Historias extraordinarias (1887)/Edgardo Poe, su vida y sus obras
EDGARDO POE
SU VIDA Y SUS OBRAS
SU VIDA Y SUS OBRAS
Sur son trône d'airain le Destin qui s'enraille
imbibe leur éponge avec du fiel amer,
et la Nécessité les tord dans sa tenaille.
I
H
ace algún tiempo fué conducido ante nuestros tribunales un desventurado que parecía tener impreso en la frente el sello de la fatalidad; en los ojos llevaba, por decirlo así, el rótulo de su vida, como un libro su titulo, y el interrogatorio demostró que las apariencias eran una verdad cruel. En la historia de la literatura hay destinos análogos, verdaderas condenaciones, — hombres que llevan escritas las palabras mala estrella en caracteres misteriosos en los repliegues de la frente. El ángel ciego de la expiación se ha apoderado de ellos, y los fustiga á brazo tendido para edificación de los otros. Inutilmente dan en su vida pruebas de talento, de virtud y de gracia; la Sociedad tiene para ellos un anatema especial, y en ellos acusa los achaques que su persecución les ha producido. ¿Qué no hizo Hoffman para desarmar al destino? ¿Qué no emprendió Balzac para conjurar la fortuna? ¿Existe, pues, una Providencia diabólica que prepara la desgracia desde el nacimiento, que arroja con premeditación a seres privilegiados y angélicos en medio de una multitud hostil, como mártires en los circos? ¿Hay, pues, almas sagradas que se destinan al altar, y á las cuales se condena á ir al encuentro de la muerte y de la gloria, á través de sus propias ruinas? ¿Acosará eternamente la pesadilla de las Tinieblas á esas almas elegidas?—En vano luchan, en vano se adaptan al mundo, á sus previsiones y á sus astucias; su prudencia sera extremada, taparán todas las salidas, acolcharán las ventanas contra los proyectiles de la casualidad; pero el Diablo entrará por una cerradura, una perfección será el defecto de su coraza y una cualidad superlativa el germen de su condenaciónL' aigle, pour le briser, du haut du firmament
sur leur front découvert lachera la tortue,
car ils doivent périr inévitablement.
Su destino está escrito en toda su constitución; brilla con siniestro fulgor en sus miradas y ademanes, y circula en sus arterias con los glóbulos sanguineos.
Un autor célebre de nuestra época ha escrito un libro para demostrarnos que el poeta no podia hallar buena colocación en la Sociedad democrática ni en la aristocratica, así como tampoco en una república ni en una monarquía absoluta ó moderada. ¿Quién ha sabido contestarle perentoriamente? Hoy traigo una nueva leyenda en apoyo de su tesis, y agrego un santo más al martirologio; he de escribir la historia de uno de esos ilustres desventurados, demasiado rico en poesía y pasión, que ha venido á este mísero mundo después de tantos otros, á practicar el rudo aprendizaje del genio entre almas inferiores.
¡Lamentable tragedia fué la vida de Edgardo Poe!
¡Horrible desenlace fué su muerte, cuyo horror se acrecentó por la indiferencia! De todos los documentos que he leido, resulta para mi la convicción de que los Estados Unidos no fueron para Poe sino una inmensa prisión, la cual recorría con el frenesi de un hombre nacido para respirar en un mundo más anormal; y que su vida interior, espiritual, de poeta, y aun de borracho, sólo era un esfuerzo perpetuo para escapar de la influencia de aquella atmósfera antipatica.
Desapiadada dictadura es la de la opinión en las sociedades democráticas! No imploréis de ella caridad, ni indulgencia, ni moderación alguna en la aplicación de sus leyes en los múltiples y complicados casos de la vida moral. Diríase que del amor impio de la libertad ha nacido una nueva tiranía, la tiranía de los animales ó zoocracia, que por su insensibilidad feroz se asemeja al idolo de Jaggernaut.— Un biógrafo nos dirá gravemente: «Muy intencionado era el bueno de Poe; si hubiese querido regularizar su genio y aplicar sus facultades creadoras de una manera más apropiada al suelo americano, habría podido llegar á ser un escritor con dinero (a money making author).» Otro, algún ingenuo cínico, diría que, por superior que fuese el genio de Poe, habría valido más para él tener sólo talento, por que éste se puede apreciar siempre con más facilidad que el genio; y un tercero, que ha dirigido periódicos y revistas, un amigo del poeta, confiesa que era dificil darle trabajo y que se hacia preciso pagarle menos que á los demás, porque escribía en un estilo demasiado superior al del vulgo. ¡Qué olor de almacén! como diría José Maistre.
Algunos se han atrevido á más, y uniendo la inteligencia pesada de su genio con la ferocidad de la hipocresía de la clase media, le han insultado á porfía, escarneciendo aquel cadáver después de su repentina desaparición, particularmente Rufo Griswold, el cual, usando aquí la expresión vengadora de Jorge Graham, cometió entonces una infamia mortal. Poe, presintiendo tal vez su siniestra y súbita muerte, había designado á los señores Griswold y Willis para que ordenaran sus obras, escribiesen su vida y sincerasen su memoria; mas el primero, pedagogo vampiro, difamó extensamente á su amigo en un enorme artículo, lleno de rencor, el cual puso en primer lugar en la edición póstuma de sus obras.—No hay en América bando alguno que prohiba á los perros la entrada en los cementerios? —En cuanto al señor Willis, demostró, por el contrario, que la benevolencia y la dignidad se asocian con el verdadero talento, y que la caridad hacia nuestros colegas, que es un deber moral, lo es también de buen sentido.
Hablad de Poe con algún americano: reconocerá tal vez su genio, y acaso se muestre también orgulloso; pero con un tono sarcástico y de superioridad, que trasciende á positivismo, hablará del desenfreno del poeta, de su aliento alcoholizado, que hubiera ardido al contacto de la llama de una bujía, y de sus costumbres vagabundas, y añadirá que era un sér errático y heteroclita, un planeta sin órbita, que giraba sin cesar desde Baltimore á Nueva York, desde aquí á Filadelfia, desde Filadelfia á Boston, y desde Boston á Baltimore ó á Richmond. Y si conmovido por aquel preludio de una historia desconsoladora, dais á entender que el hombre no era tal vez el único culpable, y que debe ser dificil pensar y escribir cómodamente en un país donde hay millones de soberanos, un país que en rigor carece de capital y no tiene aristocracia, entonces veréis cómo los ojos de vuestro interlocutor se agrandan y brilla en ellos un relámpago, mientras que la lava del patriotismo asomando á sus labios, le hace proferir injurias contra Europa, su anciana madre, y contra la filosofía de los antiguos tiempos.
Repito que, en mi opinión, Edgardo Poe y su patria no estaban al mismo nivel. Los Estados Unidos constituyen un país gigantesco y niño á la vez, que, como es natural, tiene envidia del antiguo continente. Soberbio con su desarrollo material, anormal y casi monstruoso, ese recién venido á la historia se distingue por su candida fe en la omnipotencia de la industria; y está convencido, como algunos infelices entre nosotros, que acabará por exterminar al Diablo. ¡Tienen alli un valor tan grande el tiempo y el dinero! La actividad material, exagerada hasta las proporciones de una manía nacional, deja en el espíritu poco sitio para las cosas que no son de la tierra. Poe, que era de buena familia, y opinaba además que la mayor desgracia de su país consistía en no tener aristocracia de raza, atendido, según decia, que en todo pueblo que carece de ella no puede menos de corromperse el culto de lo bello, disminuir y desaparecer; Poe, que reconocía en sus conciudadanos, hasta en su lujo enfatico y costoso, todos los sintomas del mal gusto característico de los intrusos; que consideraba el Progreso, la gran idea moderna, como un éxtasis de papamosca, y que llamaba á los perfeccionamientos de la vida humana cicatrices y abominaciones rectangulares; Poe, repito, era allí un cerebro muy aislado; no creía sino en lo inmutable, en lo eterno; y poseía, cruel privilegio en una sociedad enamorada de sí misma, ese buen sentido superior á lo Maquiavelo, que se anticipa al sabio, como luminosa columna á través del desierto de la historia.—¿Qué hubiera pensado, qué hubiera escrito el infeliz si hubiese oido á la teóloga del sentimiento suprimir el infierno por amistad al género humano; al filósofo de las cifras proponer un sistema de seguros, una suscripción á dos cuartos por cabeza para la supresión de la guerra, la abolición de la pena de muerte y de la ortografia, esas dos locuras correlativas, y tantas otras de los que escriben con el oido tendido al viento, fantasías giratorias tan lisonjeras como el elémento que las dicta? Si se agrega a esta visión impecable de lo cierto—verdadero achaque en algunas circunstancias—una exquisita delicadeza de sentido que se resentia por la menor nota en falso, una finura de gusto que se rebelaba contra todo cuanto no estuviera en exacta proporción, y un insaciable amor á lo bello, que había adquirido la fuerza de una pasión morbosa, nadie extrañará que la vida hubiera llegado á ser un infierno para semejante hombre, y que acabara tan mal; mas bien podría causar admiración que hubiese durado tan largo tiempo.
II
La familia de Poe era una de las más respetables de Baltimore; su abuelo materno había servido como general en la guerra de la Independencia, durante la cual se conquistó el aprecio y estimación de Lafayette. Cuando éste hizo su último viaje á los Estados Unidos, quiso ver a la viuda del general para manifestarle su agradecimiento por los favores recibidos de su esposo. El bisabuelo había casado con una hija del almirante inglés Mac Bride, emparentado con las más nobles casas de Inglaterra. David Poe, padre de Edgardo é hijo del general, se apasionó ardientemente por una actriz inglesa, Isabel Arnold, célebre por su hermosura; huyó con ella y se casó. Para unir más íntimamente su destino con el suyo, hizose cómico y se presentó con su esposa en distintos teatros de las principales ciudades de la Unión. Ambos murieron en Richmond, casi al mismo tiempo, dejando abandonados y en la más completa miseria tres niños de corta edad, uno de los cuales era Edgardo.
Este último había nacido en Baltimore en 1813, dato que obtuve del mismo Poe, pues reclamó contra la afirmación de Griswold, quien supone que vino al mundo en 1811.—Si alguna vez el espíritu novelesco, espiritu siniestro y borrascoso, sirviendome de la expresión de nuestro poeta, presidió un nacimiento, seguramente fué el suyo. Poe había sido verdaderamente el hijo de las pasiones y de la aventura. Un opulento negociante de la ciudad, M. Allan, se encapricho por aquel hermoso y desgraciado niño, ricamente dotado por la naturaleza, y como no tenia hijos. le adoptó, por lo cual se llamó en lo sucesivo Edgardo Allan Poe.
Gracias a esto, educóse en medio de la comodidad, con la legítima esperanza de alcanzar una de esas fortunas que proporcionan al hombre una posición estable; sus padres adoptivos le llevaron en su compañía durante un largo viaje a Inglaterra, Escocia é Irlanda, y antes de regresar a su país, dejaronle en casa del doctor Bransby, que tenía un importante colegio en StokeNewington, cerca de Londres.—El mismo Poe describe en William—Wilson ese extraño edificio del antiguo estilo Isabel, y las impresiones de su vida escolar.
Volvió á Richmond en 1822, y continuó sus estudios en América bajo la dirección de los mejores maestros.
En la Universidad de Charlottesville, donde ingresó en, distinguióse no sólo por su prodigiosa inteligencia, sino también por la superabundancia casi siniestra de sus pasiones, por una precocidad verdaderamente americana que por último fué la causa de su expulsión. Conviene advertir de paso que Poe habia manifestado ya en Charlottesville una aptitud de las mas notables para las ciencias físicas y matemáticas.
Más tarde debía hacer frecuente uso de estos conocimientos en sus singulares cuentos, obteniendo, por los mismos. inesperados recursos; pero tengo motivos para creer que no era a este orden de composiciones al que más importancia daba, y que tal vez á causa de esa precoz aptitud no estaba lejos de considerarlas como fáciles equilibrios, comparativamente con las obras de pura imaginación.—Algunas desgraciadas deudas del juego fueron causa de que Edgardo se indispusiese momentáneamente con su padre adoptivo; y el poeta hecho curioso, que prueba, por mas que se haya dicho, una dosis de caballerosidad bastante marcada en su impresionable cerebro, concibió el plan de tomar parte en la guerra de los helenos para ir a batirse contra los turcos. Poco después marchó á Grecia.
—¿Qué le ocurrió alli? ¿Qué hizo en Oriente? ¿Estudió las orillas clásicas del Mediterráneo? ¿Por qué le encontramos en San Petersburgo, sin pasaporte, comprometido en algún negocio, obligado á pedir auxilio al ministro americano Henry Middleton, para evitar el castigo ruso y regresar a su país? Se ignora; aquí hay un blanco que sólo el poeta podría llenar. Los diarios americanos anunciaron, hace largo tiempo, que darian á conocer la vida de Edgardo Poe, su juventud y sus aventuras en Rusia, así como su correspondencia; pero jamás hemos visto nada de esto.
De regreso á América, en 1829, manifestó el deseo de ser admitido en la escuela militar de West—Point, donde ingresó á poco; y allí, como en otras partes, dió pruebas de maravillosa inteligencia; pero no queria someterse á la disciplina, y al cabo de algunos meses fué borrado de la lista.—Al mismo tiempo, en su familia adoptiva se produjo un incidente que debía tener las más graves consecuencias para el poeta. La señora Allan, a la cual profesaba al parecer un verdadero cariño filial, murió, y el viudo contrajo segundas nupcias con una mujer muy joven. Á esto siguió una discusión doméstica—historia extraña y tenebrosa que no puedo referir, porque ningún biógrafo la explica claramente;—pero no se debe extrañar la separación definitiva de Poe de su padre adoptivo, y que éste, teniendo sucesión de su segunda esposa, desheredara del todo al poeta.
Poco tiempo después de haber salido de Richmond, Poe publicó un tomo de poesías; era á la verdad una aurora brillante, y el que hubiera sabido comprenderlas, habría visto ya en aquellas composiciones un acento sublime, la calma en la melancolía, la majestuosa solemnidad y la experiencia precoz.... iba a decir la experiencia innata que caracteriza á los grandes poetas.
La miseria le hizo soldado algún tiempo, y debe presumirse que se aprovechó de los largos ratos de ocio de la vida de guarnición para preparar los materiales de sus futuras composiciones, singulares composiciones que parecen haber sido creadas para demostrarnos que la extrañeza es una de las partes integrantes de lo bello. Ocupado de nuevo en los trabajos literarios, único elemento en que pueden respirar ciertos seres, Poe se veia en la mayor miseria, cuando una feliz casualidad le permitió mejorar su situación. El propietario de una revista acababa de ofrecer dos premios: uno para el mejor cuento y otro para el mejor poema. Un carácter de letra muy notable llamó la atención de Mr. Kennedy, que presidía la comisión, y habiéndole ocurrido examinar por si mismo los pliegos, vió que Poe había ganado las dos recomEDGARDO FOE pensas; pero sólo se le dió una. El presidente tuvo deseos de ver al desconocido, y el editor del diario le presentó un joven de notable belleza, aunque con el traje destrozado y la levita abotonada hasta la barba; parecía por su aire un caballero, pero hubiérase dicho que tenía tanto orgullo como hambre. Kennedy se condujo bien, comenzando por presentar a Poe á un tal Tomás White, que fundaba en Richmond el Southern Literary Messenger (Mensajero Literario del Sur).
Mr. White era hombre audaz, pero sin ningún talento literario, y necesitaba un auxiliar; de modo que Poe se elevó de pronto, joven aún, pues sólo teníaaños, á la categoría de Director de una revista cuyo destino dependía completamente de él. Gracias al talento del poeta, la publicación prosperó, y el Mensajero Literario del Sur reconoció desde entonces que al «maldito excéntrico», que al borracho incorregible, debía toda su clientela y su fructuosa notoriedad. En aquella publicación vió la luz por primera vez la Aventura sin igual de cierto Hans Pfaall, y otros varios cuentos que nuestros lectores podrán ver sucesivamente. Durante cerca de dos años, Edgardo Poe asombró al público, por su maravilloso ardimiento, con una serie de composiciones de nuevo género y artículos criticos, cuya viveza y razonada severidad eran las más propias para llamar la atención. Aquellos artículos se referían á libros de toda especie; y la educación que el joven habia recibido no le sirvió de poco. Bueno será advertir que aquel considerable trabajo se hacía por quinientos duros al año.—«Inmediatamente, escribió Griswold (como queriendo decir: el imbécil se creia ya bastante rico), contrajo enlace con una joven tan encantadora como bondadosa y heroica.» Y añadia después con estilo sarcastico: «pero no tenia un cuarto.» Era una joven de Virginia, prima suya, de apellido Chem.
A pesar de los servicios prestados á su periódico, Mr. White se indispuso con Poe al cabo de dos años, poco más o menos. La causa de esto se explica evidentemente por los accesos de hipocondria y las crisis de embriaguez del poeta, accidentes característicos que oscurecían su cielo espiritual, cual esas siniestras nubes que comunican de improviso al más poético paisaje un aspecto melancólico al parecer irremediable. Desde entonces vemos al infeliz levantar su tienda, cual otro hijo del desierto, y transportar sus ligeros penates á las principales ciudades de la Unión. En todas partes dirigirá revistas, colaborando de una manera brillante y esparciendo con deslumbradora rapidez artículos críticos y filosóficos, así como cuentos llenos de atractivos, que aparecen reunidos bajo el titulo de Tales of the Grotesque and the Arabesque (Cuentos de lo Grotesco y Arabesco), título notable é intencionado, pues los adornos grotescos y arabescos rechazan la figura del hombre, y se verá que por muchos estilos la literatura de Poe es sobrehumana. Por notas ofensivas y escandalosas insertas en los diarios sabremos que Poe y su esposa se hallan peligrosamente enfermos en Fordham y en la más completa miseria. Poco tiempo después de morir la señora Poe, el poeta sufrió los primeros ataques del delirium tremens, y entonces apareció de pronto en cierto diario una nueva nota, más cruel que las anteriores, en la cual se queria indicar sin duda que Poe estaba disgustado del mundo y le despreciaba, formulándose uno de esos procesos de tendencia, verdaderas requisitorias de la opinión, contra las cuales tuvo siempre que defenderse Poe, empeñado así en una de las luchas más estériles y fatigosas que se conocen.
Sin duda ganaba dinero, y con sus trabajos literarios podía vivir; pero tengo pruebas de que sin cesar se le oponían enojosas dificultades. Soñó, como tantos otros escritores, con una Revista para sí; quiso estar en su casa, y el hecho es que había sufrido lo bastante para desear ardientemente aquel refugio definitivo para su pensamiento. A fin de conseguir este resultado y obtener la suma necesaria, apeló á las lecturas. Ya se sabe que éstas se reducen á una especie de especulación, y que el autor no publica ninguna hasta después de haber recibido la suma que puede producir. Poe habia dado ya en Nueva—York una lectura de Eureka, su poema cosmogónico, que por cierto suscitó acaloradas discusiones; y esta vez imaginó dar otra en su país, en Virginia. Según escribió á Willis, proponiase dar una vuelta por el Oeste y el Sur, y esperaba el concurso de sus amigos literarios, así como de sus antiguos conocidos de colegio y de West—Point. Visitó, pues, las principales ciudades de Virginia, y Richmond volvió á recibir al que había conocido tan joven, tan pobre y misero; todos aquellos que no habían visto al poeta desde el tiempo de su oscuridad, acudieron en tropel para contemplar á su ilustre compatriota. Presentose elegante y correcto como el genio; y hasta creo que desde aquella época había llevado su condescendencia hasta el punto de solicitar su admisión en una sociedad de templanza. Después de elegir un tema tan extenso como elevado, el Principio de la Poesia, le desarrolló con esa lucidez que era uno de sus privilegios; pensaba, como verdadero poeta, que el objeto de la poesía es de la misma naturaleza que su principio, y que sólo debe ocuparse de si propia.
La cordial acogida que se le hizo inundó su pobre corazón de orgullo y alegría; estaba tan satisfecho, que habló de establecerse definitivamente en Richmond y acabar su vida en los lugares que le eran queridos por los recuerdos de la infancia. Sin embargo, debia evacuar algunas diligencias en Nueva—York y marchó el 4 de Octubre, aquejado, según dijo, de espasmos y desfallecimientos. Como se sintiera siempre bastante mal, al llegar á Baltimore, en la noche del 6, mandó llevar su equipaje á la estación, porque debia dirigirse á Filadelfia, y entró en una casa de bebidas para tomar un excitante cualquiera. Allí encontró, por desgracia, varios antiguos conocidos y se retardó. Á la mañana siguiente, al despuntar los primeros albores de la aurora, hallóse en la vía un cadáver... no debemos decirlo asi, no; era todavía un cuerpo vivo, pero que la Muerte habia marcado ya con su indeleble sello; en aquel cadáver, cuyo nombre se ignoraba, no se hallaron papeles ni dinero, y fué conducido á un hospital, donde Poe murió en la noche del 7 de Octubre de 1849, á la edad de 37 años, vencido por el delirium tremens, esa terrible dolencia que había visitado ya su cerebro una ó dos veces. Así desapareció de este mundo uno de los más grandes héroes literarios, el hombre de genio que había escrito en El Gato Negro estas fatídicas palabras: ¡Qué enfermedad es comparable con el Alcohol!
Aquella muerte fué casi un suicidio, pero un suicidio preparado hacía largo tiempo, ó que, por lo menos, ocasionó escándalo. Prodújose al punto ruidoso clamoreo, y la virtud pudo explayarse á su antojo, entonando su canto enfático, libre y voluptuosamente. Las oraciones fúnebres más indulgentes no pudieron menos de ceder el paso á la inevitable moral de la clase media, que tuvo muy buen cuidado de aprovechar tan admirable ocasión. Mr. Griswold difamó; Mr. Willis, sinceramente afligido, se condujo dignamente. Mas ¡ay! aquel que había franqueado las alturas más arduas de la estética, sumergiéndose en los abismos menos explorados de la inteligencia humana, aquel que, á través de una vida semejante á una tempestad sin calma, había hallado nuevos medios, procedimientos desconocidos para asombrar la imaginación y seducir á los espíritus sedientos de lo bello, acababa de morir en pocas horas en el mísero lecho de un hospital. ¡Qué destino! ¡Y tanta grandeza, y tanta desdicha para levantar una avalancha de fraseologia vulgar, llegando á ser pasto y tema de los periodistas virtuosos!
Semejantes espectáculos no tienen nada de nuevo: raro es que una sepultura reciente é ilustre no sea punto de reunión de los escándalos. Por otra parte, la sociedad no ama á esos desgraciados frenéticos, y bien sea porque perturban sus fiestas, ó porque les considera candidamente como remordimientos, tiene sin duda razón. ¿Quién no recuerda las declamaciones de los parisienses cuando falleció Balzac, aunque murió en toda regla?—Y más recientemente aún, hace poco más de un año, las repugnantes diatribas, cuando un escritor de reconocida honradez y superior inteligencia, que fué siempre lúcido, se dirigió discretamente á la calle más negra que pudo encontrar, sin molestar á nadie, tanto, que su discreción se asemejaba al desprecio, y una vez alli separó su alma del cuerpo. ¡Qué asesinato tan refinado! Un célebre periodista, á quien Jesús no hará comprender nunca los sentimientos generosos, juzgó la aventura bastante chistosa para celebrarla con un equívoco.—En la enumeración de los Derechos del hombre que la sabiduría del siglo xix repasa tan a menudo con la mayor complacencia, se han olvidado dos de no poca importancia, que son el derecho de contradecirse y el de marcharse; pero la Sociedad considera al que se va como un insolente, y de buena gana castigaría á ciertos despojos fúnebres, como aquel infeliz soldado atacado de vampirismo, que al ver un cadáver exasperábase hasta el furor.— Y sin embargo, podemos decir que, bajo la presión de varias circunstancias, después de examinar detenidamente ciertas incompatibilidades, con firmes creencias en ciertos dogmas y metempsicosis, podemos decirrepito, sin énfasis ni juego de palabras, que el suicidio es á veces el acto más razonable de la vida.—Y así se forma una compañía de fantasmas, muy numerosa ya, que nos visitan familiarmente, y cada una de las cuales viene á ensalzarnos su reposo actual, imbuyéndonos en sus persuasiones.
Confesemos, sin embargo, que el lúgubre fin del autor de Eureka tuvo algunas excepciones consoladoras, sin lo cual seria preciso desesperar, y la posición no sería sostenible. Mr. Wills, como ya he dicho, habló dignamente, y hasta con emoción, de sus buenas relaciones con Poe; Mrs. John Neal y George Graham llamaron á Mr. Griswold al orden; y Mr. Longfellow (en éste es mucho mayor el mérito, porque el poeta le habia maltratado cruelmente), supo elogiar con nobleza al difunto, ensalzándole como poeta y prosista. Un desconocido escribió que la América literaria acababa de perder su más notable talento.
Pero el corazón más desgarrado y dolorido fué el de la esposa de Poe, que era á la vez su hijo y su hija.
¡Triste suerte, dice Willis, de quien tomo estos datos casi palabra por palabra, triste suerte la de aquel que ella vigilaba y protegia! Poe era un hombre fastidioso, pues no sólo escribía con enojosa dificultad, y en un estilo que estaba muy por encima del nivel intelectual común para que se pudiera pagar bien, sino que siempre tenía apuros por dinero, y con frecuencia él y su esposa, enfermos, carecían de las cosas más necesarias en la vida. Cierto día, Willis vió entrar en su despacho á una mujer envejecida, afable y grave: era la esposa de Poe, que buscaba trabajo para su querido Edgardo. El biógrafo dice que le admiró, no sólo el perfecto elogio y la exacta apreciación que hizo del talento de Poe, sino también su aspecto exterior, su voz dulce y triste, y sus modales algo comunes, pero no exentos de cierta nobleza. Y durante algunos años, añade, hemos visto á esa infatigable servidora del genio, pobremente vestida, que iba de diario en diario para vender un poema ó un artículo, diciendo a veces que él estaba enfermo, única explicación, única razón, invariable excusa que daba cuando su hijo se hallaba en una de esas horas estériles que todos los escritores nerviosos conocen. Los labios de la pobre mujer, sin embargo, no pronunciaron jamás una silaba que se pudiera interpretar como una duda, como una falta de confianza en el genio y la voluntad de su bien amado. Cuando su hija murió, consagróse por completo á cuidar del que había sobrevivido á la desastrosa batalla, vivió con él, prodigóle las más solícitas atenciones, le vigiló y defendió contra la vida y contra si mismo.
Seguramente, concluye Willis con noble imparcialidad, si la abnegación de la mujer, nacida con un primer amor y conservada por la pasión humana, glorifica su objeto, ¿qué no se dirá en favor de aquel que inspiró semejante sentimiento, tan puro, desinteresado y santo? Los detractores de Poe hubieran debido observar, en efecto, que hay seducciones tan poderosas que sólo pueden ser virtudes.
Ya se comprenderá cuán terrible fué la noticia para la desgraciada mujer, que al punto escribió á Willis una carta concebida en los siguientes términos: «He sabido esta mañana la muerte de mi bien amado Eddie... ¿Puede usted enviarme algunos detalles sobre el hecho?... ¡Oh! no abandone á su pobre amiga en esta amarga aflicción... Diga usted á M... que venga á verme, pues debo comunicarle alguna cosa de parte de mi pobre esposo... No necesito rogar á usted que anuncie su muerte y hable bien de él, pues ya sé que lo hará; pero diga que era el hijo más cariñoso para mi, para su pobre madre desconsolada...»
Aquella mujer me parece muy superior y mas que antigua en el momento de sufrir una pérdida irreparable, sólo piensa en la reputación de aquel que lo era todo para ella, y no le basta que se diga que era un genio; es preciso que se sepa que cumplía con sus deberes y era cariñoso. Evidentemente, aquella madre, antorcha y hogar iluminado por el rayo de luz más esplendoroso del cielo, ha debido servir de ejemplo á nuestras razas demasiado indiferentes á la abnegación y al heroismo, y á todo cuanto es más que un deber. ¿No era justo inscribir en las obras del poeta el nombre de aquella que fué el sol moral de su vida? Ensalzará en su gloria el nombre de la mujer cuya ternura sabía cicatrizar sus llagas, y cuya imagen fluctuará incesantemente sobre el martirologio de la literatura.
III
La vida de Poe, sus costumbres, sus modales, su sér físico, todo cuanto constituye el conjunto de su persona, se nos presenta con cierto aspecto tenebroso y brillante á la vez. Era un hombre singular, seductor, y asi como sus obras, distinguíase por un indefinible sello de melancolía. Por lo demás, estaba muy bien dotado bajo todos conceptos: cuando joven, manifestó una rara aptitud para todos los ejercicios físicos, y aunque pequeño, con pies y manos de mujer, y en toda su persona cierto carácter de delicadeza femenina, era más que robusto, con una fuerza maravillosa. En su juventud ganó como nadador una apuesta que traspasaba los límites ordinarios de lo posible. Diriase que la Naturaleza comunica á todos aquellos á quienes destina para grandes cosas un temperamento energico, así como favorece con poderosa vitalidad á los árboles que deben simbolizar el duelo y el dolor. Esos hombres, á pesar de su aspecto á veces raquítico, son verdaderos atletas, tan buenos para la orgia como para el trabajo, rápidos en los excesos y capaces de una admirable sobriedad.
Todos convienen unánimemente en algunos puntos relativos á Edgardo Poe, como por ejemplo su distinción natural, su elocuencia y su belleza, de la cual se envanecía un poco, según dicen. Sus modales, mezcla singular de altivez y de exquisita dulzura, eran resueltos; fisonomia, modo de andar, movimientos de cabebeza, todo era en él especial, sobre todo en sus buenos días, como debía esperarse de un sér elegido; notábase en su persona cierto aire majestuoso, y en realidad era el favorecido de la naturaleza, como ciertas figuras de transeuntes que llaman la atención del observador y preocupan después su memoria. El mismo Griswold, tan pedante y brusco, confiesa que cuando visitó á Poe y le halló enfermo y pálido aún, no pudo menos de admirar la distinción de sus modales, su fisonomia aristocrática y la perfumada atmósfera de su habitación, por lo demás bastante modesta. Griswold ignora que los poetas poseen más que todos los demás hombres ese maravilloso privilegio atribuído á la mujer española y á la francesa, que consiste en saber adornarse con nada, y que Poe, enamorado de lo bello en todas las cosas, había hallado sin duda el medio de transformar una choza en un palacio de nueva especie. No escribió con el talento más original y curioso proyectos sobre mobiliario, planes para organizar casas de campo, arreglar jardines y reformar paisajes?
Existe una carta encantadora de M.me Frances Osgood, una de las amigas de Poe, que nos da los más curiosos detalles sobre sus costumbres, su persona y su vida doméstica. Aquella señora, literata distinguida á su vez, niega valerosamente todos los vicios y las faltas atribuídas al poeta. «Con los hombres, escribía á Griswold, tal vez sea como usted le pinta, y tratándose de ellos, acaso no le falte razón; pero yo aseguro que con el bello sexo es muy diferente, y que jamás mujer alguna pudo menos de experimentar interés por el poeta. A mi me pareció siempre un modelo de elegancia, de distinción y de generosidad...
»La primera vez que nos vimos fué en Astor—House: Willis me había entregado en la mesa El Cuervo, porque el autor, según me dijo, deseaba saber mi opinión.
La música misteriosa y sobrenatural de aquel poema extraño me penetró tan íntimamente, que cuando supe que Poe deseaba ser presentado en mi casa, experimenté un sentimiento singular semejante al espanto.
Al verle llamóme la atención su hermosa y altiva cabeza, su ojos sombríos de penetrante mirada, llenos de expresión, sus finos modales, que eran una mezcla indefinible de orgullo y dulzura: saludóme, sereno y grave hasta la frialdad; mas bajo ésta traslucíase tan marcada simpatia, que no pude menos de quedar profundamente impresionada. A partir de aquel momento hasta su muerte, fuimos amigos... y sé que en sus últimas palabras hubo un recuerdo para mí. Antes de que su razón cayera de su trono soberano, dióme una prueba de su leal amistad.
»En su interior, sobre todo, á la vez sencillo y poético, se me revelaba el carácter de Edgardo. Poe bajo su más hermosa luz. Locuaz, afectuoso, espiritual, tan pronto dócil como maligno, cual niño mimado, siempre tenía para su joven y adorada esposa, así como para cuantos iban á interrumpirle en medio de sus mas arduas tareas literarias, una palabra amable, una sonrisa benévola y corteses atenciones. Pasaba interminables horas ante su pupitre, bajo el retrato de su Leonor, la amada y la muerta, siempre asiduo, siempre resignado, escribiendo con su admirable letra las brillantes fantasías que cruzaban por su asombroso cerebro. Recuerdo haberle visto una mañana más contento y alegre que de costumbre: Virginia, su dulce esposa, me había rogado que fuera á verlos, y no pude resistir á su demanda... Halléle trabajando en la serie de artículos que publicó con el título de The Literati of New—York. (Los Literatos de Nueva—York).—Vea usted, me dijo con aire triunfante, desarrollando varios papeles (escribía en fajas estrechas sin duda para arreglar su escrito al ajuste de los diarios), voy á enseñarle por la diferencia de longitudes los diversos grados de aprecio que me han merecido vuestros literatos. En cada cual de estos papeles uno de vosotros queda analizado y debidamente discutido.—¡Ven aqui, Virginia, y ayúdame!—Extendieron todos los rollos uno por uno, y observé que el último parecia interminable, pues Virginia, sin poder contener la risa, retrocedió hasta un ángulo de la habitación con una extremidad de la faja en las manos, mientras que su esposo llegaba al lado opuesto con la otra. —¿Y quién es el bienaventurado, pregunté yo, á quien ha juzgado usted digno de esa inconmensurable bondad?— No lo adivina usted?—exclamó, queriendo indicar con cierta inocente vanidad que se refería á mí.
»Cuando me vi precisada á viajar por cuestión de salud, sostuve una continuada correspondencia con Poe, obedeciendo en esto á las vivas instancias de su esposa, la cual pensaba que yo ejercia sobre el poeta una influencia y un ascendiente saludables... En cuanto al amor y á la confianza que existían entre Poe y su mujer, y que eran para mi un espectáculo delicioso, nunca podría ensalzarlos con bastante calor. Omito aquí algunos pequeños episodios poéticos, á los cuales dió origen su carácter romántico; pero creo que Virginia era la única mujer á quien Poe amó verdaderamente...» ó En las «Noticias de Poe» no se trasluce nunca amor, por lo menos Ligeia y Eleonora no son historias amorosas propiamente dichas, pues la idea predominante en la obra es muy diferente; tal vez creía que la prosa no es una lengua á la altura de ese extraño y casi intraducible sentimiento, pues en sus poesías, en cambio, éste rebosa por todas partes. La divina pasión aparece magnifica, siempre velada en una melancolía irremediable. En sus artículos habla á veces de amor, pero como una cosa cuyo nombre solo hace estremecer la pluma. En el Dominio de Arnheim afirmará que las cuatro condiciones elementales de la felicidad son: la vida al aire libre, el amor de una mujer, la falta de toda ambición, y la creación de lo bello, de un nuevo género.—Lo que corrobora la idea de M.me Osgood relativamente al respeto caballeresco con que Poe trataba á las mujeres, es que, á pesar de su prodigioso talento para todo lo grotesco y horrible, no hay en toda su obra un solo pasaje que se refiera á la lubricidad, ni aun á los goces sensuales. Sus retratos de mujer tienen, por decirlo así, una aureola; brillan en medio de un vapor sobrenatural y están pintados con el estilo enfático de un adorador.—En cuanto a los pequeños episodios románticos, se ha de extrañar que un hombre tan nervioso, cuyo amor á lo bello era quizás el rasgo dominante, cultivara algunas veces con apasionado ardimiento la galantería, esa flor volcánica y almizclada cuyo terreno predilecto es el cerebro entusiasta de los poetas?
De su belleza personal, de la cual hablan varios biografos, creo que el espíritu puede formar una idea aproximada apelando á todas las nociones vagas, aunque caracteristicas, contenidas en la palabra romántico, palabra que sirve generalmente para indicar los géneros de belleza que consisten sobre todo en la expresión.
Poe tenía la frente alta y dominadora, con ciertas protuberancias que revelaban las facultades superabundantes que debian representar, y en ella predominaba, con una expresión de serena altivez, el sentido de lo ideal, el sentido estético por excelencia. Sin embargo, á pesar de estos dones y hasta á causa de tan exorbitantes privilegios, aquella cabeza, vista de perfil, no presentaba tal vez un aspecto agradable. Como en todas las cosas excesivas por un sentido, podría resultar un déficit de la abundancia, una pobreza de la usurpación. Los ojos, grandes y sombrios, estaban llenos de luz, aunque tenían un color vago y tenebroso; la nariz era bien formada; la boca, muy fina, entreabríase a veces por una triste sonrisa; tenía el color moreno claro y el rostro pálido generalmente, con la expresión algo distraida por efecto de una melancolia habitual.
La conversación de Poe, muy notable, era esencialmente instructiva, aunque no se le pudiera considerar como lo que se llama un buen orador; su palabra y su pluma huían siempre de lo convencional; mas por su vasto saber, su poderosa lingüistica, sus profundos estudios y las impresiones recogidas en varios países, la palabra de Poe era una enseñanza. Su elocuencia esencialmente poética, pero moviéndose fuera de todo método conocido; la creación de numerosas imágenes sacadas de un mundo poco frecuentado por la generalidad de las inteligencias; un arte prodigioso para deducir de una proposición evidente, y del todo aceptable, puntos de vista enteramente nuevos, abriendo asombrosas perspectivas; y en una palabra, el arte de seducir, de hacer pensar y soñar, arrancando á las almas del circulo vicioso de la rutina; tales eran las deslumbradores facultades de Poe, cuyo recuerdo conservan muchas personas aún. Pero sucedía algunas veces, ó por lo menos asi lo dicen, que el poeta tenia un capricho desagradable, cual era el de complacerse en hacer pensar bruscamente á sus amigos en la tierra, por efecto de un deplorable cinismo que demolía brutalmente su obra espiritual. Debe advertirse, por otra parte, que Poe no se miraba mucho en la elección de sus oyentes, y creo que el lector hallará sin trabajo en la historia otras inteligencias grandes y originales, para las que toda compañía era buena. Ciertos espiritus, solitarios en medio de la multitud, y que se complacen con el monólogo, nada tienen que hacer con la delicadeza en materia del público: es en suma una especie de fraternidad basada en el desprecio.
Es preciso hablar ahora de esa embriaguez del poeta, celebrada y censurada con tanta insistencia, que se podría llegar á creer que todos los escritores de los Estados Unidos, excepto Poe, eran angeles de sobriedad. Varias versiones son plausibles y ninguna excluye á las otras; pero ante todo debo observar que Willis y M.me Osgood, afirman que una pequeña cantidad de vino ó de licor bastaba para perturbar completamente la organización del poeta. Por otra parte, fácil es suponer que un hombre tan realmente solitario, tan infeliz, y que con frecuencia pudo considerar todo el sistema social como una paradoja y una impostura; un hombre que, acosado por una suerte despiadada, repetía a menudo que la sociedad no era sino una turba de miserables (Griswold es quien apunta esto, escandalizado como hombre que puede pensar la misma cosa, pero que no la dirá jamás), fácil es suponer, repito, que aquel poeta, lanzado desde niño en los azares de la vida libre, con el cerebro ocupado por un trabajo fatigoso y continuo, buscara á veces el olvido en el fondo de una botella. Rencores literarios, vértigos de lo infinito, pesares domésticos, insultos de la miseria; de todo esto, Poe huía, refugiándose en el fondo negro de la embriaguez como en una tumba preparatoria; pero por buena que parezca esta explicación, no me parece bastante completa, y desconfío de ella á causa de su deplorable sencillez.
He sabido que no bebía para saborear, sino como bárbaro, con una actividad y una economía de tiempo del todo americanas, como quien ejecuta un acto homicida, como si hubiera en él algo que matar, una lombriz que no queria morir. Refiérese que un día, en el momento en que iba á casarse por segunda vez (ya estaban publicadas las amonestaciones), y como se le felicitase por su unión, que le deparaba las mejores condiciones de felicidad y bienestar, contestó: «—Posible es que hayáis visto anunciado el matrimonio, pero escuchadme bien: no me casaré.» Dirigióse completamente ebrio á la casa de aquella que debía ser su esposa y escandalizó la vecindad, apelando así á su vicio para librarse de un perjurio con la pobre muerta, cuya imagen vivía siempre en él, y á la que había cantado admirablemente en su Annabel Lee. Considero, pues, que en gran número de casos la embriaguez era cosa premeditada.
Por otra parte, en un largo articulo del Mensajero literario del Sur, esa misma revista cuya fortuna comenzó con Poe, leo que jamás la pureza y finura de estilo del poeta, jamás la claridad del pensamiento, ni su ardimiento en el trabajo, se alteraron un instante por aquella terrible costumbre; que la confección de la mayor parte de sus excelentes escritos precedió ó siguió á una de sus crisis; que después de la publicación de Eveka se entregó deplorablemente á su inclinación; y que en Nueva York, la misma mañana en que el Cuervo salía á luz, y cuando el nombre del poeta circulaba de boca en boca, Poe cruzaba por Broadway tambaleandose y dando traspieses por efecto de su embriaguez. Obsérvese que las palabras precedido ó seguido implican que aquella podía servir de excitante tanto como de reposo.
Ahora bien: es incontestable que, semejantes á esas impresiones fugitivas que chocan tanto más al repetirse cuanto más fugaces son, que siguen a veces a un sintoma exterior, una especie de aviso como el sonido de una campana, una nota musical ó un perfume olvidado; y que á su vez van seguidas de un acontecimiento semejante á otro ya conocido, que ocupaba el mismo lugar en una cadena anteriormente revelada —análogas á esos singulares sueños periódicos que á veces nos visitan durante el reposo,— es incontestable, decimos, que en la embriaguez existen no sólo encadenamientos de sueños, sino series de razonamientos que necesitan, para reproducirse, el centro que les dió origen. Si el lector me ha seguido sin cansarse, habrá adivinado ya mi conclusión: creo que en muchos casos, aunque seguramente no en todos, la embriaguez de Poe era un método de trabajo, método enérgico y mortal, pero apropiado á su naturaleza apasionada. El poeta habia aprendido á beber, así como un literato cuidadoso se ejercita en formar cuadernos de notas; no podía resistir el deseo de volver á encontrar las visiones maravillosas ó terribles, las sutiles concepciones que hallara en una borrasca anterior; eran antiguos conocidos que atraían imperiosamente, y para reunirse con ellos tomaba el camino más peligroso, aunque el más directo. Una parte de lo que hoy constituye nuestro goce es lo que á él le mató.
IV
Poco tengo que decir de las obras de ese genio singular; el público manifestará su opinión. Para mi seria difícil tal vez, aunque no imposible, desenredar su método, explicar su procedimiento, sobre todo en la parte de sus obras cuyo principal efecto consiste en un análisis bien dirigido. Podría iniciar al lector en los misterios de su fabricación, extenderme mucho sobre ese genio americano que se regocija cuando vence una dificultad ó se explica un enigma, que le impulsa á extasiarse con voluptuosidad infantil y casi perversa en el mundo de las probabilidades y conjeturas, fraguando cuentos á los cuales ha dado cierto carácter verosímil con la mayor sutileza. Nadie negará que Poe era por tal concepto un juglar maravilloso; pero sé que apreciaba sobre todo otra parte de sus obras. Réstame hacer algunas observaciones importantes, aunque sean breves.
No son estos milagros materiales, por más que á ellos debiese el poeta su nombradia, los que conquistaran para sus obras la admiración de los pensadores, sino su amor á lo bello, su conocimiento de las condiciones armónicas de la belleza, su poesía profunda y plañidera, aunque transparente y correcta como una joya de cristal, su admirable estilo, puro y extraño, compacto como las mallas de una armadura, complaciente y minucioso, cuya más ligera intención sirve para impulsar suavemente á los lectores hacia un objeto apetecido; y en una palabra, su genio especial, aquel temperamento único que le permitió pintar y explicar de una manera impecable, conmovedora y terrible, la excepción en el orden moral. Diderot, tomando un ejemplo entre ciento, es un autor sanguineo; Poe es el escritor de los nervios, y hasta de alguna cosa más, y el mejor que yo conozco.
En Poe, toda entrada en materia atrae sin violencia, como un torbellino; su solemninad sorprende, manteniendo el espíritu despierto; presiéntese desde luego que se trata de alguna cosa grave; y lentamente, poco á poco, desarróllase una historia cuyo interés se funda en una imperceptible desviación del espiritu, en una hipótesis audaz, en una extralimitación imprudente de la Naturaleza en la amalgama de las facultades.
El lector, presa del vértigo, debe seguir al poeta en sus arrebatadoras deducciones.
Lo repito, ningún hombre ha explicado con tanta magia las excepciones de la vida humana y de la naturaleza; los ardimientos de curiosidad de la convalescencia; el fin de las estaciones con sus esplendores enervantes; el tiempo cálido, húmedo y brumoso, en el cual el viento del sur ablanda y distiende los nervios como las cuerdas de un instrumento, en que los ojos se llenan de lágrimas que no provienen del corazón; las alucinaciones, dejando al pronto un lugar á la duda, parecen muy pronto una realidad; lo absurdo se apodera de la inteligencia y gobiernala con espantosa lógico; la histeria usurpa su puesto á la voluntad; prodúcese la contradicción entre los nervios y el espíritu, y el hombre se desconcierta hasta el punto de expresar el dolor con la risa. El poeta analiza lo que hay más fugitivo, pesa lo imponderable, y describe de esa manera minuciosa y científica cuyos efectos son terribles, todo lo imaginario que flota al rededor del hombre nervioso y le conduce al mal.
El ardimiento mismo con que se lanza en lo grotesco por amor á lo grotesco, y en lo horrible por amor á lo horrible, me sirve para reconocer la sinceridad de su obra y el acuerdo del hombre con el poeta. He dicho ya que en varios individuos era á menudo resultado de una gran energía vital inactiva, algunas veces de una pureza tenaz, y también de una profunda sensibilidad rechazada. La voluptuosidad sobrenatural que el hombre puede experimentar al ver correr su propia sangre; los movimientos repentinos, violentos é inútiles; los gritos proferidos sin que el espíritu se lo ordene al órgano que los emite, son fenómenos que deben clasificarse en el mismo orden.
En el seno de esta literatura, donde el aire está rarificado, el espíritu puede experimentar esa vaga angustia, ese temor que llama las lágrimas á los ojos, y ese malestar. de corazón que se producen en las inmensas regiones; pero la admiración es más fuerte, y además¡hay tanta grandeza en el arte! El fondo y los accesorios convienen con los sentimientos de los personajes: soledad de la naturaleza ó agitación de las ciudades, todo está descrito nerviosa y fantásticamente. Así como á Eugenio Delacroix, que elevó su arte á la altura de la gran poesía, á Edgardo Poe le agradaba agitar sus personajes sobre fondos violaceos y verdosos, donde se revelan la fosforescencia de la podredumbre y las emanaciones de la tempestad. La Naturaleza, que se llama inanimada, participa de la de los seres vivientes, y asi como ellos, estremécese por una sacudida sobrenatural y galvánica. El espacio se ha profundizado por el opio; el opio comunica un sentido mágico á todos los tintes, y hace vibrar todos los rumores con más significativa sonoridad. Á veces descúbrense de improviso en los paisajes del poeta magníficas perspectivas, ricas en luz y color, y entonces se ven aparecer en el fondo de sus horizontes ciudades orientales, arquitecturas, vaporizadas por la distancia y que el sol ilumina con una lluvia de oro.
Los personajes de Poe, ó más bien su personalidadel hombre de facultades excepcionales, el hombre nervioso por excelencia, el hombre cuya ardiente voluntad lanza un reto á las dificultades, aquel cuya mirada se tiende con la rigidez del acero sobre cosas que se engrandecen á medida que las contempla, no es otro sino Poe.—Y sus mujeres, todas luminosas y enfermas, que mueren de males extraños, y hablan con una voz cuyo acento se asemeja á la música, son también la representación de Poe, ó por lo menos, dadas sus singulares aspiraciones, su saber y su irremediable melancolia, participan mucho de la naturaleza de su creador. En cuanto á su mujer ideal, su Titánida, revélase en diferentes retratos esparcidos en sus poesias, harto escasas por cierto; retratos, ó más bien maneras de sentir la belleza, que el temperamento del autor relaciona y confunde en una unidad vaga, aunque sensible, donde se revela, más delicadamente tal vez que en otra parte, ese amor insaciable á lo bello, que es su gran título, es decir, el resumen de sus títulos al cariño y al respeto de los poetas.