CAPÍTULO XII.

Real Universidad de San Felipe. Su erección y fundación




SUMARIO.—§ I. Gestiones para obtener una Universidad. Felipe V decreta su erección, en 23 de julio de 1738. La Real Audiencia, acata la Real Cédula en 8 de Octubre de 1740. Medidas tomadas para adelantar la fundación de la casa universitaria. Nombramiento de don Tomás de Azúa é Iturgoyen para rector.—§ II. Inauguración de la Universidad, el 11 de mayo de 1747. Juramento del rector. Primeros grados conferidos con el fin de obtener emolumentos para la terminación del edificio universitario. Honores al maestre de campo don Alonso Lecaros.—§ III. El vice-patrono Amat y Juniet, se hace cargo de su puesto, con todos los honores reglamentarios. Nombramiento del primer cuerpo docente, en 19 de mayo de 1756. Se inauguran los cursos universitarios, menos el de medicina, el 9 de Enero de 1758. Primeros acuerdos sobre revalidación de títulos.




§ I.

Grandes esfuerzos costó á la ciudad de Santiago el obtener una Universidad.

Después del fracaso de la primera tentativa para crear la Universidad de la Imperial en 1568, por el obispo San Miguel, no se volvió á remover este punto, sino hasta el año 1713, en que el activo alcalde don Francisco Ruiz de Beresedo, amparado por el gobernador don Juan Andrés de Ustáriz, inició, nuevamente tan laudable esfuerzo, consiguiendo interesar á todo el Cabildo y decidir á que en 1720, bajo los auspicios del presidente don Gabriel Cano de Aponte, hiciera llegar al trono de Felipe V las nobles aspiraciones de la colonia.

En aquel tiempo, la instrucción adelantaba escasamente, y esto con provecho exclusivo de la carrera eclesiástica. En los colegios religiosos, se enseñaban los estudios preparatorios, y en los cursos superiores, sólo la teología y demás ramos complementarios de esta carrera. Estos colegios se llamaban Universidades pontificias.

Con razón el elemento ilustrado del reino estaba alarmado por esta estagnación intelectual, y deseaba cuanto antes poseer un centro general de educación.

Para no demorar esta solución, se había advertido al rey que no se exigiría auxilio pecuniario del presupuesto de la corona, solicitando, únicamente, la venia para disponer de la contribución llamada de balanza, ó sea de ciertos derechos aduaneros de exportación, subviniendo á los demás gastos con oblaciones de los vecinos.

El Licenciado don Manuel Antonio Valcarce Velazco, elevó ante S. M. C. una presentación á nombre de la muy noble y leal ciudad de Santiago de Chile y su reino, solicitando la creación de la Universidad, «ya que entre las regias virtudes la más preeminente y superior y con que se enzalza el real ánimo para el gobierno, es el asiduo cuidado de los estudios.» Entra en consideraciones sobre las ventajas de las Universidades, principalmente para mantener la fé y el espíritu religioso junto con las ciencias como sucede en las de la península y en las americanas de Lima y México creadas en 1551 y 1553, respectivamente.

Marca los inconvenientes que tiene la juventud del Paraguay, Tucumán y Buenos Aires, para ir á Lima, tanto por la carestía de la vida como por el viage de más de mil leguas, expuestos á accidentes, y principalmente los de Chile, que tienen que entrar á climas cálidos que provocan enfermedades y muertes. El único remedio, dice el referido informante, es crear los estudios superiores, en Santiago, para que se conozca por los naturales el Derecho Civil y Canónico, y la enseñanza de la medicina, tan necesaria para la vida humana. Después de enumerar las cátedras que se crearían y las rentas para mantener á los profesores, termina con las siguientes palabras:

«Parece que la reverente súplica que á los pies de V. M. postra la ciudad de Santiago, reino de Chile, tiene las circunstancias de menesterosa y benemérita, que incluye en estos políticos y legales fundamentos, espera y se asegura de la alta paternal piedad y magnificencia de V. M. el que se digne de erijir y fundar el Estudio Mayor, Universidad General, con el título y nombre de San Felipe, en dicha ciudad de Santiago, y asignación de las cátedras expresadas, con las regalías, privilejios, estatutos y prerogativas de que goza la de Salamanca y de de Lima, concediéndole la facultad para la dotación, en el del recho y contribución del impuesto de la balanza, á fin de que logre beneficio tan necesario al servicio de Dios y de V. M.»

Estas gestiones, permanecieron, sin embargo, olvidadas en la Corte, hasta que en 1734, don Tomás de Azúa é Iturgoyen que se había trasladado á Madrid, por motivos particulares, recibió plenos poderes del Cabildo de Santiago para activar las tramitaciones conducentes á la creación de la deseada Universidad. Dicho diputado elevó al rey un nuevo memorial consignando la petición y detallando consideraciones análogas á las de Valcarze. Pide del ramo de balanza la suma de 6.000 pesos para salarios de catedráticos en la forma siguiente: 600 pesos, á los de prima de teología, cánones, leyes y matemáticas; 400 á los de vísperas de teología, cánones, leyes, prima de Escritura, prima de medicina y al de lengua general; 200 pesos al de Instituta y otros 200 para dos porteros, con lo cual se enteran los seis mil pesos. Solicita, también, las cátedras de Santo Tomás. Escoto y Suarez, las cuales debían ser propias de sus Ordenes, y que hubiesen dos clases honorarias, una de cosmografía y otra de anatomía.

Sólo en 23 de julio de 1738 pudo obtener, don Tomás de i Azúa la real cédula que, en San Ildefonso, firmó Felipe V, creando la primera Universidad de Chile; no sin haber antes especificado que el ramo de balanza daria sólo $5.500 para los honorarios de profesores y gastos generales, y que dicha institución llevaría el nombre del monarca reinante, como lo había pedido en representación del Cabildo de Santiago, el licenciado Valcarze.

A mediados de 1740 llegó á la capital la real cédula; en ella se dejaba constancia de los esfuerzos de los chilenos por obtener un centro superior de cultura intelectual, y de los sacrificios que hacían para dar educación á sus hijos, á costa de sus propios bienes; se hacía mención de las dificultades que tenían que vencer los jóvenes educandos de las colonias, para trasladarse á la Universidad de San Marcos de Lima, á mil leguas de distancia, y, por último, se representaban los beneficios que reportaría al reino esta nueva institución.

El 8 de octubre de 1740, la Real Audiencia prestó acatamiento á la real orden, y dió las más expresivas gracias á S. M. por tan señalado favor.

Con igual fecha, transcribió al Cabildo, su acuerdo, para que procediera á la instalación y fundación de la casa universitaria.

Desde el primer momento, los representantes de la ciudad tropezaron con el inconveniente de la pobreza colonial, y la exigüidad de los recursos otorgados.

Sólo en 1743, pudieron comprar media manzana de terreno en la esquina norte y oriente de la calle del Chirimoyo (hoy Moneda) y San Antonio, por la suma de $13.000, que fueron abonados sólo en parte, comenzándose, en el acto, la construcción del edificio, pues la real cédula ordenaba que debía fundarse en local propio. La junta provisoria de doctores que dirijía los trabajos de instalación, funcionaba en la sala del ayuntamiento, y tomaba medidas activas para impulsar los trabajos. Más, como las erogaciones no aumentaban, y se iba postergando la terminación de la obra, resolvió el consejo provisorio, en 3 de diciembre de 1746, otorgar grados por la suma de doscientos pesos cada uno. El 20 de este mismo mes y año á propuesta del correjidor don Juan Francisco Larraín, se acordó pedir al gobernador, que nombrase al primer rector, debiendo en lo sucesivo elejirse por el cuerpo de doctores, de las diversas secciones universitarias.

En dicha solicitud se proponía, como candidato al rectorado al abogado Azúa é Iturgoyen, «muy conocido, no solo por haber tratado de la fundación, sino porque en él concurría el complemento de las facultades de sagrada teología y de ambas jurisprudencias, con muy reglada instrucción en matemáticas y medicina.»

El gobernador don Domingo Ortiz de Rosas accedió al pedido y elijió al propuesto como primer rector de la Universidad de San Felipe.


§ II.


La instalación universitaria se verificó, solemnemente, en la tarde del sábado 11 de marzo de 1747, en el edificio inconcluso, bajo la presidencia del gobernador Ortiz de Rosas, que por tener dicho carácter, era al mismo tiempo vice-patrono de la Real Universidad.

Todas las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, como la sociedad toda, se apresuraron á asistir á esta ceremonia que revistió la mayor solemnidad.

La capital del reino celebró con júbilo este acto del renacimiento intelectual. En dicha ceremonia, el rector Azúa, nombrado desde el 16 de Enero de 1747, se hizo cargo de su puesto, conservándolo hasta su muerte acaecida el 4 de octubre de 1757. [2]

El juramento del primer rector, hecho ante los Evanjelios, y tomado por el escribano público don Juan Bautista de Borda, es una pieza histórica que merece leerse con interés.

Dice así:

«Yo Tomás de Azúa Iturgoyen, rector de esta célebre universidad de estudio jeneral de San Felipe, juro por los santos evanjelios de Dios, tocados corporalmente por mí, que desde ahora en lo sucesivo seré fiel y obediente al beato Pedro, prínicipe de los apóstoles, y á la santa universal iglesia católica, y a nuestro señor el pontífice máximo y a sus sucesores elejidos canónicamente, y a nuestro invictísimo rei N. S. y a sus sucesores, como también a la dicha Universidad mi madre. Y no estaré en consejo en que los espresados señores nuestros, o alguno de sus sucesores, pierdan la vida, o sufran mutilacion de miembro o les amenace cualquier riesgo de captura o pérdida de dignidad o autoridad; antes por el contrario, impediré que suceda, en cuanto de mi dependa, sin ninguna demora, todo lo que para detrimento llegare a mi noticia y si no lo pudiera impedir por mi mismo, lo denunciaré a ellos mismos o a sus vicarios; no manifestaré a nadie para daño o perjuicio de ellos, con signos, palabra o movimiento, el proyecto que me hubieren confiado por si mismo, por mensajes o por cartas; y ademas ejerceré y administraré bien y fielmente el cargo de rector que se me ha confiado; procuraré según mis fuerzas, con favor, empeño y odio a la demora, los honores y derechos, la utilidad y comodidades de la Universidad y de los estudiantes; conservaré fielmente los dineros y otros cualesquiera bienes de la Universidad que a mis manos y a mi poder llegare; no invertiré ninguna de estas cosas sino en provecho de la Universidad y conforme a lo dispuesto en sus constituciones; y cuando hubiere terminado mi cargo, rendiré verdadera cuenta a los rectores y conciliarios; y si alguna de dichas cosas quedare en mi poder, la devolveré tan pronto como hubiere rendido cuentas; cumpliré los estatutas de dicha Universidad y haré cuanto pueda que los demas lo cumplan, me abstendré de regalos y obsequios, y procuraré con toda dilijencia posible, que los mios se abstengan de ellos, escepto solamente algunas viandas o vevidas de moderado precio y haré todo lo demas que se conozca corresponde al cargo de rector por derecho o por práctica. Así Dios me ayude, y estos santos evanjelios de Dios, que yo toco por favor. Así lo juro.»

Inaugurada la Universidad, se trató de acelerar la terminación del edificio; y como no habian aumentado las entradas ni había erogaciones particulares, ni tampoco se habían presentado candidatos para obtener diplomas que costaban 200 pesos, acordaron, los doctores que formaban el cuerpo universitario, el que ellos mismos debían obtener los pergaminos de la institución, y pagar, los emolumentos correspondientes. Al efecto, el rector Azúa fué el primero en oblar dicha suma y en recibir el título de doctor en Leyes, el dia 2 de enero de 1748. Los demás doctores no tardaron en hacer lo mismo, ingresando con este procedimiento á los fondos generales, la suma de cuatro mil pesos

La dirección y supervijilancia de las obras, estuvo á cargo del maestre de campo del reino, don Alonso Lecaros, que llenó su cometido con tal interés y acierto que mereció una nota especial de agradecimiento, y que el claustro universitario acordara «que el dicho don Alonso, para su descendencia, tuviera un tercio menos en los grados mayores, para que con la fábrica durase la memoria de su celo.»

§ III.


El capitán general y gobernador del reino, Amat y Juniet, se hizo cargo del vice-patronato de la Real Universidad de San Felipe en 1756.

La ceremonia de la recepción se hizo con todos los ritos oficiales, acostumbrados en España y en sus colonias. Todos los doctores se reunieron en casa del rector para salir en procesión en busca del vice-patrono que los esperaba en su palacio, en compañía de la Real Audiencia, del Cabildo, distintas corporaciones y de todo su séquito oficial. Reunidas todas las comitivas, partieron, precedidas de clarines y tambores, hacia la casa universitaria que mantenía sus puertas cerradas. El secretario de la Universidad, entregó las llaves al presidente Amat, quien, al recibirlas, dijo: «Como vice patrono tomo posesión de esta casa en nombre de S. M. don Fernando VI, á quien Dios guarde.»

Acto contínuo procedió á abrir la puerta principal, devolviendo las llaves al rector Azúa.

Los asistentes entraron, entonces, al salón de recepciones presididos por el vice-patrono que ocupó el sillón rectoral, quien inició el acto, diciendo algunas palabras sobre la importancia de la ceremonia y sobre los beneficios que daria al país aquel centro de estudios. Siguieron en el uso de la palabra varios académicos que ya leyeron trabajos de aliento y de interés, ó declamaron poesías, dando el vice-patrono, al final de cada discurso la señal de los aplausos que todos se apresuraban á repetir.

Después de esta fiesta se dió publicidad al decreto que nombraba el primer cuerpo docente de las distintas secciones en que estaba dividida la nueva corporación. Este decreto lleva la fecha de 19 de Mayo de 1756.[3]

Debido á múltiples inconvenientes de instalación, escacéz de fondos, organización de los cursos, etc, sólo se pudo encarrilar el plan de las primeras aulas, desde el 9 de enero de 1758, es decir 20 años después de su erección por Felipe V, y 11 años después de su inauguración por el presidente Ortiz de Rosas.

Con todo, para que se abriese el primer curso de medicina, hubo que esperar aún once años más, hasta el 23 de octubre de 1769.

Las primeras providencias tomadas por el claustro universitario sobre revalidación de títulos profesionales, fueron hechas en sesión del 19 de diciembre de 1769. Se aprobó en dicha fecha que se considerarían válidos los títulos otorgados por la Universidad de San Marcos, de Lima, siempre que aquella corporación estableciere la reciprocidad.

Se comisionó al rector don Manuel 2.° Salamanca para que tuviese presente dichos acuerdos y tramitase esta resolución hasta darle término.

Con fecha 20 de enero de 1786 se acordó aceptar como buenos y válidos, en Chile, los exámenes rendidos en la Universidad de San Marcos.[4]


CAPÍTULO XIII


Real Universidad de San Felipe
Enseñanza de la medicina



SUMARIO.—§ I La Cátedra de Prima de Medicina. Estudios y Exámenes. Sistemas de enseñanza. Textos principales; Hipocrátes, Galeno, etc; «Instituciones,» de Piquer; Silva médica; Praxis médica; Estudios fisiológicos de fray Sebastián Díaz; Memorias sobre sustancias sépticas y antisépticas, de 1750.—§ II. Los Cirujanos. La Anatomía. Cirujanos romancistas.—§ III. Colación de grados. Diversas ceremonias.


§ I


La Cátedra de Prima de Medicina fue la última en instalarse.

Se daba este nombre á la enseñanza de todos los ramos de la medicina dictados por un solo profesor, durante cuatro años.

He aquí el resumen de la organización escolar de los estudios:

Para obtener los grados superiores era necesario haber recibido el título de bachiller en Artes. Los estudios exigidos para este grado, sufrían contínuas modificaciones que trastornaban por completo los rejímenes escolares, y como por otro lado había mucha condescendencia para dispensar el aprendizaje de algunos ramos, con el fin de aumentar el escaso número de graduados y fomentar el gusto por los estudios, se puede decir que la preparación para el bachillerato en Artes, era muy deficiente.[5] En posesión de este diploma se podía optar al bachillerato en medicina—ó de cualquiera otra carrera—aunque no se exigía para rendir las pruebas de los primeros cuatro años de estudios teóricos, de las aulas universitarias.

En el examen del bachillerato, había que sostener la prueba pública que se llamaba de las 33 cuestiones médicas.

Para el grado de licenciado y doctor,[6] era necesario dos años más de práctica hospitalaria al lado de un médico latino, que, por lo común, era el profesor de Prima. Para este examen había un acto público, sobre la materia que había designado el pique de puntos, sostenido en latin ante el cuerpo docente y un público numeroso.

El pique de puntos, consistía en introducir un puntero—muchas veces por la mano de un niño—entre las hojas de un libro clásico de los padres de la medicina, para tomar como tema de examen el correspondiente al de las páginas abiertas.

Durante algún tiempo subsistió la reforma de la supresión del examen de bachiller y la reducción á tres años el plazo de los estudios teóricos.[7]

Los exámenes de fin de año eran simplemente teóricos. En los de grados, la prueba pública debía durar á lo menos una hora, siendo el plazo de preparación el de ocho dias á contar desde la fecha del sorteo. Después del examen público se agregó la prueba privada durante otra hora, antes de la cual los examinadores juraban, por los evangelios, que no se habían puesto de acuerdo con el alumno acerca de las preguntas que le iban á hacer.

La prueba práctica de grados, se tomaba en un hospital en presencia de dos examinadores, á lo menos, en fecha y hora convenida. En dicha prueba, dicen los reglamentos [8] debe ordenarse al candidato «que tome el pulso á cuatro ó cinco enfermos y á los más que pareciere á los examinadores, y le preguntarán lo que ha entendido de cada enfermo, y de la calidad de la enfermedad, si la tiene por liviana, peligrosa ó mortal, y las causas y señales que para ello haya, y, al fin, que piensa atender para el remedio y cura de tales enfermos, y de que medicinas piensa usar, y lo más que les pareciere. »

Los examinadores debian ser médicos, pero á falta de algunos de estos, cualquier otro doctor universitario prefiriéndose los de teología. Consta de los archivos correspondientes la siguiente certificación respecto del exá,en del Dr. Rios: «Y concurrieron á su exámen el Dr. Ignacio de Jesús Zambrano, cadedrático de Prima de dicha facultad, y los Doctores Revdo. Padre Lector jubilado fray Jacinto de Fuenzalida del Orden de mi Padre San Francisco, catedrático de Sutil Scotto, y don Francisco Aguilar y Olivos, doctor en sagrada Teología, Cánones y Leyes.—El Bedel Mayor

En cuanto á los sistemas de enseñanza no se había adelantado bastante en el siglo XVIII.

En la clase de Prima que debía durar una hora y media, diariamente, se leía y estudiaba á Hipócrates, Galeno y Avisena, según pragmática de Felipe III.

Después se acostumbró que el mismo profesor eligiese los textos, y que disertase y discutiese los temas, debiendo los alumnos copiar todo lo dicho, en la misma clase.

En los exámenes, se preguntaba especialmente sobre «las partes naturales, de las fiebres, de locis affetis, morbo et sinthomathe, de crisibus, urinibus, pulsibus, sanguinis, misione, et expurgationes...etc y de los demas temas que les pareciere, que todas estas materias se leen en los cuatro años de oyentes, y se ejercitan en la práctica de los dos años, con que vendrán á ser muy buenos especulativos y prácticos de las materias que importa saber: y no preguntar siempre una misma cosa sino diferentes, para obligarlos á que no sabiendo lo que se les ha de preguntar, procuren ir prevenidos en todo.» [9]

En las universidades donde habían muchos médicos, era de uso que los profesores no examinasen á sus propios alumnos, en las pruebas de grados.

En la Universidad de San Felipe, duraban los cursos del septiembre á marzo, y había lo que se llamaba un cursillo, antes de los exámenes, que duraba sesenta días, por lo común entre los meses de junio á agosto.

En 30 de abril de 1778, se ordenó que los estudios se hicieran por el texto «Instituciones» de Piquer adoptado también en España.[10] Esta obra trata de fisiología y patología, correspondiendo al primer tema 6 libros y 3 al segundo. Los de fisiología, tratan: 1.° De la naturaleza y objeto de la medicina; 2.° de las partes sólidas; 3.° de los humores; 4.° de los espíritus; 5.° de los temperamentos; y 6.° de las facultades ó funciones. Los tres libros de patología versan: el 1° sobre enfermedades en general; el 2.° sobre las causas; y el 3.° sobre los síntomas.

Las «Instituciones», de Piquer, basadas en Hipócrates, Galeno, Avisena, Rasis y Guido, fueron el cimiento científico durante toda la era colonial. Basta citar la siguiente teoría sobre el gran descubrimiento de Harvey, en 1619, para darnos cuenta de las ideas científicas que inculcó entre nuestros médicos: «La circulación de la sangre ni debe negarse absolutamente ni tenerse por cosa del todo demostrada, á nuestro juicio debe colocarse entre las opiniones que las escuelas llamen probables, pues que de ambas partes militan argumentos opuestos de más ó menos igual valor.» Esta opinión sustentada tambien en pleno siglo XVIII por los profesores que seguían á Piquer, a pesar del descubrimiento de Malpigio, en 1661, de las redes y vasos capilares, que no dejó lugar á duda la circulación de la sangre, manifiesta el visible atraso de la escuela española.

La «Praxis Médica» y el «Tratado de las calenturas,» son dos obras de Piquer que se utilizaron en la enseñanza.

Desde 1610, según la ley 8.°, libro 8, título 8 de la Novísima Recopilación, los catedráticos debían en sus clases, «leer primero la letra del capítulo que se comenzare, llevando el libro el catedrático y los estudiantes, para que lo entiendan, que este es el fundamento con que se han de quedar; y luego el catedrático lea las dudas y cuestiones que se ofreciesen acerca de la letra, que sean las útiles y que importaren para el conocimiento de la esencia de las enfermedades, de sus causas y señales, pronóstico y curación, y huyan de las cuestiones impertinentes porque no gasten el tiempo en balde.»

Existen en la Biblioteca Nacional de Santiago, dos volúmenes sobre medicina que corresponden á una misma obra, aunque, posteriormente, se les haya puesto nombre diverso, como el de «Silva Médica» á un tomo,—y que parece ser el nombre general—y el de «Tratado de Medicina,» al segundo.[11]

Estos manuscritos están en castellano, salvo una parte del segundo volumen que está escrito en latin. Las materias están tratadas por letras. En la primera página del primer volumen se lee: Dedicado á la Real Universidad de San Felipe.—Parte 1.ª de la Silva Médica: En la qual se comprehende parte de la theorica ó parte natural del cuerpo humano. Con variedad de sentencias sacadas de varios authores los mejores y más versados en escuelas Médicas. Apoyadas dichas doctrinas en textos de todos los principales de la Medicina. Como Hipócrates, Galeno, Avisena etc.

El libro de medicina más antiguo que Vicuña Mackenna encontró en la Biblioteca Nacional, es un gran volumen, más grande que un misal, escrito en latin, sin fecha, y que trata de las siete materias siguientes: De Coeto, Olea, Pulveres, Ungüentos, Cerasta, Emplastos y Catapatia.

El Doctor José Grossi [12] ha dado á conocer una antigua obra peruana, escrita después del descubrimiento de Harvey, en 1619, y que trata de refutar este sistema con citas teológicas y de clásicos antiguos.[13]

Las obras de medicina que conocieron nuestros médicos coloniales, fueron, por cierto, bien escasas.

Todos los libros que se recibían en el reino estaban sugetos á una severa censura, no permitiéndose la entrada de las obras científicas que tuvieran ideas nuevas y que siempre se miraban como causa de peligro para la fé religiosa.[14]

Entre las obras de instrucción de la era colonial merece anotarse la del padre Sebastián Diaz, del Convento de Belén, publicada en Lima en 1781,[15] y que es una verdadera enciclopedia universal por la diversidad de temas que abarca. Después de tratar sobre el orígen de lo que él llama primeras y segundas criaturas, espirituales y corporales, pasa á estudiar los cuerpos simples y compuestos, los elementos celestes, ó cielo aéreo, la formación del mundo, de la tierra y del agua, de geografía, de física, de las cosas interiores del globo, y del hombre, que analiza bajo la forma espiritual y material. Al tratar de la parte humana, entre otras descripciones, apunta las palabras siguientes:

«Suele, dice, por pasion de congoja, ó por otra causa, entorpecerse el curso de la sangre, y como ella jira también por los pulmones, es consiguiente que, ocupados ellos y el corazón demasiadamente con la sangre, escasee la introducción del aire y se mortifique la dilatación. Entonces es cuando naturalmente anhelamos á inspirar para que este ingreso obligue á correr la sangre, dilate más los pulmones y avive la respiración. Y como conseguido todo esto, la aspiración es consiguiente, es de más aire, de más libertad y fuerza, es regular que suene en aquel modo que llamamos suspiro.

«Como para el sueño se cierran las inmediaciones del cerebro, queda este como encerrado y oprimido, para que no pudiendo holgarse los sentidos interiores, suspenda su ejercicio como los exteriores: y así como para éstos, no obstante su entorpecimiento, suelen quedar libres algunas fibras ó espíritus que incompletamente exitan los fenómenos externos expresados así para los sentidos interiores, suelen quedar espíritus ó fibras en alguna menor ligación, por no haber sido exacto el ajuste de la oclusión de los sesos, ya por el exeso, ya por la falta de aquel ajuste, queda acción para que esos espíritus ó fibras de la fantasía ó de la imajinativa, se estén moviendo de éste ó del otro modo, en que consiste ésta ó la otra idea.

«Otras propiedades del hombre ó viviente racional son la risa y el llanto. La primera es como de la pasión del gozo, y el segundo lo es, así mismo, de la tristeza. Si el motivo del gozo es crecido, aumenta en su vehemencia aquellos ordenados y ya fuertes movimientos, tanto de los sólidos como de los líquidos...; y ese aumento es lo que saca hasta lo externo la actualidad vigorosa de los músculos inmediatos á la superficie y más próximos y consentidos del corazón, donde por su regularidad están en más fuerza las sístoles y los diástoles. De aquí es percibirse la respiración alterada por la inmutación del diafragma y el semblante mudado á otro modo de facciones por la exaltación del movimiento muscular de la cara. »

«Ultimamente llega el caso, en que, ó por enfermedad ó por necesaria natural decadencia, los sólidos, especialmente el cerebro y el corazón acaban de perder el tono, y los líquidos, con especialidad la sangre, pierden del todo su jiro, y entonces no teniendo el alma qué manejar, ni cómo manejar el cuerpo, se aparta de él como se había unido cuando estaba en disposición de gobierno y esta es la muerte.»

En la misma época colonial, circuló con aceptación el tratado Palestra Crítico-Médica en que se trata introducir la verdadera Medicina, y desalojar la tiranía intrusa del reyno de nuestra naturaleza, escrita por el doctor fray Antonio Josef Rodríguez, monje cisterciense, en 1737.

La Yatro-phonía ó medicina por la música, es otro extenso texto que se conserva de aquel tiempo

Las siguientes obras de importancia, son muy poco conocidas hoy día y cuyo solo nombre ya significa un verdadero adelanto; he aquí sus denominaciones:

«Observaciones acerca de las enfermedades del Exercito en los Campos y en las Guarniciones con las Memorias de las sustancias Sépticas y Antisépticas leídas á la Sociedad Real por Mr. Pringles, Cavallero Baronet de la Gran-Bretaña, y Médico Ordinario de la Reina. Obra utilísima...... En Madrid, en la Imprenta de Pedro Marín, año de 1775—Dos vols. en 8.°.—Traducción del Dr. Juan Galisteo, de la obra publicada en inglés en 1752.»

«Tratado de las sustancias sépticas y antisépticas. Memoria leída el 28 de junio de 1750, é impresa con algunas innovaciones.—Memoria 1.ª—Experimentos que demuestran que no se deben llamar alcalinas las sustancias pútridas; que ni las sales alcalinas volátiles, ni las fixas, siendo por sí antisépticas, no se dirijen á acelerar la putrefacción en el cuerpo humano. Que de dos antisépticos combinados puede resultar un tercero mas débil que cada uno de ellos. Experimentos que sirven de comparar las virtudes de algunas sales neutras para resistir á la putrefacción. De la grande virtud antiséptica de la Myrrha, del Alcanfor, de la Serpentaria, de las flores de Manzanilla y de la Quina.»

La Memoria II, (leída el 21 de Nov. de 1750) es una continuación de los experimentos y observaciones sobre dichas sustancias.

En este capítulo se halla la siguiente tabla comparativa de las virtudes de las sales antisépticas:

Sal marina 1
Sal gemina 1
Tártaro vitriolado 2
Espíritu de Minderero 2
Tártaro soluble 2
Sal diurética 2
Sal de amoniaco 3
Mixtura salina 3
Nitro 4
Sal de cuerno de ciervo 4
Sal de axenjos 5
Bórax 12
Sal de succino 20
Alumbre 30

En las Memorias siguientes trata de una larga serie de experiencias encaminadas á valorizar las diversas sustancias antisépticas.


§ II.


En el siglo XVIII se fundaron en España Colegios de Cirugía, á fin de elevar, no sólo los conocimientos, sino la profesión misma de cirujano que había pasado por un largo período de abatimiento.

Los primeros cirujanos fueron simples aljebistas, aliñadores, que no tenían conocimientos de la anatomía.

Las primeras disposiciones, que versan sobre esta materia, datan de 1563.

Los cirujanos, en aquel entonces, no estaban distantes en ignorancia y en supersticiones, de los machis y gutarves de los indios araucanos.

Las leyes de 1617, obligaron á los cirujanos á hacer estudios de fisiología y patología y se reglamentaron sus cursos y exámenes en la misma forma que para los médicos. Estas pruebas debian ser teóricas y prácticas, en los hospitales, sobre vendajes, composturas y las diversas operaciones que se conocían en aquella fecha.

Puede calcularse cual sería la compentencia de aquellos cirujanos, y el de los médicos, graduados en dominios españoles, cuando el estudio de la anatomía era descuidado, cuando no desconocido.

La anatomía, fué prohibida en el siglo XIV, por el Papa Urbano VIII, siendo permitido su estudio en el siglo XV por Sixto IV con ciertas restricciones, admitiéndose un número determinado de disecciones anatómicas.

La Universidad de Tubinga, fué la primera que aprevechó de estas concesiones.

España fué la última en aceptar su estudio, un siglo después de las otras naciones europeas.

La primera enseñanza de la cirugía se hizo, no obstante, simplemente teórica, según el texto de Galeno, «Anatomicis administrationibus».

Después se permitió una que otra disección anatómica restrinjida á determinados miembros y órganos, no pasando de ocho por año. Se permitió efectuar hasta veinte autopsias en el siglo XVIII. Sin embargo era tal el descuido y el poco interés científico en los dominios españoles, que ni aún estas escasas licencias se aprovechaban, y por lo que toca á Chile podemos decir que durante el réjimen colonial fueron contadas las autopsias, y respecto á las disecciones anatómicas no hay constancia de que hayan sido efectuadas.

En las actas del Cabildo de Santiago se hallan algunos datos sobre hacer la anatomía, pero son tan lacónicos y poco claros que nos dejan en la misma oscuridad de antes. En los Médicos de Antaño, dice, Vicuña Mackenna, á este respecto, lo siguiente:

«Uno de aquellos médicos latinos, cuyo nombre no ha llegado con fidelidad hasta nosotros, supo ganarse (no sabemos por cual camino) la gracia del ayuntamiento, y tuvo éste el ilustrado valor de aceptar, plenamente, lo que no hacía muchos años había sido el misterioso y vedado privilejio de unos monjes de Guadalupe escondidos en las selváticas montañas de Estremadura. Tomó el Cabildo en consideración aquel asunto en su sesión del 30 de mayo de 1704, y participó su valerosa resolución al presidente Ibañez, en consulta.—«Por cuanto han espresado—dice el acuerdo—será conveniente se haga anatomía del cuerpo humano, y los dichos señores, unánimes y conformes, han resuelto se haga la dicha anatomía, y que para ello se le dé parte al señor Presidente y al alcalde don Juan de la Cerda para su presencia

En otro lugar hemos dicho que las primeras autopsias datan de 1773, siendo sus autores los cirujanos Esteban Justa y Dionisio Roquán.

En 1713, el Cabildo solicitó del rey licencia para hacer anatomía, lo cual fue rechazado perentoriamente, lo que significó un retroceso de cultura pues ya en 1488 se había otorgado el permiso á los médicos y cirujanos del hospital de Santa María de Zaragoza para abrir ó anatomizar algún cuerpo muerto, etc. tantas cuantas veces en cada un año á ellos será visto, sin incurrir en pena alguna.

Una causa esencial de la poca ambición científica, fue la prohibición á los súbditos de la corona peninsular el que estudiasen en universidades extrangeras, donde la medicina y cirugía obtenían importantes triunfos, como en Inglaterra y Francia.[16]

La medicina y la cirugía podían estudiarse en conjunto, más durante un largo período colonial se prohibió el uso común de estas dos profesiones.[17]

EL Real Colegio Superior de Cirujía de San Carlos, fundado en 1780, por Carlos III, fue el mejor dirigido y el que obtuvo mejores progresos durante aquella época.

Para rejentar este establecimiento se nombró á un Protocirujano, y un cuerpo de profesores y examinadores, teniendo ocho mil reales de renta los primeros, y cuatro mil los segundos.

Los métodos de enseñanza variaron por completo asemejándolos á los de naciones más adelantadas. El plan de estudios abarcaba los ramos siguientes: Afectos quirúrgicos, Operaciones, Vendages, Aljebra quirúrgica, Clínica y afectos mixtos, Enfermedades venéreas y de Niños, y Partos que también, por primera vez, entraba como estudio especial de los cirujanos.

El estudio de la obstetricia, era permitido desde 1750, á los que hacían estudios especiales, de los cuales aprovechaban los cirujanos que lo deseaban, y ejercían su práctica previo un exámen ante el protomedicato.

Los nuevos cirujanos contribuyeron á derrotar los antiguos hernistas, cataratistas, aljibistas etc, aunque no cejaron los barberos y sangradores que tan bárbaramente dominaron durante largos siglos.

Los cirujanos romancistas, eran como los médicos romancistas, los prácticos que habían asistido durante tres años á los hospitales, y habían estado otros tres al lado de algún médico latino—es decir diplomado y con estudios universitarios—á quienes se les permitía, desde 1603, el ejercicio profesional previo exámen general ante el protomedicato. De estos facultativos hubo muchos en Chile, hasta en el primer tercio del siglo XIX.


§ III


Las universidades de la época colonial tenían variadísimos ceremoniales para las colaciones de grados y títulos de todas sus profesiones.

En México, en el Plata, y en el Perú, principalmente, se cumplían las fórmulas reglamentarias, como en la península; pero en Chile, la mas pobre de las colonias, fueron dispensadas muchas regias, y todas en muchos casos, en vista de la pobreza de los habitantes del reino.

Estas fastuosas ceremonias se efectuaban de la manera siguiente:

Terminadas las pruebas finales, los aspirantes al grado de licenciado y doctor, pedían al rector que les señalase un día para el paseo y la fiesta reglamentaria. Convenida dicha fecha, el postulante tenía que depositar, la suma de 200 pesos en manos de un miembro universitario, como garantía de que la cena seria digna de los asistentes y de la terminación de la fiesta.

El día del paseo, se organizaba en la casa de la Universidad, una procesión aparatosa formada por el profesorado, bedeles, alumnos y amigos del candidato, revestidos todos con trajes elegantes, y precedidos de una banda de clarines y tambores; tras la cual seguía el doctorando, al lado del padrino, en un caballo enjaezado, llevando enarbolado el blazón de sus armas pintado en tafetán, y próximo á un heraldo que alzaba el escudo universitario, adornado con la efigie del santo patrono y las armas de la ciudad de Santiago, orlado con las siguientes palabras: Academia chilena in urbe Sancti Jacobi.

Esta procesión recorría las principales calles, en busca del rector que esperaba en su casa rodeado de su séquito oficial; una vez reunidos seguían todos á la Universidad, recorriendo siempre diversas calles, para dar comienzo á la deseada fiesta.

En un sitial elevado se sentaba el rector—y el vice-patrono cuando solía asistir—rodeados de los principales personajes, teniendo al frente una cátedra especial para el padrino del doctorando. El padrino proponía una cuestión, que su ahijado debía desarrollar en latín, durante media hora por lo menos, terminada la cual, el padrino pasaba á sentarse á la izquierda del rector; seguía el vejamen, que consistía en una original y fina sátira sobre las prendas personales del candidato, hecha por un doctor, y que al fin terminaba por una entusiasta peroración, en su elojio. El padrino podía, entonces, conducir á su ahijado ante el rector pidiéndole que le impusiera los grados «en una oración latina y buena» á la que respondía, el maestre escuela, en una corta alocución en favor del postulante.

Procedíase, en seguida, á prestar el juramento de fidelidad al rey y de fiel cumplimiento de sus deberes, en nombre del misterio de la inmaculada Concepción de María Santísima, estando de rodillas teniendo las manos apoyadas sobre los evangelios, recibiendo, en seguida, del rector, la imposición del grado. Por último, el padrino le entregaba las insignias depositadas en una bandeja de plata; recibid, le decia, este ósculo—al dárselo en la mejilla derecha—en señal de fraternidad y de amistad; este anillo, en señal de alianza con la sabiduría que debeis aceptar como á vuestra esposa querida; este libro, símbolo de la enseñanza; esta espada, para que, cual soldado de la ciencia, triunféis de los ataques de la enfermedad; y esta espuela, para que recordéis el deber de combatir á las huestes de la enfermedad.

Así quedaba armado caballero de la ciencia médica, y entonces el nuevo doctor pasaba á ocupar un asiento al lado derecho del rector.

Acto contínuo comenzaba la parte interesante para los asistentes; se les regalaba dulces y helados á discresión, y al rector y profesores guantes blancos, gorras de terciopelo, bonetes etc. [18]

El último número del programa era una suculenta cena que debía dejar satisfechos á todos los doctores asistentes so pena de perder los 200 pesos de la garantía, anteriormente depositados.

Durante todo el día de la fiesta, el nuevo doctor tenía derecho á colocar, sobre la puerta de su casa, el escudo de armas del rey.

  1. Documentos relativos el la R. U. de S. F. Libro Indice etc.—Recop. y trad. de Ramón A. Laval é Hipólito Henrión, de la Biblioteca Nacional de Santiago.
  2. He aquí la nómina de los rectores de la Real Universidad de San Felipe: [1]

    1.°—Azúa é Iturgoyen, Tomás—16 de enero de 1747.

    2.°—Tula y Bazán, Pedro de—27 de octubre de 1757.

    3.°—Ahumada, José Valeriano de—9 de noviembre de 1758.

    4.°—Andía é Irarrázaval, Estanislao—5 de octubre de 1761.

    5.°—Guzman, Alonso—9 de noviembre de 1762.

    6.°—Aldunate, José Antonio—9 de enero de 1764.

    7.°—Ureta y Mena, José de—26 de enero de 1767.

    8.°—Tapia y Zegarra, Gregorio—4 de febrero de 1768.

    9.°—Salamanca, Manuel 2.°—4 de febrero de 1769.

    10.°—Gaete, Joaquín—5 de abril de 1770.

    11.°—Bravo de Naveda, Francisco—10 de abril de 1771.

    12.°—López, Francisco—30 de abril de 1773.

    13.°—Ríos y Terán, Juan de los—30 de abril de 1774.

    14.°—Aldunate, Juan de—30 de abril de 7775.

    15.°—Recabárren, Estanislao—30 de abril de 1777.

    16.°—Seco, Agustín—30 de abril de 1779.

    17.°—Diez de Arteaga, José—30 de abril de 1781.

    18.°—Guzmán, José Ignacio—30 de abril de 1784.

    Los anteriores son los únicos que figuran en el Libro Indice.

    Después fueron rectores los señores: José Santiago Rodríguez, Juan Antonio Zañartu y Chavarría, José Cabrera, Francisco Javier de Errázuriz, José Antonio Errázuriz, Martin de Ortúzar, Manuel J. Vargas, Miguel Eyzaguirre, Juan José del Campo y Vicente Aldunate, hasta el año de 1810. Después hubo los siguientes rectores, hasta la clausura de la Universidad de San Felipe; José Tadeo Quezada, Juan Infante, J. Ignacio Infante, Fernando Errázuriz, José Gregorio Argomedo, Manuel J. Verdugo, Juan Aguilar de los Olivos, Santiago Mardones y Juan J. Meneses.

  3. Las cátedras autorizadas en la primera organización fueron 10, en la forma siguiente: 1.ª, Prima de Teología.—2.ª Prima de Cánones.—3.ª Prima de Leyes.—4.ª Prima de Medicina.—5.ª Maestre de las sentencias.—6.ª Matemáticas.—7.ª Decretos.—8.ª- Institutas.—9.ª Artes—y 10.ª Lenguas.

    Cada una de estas asignaturas gozaba de la renta anual de 500 pesos, escepto las dos últimas—de Artes y Lenguas—que sólo tenían 350 pesos, pero con dos profesores cada una. En el tiempo que no había alumnos, los profesores recibían, únicamente, medio sueldo.

  4. Archivos de la Real Universidad de San Felipe.—Libros 1.° y 2.° de Acuerdos.
  5. El plan de los estudios secundarios comprendía cuatro años de colegio y el exámen de las siguientes materias: gramática, latín, aritmética, áljebra y filosofía. En 1786, se agregaron, la geometría, geografía, química, física é historia natural.
  6. Con motivo de los abusos cometidos en la adjudicación de grados en colegios y universidades que no cumplían el plan de estudios reglamentarios, se dictó una pragmática para que sólo las Universidades grandes, ó las que tuvieran tres cátedras, de Prima, de Visperas y de Cirugía y Anatomía, pudieran conceder títulos.

    La siguiente real cédula, corrije los abusos ocasionados por falta de seriedad en las pruebas:

    «Yo el Rey: Presidente y Oidores de mi Audiencia Real de la Ciudad de Santiago en los Dominios de Chile; Por informes que han llegado á mi Consejo de Indias, se ha entendido el gran desorden que hay en ese Reyno, en uso y ejercicio de la medicina pues la ejercen los más sin entenderla, ni vá de su profesión, respecto de que en llegando ha ser medianos cirujanos, se valen de empeños para que el Protomédico de le Perú, les acuerde licencia de curar, de que se siguen gravísimos daños, pues los enfermos que asisten se mueren por impericia de este género de Médicos. Habiéndose conferido sobre ello en el dicho mi Consejo, con lo que dijo y pidió el fiscal de él, ha parecido ordenaros y mandaros (como lo hago) atendáis mucho á la observancia de lo que previenen las Leyes de la Recopilación de Indias, acerca de los Grados y Exámenes que han de tener los médicos, cirujanos y boticarios, para ejercer estos empleos, celando en particular cuidado que ninguno cure sin tener los requisitos que expresan y que dicho se haga con el rigor, vijilancia é integridad que conviene á la salud pública de mi Reyno, y conservación de mis vasallos. Fecho en Madrid, á 22 de Enero de 1700.—Yo el Rey.—Por mando del Rey N. Sr.—Don Tomás de Sierralta.»

  7. Archivo de la R. U. de San Felipe.
  8. Novísima Recopilación etc.—Ley VIII—Lib. 8, tít. X.
  9. Id, id.
  10. Arch. del M. del I.—Vol. 737.—Cedulario de la Biblioteca Nacional de Santiago.—Real Cédula de Carlos III.
  11. Archivo antiguo ele la B. N. de S.—Vol. 4.° Silva Médica, 361 fojas en. 4.°—Vol. 5.° Tratado de Medicina 443 fojas en 4.°—Anónimo y sin fecha.

    En la primera pájina de la Silva, hay una anotación, escrita con la misma letra del texto, sobre el nacimiento de un hijo del que escribió dichos manuscritos, fechado en 1790. En el interior, en la carátula de un capítulo, está escrito: Año 1785.

  12. Reseña del Progreso Médico etc. (Ob. cit.)
  13. Demostración apolojética contra el título de la Evidencia de la circulación de la sangre, que escribe el Dr. Dn. Federico Botoni, Médico Messines. Su autor el Dr. Dn. Bernabé Ortiz de Gandaete, Cathedrático que fué de Vísperas de Medicina, en la Real Universidad de San Marcos de Lima, actual de Prima, Prothomédico de estos Reynos, Médico de Cámara de el Exmo. Sr. Dr. fr. Diego Morsillo Rubio, Médico Ministro de el Santo Tribunal de la Inquisición.»
  14. Recopilación de Indias—Ley I—lib. VITI, tít. 8.
  15. Noticia General de las cosas del Mundo, por el orden de su colocación, para el uso de la casa de los Señores Marquezes de la Pica (Don José Santiago Bravo de Saravia y dona María Mercedes del Solar) y para instrucción común de la juventud del Reyno de Chile, escrita por el R. P. Fr. Sebastian Diaz, de la Sagrada Orden de Predicadores, Maestro de Estudiantes y Lector principal de Artes que fué en el Convento grande de la Ciudad de Santiago del mismo Reyno; Doctor Teólogo, Examinador en su Real Universidad de S. Felipe y actual Prior de la Casa de Observancia de Nra. Sra. de Belén de la dicha Ciudad.—Con licencia en Lima; en la Imp. Real: Calle de Concha. (Véase Biblioteca Hispano Chilena, por J. T. Medina.—Ob. cit.)
  16. Llegó á tal estremo el egoismo, que por una pragmática de Felipe II, en 1559, se prohibía á los súbditos de España el que estudiasen, enseñasen, aprendiesen, estuviesen ó residiesen en universidades extranjeras, bajo pena de confiscación de bienes, así como se les prohibía á los extrangeros el que entrasen en los dominios de España sin previa licencia, cuyas tramitaciones y derechos fiscales no bajaban de cuatrocientos pesos fuertes.—Nov. Recop, de Leyes de España é Indias.—Ley I, lib. VIII, tít. IV y tít. VIII de id.
  17. En el siglo XVIII, la medicina hacía rápidos progresos en Francia, Inglaterra y Alemania, no participando España, de esta importante evolución.

    En aquel siglo, la medicina española se dividía en medicina propiamente tal, y en cirugía, no pudiendo seguirse los estudios de estas dos carreras á la vez, hasta que el Ministro Godoy, reformó esto en los colegios de Madrid, Barcelona y Cádiz, aunando estos dos estudios. Este mismo ministro, hizo traer libros de fisiología de Francia, más la censura los caracterizó de heréticos y materialistas, necesitándose de todo el poder del firme ministro para que se enseñase este ramo en los colegios médicos de la península.

  18. En una memoria sobre «La Universidad de San Felipe»,—del año 1874—publicada por don Miguel Luis Amunátegui, y cuyos datos los tomó de diversos archivos y manuscritos coloniales, se dan á conocer algunos datos curiosos á este respecto. Los regalos que cada candidato, debía hacer, eran los siguientes;

    2 pares de guantes al rector, y 1 á cada uno de los doctores y bedeles, y al director del acompañamiento.

    1 bonete de terciopelo á los rectores que fuesen eclesiásticos, y 1 gorra del mismo género, si eran seglares.

    Se distribuían así mismo las propinas en dinero que estaban asignadas á todos aquellos personajes.

    «Y el rector y doctores, se irán como vinieron, por las calles que al rector pareciere, á casa del graduando donde dará comida, siendo primero visto por el doctor diputado para que sea decente, y de los servicios que en ella hubiere se dé su plato á cada doctor de manera que lo pueda dar ó enviar á quien le pareciere, y á la mesa de los doctores no se sienten sino personas graves cual al rector pareciere.»

    Se mandaban todavía los regalos siguientes á cada uno de los obsequiados;

    Al rector, doce gallinas y ocho libras de colación.

    Al maestre escuela, ocho gallinas y seis libras de colación.

    A cada uno de los doctores, seis gallinas y cuatro libras de colación.

    A cada maestro en artes, tres gallinas y dos libras de colación.

    A cada uno de los bedeles, dos libras de colación.

    Existe un recibo firmado por el Dr. Agustín Seco, en 24 de Marzo de 1794, en que consta que el Dr. Eusebio Oliva gastó sólo en dulces y helados la suma de 129 pesos, y que fueron consumidos durante la función secreta de su grado. Todas estas ceremonias costaban al rededor de 600 pesos.

    Afortunadamente, el grado de doctor que era necesario para las funciones docentes no lo era para el ejercicio profesional; además el claustro universitario dispensó muchas veces todas estas ceremonias que no podían sostener los doctorandos pobres ó miembros de algún convento.

Historia general de la medicina, tomo I de Pedro Lautaro Ferrer

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