Impacientes
La impaciencia del momento actual hunde en nuestros nervios su acicate de fuego.
Nuestros deseos se adelantan ansiosamente al desenvolvimiento de los hechos.
La lucha tiene momentos de espectación, que sofocan como el abrazo de un crótalo.
Queremos nuevamente descargar el brazo sobre nuestro viejo enemigo y nos vemos forzados a esperar que nuestras armas adquieran el temple necesario para que su choque sea terrible, aniquilador, tremendo.
La Bestia permanece frente a nosotros, y allá, en el fondo sanguinolento de su pupila pérfida, fosforece el reto y la injuria, mientras sus garras se emergen voluptuosas en cuajarones de sangre libertaria, de sangre que es la nuestra.
Y cuesta inmenso sacrificio aguardar ... aguardar a que el momento llegue de hendirle el malvado cráneo, de arrancarle las garras nacionicidas y desbaratarle a puntapiés el negro, el asqueroso corazón.
Porque ¿cómo tener paciencia? ¿Cómo esperar; si se nos hace aspirar su aliento de traiciones; si estamos sintiendo el estremecimiento agónico de muchos seres, si oímos el ¡ay! de mil y mil bocas contraídas por la desesperación y el hambre, si vemos retorcerse sobre el suelo erizado de injusticias a un pueblo entero, pisoteado ferozmente por la Bestia?
Y, si la impaciencia hunde en nuestros nervios su acicate de fuego, centupliquemos el esfuerzo, y que ella sea el rápido corcel que nos conduzca a la realización de nuestro ideal.
Hay un freno para la impaciencia nuestra; la actividad sin tregua.
Que cada quien empuje los obstáculos que tiene delante de sí; que cada uno trabaje con toda su energía, y así, pronto, muy pronto estaremos todos listos y reunidos.
Somos la máquina del reloj; si estamos de acuerdo siempre y nos damos prisa en marchar, temprano fijaremos en la carátula de los tiempos la hora bella y sonriente de la emancipación.
Práxedis G. Guerrero
Punto Rojo, N° 4, del 16 de Septiembre de 1909. El Paso, Texas.