Igualdad/Capítulo II

Igualdad
de Edward Bellamy
Capítulo II: Por qué la revolución no llegó antes

Absortos en nuestra charla, no habíamos oído los pasos del Dr. Leete según se aproximaba.

"He estado mirandoos durante diez minutos desde la casa," dijo, "hasta que, de hecho, ya no he podido resistir el deseo de saber qué encontrabais tan interesante."

"Su hija," dije, "ha demostrado ser una experta en el método socrático. Bajo un pretexto plausible de ignorancia integral, ha estado haciéndome una serie de preguntas fáciles, con el resultado de que veo, como nunca antes imaginé, la colosal falsa apariencia de nuestro pretendido gobierno popular en América. Como uno de los ricos yo sabía, desde luego, que teníamos mucho poder en el estado, pero antes no comprendía cuán absolutamente la gente no tenía influencia en su propio gobierno."

"¡Ajá!" exclamó el doctor con gran hilaridad, "¿así que mi hija se levanta por la mañana temprano con el propósito de suplantar a su padre en su posición de intructor en historia?"

Edith se había levantado del banco del jardín en el que había estado sentada y estaba arreglando sus flores para llevarlas al interior de la casa. Agitó su cabeza con bastante seriedad en réplica al desafío de su padre.

"No hace falta que estés receloso en absoluto," dijo; "Julian me ha curado por completo esta mañana de cualquier deseo que yo pudiese haber tenido de hacer más averiguaciones sobre las circunstancias de nuestros antepasados. Siempre había estado horriblemente apenada por la pobre gente de aquella época a cuenta de la miseria que sufrían a causa de la pobreza y de la opresión de los ricos. De ahora en adelante, sin embargo, me lavo las manos en lo que a ellos respecta y reservaré mi compasión para cosas que la merezcan más."

"¡Dios mío!" dijo el doctor, "¿qué ha secado tan repentinamente las fuentes de tu compasión? ¿Qué te ha estado diciendo Julian?"

"Nada, en realidad, supongo, que yo no haya leído antes y debiera haber sabido, pero el relato siempre parecía tan irrazonable e increíble que nunca me lo había creído del todo, hasta ahora. Pensaba que debía de haber algunos hechos que cambiarían las cosas y que no habían sido escritos en los libros de historia."

"¿Pero qué te ha estado diciendo?"

"Parece," dijo Edith, "que esta misma gente, estas mismas masas de pobres, tenían todo el tiempo el control supremo del Gobierno y podían, estando determinados y unidos, poner fin en cualquier momento a todas las desigualdades y opresiones de las cuales se quejaban e igualar las cosas como hemos hecho nosotros. No sólo no hicieron esto, sino que dieron como razón para soportar su esclavitud que sus libertades estarían en peligro a no ser que tuviesen amos irresponsables para manejar sus intereses, y que hacerse cargo de sus propios asuntos pondría en peligro su libertad. Tengo la sensación de que he sido estafada en todas las lágrimas que he derramado por los sufrimientos de aquella gente. Aquellos que mansamente soportan males, teniendo poder para ponerles término, no merecen compasión, sino desprecio. Me ha hecho sentirme un poco mal que Julian hubiese sido uno de los de la clase opresora, uno de los ricos. Ahora que verdaderamente entiendo el asunto, me alegro. Me temo que, si él hubiese sido uno de los pobres, uno de los de la masa de los auténticos amos, quienes con el supremo poder en sus manos consintieron ser siervos, yo le habría despreciado."

Habiendo, de este modo, dado aviso formal acerca de mis contemporáneos, en relación con el hecho de que no deben esperar más compasión por parte de ella, Edith entró en la casa, dejándome con una vívida impresión de que si los hombres del siglo veinte demostraron no ser capaces de preservar sus libertades, podía confiarse en que las mujeres lo habrían sido.

"Verdaderamente, doctor," dije, "debería estar enormemente agradecido a su hija. Le ha ahorrado un montón de tiempo y esfuerzo."

"¿Cómo, exactamente?"

"Haciendo innecesario que se tome la molestia de darme más explicaciones sobre cómo y por qué erigieron su sistema industrial nacionalizado y su igualdad económica. Si alguna vez ha visto usted algún espejismo en un desierto o en el mar, recordará que, mientras la imagen que hay en el cielo es muy evidente y diferenciada en sí misma, su irrealidad es traicionada por una falta de detalle, una especie de aspecto borroso, donde se mezcla con el fondo sobre el que está superpuesta. ¿Sabe que este nuevo orden social del cual he llegado a ser testigo de un modo tan extraño, ha tenido hasta ahora algo de este efecto de espejismo? En sí mismo, es un esquema preciso, ordenado, y muy razonable, pero no podía ver una manera mediante la cual pudiese haber surgido de modo natural a partir de las circunstancias absolutamente diferentes del siglo diecinueve. Solo podía imaginarme que esta transformación del mundo debe haber sido el resultado de nuevas ideas y fuerzas que hubiesen entrado en acción después de mi época. Tenía preparada toda una batería de preguntas para hacerle sobre este asunto, pero ahora podremos emplear el tiempo en hablar de otras cosas, porque Edith me ha mostrado en diez minutos que la única cosa maravillosa de su organización del sistema industrial como un asunto público no es que haya tenido lugar, sino que haya pasado tanto tiempo antes de que tuviese lugar, que una nación de seres racionales consintiesen en seguir siendo siervos económicos de amos irresponsables durante más de un siglo después de tomar posesión del poder absoluto de cambiar a placer todas las instituciones sociales que les causasen inconvenientes."

"Verdaderamente," dijo el doctor, "Edith a demostrado ser una maestra muy eficiente, si acaso involuntaria. Ha tenido éxito, de un sólo golpe, en mostrarle el moderno punto de vista en relación con la época de usted. Según lo vemos nosotros, el preámbulo inmortal de la Declaración de Independencia americana, allá por el 1776, contenía de manera lógica la declaración íntegra de la doctrina de la igualdad económica universal garantizada por la nación colectivamente para sus miembros individualmente. Usted recordará lo que dice:

"'Mantenemos que estas verdades son evidentes en sí mismas; que todos los hombres son creados iguales, con ciertos derechos inalienables; que entre éstos está la vida, la libertad, y la búsqueda de la felicidad; que para asegurar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; que donde quiera que cualquier forma de gobierno se haga destructiva de estos derechos, es derecho del pueblo el alterarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno, sentando sus bases sobre tales principios y organizando sus poderes de una forma tal como pueda parecer más probable que tenga efecto sobre su seguridad y felicidad.'

"¿Es posible, Julian, imaginar cualquier sistema gubernamental menos adecuado que el nuestro que pudiese realizar este gran ideal de lo que debería ser un gobierno auténticamente del pueblo? La piedra angular de nuestro estado es la igualdad económica, ¿y no es la obvia, necesaria, y única garantía adecuada de estos tres derechos básicos--vida, libertad, y felicidad? ¿Qué es la vida sin su base material, y qué es el igual derecho a la vida sino un derecho a una base material igual para ella? ¿Qué es la libertad? ¿Cómo pueden ser iguales los hombres, si tienen que pedir el derecho al trabajo y vivir de sus semejantes y sacar su pan de las manos de otros? ¿Cómo si no, puede ningún gobierno garantizar la libertad para los hombres salvo proporcionándoles un medio de trabajo y de vida unido a su independencia; y cómo podría hacerse eso a no ser que el gobierno dirigiese el sistema económico del cual dependen el empleo y la manutención? Finalmente, ¿qué está implícito en el igual derecho de todos a la búsqueda de la libertad? ¿Qué forma de felicidad, en tanto que depende completamente de hechos materiales, no está ligada a las condiciones económicas; y cómo será garantizada una igual oportunidad para la búsqueda de la felicidad para todos excepto mediante una garantía de igualdad económica?"

"Sí," dije, "de hecho está todo en ella, pero ¿cómo hemos tardado tanto en verlo?"

"Pongámonos cómodos en este banco," dijo el doctor, "y le diré cuál es la moderna respuesta a la muy interesante pregunta que acaba de hacer. A primera vista, ciertamente el retraso del mundo en general, y especialmente del pueblo americano, para comprender que la democracia significa en buena lógica que el gobierno popular sustituya el dominio de los ricos en la regulación de la producción y la distribución de la riqueza, parece incomprensible, no sólo porque era tan claramente una inferencia de la idea de gobierno popular, sino también porque era una en la cual las masas del pueblo estaban tan directamente interesadas en llevar a cabo. La conclusión de Edith de que gente que no fue capaz de un proceso de razonamiento tan sencillo como ese, no merece mucha compasión por las aflicciones que tan fácilmente podían haber remediado, es una primera impresión muy natural.

"Reflexionando, sin embargo, creo que llegaremos a la conclusión de que el tiempo que le llevó, al mundo en general y a los americanos en particular, averiguar el completo significado de democracia como una propuesta económica y política no fue mayor que el que podía haberse esperado, considerando la inmensidad de la conclusión implicada. Es una idea democrática el que todos los seres humanos son iguales en derechos y dignidad, y que la única excusa y finalidad justa del gobierno humano es, por tanto, el mantenimiento y fomento del bienestar común en términos de igualdad. Esta idea era el más grande concepto social que la mente humana había formado nunca hasta ese momento. Contenía, cuando fue concebido por primera vez, la promesa y la potencia de una completa transformación de todas las instituciones entonces existentes, cada una de las cuales se había hasta entonces basado y formado sobre el principio del privilegio y la autoridad personal y de clase, y el dominio y el uso egoísta de los muchos por los pocos. Pero era simplemente inconsistente con las limitaciones del intelecto humano que las implicaciones de una idea tan prodigiosa se hubiesen captado inmediatamente. La idea debe tener tiempo para crecer, absolutamente. Todo el presente orden de democracia económica e igualdad estaba de hecho encuadernado en la primera declaración completa de la idea democrática, pero únicamente como todo el árbol está en la semilla: tanto en un caso, como en el otro, el tiempo es un elemento esencial en la evolución del resultado.

"Nosotros dividimos la historia de la evolución de la idea democrática en dos fases ampliamente contrastadas. A la primera de estas la llamamos la fase de la democracia negativa. Para entenderlo debemos considerar cómo se originó la idea democrática. Las ideas nacen de ideas previas y tardan en rebasar las características y limitaciones impresas en ellas por las circunstancias bajo las que nacieron. La idea de gobierno popular, en el caso de América como en experimentos republicanos anteriores en general, era una protesta contra el gobierno de los reyes y sus abusos. Nada es más cierto que el hecho de que los signatarios de la inmortal Declaración no tenían idea de que la democracia significaba necesariamente algo más que un dispositivo para seguir adelante sin reyes. La concibieron únicamente como un cambio en las formas de gobierno, y no en los principios y propósitos del gobierno, en absoluto.

"No estaban, de hecho, completamente exentos de desconfianza por miedo a que alguna vez se le pudiese ocurrir al pueblo soberano que, siendo soberano, pudiese ser una buena idea usar su soberanía para mejorar su propia condición. De hecho, parece que habían pensado seriamente en esa posibilidad, pero todavía eran tan poco capaces de apreciar la lógica y la fuerza de la idea democrática que creyeron que era posible mediante cláusulas ingeniosas en Constituciones de papel evitar que las personas utilizasen su poder para ayudarse a sí mismas incluso aunque quisiesen.

"Esta primera fase de la evolución de la democracia, durante la cual era concebida únicamente como un sustituto de la realeza, incluye todos los así llamados experimentos republicanos hasta comienzos del siglo veinte, de los cuales, desde luego, la República Americana era el más importante. Durante este período, la idea democrática no era más que una mera protesta contra una forma anterior de gobierno, absolutamene sin ningún nuevo principio positivo o vital propio. Aunque las personas habían depuesto al rey como conductor del carruaje social, y tomado las riendas en sus propias manos, todavía no pensaban en nada excepto en mantener el vehículo en las viejas rutas y naturalmente los pasajeros apenas notaron el cambio.

"La segunda fase en la evolución de la idea democrática comenzó con la toma de conciencia por la gente de la percepción de que el deponer a los reyes, en vez de ser la principal finalidad y misión de la democracia, era meramente preliminar a su programa auténtico, el cual era el uso de la maquinaria social colectiva para la perpetua promoción del bienestar de la gente en general.

"Resulta un hecho interesante el que la gente comenzase a pensar en aplicar su poder político para la mejora de sus circunstancias materiales en Europa antes que en América, aunque las formas democráticas habían encontrado mucha menos aceptación allí. Esto era, desde luego, a consecuencia de la angustia económica perenne de las masas en los viejos países, que las impulsó a pensar por primera vez en la relevancia que cualquier nueva idea pudiera tener sobre la cuestión de su sustento. Por otra parte, la prosperidad general de las masas en América y la comparativa facilidad para ganarse la vida hasta el comienzo del último cuarto del siglo diecinueve explica el hecho de que hasta entonces los americanos no comenzasen a pensar seriamente en mejorar su condición económica mediante la acción colectiva.

"Durante la fase negativa de la democracia, se la había considerado diferente de la monarquía únicamente en la medida en que dos máquinas pueden diferir, cuando el uso y propósito general de ellas fuese el mismo. Con la evolución de la idea democrática en la segunda o positiva fase, se reconoció que la transferencia al pueblo del poder supremo del rey y los nobles no significaba meramente un cambio en las formas de gobierno, sino una revolución fundamental en la idea completa de gobierno, sus motivos, propósitos, y funciones--una revolución equivalente a una inversión de polaridad en el sistema social al completo, arrastrando consigo por completo, por así decirlo, la rosa de los vientos de la brújula, y poniendo el norte al sur, y el este al oeste. Entonces se vio lo que a nosotros nos parece tan claro que es difícil entender por qué no se había visto siempre, que en vez de ser propio del pueblo soberano confinarse a sí mismo en las funciones que los reyes y clases habían designado cuando estaban en el poder, la suposición fue, por el contrario, ya que el interés de los reyes y clases había sido exactamente opuesto al del pueblo, que cualquier cosa que los gobiernos previos hubiesen hecho, el pueblo como gobernante no debería hacerlo, y cualquier cosa que los gobiernos previos no hubiesen hecho, debía suponerse que era bueno que se hiciese, para el interés del pueblo; y que el uso y función principal del gobierno popular era propiamente uno al cual ningún gobierno anterior había prestado atención, a saber, el uso del poder de la organización social para elevar el bienestar moral y material de todo el conjunto del pueblo soberano al punto más alto posible al cual el mismo grado de bienestar pudiese asegurarse para todos--es decir, un nivel igual. La democracia de la segunda o positiva fase triunfó en la gran Revolución, y ha sido desde entonces la única forma de gobierno conocida en el mundo."

"Lo cual es tanto como decir," observé, "que nunca hubo un gobierno democrático propiamente dicho antes del siglo veinte."

"Exactamente," asintió el doctor. "A las denominadas repúblicas de la primera fase las clasificamos como seudo-repúblicas o democracias negativas. No eran, desde luego, en ningún sentido, auténticos gobiernos populares en absoluto, sino meramente máscaras para la plutocracia, ¡bajo las cuales los ricos eran los auténticos aunque irresponsables gobernantes! Verá fácilmente que no podían haber sido otra cosa. Las masas, desde el comienzo del mundo, han estado sometidas a los ricos y han sido sus sirvientes, pero los reyes habían estado por encima de los ricos, y constituían un freno a su dominación. El derrocamiento de los reyes dejó sin freno alguno el poder de los ricos, el cual se transformó en supremo. Las personas, de hecho, eran nominalmente soberanas; pero en tanto que esos soberanos eran individualmente y como clase los siervos económicos de los ricos, y vivían a su merced, los llamados gobiernos populares se convirtieron en la mera estratagema de los capitalistas.

"Contempladas como pasos necesarios en la evolución de la sociedad desde la pura monarquía a la pura democracia, estas repúblicas de la fase negativa marcan un escenario de progreso; pero si se contemplan como finalidades eran un tipo mucho menos admirable en su conjunto que las monarquías decentes. Especialmente respecto a su susceptibilidad de corrupción y subversión plutocrática eran la peor clase de gobierno posible. El siglo diecinueve, durante el cual esta cosecha de seudo-democracias maduró para la segadera de la gran Revolución, parece bajo la visión moderna nada más que un lúgubre interregno de gobierno mediocre, indolente, intermedio entre la decadencia de la monarquía viril en el siglo dieciocho y el surgimiento de la democracia positiva en el veinte. El período puede ser comparado con el de la minoría de edad de un rey, durante la cual malvados administradores abusan del poder regio. El pueblo ha sido proclamado como soberano, pero todavía no ha asumido el cetro."

"Y aun así," dije, "durante la última parte del siglo diecinueve, cuando, como dice usted, el mundo no había visto todavía ni un especimen de gobierno popular, nuestros sabios estaban diciéndonos que el sistema democrático había sido probado al completo y estaba listo para ser juzgado en base a sus resultados. Nadie, de hecho, fue tan lejos como para decir que el experimento democrático había demostrado ser fallido cuando, de hecho, parece que ningún experimento en democracia, propiamente entendido, hubiese sido hasta ese momento nada más que un intento."

El doctor se encogió de hombros.

"Es una tarea muy agradable," dijo, "explicar la lentitud de las masas en encontrar su camino hacia una comprensión de todo lo que la idea democrática significaba para ellos, pero es una tarea igualmente difícil e ingrata el explicar el fracaso absoluto de los filósofos, historiadores, y hombres de estado de su época en llegar a una estimación inteligente del contenido lógico de la democracia y pronosticar su resultado. Seguramente la mera pequeñez de los resultados prácticos logrados hasta entonces por el movimiento democrático comparados con la magnitud de su propuesta y las fuerzas tras él, les debería haber sugerido que su evolución estaba tan sólo en el primer estadio. ¿Cómo pudieron hombres inteligentes engañarse a sí mismos con la noción de que la idea más portentosa y revolucionaria de todos los tiempos había agotado su influencia y cumplido su misión al cambiar el título del poder ejecutivo de una nación de rey a Presidente, y el nombre del poder legislativo nacional de Parlamento a Congreso? Si sus pedagogos, presidentes y profesores de universidad, y demás que fueron responsables de su educación, hubiesen merecido su salario, no habría encontrado usted nada en el presente orden de igualdad económica que le hubiese sorprendido lo más mínimo. Habría dicho usted inmediatamente que era lo que le habían enseñado que necesariamente debería ser la siguiente fase en la inevitable evolución de la idea democrática."

Edith nos hizo señas desde la puerta y nos levantamos del asiento.

"El partido revolucionario en la gran Revolución," dijo el doctor, mientras paseábamos despacio en dirección a la casa, "procedió con el trabajo de agitación y propaganda bajo varios nombres más o menos grotescos e inadecuados, como los nombres de los partidos políticos eran propensos a ser, pero la sola palabra democracia, con sus varios equivalentes y derivados, expresaba, explicaba y justificaba con precisión y completamente, su método, razón y propósito, más de lo que lo podría hacer una bibloteca de libros. El pueblo americano se imaginó que habían establecido un gobierno popular cuando se separó de Inglaterra, pero estaba engañado. Conquistando el poder político ejercido anteriormente por el rey, la gente tan sólo había tomado los puestos exteriores de la fortaleza de la tiranía. El sistema económico que era la ciudadela y controlaba cada parte de la estructura social seguía en posesión de gobernantes privados e irresponsables, y en tanto así estuviese poseído, la posesión de los puestos exteriores no era de ninguna utilidad para el pueblo, y eran únicamente retenidos por la tolerancia de la guarnición de la ciudadela. La Revolución llegó cuando el pueblo vio que debía tomar la ciudadela o evacuar los puestos exteriores. Que debían completar el trabajo de establecer el gobierno popular que había sido apenas comenzado por sus padres, o abandonar todo lo que sus padres habían logrado."