Igualdad Capítulo 18

Igualdad
de Edward Bellamy
Capítulo XVIII: Un eco del pasado

"¡Ah!" exclamó Edith, quien con su madre había estado hurgando en los cajones de la caja fuerte mientras el doctor y yo hablábamos, "aquí hay algunas cartas, si no me equivoco. Parece, entonces, que usábais las cajas fuertes para algo más que el dinero."

Era, de hecho, como percibí con una emoción totalmente indesciptible, un paquete de cartas y notas de Edith Bartlett, escritas en varias ocasiones durante nuestras relaciones como enamorados, que Edith, su biznieta, tenía en su mano. Se las cogí, y abriendo una, vi que era una nota fechada el 30 de mayo de 1887, el mismo día en el que me separé de ella para siempre. En la nota, me pedía que me reuniese con su familia en su visita del "Decoration Day" a la tumba de Monte Auburn donde yacía su hermano, que había caído en la guerra civil.

"No espero, Julian," había escrito, "que adoptes todas mis relaciones como tuyas porque te cases conmigo--eso sería demasiado--pero quiero que consideres a mi heroico hermano como tuyo propio, y esa es la razón por la cual me gustaría que vinieses con nosotros hoy."

El oro y los pergaminos, que una vez tuvieron un gran valor, ahora esparcidos descuidadamente por toda la habitación, lo habían perdido por completo, pero estas muestras de amor no habían perdido su potencia a través del tiempo transcurrido. Como mediante un mágico poder, evocaron en un momento una bruma de recuerdos que me encerraron en un mundo propio--un mundo en el cual el presente no tenía parte. No sé por cuánto tiempo permanecí sentado en este trance y abstraído del silencioso y comprensivo grupo que había a mi alrededor. Fue mediante un profundo e involuntario suspiro de mis propios labios como finalmente desperté de mi abstracción, y volví del mundo de los sueños del pasado a una consciencia de mi presente entorno y sus circunstancias.

"Estas son cartas," dije, "de la otra Edith--Edith Bartlett, tu bisabuela. Quizá estarías interesada en echarles un vistazo. No sé quién tiene más o mejor derecho a ellas después, de mi, que tú y tu madre."

Edith tomó las cartas y comenzó a examinarlas con reverente curiosidad.

"Serán muy interesantes," dijo su madre, "pero me temo, Julian, que tendremos que pedirte que nos las leas."

Mi semblante sin duda expresó la sorpresa que sentí ante esta confesión de analfabetismo por parte de personas tan sumamente cultivadas.

"¿Debo entender," pregunté finalmente, "que la escritura, y su lectura, como la fabricación de cerraduras, es un arte que se ha perdido?"

"Me temo que así es," replicó el doctor, "aunque la explicación aquí no es, como en el otro caso, la igualdad económica tanto como el progreso de los inventos. A nuestros hijos todavía se les enseña a escribir y leer, pero tienen tan poca práctica en su vida posterior que habitualmente olvidan lo adquirido tan pronto como dejan la escuela; pero realmente Edith debería todavía ser capaz de descifrar una carta del siglo diecinueve.--Querida, me avergüenzo un poco de ti."

"Oh, puedo leer esto, papá," exclamó, alzando la vista, con las cejas todavía fruncidas a cuenta de una página que había estado estudiando. "¿No te acuerdas de que he estudiado esas viejas cartas de Julian a Edith Bartlett, que tenía mi madre?--aunque eso fue hace años, y me he oxidado un poco desde entonces. Pero ya he leído casi dos líneas de esta. Es realmente bastante simple. Voy a resolverlo sin ayuda de nadie excepto de mi madre."

"¡Dios mío, Dios mío!" dije, "¿ya no escriben cartas?"

"Pues, no," replicó el doctor, "en la práctica, la escritura está en desuso. Para la correspondencia, cuando no usamos el teléfono, enviamos fonogramas, y usamos éstos, de hecho, para todos los propósitos para los que ustedes emplearían la escritura. Ha sido así desde hace tanto tiempo que apenas se nos ocurre que la gente hiciese jamás otra cosa. Pero sin duda esto es una evolución que apenas debe sorprenderle: ustedes tenían el fonógrafo, y sus posibilidades eran lo bastante patentes desde el principio. Para nuestros registros importantes, utilizamos principalmente caracteres, desde luego, pero el asunto impreso es transcrito a copia fonográfica, así que realmente, salvo emergencias, hay poco uso para la escritura. ¿No es curioso, cuando uno llega a pensarlo, que cuanto más madura se ha hecho una civilización, más perecederos se han hecho sus registros? Los Caldeos y Egipcios usaron ladrillos, y los Griegos y Romanos hicieron más o menos uso de la piedra y del bronce para la escritura. Si la humanidad fuese destruída hoy y el planeta fuese visitado, digamos desde Marte, quinientos años más tarde, o incluso menos, nuestros libros habrían perecido, y el Imperio Romano sería considerado el último y más elevado estadio de la civilización humana."