Ideal Andaluz: Ideal de las regiones españolas

Ideal Andaluz
de Blas Infante
Ideal de las regiones españolas

Ideal de las regiones españolas

Pero ello no tendrá lugar si las regiones no aspiran al fin de fortalecer a España; porque el alma española no es otra que el resultado de la convergencia, en la suma, de las energías regionales. Cuando éstas sean fuertes y definan vigorosamente los imperativos de la propia conciencia, entonces aquélla, robustecida, reobrará con aliento poderoso sobre las regiones y se impondrá el imperativo de la conciencia nacional dentro y fuera de España. Las regiones, por tanto, no han de esperar a ser redimidas por la nación, sino que, al contrario, por ellas ha de ascender la fuerza inicial por cuya virtud se redimirá la patria. Suprimida la esperanza de la ayuda ajena, surgirá la confianza en la propia virtud; pero ésta no ha de rebasar, al fijar la meta de su desarrollo, el siguiente límite: "Vivir, por sí, para España".

Una región española que quisiera, directamente, vivir como nación, pronto languidecería, o sería incorporada a otra nación, en cuyo armónico engranaje regional se introducirá a lo sumo; y entonces, como elemento extraño, falto del complemento preciso, arrastraría una vida miserable. Lo primero, por la tendencia a lo homogéneo de la individualidad aislada; por la necesidad de contrastes y de complemento recíproco en todos los elementos que constituyen esta sociedad natural de regiones que se llama España, creada por la influencia recíproca de la Geografía, de la Psicología y de la Historia, determinadoras y compenetradoras de las más próximas afinidades; lo segundo, porque en las actuales circunstancias de la historia internacional, esas asociaciones naturales superiores, a más de al fin permanente de progreso, responden al transitorio de defensa, resguardando a sus componentes de posibles rapacidades. Portugal violó el sagrado de la patria Ibérica, no emancipándose, sino rompiendo los vínculos naturales que la retenían en el seno común de la gran familia hispánica. Renegó de la Naturaleza, se colocó fuera de sus Leyes en cuanto ofrecen la necesidad de los imperativos, y fue a caer en el círculo donde actúa la fatalidad de sus sanciones. Y Portugal, como dice un escritor, que no quiso ser miembro de una gran familia, cayó en la esclavitud de un gran señor.

Y es que, en España, las regiones podrán denominarse naciones, pero sólo en cuanto se considere como supernación a España. Porque las regiones pudieron ser naciones en una época en que éstas no precisaban de la heterogeneidad interna que supone la complicación regional; pero, ¿qué diríamos de los que hoy pretendieran romper los lazos de subordinación que unen a las familias con respecto a las ciudades, a éstas, con respecto a las naciones, invocando la razón de su antigua o ancestral absoluta independencia? Si el progreso actúa por diferenciación, ¿cómo no han de ser los organismos de sus últimas épocas más complejos que los anteriores?.

Las regiones estarán más o menos determinadas geográficamente en esta España que fuera un día un continente en miniatura, según frase del ilustre Costa. Pero en ninguna otra parte de la extensión del globo ha señalado la naturaleza, de un modo tan distinto, el solar de una gran nación.

En las diferentes regiones habrá predominado una raza determinada; pero si a las razas (mejor dicho, a los tipos antropológicos) las funde un hombre, ¿no va a fundirlas la Historia? Lo que, por ejemplo, hizo Manco-Capac en el Perú, Mahoma en la Arabia, ¿no habrán podido realizarlo en un territorio demarcado con trazos vigorosos por su topografía, tantos siglos de luchas por un ideal común con el antecedente de una común ascendencia en el sedimento general de los pueblos iberos y de las capas étnicas depositadas por distintas y generales dominaciones? ¿Puede existir un crisol más poderoso? En otros que no lo son tanto, de la fusión de los pueblos y de razas más distintas ha surgido un espíritu nacional. No existen, dice Topinard (Antropología, capítulo X), raza alemana, ni francesa, ni inglesa, sino alemanes, franceses, ingleses. Francia misma, cuya nacionalidad es tan homogénea, ¿de cuántas razas diferentes no costa? Ascendencia de Kimris al Norte, de germanos al Este, de normandos al Oeste; de celtas en el centro, de vascos al Mediodía, por no contar sus otros tipos de diferenciación étnica. ¿Y se puede decir por esto que existen distintas naciones en Francia?

Porque todas las regiones podrán tener una historia nacional, pero la historia del espíritu español, la Historia de España, ésta sobre todas, alienta sobre todas las historias regionales. Los colores de las banderas serán distintos; pero uno es el genio que triunfa con el Campeador, con el gran Pedro III, con Gonzalo de Córdoba, con Hernán Cortés. Todos ellos conquistan reinos sin soldados, porque son soldados escogidos del Ideal, y para triunfar, les sobra fe.

Si hasta los reyes moros de Valencia hubiera arribado la leyenda de un hombre capaz (Pedro III) de recoger el guante que arrojara, desde el patíbulo, un príncipe inocente (Conradino), inicuamente ajusticiado por los más altos poderes espirituales y temporales de la tierra, y de defender y de ganar, abandonado de propios y de extraños, solo, contra todos ellos, desde unos riscos, el noble reino conquistado por la sangre de sus mayores, aquellos reyes hubieran asegurado que ese gigante era el Cid.

Si un Felipe el Atrevido, o un Martín IV, o algunos de los famosos cruzados defensores del rey Chapeo hubieran sabido de un Caballero que por resguardar la justicia de la sombra de un crimen (El Cid, de Santa Gadea) aceptara el ser extrañado por la patria, conquistando para ella, sin embargo, en el destierro reinos y ciudades, con el solo esfuerzo de su brazo invencible, todos convendrían en afirmar que el caballero capaz de desarrollar tanta fortaleza no podía ser otro que Pedro de Aragón.

Si en la Grecia del siglo XIV se hubiera profetizado que andando el tiempo, en remotas lejanías, un centenar de hombres había de conquistar para su Nación, la inmensidad de un Gran Imperio (Méjico y Perú); Grecia hubiera asegurado que sólo había unos titanes capacitados para tal empresa. Los catalanes vengadores de Roger de Flor.

Y si allá, en los imperios de los Moctezumas y de los Incas, se hubiesen cantado las proezas legendarias de un puñado de héroes (los catalanes en Grecia) que batiéndose entre Imperios enemigos donde no alcanzan los auxilios de la nación propia, y sí el combatir de muchas ajenas, aún tienen alientos para conquistar el centro mismo de la antigua patria del arte y de la Civilización, Méjico y Perú, habrían firmemente creído que esos titanes no habían podido ser otros que los Españoles de Pizarro y de Cortés.

Véase si existen sobre la superficie de la tierra naciones o regiones regidas, no sólo por un tan alto, sino por un tan igual espíritu. Habían de estar las regiones Españolas situadas en los más opuestos puntos del planeta, y aún mostrarían su unidad por la virtud de esta sus poderosas y claras afinidades.

En todos estos representantes del genio español se descubre la misma fe inquebrantable que constituye la característica de la psicología nacional en el triunfo del Ideal, puesto por ellos principalmente, en el rey y la patria, sobre las cuales, completada la conquista de aquella, afirmó Castilla el Ideal Católico[1].

El individuo cede al apóstol. La ingratitud siempre encuentra a la lealtad. A Alfonso VI sucede Fernando V, a Ruiz Díaz de Vivar, Gonzalo Fernández de Córdoba.

"Defenderé a V.A. hasta quedar reducido al fuste de Gonzalo Fernández", decía al Rey Católico, el Gran Capitán. Y, en verdad, que, entre las naciones, por defender su ideal, a eso, al fuste de un simple y obscuro soldado de las últimas filas, dirigido y no director ha quedado reducida España. Pero, ¿es, esta razón para destruir lo que resta de su personalidad o es sólo motivo para aspirar a que, por honra y bien de todos, renazca su gloria y su grandeza?

Comunidad de raza y de historia debatiéndose en un mismo medio geográfico hicieron brotar el alma española en este glorioso solar de Iberia. Podrán las regiones renegar del hogar común, de la tradición, y de la sangre; tres afirmaciones rotundas con que la naturaleza defiende los últimos hálitos de la vida, y asegura el renacer de ese genio necesario, para el Progreso de la civilización; pero, por el triste y vivo ejemplo de la, a pesar de todo, región hermana, de la protegida Portugal, pueden llegar a saber cómo la eterna justicia siempre encuentra un ejecutor de sus supremos fallos; cómo nunca falta un Inglés o un Francés, en suma, un instrumento para castigar en los pueblos, al igual que en los individuos, los atentados de esa naturaleza.

En España, pues, sólo regiones, hay. Sólo regiones puede haber. A las regiones se presenta, inmediatamente, como fin, al cual deben ordenar sus energías, el fortalecimiento nacional, del mismo modo que, siempre, el de la unidad superorgánica inmediata superior, se presenta, en tal concepto, a la inferior, hasta llegar al individuo, base prima de toda fortaleza social. En todas ellas ese fin, lo es, por ser aspiración, no exclusiva y accidental, sino colectiva y permanente, de alcanzar, mediante el cumplimiento del mismo, la consecución de un medio superior de realizar el ideal Humano. Para cumplir esta aspiración, las regiones han de procurar robustecer el matiz que encarna su propio genio regional; pues, este resultado, implica una base; el desarrollo de todas las energías vitales que les sean privativas y su ordenado encauzamiento; dado que, en tal término, deben desembocar aquéllas naturalmente; y una consecuencia: el desarrollo de las fuerzas espirituales correspondientes a ese matiz, y su tendencia a la expansión por todo el ámbito nacional; lo que traerá, corno secuela necesaria, el contraste de todas esas fuerzas, que lucharán, como las demás realidades, por imponer cada una el sello de su originalidad al alma de la nación; y triunfar en el triunfo del Progreso Patrio. Así se restaurarán las energías nacionales, y se crearán oirás nuevas; las físicas, por las que las regiones hayan de crear para dotar a su genio de la fortaleza que la victoria precisa; las morales por la intensidad de los elementos varios que han de contrastarse; por la intensidad del contraste que corresponde a la de la luz, a la del calor, a la de la vida. Y he aquí como, la naturaleza, al sancionar, en general, en este orden de las ciencias sociológicas, los mismos principios que hemos demostrado en los demás ordenes oportunos, determina el Ideal de éstas, concretándolo en una fórmula, análoga a la que propusimos al ocuparnos de las naciones, relativamente a la esfera más elevada que en éstas han de desenvolver su actividad. Esto es, "Triunfar en el Pugilato que entre todas ellas se entable por el progreso de España". La que venza en ese Pugilato (y no hay en la Historia vencimientos definitivos) impondrá el matiz de su genio propio al progreso de la nación. Presidirá las expansiones del alma nacional. Así, la región más española, será la que ponga más alto el nombre de España; la que más eleve el nivel de grandeza de la patria común.

Pero, éste, es Ideal Común a todas las regiones Españolas. Es Ideal de Andalucía como Región que ha de concursar con las demás regiones, en el pugilato por el progreso de la Sociedad de todas ellas; no como realidad substantiva e independiente: Aquél es el Medio, éste será el Fin. Andalucía hade tener por Ideal, como Región española, el predominio de cualidad como inspiradora de la obra del Progreso Español: el triunfo en ese Progreso de su dogma esencial; en una palabra, ha de tener por Ideal el imponer su Ideal en el pugilato que establezca con las demás Regiones, para que, por la virtud de su imperio, se eleve más alto que lo pudiera hacer otra alguna el Progreso Español, y, con él, el del mundo, y, por tanto, el nombre de España. Ahora, peculiar del Genio andaluz.

Antes de intentar averiguarlo, hay que resolver, como cuestiones previas, las que, a este propósito, se planean; tales como la existencia de Andalucía, y por consiguiente, la de su genio; y la de si, Andalucía, como creen algunos, está condenada por la Naturaleza a perpetuar incapacidad, y, por tanto, si es, o puede ser, capaz de definir y de realizar su Ideal, para, en caso afirmativo, concluir con la definición de éste, así como, también, con el análisis del estado actual de su capacidad; averiguando si carece circunstancialmente de ella, las condiciones o medios de remover las causas que tal resultado producen; los cuales medios, en su consideración substantiva, habrán de presentarse, como otros tantos ideales próximos, a cuyo cumplimiento, más o menos inmediato, habrá de tender el Pueblo Andaluz.

  1. Esta capacidad de los españoles para sacrificar los estímulos individuales en aras de un ideal, por encima de todo colocado, es la causa de que, entre nosotros, las divisiones de índole feudal no hayan encontrado campo abonado; no la incapacidad para dirigir la vida individual, como impremeditadamente se ha dicho por algún escritor. En la relación de intereses, de individuo a individuo, de tribu a tribu, de ciudad a ciudad, la característica de la idiosincrasia española, desde los tiempos más remotos, ha sido el aislamiento. Legendarias y de todos conocidas son nuestras pertinaces divisiones, que no han cedido ni aun ante el peligro común, y que, sin embargo, hanse acabado y depuesto; ante le común ideal. Hasta la división en naciones que se mantiene mientras el enemigo permanece en nuestro territorio, concluye cuando, desaparecido éste, se aleja el peligro y queda sólo el ideal.


    Estas paradójicas determinaciones son propias de la psicología idealista, la cual constituye el fondo del carácter español. Así, al no haber en la Península moros que combatir, salvada la patria, queda la Religión: la cual, por ser respetada dentro, es preciso defender fuera, imponiendo con ello el absolutismo del carácter nacional. Entonces abandonan las regiones sus endémicas rencillas y van juntas a defender aquel ideal, último motivo de las determinaciones del Estado en el orden internacional y en el nacional, y espíritu de la colonización española como lo prueban las leyes de Indias, donde se invoca ese ideal como razón suprema de actuación de los colonizadores. De otro modo, tal vez el matrimonio de Isabel y de Fernando no hubiera sido el motivo ocasional de una unión permanente.