

El señor Monteagudo regresó al Perú, después de su destierro, y como hombre de luces y talento, mereció que Bolívar lo tratara como amigo, aunque discrepaban en ideas sobre forma de gobierno.

Monteagudo es asesinado una noche en una calle de Lima. No había sospechas determinadas sobre el asesino. El puñal quedó clavado en el cadáver; estaba recién amolado; se llevó á distintas barberías; en una de ellas lo reconoció el amolador, y dijo el nombre del negro que lo había llevado. Fué aprehendido y se inició el juicio. El presunto reo negaba todo, y le ocurrió al Libertador interrogarlo él mismo, y lo hizo llevar á una sala de Palacio que estaba alumbrada con una sola bujía. Interrogando al asesino, exclamó repentinamente Bolívar:— Mira, en el fondo de este salón, al alma de Monteagudo que te acusa de ser su asesino.— El negro se conmovió y dijo:— Yo confieso todo, pero no me maten.— Aquí le respondió el Libertador:— Descúbreme todo, y te perdono.— Dobló las rodillas el asesino, y dijo estas tremendas palabras:— El señor Sánchez Carrión me dio cincuenta doblones de á cuatro pesos, en oro, para que matara á Monteagudo, por enemigo de los;iegros y de los peruanos.

El Libertador me decía al contarme esta escena:— Se me heló la sangre al oír el nombre de un amigo á quien yo apreciaba tanto: no quise que entonces se descubriera este s^ecreto, y solamente se lo confié al general***

El general*** á quien hizo Bolívar esta confianza era íntimo amigo de Monteagudo, y veía con celo la amistad de Sánchez Carrión con Bolívar, y determinó vengar á Monteagudo, y sacar del medio al hombre por quien tenía Bolívar tanto afecto, y que creía que le menguaba su influencia.

Sánchez Carrión, un poco enfermo, hacía ejercicio por la mañana, y al regresar á su casa tomaba un vaso de horchata que le tenía preparado su sirviente. El enemigo de Sánchez Carrión se aprovechó de esta circunstancia, y cuando había salido á hacer el paseo, entró á la casa de Sánchez Carrión aquel general*** y le dijo al sirviente que le trajesje fuego para encender un cigarro, y luego que se fué éste á buscar el fuego, derramó sobre la horchata los polvos que llevaba en un papel, y se retiró después de haber encendido su cigarro. Regresó á su casa Sánchez Carrión, bebió la horchata, se envenenó y murió á poco tiempo en Lurín.

Pasado algún tiempo, una señora reveló á Bolívar este secreto que ella había descubierto.

Cuando el Libertador me refirió esto, todavía se horrorizaba de que hombres de buena posición social hubieran sido capaces de semejantes crímenes, el uno mandando asesinar á Monteagudo, y el otro envenenando al asesino.

Pero cuando Bolívar me hizo estas confidencias, todavía estaba vivo el general*** y me recomendó el secreto mientras él existiera, y que no descubriera al que envenenó á Sánchez Carrión sino en una época remota, juzgando que podría yo sobrevivir para dar á conocer la historia de estos crímenes, historia que confió también á otro de sus ayudantes de campo el general Florencio O'Leary. Y ¡quién creyera! El envenenador de Sánchez Carrión fué también asesinado por un enemigo personal suyo:— quien á cuchillo mata, á cuchillo muere.

En otra ocasión descubriré el nombre del general***. Bolívar murió sin saber el fin trágico del envenenador. ¡Lo que es el mundo!


Popayán, 20 de Septiembre de 1878.

Tomás C. de Mosquera.


Confieso que, al terminar esta lectura, creí haber expcriineutado una alucinación fantástica y dudé del testimonio de mis sentidos; pero allí, sobre mi mesa de trabajo, ante mis ojos, en claro tipo de imprenta y cortadas las hojas por mi mano, estaba el sombrío folleto. Releílo, y plenamente convencido ya de qu,e en letras de molde estaban tan maguas revelaciones y garantizadas con la firma del anciano procer, doblemente obligado á ser veraz, ya por la fama de su nombre y circunspección que dan los afíos, ya por estar pisando los umbrales de esa eternidad que quince dias después se abriera para él, dijeme parodiando á Florentino Sanz:

Tiene el destino ironías,
mi general, muy siniestras...
por buscar las pruebas vuestras
fuisteis á encontrar las mías.

Decididamente, como dijo un poeta:

II est des morts qu il faut quen tue.

Tócame, pues, estar reconocido al general Mosquera por el servicio que, sin quererlo acaso, me ha prestado con sus importantes revelaciones. Estoy persuadido de que tanto mi buen amigo don Mariano Felipe Paz-Soldán como el respetable doctor don Francisco Javier Mariátegui, convendrán ya conmigo en que no fué la casualidad el Deus-ex-machina, responsable del asesinato de Monteagudo.

Poseo un documento, no en copia, sino original, autógrafo, de puño y letra del secretario general de Bolívar, del cual S(e desprende que el Libertador estaba convencido de que el ejecutor del asesinato de Monteagudo le había declarado la verdad. He aquí ese documento '^que estoy pronto á mostrar á los que de su autenticidad dudaren) que viene á corroborar, en gran parir lo mismo que nos revela el señor Mosquera.




«Secretaría General. —Cuartel General en la Paz, á 9 de Septiembre de 1825.— A.1 señor Ministro de Estado en el departamento de Gobierno.— S. M.—S. E. el Libertador me manda decir al Consejo de Gobierno que, en virtud de la resignación Que en él ha hecho de las facultades que le concedió el Soberano Congreso, queda revocada la orden que se sirvió dar S. E. para conocer en la causa seguida sobre el asesinato del coronel Monteagudo... Así que el Consejo de Gobierno puede disponer se juzgue á los reos por el Tribunal que corresponda según las leyes, y se efectúe la sentencia que éste pronuncie. El Consejo de Gobierno tendrá presente el ofrecimiento que S. E. hizo al moreno Candelario Espinoza, ejecutor del crimen, de que se le perdonaría la vida en el caso de que declarase con verdad lo? cómplices en el hecho. S, B. cree que asi lo ha cumplido, y por tanto desea que su ofrecimiento no quede sin efecto. Sírvase U. S. ponerlo en conocimiento del Consejo de Gobierno para los fines ¡ndicadoá.— Soy de U. S. muy atento obediente servidor.— F. S. Estenos, Lima, Octubre 25 de 1825. —Saqúese copia certificada de esta nota; y, agregándose á los autos seguidos sobre el asesinato del coronel D. Bernardo Monleagudo, tráigase.— Tres rúbricas de los señores Unanue, Salasar y Larrea^ Loredo.»

El mismo señor Mosquera, poseedor de grandes secretos, confirma también mi aseveración de que Sánchez Cardón fué envenenado; pero por mucho que dore el relato para exculpar á Bolívar, no queda el Libertador limpio de pecado. Después de leer aquello de la confidencia hecha al general*** íntimo amigo de Monteagudo, mírese por donde se mirare, siempre, por lo menos, resultará Bolívar encubridor de un crimen, que cómplice es quien pudiendo y debiendo castigar al delincuente, transige con él.

El escritor no lo dice; pero la revelación del crimen la tuvo Bolívar antes de 1828, en Lima, cuando el Libertador estaba en el cénit de la omnipotencia. ¿Por qué transigió? Seamos francos. Porque para el buen éxito de los planes de vitalicia^ era necesario pasar sobre el cadáver de Sánchez Carrión, el tribuno republicano, capaz de organizar y dar vigor al pequeño partido resistente.

De lo que apunta el apologista se saca en limpio, que Bolívar no fué actor en el hecho material de propinar el veneno; pero encubrió el delito. Por lo demás, los distingos del general son un tanto casuísticos.

Aunque el señor Mosquera calla el nombre del general***, da señales suficientes para que creamos no incurrir en equivocación al designarlo. Este general era don Tomás Ileres, ministro de la Guerra tan luego como Sánchez Carrión cayó enfermo, y asesinado en Angostura, hoy Ciudad-Bolívar, allá por los años de 184o, poco más ó menos. Heres había sido secretario de Bolívar, en diversas épocas, y el hombre de íntima confianza para el Libertador.

Kl general Mosquera ha hecho, como la Providencia, con pautas torcidas renglones derechos. El prestigio de su pluma y nombre, más que en defensa de su ídolo, se ha empleado, por esta vez, en obsequio mío. ¡¡¡Y sin embargo, me llama calumniador, á la vez que se encarga de probar que no he calumniado ni mentidoIII Por Dios, que no entiendo la contradicción.

Concluye el autor del folleto Bolívar y sus detractores defendiendo al Libertador de los cargos de ambicioso y absolutista; refuta ligeramente dos párrafos de la obra del señor PazSoldán; da pormenores sobre la entrevista de Guayaquil, á la que dice que se halló presente en su calidad de secretario [1] reproduce copia de las instrucciones dadas por San Martín á García del Río y Paroissien para, que buscasen un príncipe europeo que nos hiciera la merced de venir á gobernarnos, documento cuya autenticidad puso en duda alguno de los que en Lima me refutaron); y termina con un paralelo entre Bolívar, Washington y Bonaparte. Puntos son estos de que ya en otros escritos me he ocupado y que dan campo para vastas apreciaciones de que por ahora prescindo.

En resumen, las revelaciones del Gran General han venido á darme derecho para gritar:— ¡victoria en toda la línea!— Difiriendo en ligeros detalles, estamos de acuerdo en los puntos culminantes: el asesinato político de Monteagudo y el envenenamiento, también político, de Sánchez Carrión.

No concluiré sin consignar que en el extranjero ha habido plumas que, en esta polémica, se han puesto de mi lado. Entre otros, un aventajado escritor venezolano, don José Félix Soto, ha tenido la audacia (que lo es, y grande) de no pagar tributo á la moda de divinizar á Bolívar, sin haberse antes tomado el trabajo de estudiarlo. ¡Es tan fácil y tan cómodo repetir de coro apologías escritas por otros! La tarea se la encuentra uno hecha sin quemarse las pestañas estudiando. Agregúense al juicio ajeno cuatro frases campanudas y de relumbrón, y con eso habrá bastante para que los peruanos coloquemos á Bolívar al lado derecho del Eterno Padre. No todos tienen el coraje de don Modesto Basadre para escribir las verdades antibolivaristas que contiene su artículo Constitución vitalicia publicado en la Tribuna del 30 de Octubre. Tratándose de Bolívar, veo que el señor Basadre y yo somos del número de los que buscan la verdad histórica contra la corriente, es decir, aguas arriba.

Lima, Noviembre 5 de 1878.

  1. No es cierto. El General Mosquera tuvo tfiem ore en Colombia reputación de aficionado á darse bombo. Todos los historiadore:* están de acuerdo en que no hubo r^siigo alguno en la non ferencid de los dos proceres. Además Bolívar no habría incurrido en esa falta de atención social para con San Martín, autorizando la presencia de un simple teniente-coronel, que era la clase que investía entonces Mosquera.