Homilía Monseñor Leonardi (25 años)
+Juan María Leonardi Villasmil.
25 AÑOS DE SERVICIO AL SEÑOR
Con el favor de Dios, el próximo 4 de agosto completaré 25 años del servicio al Señor y a su Pueblo, en el ministerio presbiteral (comúnmente llamado sacerdocio).
De algunos compañeros que recuerdo de ese mismo año 10979, me antecedieron Manuel Díaz (en Barquisimeto) José Zárraga (en Punto Fijo), León Sánchez (en Mérida), Víctor Parada (en San Carlos), todos en el mes de julio y después José Luis González (en Caracas), en septiembre. Sin duda que ese año la cosecha fue mayor, pero se me escapan los otros nombres.
Comencé mis estudios en el año 1973 en el Seminario San José de El Hatillo (para vocaciones de adultos; aunque mi vocación la podría definir de “porfiado”, más que de adulto. Recuerdo que el primer llamado me lo hizo el Señor a través del entonces Obispo de Trujillo (Monseñor Camargo) quién (tendría yo unos 13 años) fue a mi casa a hablar con Mamá y Papá porque le habían dicho que yo quería ir al Seminario. Luego y sobre todo a través de mi Mamá recibí varios llamados del Señor, pero yo contestaba que me quería casar y si alguno de mis hijos manifestaba vocación, con mucho gusto yo le apoyaría en todo lo que estuviera a mi alcance.
Pero la llamada del Señor es irrevocable, el tuvo paciencia conmigo y esperó al año 1973, cuando por un trabajo de la Legión de María tuve necesidad de ir a Mérida donde el Prof. Jesús Jiménez (persona muy conocida en la comunidad católica Paraguanera) me puso en contacto con el R.P. Pepe Castañeda OCD, quien después de un diálogo me dio el “empujón”; el recuerda mejor que yo, que en esa oportunidad me dijera: “muchacho, tienes una vocación más grande que una catedral, ¿qué estas esperando para irte al Seminario?” Sin duda que fue un proceso rápido de búsqueda y aceptación y para septiembre del mismo año ya estaba en el Seminario San José. Tres años ahí, luego tres más de formación en Roma y el 4 de agosto de 1979, por imposición de manos de Mons. José León Rojas Chaparro, Obispo de Trujillo, acompañado de Mons. Vicente Hernández Peña, Obispo coadjutor de la misma, la mayoría del clero que estaba en la Diócesis y algunos sacerdotes venidos de otras diócesis, fui consagrado en sacerdote para siempre.
A partir de ahí resumo en líneas gruesas esos 25 años. Los primeros tres estuve en el Seminario Santa Rosa de Lima de Caracas, como parte del equipo formador. Me costó ir, sin experiencia ninguna no me creía apto para esa responsabilidad. Pero igual que siempre, el Señor me ayudó, en vez de los 2 originales estuve 3. Fue una experiencia enriquecedora tanto por los compañeros sacerdotes como por los alumnos. Entre otras cosas me sirvió para entrar en contacto con muchos de nuestros obispos, algunos de los cuales ya conocía por mi trabajo anterior de la Legión de María.
Ya en enero del 82, Mons. Rojas me había dicho que regresaba a la Diócesis y que iría a la Catedral, no alcanzó a darme ese nombramiento porque murió un poco antes que terminara el curso; sin embargo Mons. Hernández, quien había asumido como obispo residencial lo hizo. Fue otro destino que también me costó. ¿La razón? Por primera vez la manifiesto tan en público: yo debía remplazar a Mons. Jorge Villasmil, y me sabía tan diferente a él, en la manera de ser y de actuar; pensaba que encontraría mucho rechazo; pero no fue así, nuevamente el Señor me ayudó y los feligreses me aceptaron. Ahí estuve dos años. Compartidos con la dirección del semanario AVANCE en el cual también remplacé a Mons. Villasmil quien lo había dirigido hasta ese año. Cumplido ese tiempo regresé a Roma a realizar los estudios de licencia en Teología por dos años más.
De regreso de Roma: a la parroquia más pequeña de la Diócesis, para que estrenara mi título: San Rafael de Cuicas (Municipio Carache) en agosto de 1986. Fueros 18 meses de bendiciones: una oportunidad de reflexionar sobre muchas inquietudes pastorales. Ahí aprendí entre otras cosas que una sola persona ya es “público” suficiente para una enseñanza; si pensamos que para muchos pastores (incluyéndome a mí en ese tiempo) si no hay mucha gente no vale la pena celebrar, por ejemplo, la Eucaristía, era un verdadero cambio de mentalidad que sigo viendo hoy muy importante.
Luego el Obispo Hernández me cambió a la Parroquia de San Juan Bautista de Pampanito en octubre de 1988 y además me encargó de la economía de la Diócesis. Fueron otros 6 años de bendición. Al menos intenté poner en practica muchas de esas cosas que había reflexionado anteriormente: unas logré, otras no; hasta enero de 1994 cuando el Santo Padre me nombró obispo auxiliar de Mérida. Mediados de marzo entregué la Parroquia. En 1994 celebré por primera vez la Semana Santa en mi parroquia natal: San Alejo de Boconó y de allí salí para ser ordenado obispo el 8 de abril de 1994 en la Catedral Basílica Menor de la Inmaculada Concepción de Mérida.
De abril 1994 a julio 1997 trabajé bastante como Obispo Auxiliar, para el inicio todavía no se había creado la Diócesis de El Vigía-San Carlos del Zulia entonces era todo el Estado Mérida; luego de creada la mencionada Diócesis el territorio era menos, pero el trabajo igual. También fueron tres años largos de los cuales tengo recuerdos maravillosos.
Nombrado en julio comencé el 30 de agosto de 1997 mi peregrinar paraguanero, ya a casi a punto de completar siete, también han sido muy lindos. He experimentado que en Paraguaná se llora dos veces: no es que me hayan propuesto cambio, sino, especialmente en este último año, por razones de oficio he debido ausentarme con frecuencia, y de verdad que me cuesta la distancia.
Hoy a 25 años me sale de lo más profundo un GRACIAS A LA SANTÍSIMA TRINIDAD, UN GRACIAS A MAMÁ MARÍA y una petición: QUE CADA DÍA SEA MEJOR CRISTIANO.
A MONSEÑOR JUAN MARIA LEONARDI EN SU XXV ANIVERSARIO DE ORDENACION SACERDOTAL
Cristo Jesús, Redentor del mundo, quiso perpetuar en la historia su sacerdocio eligiendo a hombres que, ungidos por el Espíritu Santo, anunciaran la Buena Nueva y realizaran los misterios de la salvación para vida de los hombres.
Hoy como ayer, Jesucristo y la Iglesia necesitan de hombres que se entreguen plenamente, con todas sus fuerzas a esta tarea fascinante, siempre necesaria.
El Papa Juan Pablo 11, presenta la vocación al sacerdocio -ante todo- como un peculiar "don de Dios". Dios llama al hombre a emprender el seguimiento de Cristo, precisamente por amor al hombre. Él interpela al hombre para enriquecerlo con sus dones. La llamada de Dios es un don gratuito que el hombre, consciente del "don" recibido, deberá agradecer adecuadamente.
El hombre es "llamado", no en razón de sus méritos o cualidades personales, sino en virtud del amor que Dios le guarda. Su respuesta habrá de ser libre y generosa, porque "el tesoro hallado" (y que "estaba escondido") merece toda su vida. De este modo, el llamado al sacerdocio descubre horizontes insospechados de realización personal. Su entrega a Cristo en la Iglesia es la entrega propia del amor que espera ser amado, del corazón que necesita amar... "Amar" quiere decir siempre, en primer lugar, "comprender".
La medida de este amor guarda necesariamente, relación con el amor con que el sacerdote es amado, y Dios ama al hombre con amor infinito. Se comprende así que el sacerdote está llamado a "amar sin límites", con una entrega total por la oblación de su vida unida a la de Cristo, a favor de los hombres todos. Por lo tanto "elegir el sacerdocio es creer en el amor".
Solo el amor permite a una criatura percibir la voz de Dios -esa voz que nadie ha oído jamás- y responder al Señor con nuestro lenguaje humano; sólo el amor garantiza que nuestra respuesta se mantenga viva y perseverante y, más aún, que sea más firme y actual con el paso del tiempo. Por amor, Dios se inclina sobre el hombre, más el hombre es capaz de entrar verdaderamente en contacto con Dios sólo si sabe correr el riesgo del amor.
Esta es la historia de toda vocación, la experiencia de quienes advierten la llamada. Todos nosotros lo podemos testimoniar. Y lo confirma todo aquél que vive la fe como un compromiso personal que le impulsa a buscar a Cristo, a entregarse a Cristo, a seguirlo, a compartir su vida y su misión.
Estimado Juan: has sido escogido por Dios entre los hombres. No eres tú el que ha tomado la iniciativa, sino el Señor, porque así lo dice la Carta a los Hebreos: "Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón" (Hb 5,1-4). Con palabras inspiradas, se nos recuerda que "tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de Sumo Sacerdote, sino
Aquel que le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy" (Hb 5), ¡qué tendríamos que afirmar de nosotros mismos que somos pobres criaturas, llenas de miserias y defectos! Verdaderamente, el ministerio sacerdotal -como cualquier vocación divina- es un regalo espléndido de la Santísima Trinidad
Nunca olvides, pues, que la iniciativa de esta llamada ha partido de Dios. El mismo que hace años te invitó a servirle dentro de la común vocación cristiana -como fiel laico- te ha concedido hace veinticinco años para siempre el don del sacerdocio.
Alta es la meta a la que has sido llamado, pero no tengas miedo, no temas: Dios está contigo y no te ha dejado solo, ni te dejará solo. Confía particularmente en la ayuda del Espíritu Santo.
Vivir según el Espíritu Santo es vivir de fe, de esperanza, de caridad; dejar que Dios tome posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para hacerlos a su medida. Una vida cristiana madura, honda y recia, es algo que no se improvisa, porque es fruto del crecimiento en nosotros de la gracia de Dios.
La Epístola a los Hebreos muestra también el contenido de la misión sacerdotal, cuando afirma: el sacerdote, escogido entre los hombres, está constituido a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados, y puede compadecerse de los ignorantes y extraviados ya que él mismo está rodeado de debilidad (5,1-2). "Todo cristiano, por el hecho de haber recibido en el Bautismo el sacerdocio común, y también en virtud de la Comunión de los Santos, ha de sentir el peso de llevar la humanidad entera a Dios. Pero quien además queda ungido con el sacramento del Orden, adquiere una nueva responsabilidad, derivada de su nueva configuración con Cristo, que no sólo es más intensa, sino esencialmente distinta de la de los fieles" (LG # 10).
Sobre tus hombros ha recaída, pues, la responsabilidad de la atención pastoral de los fieles desde que comenzaste tu ministerio sacerdotal en la amada Diócesis de Trujillo, en razón de tu ordenación, hasta nuestros días en que Cristo Sumo y Eterno Sacerdote te ha encomendado una responsabilidad mayor: "Ejercer dignamente el ministerio episcopal y guiar con la palabra y el ejemplo, la grey que se la ha confiado" (Oración colecta Ordenación del Obispo). Por su misma naturaleza, constituye un ministerio público en la iglesia, abierto a las necesidades espirituales de todas las almas.
Cuando en tu sagrada ordenación sacerdotal llegó el momento de la postración, apoyaste tu frente sobre el suelo del templo Matriz de Boconó, manifestando así tu completa disponibilidad para asumir el ministerio que se te confiaba, a ejemplo de Cristo Buen Pastor. "Qué cerca de la esencia de nuestro sacerdocio está el papel del pastor... Sólo en el rol de Jesús, Buen Pastor, puede entenderse nuestro ministerio pastoral de sacerdotes" (Juan Pablo 11) Discurso al Clero de Roma 9-XI-78.
El pastoreo es una participación en el "carisma pastoral" de Cristo, gracias al carácter que confiere el Sacramento del Orden. El sacerdote por tanto tiene "una peculiar relación de semejanza a Cristo, Buen Pastor". Jesús, ejemplo sublime de entrega amorosa invita a sus discípulos, en particular a los sacerdotes a seguir sus mismas huellas. Llama a cada Presbítero a ser Buen Pastor de la grey que la Providencia le confía.
Esa relación especial con Cristo-Pastor ha de reflejarse en primer término en "una solicitud y un empeño mayor, diverso que el del seglar" por la salvación de las almas, que se traduce en una entrega total y sin condiciones, dando la vida -y lo que esto lleva consigo- por el bien de las almas.
Las palabras "El Buen Pastor da la vida por las ovejas" -pregunta el Papa¬. ¿No nos indican tal vez a todos nosotros, a quienes Cristo Señor, mediante el Sacramento del Orden, a hecho partícipes de su sacerdocio, el camino que también nosotros debemos recorrer?" .
Esta entrega generosa y completa no se circunscribe a determinados momentos o actividades del sacerdote, sino que abarca toda su existencia intensiva y extensiva mente, hasta el extremo de que el servicio a las almas "como hacía Jesucristo", no se puede abandonar "a causa de las dificultades que encontremos y de 10s sacrificios que se nos exijan". Igual que los Apóstoles, "nosotros lo hemos dejado todo y hemos seguido a Cristo" (Mt 19,27), debemos, por eso, perseverar junto a Él incluso en el momento de la Cruz.
¿Cómo el sacerdote se convierte de hecho en Buen Pastor? He aquí la respuesta, dada por el Papa en abril de 1979.
“El Buen Pastor, conoce a sus ovejas, apacienta a sus ovejas y las conduce a pastos seguros y abundantes, defiende a sus ovejas, incluso da la vida por las ovejas, y siente el deseo de ampliar su grey".
Conocer, apacentar, defender, entregarse y aumentar la grey o el rebaño, he aquí todo un programa de vida sacerdotal.
Los sacerdotes son "promovidos para servir a Cristo Maestro, sacerdote y rey, participando en su ministerio, que construye sin cesar la Iglesia aquí en la tierra como pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo" (PO, 1).
El sacerdote es el hombre de la Palabra, a quien corresponde la tarea de llevar el anuncio del Evangelio a los hombres y a las mujeres de su tiempo, haciéndole con gran sentido de responsabilidad, comprometiéndose a estar siempre en plena sintonía con el Magisterio de la Iglesia.
Es también el hombre de la Eucaristía, mediante la cual penetra en el corazón del Misterio Pascual. Especialmente en la Santa Misa siente la exigencia de una configuración cada vez más íntima con Jesús, Buen Pastor, Sumo y Eterno Sacerdote
Una experiencia de especial intensidad ¿Por qué? Porque la Eucaristía es el lugar donde el sacerdote nace, renace y se forma.
Hemos nacido como sacerdotes en una celebración eucarística, la de nuestra ordenación sacerdotal. Todo lo que en aquella ocasión recibiste estaba en relación con la Eucaristía: La imposición de las manos, las palabras consagratorias del Obispo para ese entonces Monseñor José León Rojas Ch, las vestiduras sacerdotales, el pan y el vino recibidos de las manos del pueblo de Dios y del Obispo. Pero todo en el mismo dinamismo eucarístico que hace referencia a Cristo, el cual recapitula en la institución de la eucaristía toda su vida, el don de su cuerpo y sangre, todo lo que ÉL es, a hecho y hará para su iglesia.
En efecto, como escribió el -Santo Padre- en la Carta Apostólica Dominica Cena, el 24 11 1980. "la Eucaristía constituye la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la Institución de la Eucaristía y a la vez que ella (no) mediante nuestra ordenación (...) nosotros estamos unidos de manera singular y excepcional a la Eucaristía. Somos, en cierto sentido, "por ella" y "para ella". Somos, de modo particular, responsables de ella".
"En la Eucaristía el sacerdote encuentra fuerza, consuelo y apoyo" (Iglesia de Eucaristía, 25). El sacerdote celebrando la Eucaristía, encuentra la raíz de toda su comunión con el Padre, con Cristo y el Espíritu Santo identificándose con su Señor y Maestro, haciendo crecer la iglesia con las palabras de Jesús y las suyas, con el don de la vida de Jesús el don de su propia vida.
No está de más decir que la fidelidad aún celebrar la Eucaristía que sea verdadero, convencido, sincero, es fuente de esperanza para cada sacerdote que puede vivir desde la celebración, una verdadera espiritualidad ministerial.
Configurados con Cristo, Buen Pastor, el sacerdote es el ministro de la misericordia divina, cada sacerdote que administra el sacramento de la reconciliación, cumple así el mandato que el Señor transmitió a los Apóstoles después de su resurrección: "Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonan los pecados les quedan perdonados; a quienes se lo retengan, les quedan retenidos" (Jn, 20,22-23).
El sacerdote, llamado de modo especial a tender a la santidad, es testigo de amor y de la alegría de Cristo. Imitando el ejemplo del Buen Pastor, ayuda a los creyentes a seguir a Cristo, correspondiendo a su amor.
La Santísima Virgen María Madre y modelo de todo sacerdote que ha permanecido junto a ti en todos estos años de tu ministerio pastoral, siga a tu lado fortaleciéndote, que el "¡presente!" que pronunciaste aquel 4 de agosto de 1979, comenzando el rito de ordenación se te dijo: "Acérquese" el que va a ser ordenado Presbítero, con entusiasmo sigue expresando esa generosa adhesión a las tareas del ministerio y florezca en la alegría del "Magnificat" por las "Maravillas" que la misericordia de Dios ha realizado y quiera realizar a través de tus manos.
Amén