Imitación de los Salmos
¡Ay! No vuelvas, Señor, tu rostro airado a un pecador contrito. Ya abandoné, de lágrimas bañado, la senda del delito. Y en ti, humilde, ¡oh mi Dios!, la vista clavo, y me aterra tu ceño; como fija sus ojos el esclavo en la diestra del dueño. Que en dudas engolfado, hasta tu esfera se alzó mi orgullo ciego, y cayó aniquilado cual la cera junto al ardiente fuego. Si en profano laúd lanzó mi boca torpes himnos al viento, yo estrellaré, Señor, contra una roca el impuro instrumento. Levántate del polvo, arpa sagrada henchida de armonía. Y tú, por el perdón purificada, levántate, alma mía. Y yo también al despuntar la aurora, y por el ancho mundo cantemos de la diestra vengadora el poder sin segundo. Te cantaré, ¡oh mi Dios!, cuando te plugo bajo tu amparo y guía a Israel acoger, que bajo el yugo de Faraón gemía. Del tirano en el pecho diamantino pusiste fiero espanto. Tembló: tu brazo conoció divino; soltó tu pueblo santo. El mar lo vio y huyó: de enjuta arena ancha senda le ofrece: síguelo Faraón... -La mar serena lo traga, y desparece. Violo el Jordán, y huyó: monte y collado, cual tierno corderillo, saltaron de placer: el risco alzado, cual suelto cabritillo. ¡Oh mar! ¿Por qué tus aguas dividiste y a Faraón tragaste? ¿Por qué, humilde Jordán, retrocediste? Monte, ¿por qué saltaste? Ante el Dios de Jacob tembló la tierra; las trompetas sonaron; parose el sol, y Gabaón se aterra; ¡y los tuyos triunfaron! Y brotaste, Señor, de piedra dura agua en mansa corriente, y aplacó de tu pueblo su dulzura allí la sed ardiente. «Canta, Israel, al Justo, al Fuerte, al Santo, al que enjugó tu lloro: acompañe la cítara tu canto, y el tímpano sonoro.» Lánzase al hondo mar, con mente ciega, osado el marinero, y pide al polo el que la mar le niega ya borrado sendero. Huye a tu voz el céfiro suave; y el hondo mar turbando cruzan los vientos, y la triste nave combaten rebramando. Ya sube al firmamento, ya desciende al abismo horroroso; ruge el trueno: veloz el aire hiende tu rayo fragoroso. Gime el nauta y te implora, y aplacado lo miras con ternura. El vendaval es céfiro: el hinchado mar, tranquila llanura. «Canta, Isabel, al Justo, al Fuerte, al Santo, al que enjugó tu lloro: acompañe la cítara tu canto, y el tímpano sonoro.» Los tiranos del mundo en liga impía para el mal se adunaron, y a la incauta Israel: «¡Dios nos envía!» desde el solio gritaron. Y entre sí concertados: «Fiera lucha al justo renovemos: blasfememos, que Dios no nos escucha: dios no ve: degollemos.» Dijeron, y no son. -Su raza impía cual humo se deshizo. ¿No oirá quien dio el oído? ¿No vería el que los ojos hizo? «Canta, Israel, al Justo, al Fuerte, al Santo, al que enjugó tu lloro: acompañe la cítara tu canto, y el tímpano sonoro.» Los impios que tus casas allanaron de uno al otro horizonte, y con hachas sus puertas destrozaron como leña del monte; los fuertes, que se alzaban cual montaña que a las nubes se eleva, desparecieron como débil caña que el huracán se lleva. Los robustos de Edón y los tiranos de Moab ¿qué se hicieron? El Señor los miró, y abrió sus manos, ¡y al abismo se hundieron! «Canta, Israel, al Justo, al Fuerte, al Santo, al que enjugó tu lloro: acompañe la cítara tu canto, y el tímpano sonoro.»
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