Igualdad/Capítulo XXXII

"Infiero, entonces," dije, "que la desaparición de las divisiones religiosas y la casta sacerdotal no ha hecho que disminuya el interés general en la religión."

"¿Supone que debería haberlo hecho?"

"No lo sé. Nunca dediqué mucho tiempo a pensar en tales asuntos. La clase eclesiástica aparentaba ser muy esencial para la conservación de la religión, y los demás dábamos por sentado que así era."

"Toda institución social que haya existido durante un tiempo considerable," replicó el Sr. Barton, "ha llevado a cabo indudablemente alguna función que en su momento era más o menos útil y necesaria. Reyes, eclesiásticos, y capitalistas--todos ellos, en lo que respecta a este asunto, meramente diferentes tipos de capitalistas--han llevado a cabo, en sus propios periodos, funciones que, no importa lo mal que las hayan llevado a cabo, eran necesarias y que entonces no se podían haber llevado a cabo mejor de ninguna manera. Pero justo como la abolición de la realeza fue el comienzo de un gobierno en condiciones, así la desaparición de la organización y maquinaria de la iglesia, o capitalismo eclesiástico, fue el comienzo de un despertar en todo el mundo, de un apasionado interés por las inmensas cuestiones que abarca la palabra religión.

"Necesaria como pudo haber sido la sumisión de la humanidad a la autoridad sacerdotal en el curso de la evolución humana, era la forma de tutela que, de entre todas, era la más calculada para embotar y entumecer las facultades afectadas por ella, y el colapso del eclesiasticismo preparó de inmediato el camino a un interés entusiasta en los grandes problemas de la naturaleza humana y su destino, que apenas habrían sido concebibles por los respetables eclesiásticos de sus tiempos, quienes con penosos esfuerzos y pequeños resultados intentaron que sus rebaños tomaran consciencia de los asuntos espirituales. La falta de interés general en esas cuestiones en sus tiempos, era el resultado natural del monopolio como asunto especial de la clase sacerdotal cuyos miembros se erigieron como intérpretes entre el hombre y su misterio, asumiendo la función de garantizar el bienestar espiritual de todos los que confiaban en ellos. El decaimiento de la autoridad sacerdotal dejó a cada alma cara a cara con ese misterio, con la responsabilidad de su interpretación según ella misma. El colapso de las teologías tradicionales alivió el asunto de la relación del hombre con el infinito, del efecto opresivo de las falsas finalidades del dogma que hasta entonces habían hecho que la más ilimitada de las ciencias fuese la más constreñida y estrecha. En vez del culto del pasado, que paralizaba la mente, y la esclavitud del presente a lo que está escrito, en la humanidad arraigó la convicción de que no había límite para lo que podrían conocer en relación con su naturaleza y su destino, y que no había límite para ese destino. La idea sacerdotal de que el pasado era más divino que el presente, que Dios estaba por detrás de la humanidad, dio paso a la creencia de que deberíamos mirar adelante y no atrás, en busca de inspiración, y que el presente y el futuro prometían un más pleno y más certero conocimiento en lo concerniente al alma y a Dios que el que se había alcanzado en el pasado."

"¿Ha sido esta creencia," pregunté, "confirmada hasta ahora en la práctica, por algún progreso que se haya hecho realmente en la certidumbre de lo que es cierto en relación con estas cosas? ¿Considera que realmente conocen ustedes más sobre ellas que lo que conocíamos nosotros, o que conocen de un modo más concluyente las cosas que nosotros meramente intentábamos creer?"

El Sr. Barton hizo una breve pausa antes de responder.

"Usted comentó hace un momento," dijo, "que en las conversaciones que ha tenido hasta ahora con el Dr. Leete habían tratado poco los asuntos religiosos. Al presentarle el mundo moderno era totalmente correcto y lógico que en primer lugar hiciese hincapié en el cambio ocurrido en los sistemas económicos, porque eso, por supuesto, ha proporcionado las bases materiales para los demás cambios que han tenido lugar. Pero estoy seguro de que jamás encontrará a nadie que, si le preguntan en qué dirección el progreso de la humanidad durante el siglo pasado ha tendido a incrementar más la felicidad humana, no responda que ha sido en la ciencia del alma y su relación con lo Eterno e Infinito.

"Este progreso ha sido el resultado no meramente de concebir el asunto de un modo más racional y de la total libertad intelectual en su estudio, sino en gran medida también de las condiciones sociales que nos han liberado casi por completo de preocupaciones materiales. Ya hemos disfrutado casi un siglo de bienestar económico que no ha dejado nada que desear en cuanto a las satisfacciones físicas, especialmente, en la misma proporción del incremento de esta abundancia, ha habido a través de la cultura un desarrollo de la sencillez en el gusto que rechaza el exceso y el empalago y cada vez damos menos importancia al aspecto material de la vida y más al mental y moral. Gracias a esta cooperación entre la evolución material y moral, cuanto más tenemos, menos necesitamos. Hace mucho tiempo se llegó a reconocer que en el aspecto material, la humanidad había alcanzado el objetivo de su evolución. Hemos perdido prácticamente la ambición por un mayor progreso en esa dirección. El resultado material ha sido que durante un largo periodo las principales energías del intelecto se han concentrado en las posibilidades de la evolución espiritual de la humanidad para la cuales la consumación de su evolución material no hecho sino preparar su comienzo. Lo que hemos aprendido hasta ahora, estamos convencidos que es el primer débil indicio del conocimiento que alcanzaremos; y aun así, si las limitaciones de este estado terrenal fuesen tales que nunca pudiésemos esperar conocer aquí más que lo que conocemos ahora, no deberíamos quejarnos, porque el conocimiento que tenemos ha bastado para que la sombra de la muerte se torne un arcoiris de promesa y destile la sal de las lágrimas humanas. Observará, a medida que conozca más de nuestra literatura, que entre otras cosas difiere de la suya en un sentido: en la total falta de connotaciones trágicas. Esto ha sido una consecuencia muy natural de cómo concebimos nuestra vida real, teniendo una seguridad inaccesible, amparada en Dios, como dijo Pablo, por la cual los accidentes y vicisitudes de la personalidad son reducidos a la relativa trivialidad.

"Sus visionarios y poetas, en momentos exaltados, han visto que la muerte no era sino un paso en la vida, pero esto le parecía a la mayoría de ustedes que era algo difícil de decir. Hoy en día, cuando la vida avanza hacia su final, en vez de estar ensombrecida por la tristeza, está marcada por un estallido de apasionada expectación que podría causar que los jóvenes envidiasen a los mayores, cosa que no ocurre porque saben que en breve se abrirá la misma puerta para ellos. En su época, el trasfondo de la vida parece haber sido el de una indecible tristeza, la cual, como el lamento del mar para los que viven cerca del océano, se hace audible en cuanto cesa por un instante el ruido y ajetreo de las preocupaciones mezquinas. Ahora ese trasfondo es tan exultante que todavía no lo hemos oído."

"Si la humanidad continúa creciendo," dije, "a esta velocidad en el conocimiento de las cosas divinas y en el compartir la vida divina, ¿dónde va a llegar?"

El Sr. Barton sonrió.

"¿No dijo la serpiente en el antiguo relato, 'Si comes del fruto del arbol del conocimiento, seréis como dioses'? La promesa era auténtica en las palabras, pero aparentemente había algún error respecto al árbol. Quizá era el árbol del conocimiento egoísta, o si no, el fruto no estaba maduro. El relato es oscuro. Cristo dijo más tarde lo mismo cuando dijo a los hombres que podrían ser los hijos de Dios. Pero no cometió ningún error en cuanto al árbol que les mostró, y el fruto estaba maduro. Era el fruto del amor, porque el amor universal es al mismo tiempo la semilla y el fruto, causa y efecto, del más alto y completo conocimiento. A través del amor sin límites, el hombre llega a ser un dios, porque de ese modo se hace consciente de su unión con Dios, y todas las cosas son puestas bajo sus pies. Solamente desde que la Revolución trajo la era de la hermandad entre los hombres, la humanidad ha sido capaz de comer abundantemente de este fruto del verdadero árbol del conocimiento, y de este modo ser cada vez más consciente del alma divina como el esencial ser y la verdad que esconde nuestra vida. Sí, de hecho, seremos dioses. El lema de la moderna civilización es 'Eritis sicut Deus.'"

"Habla usted de Cristo. ¿Entiendo que considera usted que esta religión moderna es la misma doctrina que Cristo enseñó?"

"Con toda certeza. Ha sido enseñada desde el comienzo de la historia y sin duda anteriormente, pero la enseñanza de Cristo es la que ha llegado hasta nosotros más completa y claramente. Era la doctrina que él enseñó, pero el mundo no podía recibirla entonces, salvo unos pocos, y de hecho no ha sido nunca posible para el mundo en general recibirla o incluso entenderla hasta este siglo."

"¿Por qué no podía el mundo recibir antes la revelación que parece encontrar tan fácil comprensión ahora?"

"Porque," replicó el Sr. Barton, "el profeta y revelador del alma y de Dios, que son lo mismo, es el amor, y hasta estos días el mundo se negó a oir al amor, crucificándolo en cambio. La religión de Cristo, dependiendo como dependía de la experiencia e intuiciones de los entusiasmos altruístas, posiblemente no podía ser aceptada o entendida en general por un mundo que toleraba un sistema basado en la lucha fratricida como condición de existencia. Los profetas, los mesías, los visionarios, y los santos, podían de hecho por sí mismos ver a Dios cara a cara, pero era imposible que hubiese ninguna comprensión de Dios como Cristo le veía, hasta que la justicia social hubiese traído el amor fraternal. El hombre debía ser revelado al hombre como hermano antes de que Dios le pudiese ser revelado como padre. Nominalmente, el clero expresaba su aceptación de Cristo y repetía su enseñanza de que Dios es un padre que ama, pero por supuesto era sencillamente imposible que una idea semejante germinase de hecho y echase raíces en corazones tan fríos y duros como piedras hacia sus semejantes y empapados en odio y sospecha hacia ellos. 'Si un hombre no ama a su hermano al que ve, ¿cómo amará a Dios, al que no ve?' Los sacerdotes dejaron sordos a sus rebaños con llamamientos para amar a Dios, para entregarle sus corazones. En vez de eso, deberían haberles enseñado, como hizo Cristo, a amar a sus semejantes y a darles sus corazones a ellos. Los corazones a los que se diese así el amor de Dios, inmediatamente despertarían, justo como, conforme a los antiguos, podría dependerse del fuego celestial para encender el fuego de un sacrificio adecuadamente preparado y dispuesto.

"Desde aquel púlpito, Sr. West, sin duda oyó usted estas palabras muchas veces y otras tantas las repitió: 'Si nos amamos los unos a los otros, Dios habita en nosotros y su amor es perfecto en nosotros.' 'El que ama a su hermano vive en la luz.' 'Si un hombre dice amo a Dios, y odia a su hermano, es un mentiroso.' 'El que no ama a su hermano, está en un estado de muerte.' 'Dios es amor y el que vive en el amor, vive en Dios.' 'Todo el que ama, conoce a Dios.' 'El que no ama, no conoce a Dios.'

"Aquí está la auténtica destilación de la enseñanza de Cristo en cuanto a las condiciones para entrar en la vida divina. Aquí encontramos la explicación suficiente de por qué la revelación que vino a Cristo hace tanto tiempo y a otras almas iluminadas, posiblemente no podía ser recibida por la humanidad en general mientras un orden social inhumano constituyese un muro entre el hombre y Dios, y vaya, en el momento en que el muro fue echado abajo, la revelación inundó la tierra como un destello solar.

"'Si nos amamos los unos a los otros, Dios vive en nosotros,' ¡y tome nota de cómo las palabras se hicieron buenas en la manera en la cual por fin la humanidad encontró a Dios! No fue, recuerde, buscando a Dios directamente, a propósito, o conscientemente. El gran entusiasmo de la humanidad que derrocó el viejo orden y trajo la sociedad fraternal, no fue en absoluto primariamente o conscientemente una aspiración hacia Dios. Fue esencialmente un movimiento humano. Fue un fundirse y fluir de los corazones de los hombres, de unos hacia otros, un arrebato de contricción, arrepentida ternura, un apasionado impulso de amor mutuo y auto-sacrificio por el bienestar común. Pero 'si nos amamos los unos a los otros, Dios vive en nosotros,' y así lo vieron los hombres. Parece que llegó un momento, el momento más trascendental en la historia de la humanidad, en el cual, con el resplandor fraternal de este mundo de hermanos que acaban de encontrarse por primera vez y que se abrazan, parece haberse combinado la inefable emoción de una participación divina, como si la mano de Dios estuviese sobre las manos unidas de los hombres. Y así ha continuado hasta este día, y continuará por siempre."