Huevos importados
«Han llegado 1.800 huevos
de gallinas, procedentes de
los Estados Unidos y consignados
a los señores W. R. Grace y Cía.».
El gallinero amaneció revuelto. Uno de los más prestigiosos miembros de la alta sociedad femenina había sido echado en un nido de paja en el rincón del patio, sobre diez huevos de un aspecto sospechoso. La noble y virtuosa gallina, cuyo color negro la hacía aparecer aún más noble y virtuosa de lo que era, había luchado largo rato entre la repugnancia de cubrir bajo su pechuga tibia esos huevos con un timbre morado que decía «Fresh Eggs Company Limited New York», y su inmenso y desbordante deseo de maternidad jamás agotado y siempre entusiasta.
Sin embargo, mientras para ejemplo de la nueva generación cerraba sus ojos con íntimo recogimiento, las más terribles dudas le asaltaban. ¿Qué iría a salir de cada uno de esos huevos envueltos en una especie de esperma, con esas letras que bien podían significar insultos, herejías o burlas contra el mismo alto ministerio del empollamiento? ¿Qué clase de seres degenerados, viciosos o simplemente extranjeros, romperían la cáscara y asomarían a la luz del día?
-Consulta, hija, a los caballeros que tienen experiencia -le decía una amiga después de observarla largo rato con un ojo fijo y redondo.
-Allí los tienes tú -replicaba la virtuosa, señalando tres o cuatro parejas de gallos que se perseguían dándose picotazos y estocadas, -allí los tienes. Ellos son los causantes de que estén trayendo huevos de los países protestantes.
-¿Por qué?
-Porque no producen lo suficiente...
-Pero aquí vienen algunos senadores de consejo que pueden dártelos buenos.
Un grupo de patos avanzaba balanceándose de un lado a otro, y manifestando con su grito nasal una satisfacción íntima y sincera. Gracias a ellos no se perturba el orden en el gallinero, porque aunque a veces parece que se caen al andar, sus patas, admirablemente construidas, los mantienen equilibrándose. Se puede decir que si los gallos tienen el talento en las estacas, los patos tienen el buen sentido en sus patas.
Llamados a examinar los huevos, lanzan gritos en diversos tonos. Uno de ellos hace una venia y dice:
-Estos huevos son yanquis. Es digno de notarse que Chile, que parecía destinado a exportar huevos, esté ahora recibiéndolos del extranjero. Esto quiere decir que el circulante de huevos escasea. Es un fenómeno natural.
-Es necesario distinguir, colega -dice otro.- ¿Ha crecido el consumo de huevos por habitante? ¿Ha disminuido la producción por gallinas? ¿Han aumentado los usos del huevo?
-Yo creo que sí -dice un pato portugués, destinado al príncipe de Braganza-, porque ayer he visto a una señora que se reventaba un huevo en la cabeza y se lavaba con él el pelo.
-Vea usted, ése es un dato. ¿Llevará estadística de esto don Vicente Grez?
-Yo propongo -dice uno, que generalmente es conocido con el nombre del pato distraído- que se acuerde continuar en este gallinero hasta nueva orden.
-Escuche usted, señora gallina, a este colega. Siempre se distrae y sale presentando proyectos que no tienen nada que ver con lo que se discute.
-Entre tanto -pregunta la gallina-, ¿seguiré sobre estos huevos? exponiéndome a un futuro tan incierto?
-Sí, señora. Saldrán pollos norteamericanos, que son sumamente independientes y laboriosos. Con seguridad, para no perder el tiempo, ya están aprendiendo castellano adentro de la cáscara. Pero en todo caso sería conveniente tomar votación, y para eso aquí viene la mayoría.
Una tropa de hermosos pavos se acerca, haciendo al andar vigorosos signos de asentimiento con sus cabezas.
-Han dicho que sí -dice el pato portugués.- ¡Tan disciplinados!
Y todos se van, dejando a la virtuosa vestida de negro, al frente del incierto problema. Un hermoso ex gallo de plumaje rojizo, que pasa al trote con un pequeño sapo en el pico, se detiene un instante y le dice:
-¡Cuidado, señora! Yo he oído decir que los norteamericanos tienen una famosa doctrina de Monroy, que consiste en comerse ellos el maíz y dejarle la tierra a los demás. ¡No vaya a estar criando cuervos!
-Este es bueno para Ministro -le dice la futura madre a su amigo-, porque es tan conciliador. Siempre está bien con todos, y nadie le tiene mala voluntad.
-Sí, hija. Seguirá el camino de los demás de su clase. Hoy están de moda en el Ministerio. ¡Los gallos venidos a menos!
Un gallo de largo plumaje atornasolado avanza. A cada instante se detiene, levanta una pata, da vueltas la cabeza, mira con un ojo, y sigue adelante. Es un gallo de pelea; sabe cacarear; tiene continuamente en alarma al gallinero y da mucho que hacer al dueño de casa, que ha resuelto o cortarle la estaca o mandarlo a otra parte.
-¡Qué alarma han metido con estos famosos huevos! Es natural que si escasea este circulante en las cocinas se le aumente. ¿No han dicho el otro día aquí al lado de afuera, que faltaba plata y la debían traer de Europa? Pues bien, si faltan huevos, que los traigan.
-Pero ¿por qué no hay más? Es culpa de ustedes.
-Muchas inversiones, muchas inversiones. El gallinero crece cada día más. Un consejo, amiga mía. ¿Cómo sabes si esos huevos no están pasados por agua?
-¡Qué sospecha!
-Pero ¿no te acuerdas que la gallina castellana estuvo seis meses sobre unos huevos comprados en la Quinta Normal y nunca salió nada de ellos? Eran huevos fritos.
La gallina salta como por un resorte y abandona el nido. Apenas ha dado unos pasos, cuando una robusta mano la pesca de un ala.
-¿A la cazuela? -dice el gallo en forma de monólogo- ¡Siempre los mismos atropellos! ¡Qué bien nos vendría una doctrina Drago para defendernos de esta fuerza brutal e invencible de las cocineras!