Hojas de calendario: Jaime Balmes y Andrés Manjón
10
Martes
Los siete hijos
de Santa Felici-
tas, mártires
Por estos días, cabalmente, del mes de julio conmemoramos el aniversario de la muerte de dos de nuestros más famosos y modernos varones ilustres: el glorioso aniversario de dos sacerdotes españoles sabios y santos: de nuestro Balmes amadísimo que finó el 9 de julio de 1848, y de nuestro amadísimo Don Andrés Manjón, que allá en su Sacro Monte de Granada emigró de este mundo en tal día como hoy del año de 1923. Y por cierto que hasta los pájaros cantaron sus exequias como aquella ave canora que cantó los funerales de Santa Isabel de Hungría, de la amada Santa Isabel.
¡Balmes y Don Andrés Manjón! ¡Qué sacerdotes tan sabios y tan santos, qué modelos de vida purísima y virginal, qué dos Doctores de la iglesia española, qué dos entendimientos tan altos, tan excelsos, tan soberanos y fecundos! Fueron dos faros gigantescos, dos lumbreras, dos soles, cuya luz esplendorosa jamás se extinguirá.
Balmes fué uno de los talentos más próceres que han brillado en el mundo; talento (en mi leal saber y entender) de la misma gloriosa estirpe que San Agustín y Santo Tomás, como el agudo Cayetano y el Doctor eximio y piadoso y venerable Padre Suárez. Por lo que hace a Don Andrés Manjón, fué el Sócrates y el Aristóteles y el Platón de la Pedagogía; y quizá y aun sin quizá no existe en el mundo quien le haya pasado de vuelo en esta línea. En la literatura universal no hay autores más claros, más diáfanos, más cristalinos que estos dos escritores; de cuyas obras inmortales puede decirse aquello que decía Cervantes cuando decía que «los niños las manosean, los mozos las leen, los hombres las entienden y los viejos las celebran».
Balmes fué maestro de maestros y doctor de doctores en la ciencia de la Filosofía, de la Sociología, de la Filosofía de la Historia y de la más portentosa Apologética. Don Andrés Manjón fué maestro y doctor de todos los maestros que se dedican a la crianza cristiana de los niños, y él fué siempre un primorosísimo, perfectísimo y sublime pedagogo.
Y supuesto que estos dos aniversarios se conmemoran en dos días consecutivos de un mismo mes, conviene a saber, el 9 y el 10 de julio..., esta circunstancia trae a las mientes el recuerdo de otros dos santos canonizados ya por la Iglesia, San José de Calasanz y San Agustín, cuyas fiestas se celebran también en dos días consecutivos, que son el 27 y el 28 de agosto. Y por cierto que a cuento de estos dos santos tan vecinos hace un curiosísimo paralelo el Maestro Sarda y Salvany, paralelo digno en verdad de su ingenio soberano; paralelo del cual saca después una moraleja de mucha enjundia, concerniente al altísimo aprecio y a la singular estima que nuestra Santa Madre Iglesia hace de los que se dedican a la crianza cristiana de los niños.
Oigamos algunos párrafos de ese paralelo:
«Calasanz y Agustín (dice Sardá) señalan, en efecto, como los dos polos del magisterio católico.
En Agustín, la superior inteligencia y exposición de los divinos misterios se eleva, por decirlo así, hasta lo que el hombre puede en este concepto tener de más allegado a los ángeles; en Calasanz, el ministario doctrinal se humilla en algún modo y se abate hasta confundirse casi con la sencilla infantil catequística de las madres.
Ocupa el uno cátedra altísima, que no reconoce superior en la tierra mas que en la infalible de Pedro. Personifica el otro la escuela popular que es casi al nivel y rasero del hogar doméstico de la más pobrecilla choza.
* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
Por análogos, o mejor dicho, por idénticos conceptos, es Escuela Pía la del grande Agustín, como fué Escuela Pía la del humildísimo Calasanz. Por análogos, o mejor dicho, por idénticos conceptos, son niños grandes las generaciones que hace quince siglos apacientan, con Santo Tomás y Bossuet, su espíritu en las sublimes páginas De Civitate Dei; como son niños pequeños las otras que ante el cartel de la pared o con el silabario en la mano aprenden, trescientos años ha, los rudimentos del arte de leer y escribir, y de la doctrina, en las escuelas del bienhechor instituto calasancio.
¡¡Extraña observación nos ocurre cada año al fijar por este tiempo nuestros ojos en el dietario eclesiástico! Las fiestas del humilde sacerdote español y del primero de los cuatro Doctores Máximos de la Iglesia universal, no son iguales en España en rito o sea en categoría litúrgica. El Oficio de San José de Calasanz, aun para el Clero que no pertenece a su Orden, es de rito superior al de San Agustín.
¡Cómo si el Espíritu de Dios que guía la mano de la Iglesia, al formular ésta el cuadro de sus solemnidades, hubiese querido con esto recordar a los pueblos cuánto ama ella y cuánto enaltece y cuánto glorifica entre las más sublimes tareas del apostolado católico, la al parecer más humilde y menos enaltecida de todas, la de la catequística popular!»
Hasta aquí el gran Sarda y Salvany. Cuyo paralelo entre San Agustín y San José de Calasanz, puede aplicarse también en su tanto a Balmes y a Don Andrés Manjón.
Pero tanto el sublime Obispo de Hipona como el excelso Doctor Humano (que este es el más adecuado sobrenombre de nuestro Balmes) no se olvidarán nunca de los niños y del vulgo de las gentes.
Bien lo pregonan y lo cantan, por lo que hace a San Agustín, el libro popular de sus maravillosas Confesiones y su tratado sobre el modo de catequizar a los niños y a la gente ruda. Y por lo que a Balmes se refiere, recuérdense sus diálogos populares en catalán y su precioso librito intitulado La Región al alcance de los niños. La Iglesia y sus grandes servidores siempre están oyendo el mandato del divino Maestro:
—DEJAD QUE LOS NIÑOS VENGAN A MI.
No desoigamos nunca tan divina y amorosa voz.
Fuente
editar- El Siglo Futuro: «Hojas de calendario» (10 de julio de 1934). Página 3.