Huellas literarias/Los matones

Los matones

Alejandro, empleado en LA DISCUSIÓN, es un mulato inteligente, discreto y leal. Vive de su trabajo honrado, cumple con su familia y con la sociedad, y procura identificarse moralmente con el periódico que le da el pan de cada día. Sin embargo, no es popular. Porque no ha apaleado a su padre, ni ha mancillado su hogar, ni ha muerto a nadie en un duelito. Pero, a pesar de estas deficiencias, se le quiere y se le estima.

Alejandro, amigo de los redactores de LA DISCUSIÓN, nos entera cariñosamente de los elogios y de las censuras que se nos dirigen.

Cada vez que un periódico de la Habana me dispensa el honor de aplaudirme en cuanto literato, me lo cuenta Alejandro con cara de Pascua. Pero nunca como ayer retozó en sus labios la alegría del triunfo.

-¡Por fin!... ¡ya tiene usted lo que le faltaba! ¡una ristra de insultos!...

-¿Es posible, Alejandro? ¿Quién me los hace?

-Un periódico que, en estos mismos días, -porque usted acaba de llegar de Madrid- le ha dirigido saludos y plácemes.

-No lo entiendo. ¿Será tal vez algún acreedor mío no presentido -como diría Fernández y González- que quiera sacarme el dinero?...

-El artículo no está firmado. Yo he tornado nota de los motes. Oiga usted.

«Maton (¿yo? ¡si no he asesinado a nadie!) ¡explotador! (¿de minas?) ¡perdonavidas literario! (ahí duele); tránsfuga de los intereses africanos (¡cielos! ¿seré caníbal a lo Jamerson?) enemigo de la humanidad (ese debe ser título venezolano, así como Gran Demócrata, Ilustre Americano etcétera); farsante sempiterno y vil gusano de fétida alcantarilla (o linfa Kock sempiterna de alcantarilla fétida de vil gusano... ¡pero qué tontos hizo Dios a los señores que escriben eso!) Jugador (de primera a los bolos); satírico fullero (¿qué más bombo? ¿o se toma el fullero por las hojas?), especie de podredumbre de hospital (otro titulito venezolano); antillano renegado (leyendo eso reniega cualquiera de todas las Américas); víbora, desdeñoso, puerco, mala persona, basura del arroyo (¡Dios me asista!) mono, Luigi Vampa (¡guardias, a esos!), escarabajo (¡barajo, no tanto escarbar, no tanto!)»

-Basta, Alejandro amigo, eso es una letanía sin ora pro nobis.

-¡Pero si no he acabado todavía!

-¿Qué dices, insensato?

-Le llaman a usted negrero.

-¡Yo, con negros!¡Así me lo hiciera bueno el periódico!

-También...

-¿Hay más rosario todavía?

-Sí, señor. Dicen que fue usted «Luis el republicano» y más tarde...

-¡Luis XVI! ¡y me guillotinaron!

-No, señor, no: Luis el cubano.

-Lo cual quiere decir que los cubanos no pueden ser republicanos, y que los republicanos no pueden ser cubanos. La cosa tiene gracia.

-Y también (¡socorro!) le dicen a usted hambriento.

-Pues mira tú, eso sí que tiene chiste. Porque si soy pobre, mal puedo ser explotador etcétera, etcétera. En esto de los negocios, la verdad es que tengo tan poco pesqui, que no se me ha ocurrido siquiera fundar un periódico dedicado al pillaje de honras, vidas y haciendas.

¡Y eso es un gran negocio!

-Usted: lo echa todo a bromas.

-No que no. Si yo mereciera esos hermosos calificativos, ¿tenía más, para ganar la vida, que echarme a García de los caminos, o a emborronador, sin sindéresis, de algún papel de mal vivir?

Yo soy quien soy, querido Alejandro. ¿He de enfadarme por que se le ocurra a Fulano, o a Zutano, calificarme de escarabajo? ¡Así lo fuera, para ocultarme y no ver las infamias humanas!...

Poco después de haber celebrado con Alejandro la anterior interview, y saboreado un coktail, medité seriamente.

Es indudable -me decía yo- que no he venido al mundo con el propósito de ejercer de homicida. No entra en mi carrera ni en mis sentimientos a la aspiración de ser matasiete. El matonismo alcohólico, cuyo origen se pierde en la penumbra de la edad del mamouth, resulta, en este momento de las luces, soberanamente ridículo. Un matón con el verdor de los epilépticos en el rostro, duro el entrecejo, fiera la mirada; con la tizona chorreando sangre en la mano derecha y llevando en la izquierda la cabeza del muerto... «he aquí la cabeza de don Sisebuto, a quien maté: ¡recordadlo!» (Recordad en cambio a Girardin llorando sobre el cadáver de Carrell.) Un caballero así sería risible. En Inglaterra le pondrían a buen recaudo en una casa de Orates. En España le matarían a palos los vecinos, y las autoridades harían la vista gorda!

Javier de Burgos lo ha dicho: los valientes y el buen vino duran poco. Los mismos valientes de oficio y beneficio tienen su jindama correspondiente, y se juntan para no estar solos y porque Dios los cría.

En el pueblo hay dos valientes... El uno soy yo con tantos muertos (y cuenta los nudos de una cuerda). -El otro es usted, ¡compadre! (y cuenta los nudos de la cuerda respectiva).

Pues bien: yo no tengo cuerdas de cráneos; tengo una pluma. -El calificativo de matón, (aunque sea literario), me encocora, porque el matón -ha dicho Víctor Hugo- es una variedad del asesino.

El mundo de los matones de oficio no es el mundo de los periodistas; es el de los ratas y chulos de plantilla. No conocen a la sociedad. La sociedad no les conoce tampoco. Si se acercan a ella, la sociedad llama en su auxilio a la Guardia Civil, o a la pareja de orden público; y las autoridades, cuyo primer deber es velar por la vida y la honra del ciudadano, se ponen de parte y al lado del hombre digno que se halló en la triste necesidad de repeler brutalmente el atentado de una partida de facinerosos.

No; yo no soy de esa calaña, y lo digo con pesadumbre, convencido como estoy de que en este planeta podrido viste y atemoriza el hombre que tuvo la desventura de matar a otro. -Vázquez Varela fue popular entre los ñáñigos cuando se le tuvo por parricida. Hoy, absuelto libremente, apenas se llama Pepe.

En el mundo del periodismo, al cual pertenezco con honra, he tenido, merced a rozamientos políticos y literarios, alguno que otro disturbio de índole personal. Recuerdo a este propósito que el 6 de septiembre de 1884 publicó El Progreso, que era entonces el periódico de más circulación de la villa y corte, un acta suscrita por dos amigos míos dando por terminada una gestión que les encomendé; y copio del acta, un párrafo final... «En vista de lo cual, los abajo firmados dan por terminadas sus gestiones para llevar a cabo el lance de honor que exigió nuestro representado, Sr. Bonafoux, y en cumplimiento de nuestro cometido libramos esta acta en Madrid a 3 de septiembre de 1884.»

Y yo celebré sinceramente dicho resultado; puesto que con aquel acto no pretendí ejercer de matón, ni tampoco exhibirme vana y criminalmente, sino producirme como hombre digno que se halla en el estrecho de pedir reparación a quien, por ser caballero, y tener honor que guardar, está en condiciones de entenderse con otro caballero.

No he pretendido imponerme a nadie, y, caso de pretenderlo, procuraría hacerlo por la fuerza de la inteligencia.

He ahí, en síntesis, la historia de mi pasado, que es garantía de mi porvenir; y a mis difamadores gratuitos les recuerdo estas palabras de Lanjuinais: «Aunque amontonéis ofensas sobre ofensas, calumnias sobre calumnias, y os montéis sobre todas ellas, nunca llegaréis a ser tan grandes como mi desprecio.»


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Y oye, Alejandro, tráeme otro cocktail.

Habana -Enero 1891