Mosaico

La crítica -suponiendo que haya crítica en Madrid- no se cuida poco ni mucho del movimiento literario de provincias. Los libros provincianos, o de los provincianos, tienen en las redacciones madrileñas el mismo destino que los periódicos de allende el mar: sin leerlos, sin hojearlos, sin abrirlos, con faja y todo, van a parar bonitamente al cesto de los papeles inútiles...

Si el provinciano quiere que su nombre suene aquí, tendrá que hacer la maleta, tomar el tren, presentarse en la ilustre Corte con algunas cartas de recomendación, y mejor aún con algunos billetes del Banco que gastar en comidas, cafés y... puros, aunque sean viles tagarninas. Esto es lo positivo.

Los bombos se consiguen en tal caso con pasmosa rapidez. El gacetillero no leerá el libro, pero sabrá de lo que trata por el mismo autor, y le aplicará la consabida crítica (una especie de canon, pauta, molde o como se quiera), de frases hechas, lugares comunes, elogios hueros, y a veces ni eso siquiera, porque vive muy ocupado, no puede ni quiere molestarse, y sale del paso o atolladero diciendo al autor: «hágame usted tres o cuatro cuartillas, y tráigamelas para publicarlas. ¡Ah!... dese usted todos los bombos que quiera, no sea corto de genio...»

Si el aludido no es un sinvergüenza hará la maleta, tomará el tren, y se volverá al terruño sin criticas, sin billetes del Banco, y... sin viles tagarninas.

El escritor andaluz D. José Nogales y Nogales, no está al tanto de lo que ocurre en el caserón destartalado y viejo; como que no vive en este medio ambiente. El Sr. Nogales se ha limitado a remitir su opúsculo Mosaico, sin prólogo, sin monos, sin recomendaciones, y muy modestamente editado.

Agradézcame, pues, el Sr. Nogales -aunque no le agrade, que no le agradará, tal cual reparo que pondré luego a su libro- el desinterés con que le trato, y tengo por bien averiguado que no abundan los casos como éste.

La lectura de la primera parte Artículos, del Mosaico, me ha hecho formar de su autor buen concepto literario. Son trabajos a lo Michelet y Flammarión, en Francia, y a lo Arístides Rojas en América -como los titulados El álamo y el agua, La partícula de alcohol «que arrulla y mata», etc.- trabajos científicos, embellecidos por la poesía, con verdadero derroche de primores de la imaginación. En España no tiene cultivadores este género literario. Algo y aun algos ha hecho el ilustre Benot; algo también Echegaray, no sé si en El Imparcial, creo que sí, y nadie más.

El Sr. Nogales tiene excelentes condiciones para brillar en dicho género, que es más difícil de lo que parece, porque no es pura retórica todo lo que en él reluce; y se necesita talento, mucho talento, para servir ciencia, y hacer que la traguen a gusto estómagos profanos, rebozándola con el dulce de la poesía.

Otros artículos, como La siega, pletórica de esplendorosas descripciones, recuerdan las filigranas de estilo que tuvo Ortega Munilla en sus buenos tiempos...; y en general están bien sentidos y parlados, no faltando en alguno de ellos un pensamiento hermoso, como aquél que recomienda, en la fantástica Danza de las llamas, que se endurezca la pupila para no llorar mucho... ¿Ha sufrido y llorado el Sr. Nogales? Sí, se le ve... Su espíritu, harto candoroso, no ha revoloteado impunemente sobre el estercolero de la vida.

No me parecen bien otros trabajos del Sr. Nogales. Bella es, de un romanticismo a lo Bécquer y Castello Branco, la tercera carta A una mujer; pero fea, muy fea, aunque se haya publicado, según reza una advertencia, «el viernes santo del presente año de 1890», La Idea cristiana, cuyo principio es una serie de preguntas y repreguntas a lo catecismo. Las tradiciones de la sierra no me encantan, y hay entre ellas una Julianita que recuerda demasiado un artículo del autor de las Rimas... Los demás desmerecen mucho de los primeros que figuran en la colección. Pero casi todos se dejan leer, y ya esto es bastante.

No creo que M. Livron presintiera al Sr. Nogales cuando dijo que había poetas líricos en prosa, por ejemplo, Castelar, ruiseñor de la Historia; pero el Sr. Nogales es uno de esos poetas, escritor de prosa poética, y algunas veces salva el terrible escollo de los ópalos, nácares, rosas, púrpuras, franjas blancas y demás quisicosas de bisutería barata y cursi...