Huellas literarias/Dedicatoria

Dedicatoria

A Don Nicolás Estévanez

Mi amigo:

¿Quiere usted hacerme el favor de aceptar la dedicatoria de este libro?

No lo dedico al publicista, ni al político, ni al soldado; dedícolo al hombre sincero y justo. Porque no me admiran los publicistas notables, ni los políticos consecuentes, ni los veteranos de la patria. Lo que me admira es encontrar un hombre cabalmente honrado, y usted lo es. Y como cada uno expresa la admiración según puede, yo se la expreso a usted dedicándole, a falta de cosa mejor, este libro, cuyo mayor defecto consiste en decir la verdad.

Yo no la puedo evitar, aunque me cuesta muchas amarguras, innumerables trabajos, todo un porvenir tronchado, toda una vida pública cortada en su principio... Rebuscando en las páginas de mis libros la causa de los motines que me dispensaron alguna vez pueblos benéficos, de las persecuciones que no me han dejado vivir en paz, de todo el horror de injurias y calumnias que ha vomitado la prensa contra mí, deduzco que la verdad de mis libros tiene la culpa de todo.

Pienso seguir diciéndola en los sucesivos, porque el decirla es más fuerte que yo, aunque deseo librarme de palos y pedradas. Un estacazo no es un argumento pero noto con espanto que son muchas las gentes que quieren argumentarme en esa forma. Una estadística curiosa que he elaborado arroja los siguientes datos:

Injurias que me han dirigido. 2.564.325
Calumnias. 3.237.411
Palos recibidos a través del Atlántico. 613.508
Bofetadas a igual distancia. 131.625
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Total de horrores 6.546.869

No sé cómo me queda vida para contarlo. Porque de regreso a sus lares, cuando vienen por casualidad esos marqueses de Morés inéditos, me mutilan.

-Yo, afirma uno, encontré a Bonafoux en una valle de Londres, y, sin decirle oste ni moste, me fui a él y ¡zas! le abrí de un palo la cabeza.

-Pues yo, asegura otro, le vi por casualidad en el boulevard de los Italianos y de una trompada le eché fuera las muelas.

-Conmigo, observa un tercero en discordia, ocurrió algo mejor. Estaba yo almorzando en Fornos cuando oí decir: «ahí va Bonafoux»; con el bocado en la boca salí detrás de él, lo alcancé en la Puerta del Sol, le salté un ojo de un palo y como él no tenía la menor gana de volver por otro, salió de estampía en un ríper.

Yo celebro este simbolismo en el palo porque gracias a él no estoy en presidio... Pero, aunque sea simbólicamente, estoy todo apabullado.

A un señor que me ofrece venir a pegarme, le suplico hoy, en carta finísima, que me diga con anticipación cuándo viene, para... marcharme el día antes a otra población de Europa. Porque no quiero morir de coz de borrico, ni de estocada de pícaro. Que maten -como ha dicho Fray Gerundio -a quien puedan, o a quien se deje.

-Tiene usted razón, observará alguno de los lectores; pero a morir despampanado se expone usted por decir la verdad. Aparte de que la verdad implica mortificación para aquél a quien se dice, y a usted no le gustará mortificar al próximo.

-Sí, señor, me gusta muchísimo. Es para mí un género de sport. Soy, pues, el sportsman de la mortificación.


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No suelo ver, por falta de tiempo, y por sobra de aburrimiento, la prensa española y americana. Obligado a leer diariamente una veintena de periódicos parisienses, donde todo el campo no es orégano literario, claro que estoy harto de leer periódicos, y que no puedo ni quiero dedicarme a otros, máxime si son inferiores a los de París. Pero amigos míos que no están en igual caso pueden leer y leen las cosas de España e islas adyacentes y me hacen el flaco servicio de contármelas, singularmente si me atacan.

En este pueblo, donde hay tanto bueno de que hablar, me detiene a lo mejor un citoyen de los que están «retirados a París», como se dice en el idioma de la factoría, aunque debería decirse, con más propiedad, que están retirados de todas partes, y me dice con la mayor reserva:

-Tengo que dar a usted una noticia.

-¿La caída de Clemenceau? ¿Algo de la Triplíce?

-No, de eso no estoy enterado. Lo que tenía que decir a usted es que D. Ciriaco, que habrá usted oído nombrar, «porque está en muy buena posición», publicó contra usted un comunicado.

-¡Hombre! Y... ¿por qué?...

-Porque dijo usted «no se qué cosa» de la academia francesa.

-Pero ese señor, que comunica, ¿pertenece a la Academia Francesa?

-Él vive en Arecibo, «en muy buena posición».

-Pues dele usted expresiones, que yo estoy de prisa.

A los pocos días, otro citoyen.

-¡Bonafoux! ¡Bonafoux!... Oiga usted... tengo que darle una noticia...

-¿Del viaje de Zola a Londres para presidir el congreso de periodistas? ¿Algo relativo acaso al monumento en honor de Tourguéneff?

-¡No juegue, compae! ¡Bien dicen allá que se hace usted el extranjero! Lo que tengo yo que decir a usted es que D. Ruperto ha publicado un comunicado terrible contra usted.

-¡Qué me cuenta usted! ¿Y quién es don Ruperto? ¿Y qué le he hecho yo a D. Ruperto?

-Que dijo usted que D. Ciriaco está a la muerte.

-Pues yo no inventé esa muerte. A mí me dieron la noticia, como acaban de darme la de la gravedad de Carnot, y la transmití cumpliendo con mi deber de corresponsal de periódico. Maldito el interés que tengo en que muera D. Ciriaco. Por mí, que viva mil años... (Así penará más). «Por lo demás», todos los hombres, por muy Ciriacos que sean, se enferman y mueren...

-Pero es que D. Ruperto le pone a usted como un trapo. Dice que está usted aquí «de bohemio».

-Y él está allí de burro; y en paz.


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¡Ay, D. Nicolás amigo! Ya sabe usted que el peor de los males es tratar con... Ciriacos y Rupertos, y la mayor parte de mis libros han tratado de eso. ¡Qué equivocación la mía!... ¡Que tontería!...

En fin, para no cansar más, ahí va este tomo, en el que figuran poquísimos Rupertos y Ciriacos. ¿A que no sabe usted, D. Nicolás, cuándo imaginé la dicha de dedicarlo a usted?

La noche del motín estudiantil del Barrio latino. Encontré a usted en el boulevard, me encontró usted a mí, y sin darnos cuenta empezamos a recorrer calles y plazas. ¿Nos amotinábamos nosotros sin saberlo? ¿Respondía aquella carrera loca al motín que tiene cada cual en su armario?... No lo sé. Lo que si sé es que aquella noche me olía usted fuertemente a pólvora.

Le saludo. Le abrazo además.

LUIS BONAFOUX.

París, septiembre 1893.



NOTA. -Rebaje usted de este libro, en cuanto a dedicatoria, el opúsculo Yo y el plagiario Clarín, que pertenece, todo entero a Clarín. Reproduzco aquí el folleto, no sólo porque se agotó completamente la edición, hace años, sino también porque vienen a avisarme de la imprenta, cuando estoy con el pie en el estribo del tren, que faltan algunas páginas que llenar; y como no es cosa de ponerme a escribirlas, puesto, que me voy mañana, ni de pedir a Madrid un cajón de artículos, que guardo como en conserva, prefiero reproducir el folleto (con lo cual doy otro disgusto a Clarín) y colocar ocho artículos de viejo, es decir, publicados en otros libros míos.

¡Qué hacer, D. Nicolás! No se puede repicar campanas y andar en procesiones, y lo peor es que exige el milagro esta vida dura...

B.