Humo (Iván Turguénev)/Iván Turguenef

Nota: Se respeta la ortografía original de la época



IVÁN TURGUENEF



Para hablar de la gloriosa estirpe del humorista, satírico y épico Nicolás Gogol, y del desarrollo de la escuela natural por él fundada, empezaré, no sólo por el primero en orden cronológico, sino por el más inteligible y simpático de sus descendientes los príncipes de la novela rusa: por Iván Turguenef.

Hijo de un hidalgo campesino, la verdadera educación de Iván se hizo entre los brezos del monte, en sociedad con los cazadores infatigables, cuyos cuentos y narraciones al calor de la fogata encendida en despoblado convirtió su pluma en obra maestra. Su entendimiento acabó de formarse en Berlín, donde rumió las filosofías de Kant y Hegel, arrojándose de cabeza, como él decía, al océano germánico, á fin de quedar purificado y regenerado por todo el resto de su vida.

La mocedad rusa tenía por entonces, hacia el año 38, su Meca en la facultad de filosofía de la capital de Prusia, donde se alzaba la cátedra de Hegel, y allí se reunían buena parte de las futuras celebridades moscovitas, entre ellas el famoso anarquista Bakunine. Al salir de aquella atmósfera irisada de ideas y volver á su patria y hogar campesino, apoderóse de Turguenef la melancolía inevitable del viajero que deja atrás la civilización, la luz y el rumor del torbellino intelectual y entra en regiones donde, como dicen los versos del héroe de Tierras virgenes, «todo duerme excepto la taberna». Impresión de nostalgia casi lírica, que el novelista analizó de mano maestra en algunas páginas admirables de El nido de nobles.

En busca de horizontes, discusión y ambiente literario, pasó á San Petersburgo. Agrupábanse á la sazón los elementos intelectuales en torno del extraordinario crítico Bielinsky, aunque profesaba la teoría pesimista de que el arte ruso no podía existir antes de la emancipación política, hubo de reconocer el valor indiscutible de los primeros ensayos de Turguenef, y le impulsó á dar á luz alguno de los bocetos deliciosos reunidos más adelante bajo el título de Diario de un cazador. Contra el dictamen de Bielinsky, fué tanto mayor el éxito cuanto que Turguenef, con la exquisita intuición artística que le pertenece á él solo en Rusia, no predicaba ni hacía novela docente—la moda, ó mejor dicho, la plaga reinante en aquellos días.

No tardó Turguenef en salir otra vez para el extranjero, deteniéndose en París, donde terminó el Diario y escribió El nido de nobles. Vuelto á Rusia, un juicio crítico sobre Las almas muertas de Gogol, á quien se atrevía á llamar grande hombre, le atrajo las iras de la policía y el confinamiento á sus propiedades: castigo cuyos efectos no cesaron hasta que la muerte del severo Nicolás y el desenlace de la guerra de Crimea mudaron del todo la faz de las cosas en Rusia.

A pesar de la injustificada dureza con que se le trató en ocasión semejante, no quedó ulcerada el alma de Turguenef, ni dispuesta á acerbos desquites. Es una de las más hermosas y atractivas condiciones del amabilísimo maestro el haber sabido ó podido por virtud natural conservar la serenidad de su espíritu, sin que le arrastrase la corriente de dos partidos igualmente violentos é igualmente resueltos á acibararle la existencia, si no se arrojaba en sus brazos. Situado en el vértice de la honda cortadura que abre una sima entre las dos mitades de Rusia, Turguenef supo mantenerse contemplativo y en actitud meditabunda, la actitud que Víctor Hugo gustaba de atribuir á los pensadores y á los poetas. Impulsado por tradiciones de familia y por el equilibrio de su pensamient o á dar la preferencia, en la comparación de Rusia con el resto de Europa, á la civilización occidental, protestó con el valor tranquilo que sólo infunde la convicción artística contra la vanidad ciega del llamado partido nacional de Moscou, que al par que reclamaba la libertad del siervo, quería crear un nuevo mundo absolutamente eslavo y apagar con el pie la antorcha de toda cultura extranjera. Refinado, selecto, delicadísimo, sin ninguna clase de repulgo ó afeminación estética, hubo también de protestar contra aquel vandalismo nihilista, cuyos propósitos estereotipó con gracia una caricatura de periódico satírico, poco después de la explosión del Palacio de Invierno. Representaba ésta á dos nihilistas que se encuentran entre montones de ruinas, y el uno preguntaba:—¿Ha volado todo ya?—No respondía el otro:—el planeta aún resiste.—¡Pues á volarlo!—exclamaba el primero.—Turguenef, que no era ciertamente lo que por aquí llamaríamos un conservador, y cuyas manos habían torcido y roto la cadena del siervo, no pudo avenirse á la nueva barbarie revolucionaria.

Así es que sus obras más discutidas y notables son las que atacan la ignominia de la servidumbre ó el azote del terror revolucionario. Entre las primeras deben citarse el Diario de un cazador, y la mayor parte de sus primorosas novelitas breves; entre las segundas, Padres é hijos, cuadro del nihilismo es peculativo; Tierras virgenes, donde retrata el activo; Humo, sangrienta sátira contra el exclusivismo y el fanatismo nacional, que le costó su popularidad y le concitó enemistades sin cuento. Diré algo de cada una de ellas, desflorando el asunto ya que no hay lugar de ahondarlo; y no es interrumpir la biografía de Turguenef, porque la vida del dulce soñador y del sentido poeta está en sus libros, y en las amarguras que á causa de ellos apuró.

La primer novela extensa de Turguenef es Demetrio Rudine, tipo que pudiera haber servido de modelo al Numa Roumestán, de Alfonso Daudet: estudió de uno de esos caracteres complejos dotados de grandes aspiraciones y aparente riqueza de facultades, pero que tienen roto el resorte de la voluntad y carecen de dirección y rumbo fijo. El nido de nobles representa en el conjunto de las obras de Turguenef lo que en la vida humana la hora inevitable de emoción tierna y cariñosa, que aun los pechos más endurecidos han probado; en ninguno de sus trabajos, salvo quizás en las Reliquias vivas, demostró Turguenef más profundidad de sentimiento. Las Reliquias vivas es una lágrima de compasión cuajada y engarzada en oro: El nido de nobles es el trágico dolor de la felicidad entrevista y perdida, del cielo que se entreabre y luego se cierra y se torna bóveda de bronce, sorda y helada. El protagonista, un hidalgo ruso, Lauresky ([1]), engañado y vendido por su esposa y separado de ella, vuelve á su casa solariega á ocultar su desaliento y soledad, y en un círculo de vida provinciana, honesta y sencilla, encuentra á una prima suya, joven, hermosa y cándida, que se prenda de él. Corre el rumor de la muerte de la esposa de Lauresky, y alienta en éste la esperanza de la ventura; pero la supuesta difunta resucita y se presenta á reclamar con hipócrita mansedumbre su puesto bajo el techo conyugal, y la niña enamorada se retira á un convento. Extractar argumentos así es un sacrilegio; hasta parece endeble y vulgar el enredo, frío y pálido el asunto. Lo interesante es la manera de exponer drama tan sencillo: no parece sino que el novelista, como en los antiguos relicarios, ha colocado un cristal al través del cual se ve latir el despedazado corazón de sus héroes. El fondo es digno de las figuras. La descripción de las costumbres provincianas, el campo, y sobre todo, el admirable capítulo final, son el grado sumo de la perfección en el arte de hacer novelas. Así es que El nido de nobles produjo en Rusia una impresión que, según dicen, no puede compararse sino á la causada en Francia por Pablo y Virginia.

Un cambio inmenso se produjo en Rusia: ¡no había siervos ya! Y Turguenef, olvidando tiernas historias amorosas, se arrojó en mitad del océano y estudió la lucha de la sociedad nueva con la antigua en Padres é hijos. Es esta obra retrato de dos generaciones, y cada una, dice agudamente Merinée, encontró muy parecido el de la otra; pero tomó el cielo con las manos, afirmando que el suyo propio era una caricatura; y más altos que los de los padres fueron los clamores de los hijos, personificados en el positivista Bazarof.

Dos hidalgos de aldea, un cirujano rural y su mujer, representan en la novela la gente de antaño, y dos estudiantes la de ogaño. De los estudiantes, Bazarof es el que descuella, guía y dirige: de tanta vida le dotó el novelista, que creemos oirle y verle con su cara larga y enjuta, su espaciosa frente, sus grandes ojos verdosos, las abultadas protuberancias de su ancho cráneo. Por las calles y callejuelas del barrio latino, que es en París la madriguera de los refugiados rusos, más de una vez he visto pasar tipos heteróclitos, cuerpos desgarbados y huesudos metidos en la funda de raído gabán color de avellana, prenda no siempre de invierno, aunque la nieve cayese á copos anchos. Y yo pensaba:—Ahí va un Bazarof emigrado y muerto de hambre, pero quizás más deseoso de aplicar unas cuantas libras de dinamita al teatro de la Opera, que de almorzar.

Bazarof no es todavía el nihilista dispuesto á erigir en sistema político la voladura y el asesinato y á defender en libros muy doctos su teoría: es el mozo á quien el estudio de la Medicina y las Ciencias naturales, la lectura de los materialistas alemanes y la contemplación del triste estado de su patria, exaltaron, ulceraron y secaron moralmente, convirtiéndole en el más agrio é insufrible de los mortales, echando á perder las dotes de su entendimiento y su generoso corazón. Por la energía del carácter y el poder de la inteligencia toma ascendiente sobre su compañero Arcadio, muchacho entusiasta y sencillo; y la novela da comienzo cuando Arcadio vuelve á su quinta solariega, en compañía del admirado maestro. Encuéntranse frente á frente las dos generaciones, los jóvenes estudiantes ateos y demagogos, y el padre y tío de Arcadio, gente conservadora y formal: el choque es inmediato. Bazarof, con su manía de disecar ranas, su desaliñado traje, sus ásperas y dogmáticas contestaciones, su grosera franqueza y su olor á drogas y á tabaco barato, se hace antipático desde el primer instante; y á Bazarof le pone más nervioso que de costumbre el tipo de Pablo, tío de Arcadio, hombre elegante y distinguido, que conserva tradiciones de cultura francesa, se viste primorosamente, gusta de todo lo fino y poético, y gasta unas uñas que, según dicho de Bazarof mismo, pueden enviarse á la Exposición. El contraste es tan vivo como curioso: cada movimiento, cada respiración, por decirlo así, produce conflictos y aumenta la discordia. Arcadio, influido por su amigo, encuentra mil maneras de molestar á los viejos: ve á su padre leer un tomo de Puchkine, y se lo quita de las manos, dándole, en cambio, la novena edición de Fuerza y materia. Y es lo gracioso que el pobre muchacho, en el fondo, no puede avenirse á las ideas del duro y amargo Bazarof; pero tan supeditado le está, con tal respeto lo mira y tal miedo tiene á su mofa, que oculta sus sentimientos más inocentes y sencillos como si fuesen pecados, y ni se atreve á confesar el placer que le invade al ver de nuevo la naturaleza y la aldea natal.—¿Qué casta de pájaro es tu amigo Bazarof?—preguntan á Arcadio su padre y su tío.—Un nihilista responde éste. Esa palabra—advierte el padre—debe de venir del latín nihil, nada, y significar un hombre que no acata cosa alguna.—Significa un hombre que todo lo mira desde el punto de vista crítico.—La crítica, la análisis despiadada, estéril y cargante (pase el vocablo), eso es, en efecto, Bazarof, genio de la negación absoluta, MefisPágina:Humo (1891).pdf/24 Página:Humo (1891).pdf/25 Página:Humo (1891).pdf/26 Página:Humo (1891).pdf/27 Página:Humo (1891).pdf/28 Página:Humo (1891).pdf/29 Página:Humo (1891).pdf/30 Página:Humo (1891).pdf/31 Página:Humo (1891).pdf/32 Página:Humo (1891).pdf/33 Página:Humo (1891).pdf/34 Página:Humo (1891).pdf/35 Página:Humo (1891).pdf/36 Página:Humo (1891).pdf/37 Página:Humo (1891).pdf/38 Página:Humo (1891).pdf/39 Página:Humo (1891).pdf/40 Página:Humo (1891).pdf/41 Página:Humo (1891).pdf/42 Página:Humo (1891).pdf/43 Página:Humo (1891).pdf/44 Página:Humo (1891).pdf/45 celeste claridad de su musa. Dos genios hay para mí en Rusia dignos de las épocas clásicas: Puchkine y Turguenef.


Emilia Pardo Bazán[2].



  1. Lawretzky
  2. Capítulo del libro La Revolución y la Novela en Rusia.