CAPÍTULO IV.
La verdadera medicina india

SUMARIO.—

§ I. Conocimiento de los machis acerca del cuerpo humano y de las enfermedades. Vocabulario de voces araucanas que atestiguan estos conocimientos. Los cupones ó anatomistas. Ideas sobre las enfermedades.—§ II. Prácticas higiénicas, y costumbres para con los niños, en la guerra para con los adultos, y para con las mugeres durante el embarazo y el parto.—§ III. Cirugía indígena. Curación de las heridas. Casos que conserva la tradición. La sangría.—§ IV. Otros procedimientos de la medicina araucana.—§ V. Aguas minerales. El señor de las aguas, ó Gencovunco. Principales fuentes minerales utilizadas por los indios.—§ VI. Datos especiales sobre los indios pehuenches. La laparotomia practicada desde tiempos remotos.

§ I.

Los machis tenían nombres especiales para cada parte del cuerpo, aunque no conocían nada sobre las funciones del organismo humano y poseían también una nomenclatura para distinguir varias enfermedades y para la aplicación de los remedios, principalmente de las hierbas, que supieron conocer y explotar.

En los manuscritos del Archivo Vicuña Mackenna, hemos encontrado las dos nomenclaturas siguientes:

1.° sobre el cuerpo humano

Anca—Cuerpo, la mitad de una cosa, andar en ancas, (en la mitad de un caballo.)
Cadivoro—Costilla.
Casuque—Las asentaderas.
Chalcha—Papada.
Chape—Las trenzas (Chapecón, chapetón), chape (por desprecio á los soldados) voto de chape.

Che— Hombre. Reché (re, puro), indios puros de Chile. Huínca ché, españoles, Huin, cán, robar ovejas, cuadreros- Munche, los demas extranjeros.
Chullipinque— Piuque— El corazón
Coñyhue—El útero.
Cude—Mujer ciega.
Cura-cura—La paletilla.
Duque—El jeme.
Ge—Los ojos.
Huagull, huuayhull—El gargüero, cogote. (Quichua?)
Huachuchu—El mar, el agua.
Huayna— Mocito que le apunta el bozo (Quichua).
Huatha—La panza.
Huechue—Muchacho de 15 á 25 años.
Huychon—Impotente.
Me—Estiércol humano.
Mecún—Estercolar.
Moyu—Los pechos.
Payana—Las barbas.
Pana—El hígado.
Pal—La garganta.
Pilún—La oreja.
Pinu—El pulmón
Pullía—La barriga.
Que—Boca del estómago.
Quenichel—El copete que se corto por delante.
To—El nervio grande que ata el espinazo á la cabeza.
Topel—Tus tus—cogote (Quichua).

sobre las enfermedades

Alhué pitú—Sarna, arestín.
Cachán—Dolor.
Chavo—Modorra.
Eñum—Cosa caliente para confortar el estómago.
Eñunco—Agua caliente.
Gaghtuhue—Jeringa.
Gaghtum—Echar ayudas.
Gicunhue—La lanzeta de piedra.
Gicum—Sangrar.
Lugllin—Ciática (cola de zorro).
Matún—Pedacitos de piedra para sangrar (Quilhue).
Mozén—La vida, vivir con salud.
Murín—Ahogarse al tomar un bocado. Asma.
Neyún—El pulso, resollar.
Nuñu—Hechizos.
Orcún orastún—Purgarse, tomar cualquier remedio.
Papua—La potra (paguacha).
Pigán—Enfermedad con engranujado.
Pitú—Carachas ó zarpullido
Piru culckan—Peste de viruelas.
Pual—Loco ó desvarío de enfermedades.
Pucuchu—La vejiga con que echan ayudas.
Quelpo—Granos que nacen en la cara.
Qudú—Los cardenales que quedan en la carne.
Queupu—Piedra negra como pedernal con que se sangran.
Thavinam—Junta de machis para quitar el daño de los enfermos.

Los vocabularios más completos sobre la lengua araucana, son los del padre Valdivia y del padre Febres [1] de los cuales hemos tomado las palabras que se refieren á la medicina, y que sirven para comprender el alcance de los conocimientos indígenas en la medicina.

Hélas aquí:

Abortar—Huera coñín.
Agallas—Llumpapul.
Ahogarse — (sin resuello) thuvín.
Id. (con comida) murín.
Id, (con espinas) pulguín.
Id. (con agua) ghurvin.
Aliviar (al enfermo)—cumegetún, vemletún.
Anatomia (hacer)—cupov.
Ardor del cuerpo—alicún.
Ayuda (lavativa)—gaytún.
Acedias (tener)—achirouín.
Azufre—copahue.
Barriga—putha, pue.
Bazo (ó pajarilla)—llecante.
Bejiga (sic)—paveoñ (para ayudas pucuchu).
Colmillo—huavum.
Corazón—piuque.
Corcovado—thom, púlgin.
Cojear—cunthón, gúlgiu.
Coyunturas—thoy.
Cráneo—legleg.
Criadillas—cudán.
Cuello—pal.
Curar—ampín.
Calentura (tener)—alincún.
Calofríos (tener)—yamchín.
Calva—leve.
Cailos—pithaú.
Catarros—rulo.
Cejas—gediñ.
Coger—(la medicina ó purga)—orcún.
Ciego—llamud, queñge.
Coito—úlen, elmén.
Chupar (los machis)—úlun.
Dedos de la mano)—chaqullcún (id. de los pies) chagullnamún.
Dientes—voro.
Echizos (sic)—núrin.
Embarazar—catitún, coñiln
Emponzoñar—vuñapuetun.
Enfermedad—cuthan.
Entrañas—pue, puanca.
Espinila de la pierna—tutuca.
Esquinencia— cuthanpeln, rulmehuecu, thann.
Estómago—que.
Estornudo—echiun.
Fuego de la boca—chullquenum, pichequenun.
Fornicar el varón)—mun, (la mujer) mugen.
Gárgaras (hacer)— cloclotún.
Gaznate—pilco.
Granitos—chencoll.
Gordo—mothi (motilón).
Hidropesía—ponquín
Hierba—cachu (medicinal) labuén.
Hígado—vacuñ.
Hinchazón—ponquín, ile, pav.

Hipo—huytor.
Hombro—yupi.
Impotente (varón) — huychon (mujer) mulo.
Incordios—codiñ.
Inficionarse—pudn.
Labio—melúun.
Lamparones—pavpillco.
Leche—lichi, ilu.
Lengua—quenún.
Liendres—guthen.
Lobanillos—lampa.
Loco—pual.
Machorra—mulo.
Mal parir— lludpiñeñ, hucra coñín.
Mamar—moyún.
Mano—cun.
Mal—lavquen.
Melancolía—anqueduamn.
Medicina—ampín (en hierba) lahuén.
Memoria—duam.
Mejilla—thavurín.
Mocos—merum.
Modorra—chavo (chavalonco dolor de cabeza).
Mollera—llauqueñ.
Mortandad—levn.
Mortaja—cumuñ.
Muerto—lan (repentinamente) larmen.
Nariz—yu.
Nalga—snudo,
Ojos—ge (mal de ojos) chov.
Orejas—pilun.
Olfato—numutuqueun.
Ombligo—vudo
Orina—inaltu, mell-mell (mal de horina) guvhu, illgegún.
Orzuelo—pedún.
Pantorrilla—comovún.
Panza—buatha.
Pares—(de mujer) quediñ.
Parircoñin, piñeñn.
Párpados—llupev.
Pecho— rucu, (de mujer) moyu.
Pecas—cuthu.
Pelo de la cabeza—lonco.
Pié y pierna—mamún.
Piojo del cuerpo—púthar.
Id de la cabeza—thun.
Pulga—nerum.
Pulso—neyun.
Pujos—(tener)—gechún.
Purgación— (tener) pecuyenn.
Rengo—gulgi, entuv.
Riñones—cudall-cudall.
Risa—lopúmn.
Rodilla—lucu.
Romadizo—ru.
Roncar la olla del moribundo—conoulún.
Sajar—dujean.
Sordo—pilu.
Sudar—arovúen, antutun.
Saliva—cunenún, conim.
Sangrar—gicún.
Sangre—mollvúñ.
Sanguijuela—lecay.
Semen—pune.
Sesos—mullo.
Sobaco—pumpuya.
Sodomía—hueyún, hueyutún, nutotum.
Sodomitas—hueyes
Tabardillo—chavalonco
Tartamudo—quethodugun, papavn.
Telilla de los ojos—choeu.
Tiña—caracha, pulol.
Tobillo—pali-pali.
Tripas—cullche, guñuncán.
Tuerto—thauma.
Venas—yaima.
Veneno—vuñapué.
Vida—lihue.

Viruelas—piru-cuthan.
Vivir—mogén.
Vomitar—rapin.
Voz—muthum, eupun.

Las enfermedades más comunes entre los araucanos, como el chavalongo (de chava, modorra, y longo ó lonco cabeza), las erupciones de la cútis, la ciática, el asma, las hernias, la sarna y la viruela, eran curadas con mayores ventajas, si así puede decirse, dada la relativa suficiencia y práctica que poseían en estos casos.

Ignoraban, por cierto, la causa de las enfermedades, y sólo sus síntomas externos eran los que podían apreciar. Si sabían conocer y nombrar las fatigas, los vértigos, el delirio, el eructo, los vómitos, la fiebre, etc., no sabían relacionarlos con ninguna enfermedad, ni dar á estos síntomas su verdadero valor.

El historiador Martinez de Bernabé, dice en su obra, al tratar de las enfermedades de los indios, que etos no conocen el mal de piedra, la hidropesía, ni otras enfermedades críticas, «cuyas diferencias de nombre ha dado cátedra á los médicos, y á los mortales mil aprehensiones, porque se conocen en sí misma una causa forzosa de donde ha de resultar precisamente la sonata del mal, que con tantas voces de solfa pulsean los médicos, y así los indios, ó no las padecen ó por no curarse por los nominativos, no llegan á los verbos, y los jéneros más comunes de que adolecen son del mal venéreo y resultante de au viciosidad, cálida complexion, ninguna limpieza y poca curación, y de resultas de la misma ardiente naturaleza, las sofocaciones de la sangre en tabardillos, que con las yerbas frescas se curan, pero comunmente en todo accidente de esta especie, si se arrebatan, fallecen.»

Una de las enfermedades que tienen por muy natural, según las observaciones del mismo Martinez de Bernabé, escritas en 1782, es la disentería, que origina el mal del valle ó loanda, y que curan con hierbas purgativs y diuréticas.

El abate Molina refiere que entre los araucanos había unos machis llamados Cupoves, que se encargaban de abrir los cadáveres humanos para conocer el interior del organismo. Algunos escritores dudan de este hecho, en vista del gran respeto que los indios profesaban á los muertos, y á sus ideas sobre la vida futura. No obstante, el padre Febres en el Calepino chileno-hispano, que citamos, pone la palabra cupov que traduce por hacer anatomía, y que vendría á corroborar la versión de Mlina sobre los cupoves. No hemos podido encontrar mayores datos á este respecto.

En cuanto á las causas de las enfermedades, su etiología se reducía al ivum y al vocad que ya hemos analizado en cuanto á las afecciones internas, y á los golpes y heridas para las externas, también, entre estas últimas, las picaduras de insectos, irritaciones producidas por vejetales, etc.

En las enfermedades externas tenían mayor práctica y más racionales medios de curación, principalmente los gutarves, ó sea los cirujanos del tiempo de guerra.

Fuera de las prácticas supersticiosas que, sin duda fueron introducidas por los machis incásicos entre los aucases del valle de Copayapu.—Copiapó,—que aun estaban en la edad de piedra, y transmitidos por estos á los Promaucaes, Huilliches, y demás tribus de allende el Maule, hasta Chiloé, existían entre los habitantes del territorio algunos sistemas de curación y de higiene que expondremos en los párrafos siguientes.


§ II.


Para que los niños se criasen sanos y robustos, los hacían andar desnudos, bañándoles diariamente en los ríos, y haciéndoles dormir á la interperie sobre lechos duros.

Para que fuesen ágiles no les daban carne ni guisos, sino legumbres, harina de cebada, maíz ó trigos, y sin sal porque «la sal es tiera» y les pondría pesados.

Cuando algunos muchachos salían perezosos, les hacían sajaduras á lo largo de las piernas y del cuerpo, con un pedernal, hasta sacarles sangre, obligándolo enseguida á correr y bañarse para que así se tornasen livianos y diligentes.

Como gimnasia, para el desarrollo de la fuerza y de la energía muscular, les hacían correr grandes distancias. A este respecto dice Ercilla:

«En lo que usan los niños en teniendo
Habilidad y fuerza provechosa,
Es que un trecho seguido han de ir corriendo
Por una áspera cuesta pedregosa;
Y al puesto y fin del curso revolviendo,
Le dan al vencedor alguna cosa;
Vienen á ser tan sueltos y alentados,
Que alcanzan por aliento á los venados».

La robustez y la agilidad eran dos factores importantes que debían poseer los araucanos para ser útiles en la guerra.

El fin y el objetivo de todas sus aspiracioncs era ser buenos y diestros guerreros.

En los tiempos de luchas cambiaban radicalmente de costumbres; sus borracheras disminuían, se cortaban el cabello, se sangraban, comían alimentos livianos y las hierbas predilectas de los pájaros más veloces, disminuían su ropa, se friccionaban con pieles de guanaco, y agregaban plumas a sus vestiduras, y algunos hasta colas de zorro, creyendo que así aumentaría su agilidad, lo que hizo escribir a algunos cronistas coloniales que aquí existían indios con rabo, como los cuadrúpedos.

Los aucaes iban casi desnudos a la guerra, ó del todo, tanto por las condiciones del clima del norte de nuestro territorio, como por la práctica que aprendieron de algunas tribus peruanas que iban á los combates completamente desnudas, sin más bagaje que una cuerda cruzada á la espalda para sujetar una bolsa de maíz, el arco y las flechas, y otro cordón á la cintura al cual se ataban las partes sexuales, para conservar toda la amplitud de sus movimientos.

El baño lo usaban antes de salir el sol. Acostumbraban invocar al dios Meulén, señor de los torbellinos, antes de entrar al río, y le hacían regalos de diversos objetos, los cuales los arrojaban sobre la superficie del agua, siendo motivo de alegrías y suerte si sobrenadaba el regalo, y presagio de desgracias si se iba á fondo.

La corteza de quillay la utilizaban para lavarse la cabeza, y se aseaban el cuerpo usando, á modo de jabón, una greda especial que llamaban vag. [2]

Desde pequeños, todos los indios tenían que habituarse á sufrir las inclemencias del tiempo, el calor, el frío, las lluvias y heladas.

Se concibe que con estos sistemas, serían muchos los que morían sin poder resistir á tan duras pruebas, pero los sobrevivientes tenían que ser hombres rudos y esforzados.

Las mujeres, á su vez, no estaban excentas de estas rigorosas prácticas, especialmente durante su estado puerperal.

En estado una mujer con dolores de parto, dice Rosales,[3] la echan fuera de la ruca para que vaya á desembarazar al río, porque creen que todos los males de estas enfermas se pegan á los sanos y á todos los objetos que haya dentro del rancho.

Durante el embarazo, agrega este mismo autos, «todos los días se han de ir á bañar antes de salir el sol, y luego ponerse á la puerta de su casa para ver salir el sol, y arrojar una piedra para que la criatura salga tan aprisa como el rayo de el sol y cayga tan veloz como la piedra. Pero no se ha de parar en el humbral de la casa, que es de mal agüero, porque se le atravesaría la criatura. Y se van á sus casas, pero hállanlas solas, y por ocho días está sin que nadie la vea porque no se le pegue el mal de el parto, y quando mucho tiene otra idia que la acuda. A los ocho días se vuelve á bañar al río y quando viene á su casa no halla cosa alguna de el ajuar antiguo, porque todos dizen que está inficionado con el mal del parto, sino todo nuevo, y entonces la reciben los de su casa con toda la parentela con mucha chicha y comida, y se le haze la fiesta al nacimiento de la criatura poniéndole el nombre.»

En La Verdad en Campaña, Marínez de Bernabé, se ocupa de este punto y señala la gran robustez de las indias para el desembarazo, diciendo entre otras cosas lo siguiente: «próximas al parto las indias toman una estaca, un cuchillejo y un hilo de lana, buscan solas las inmediaciones de un arroyo, clavan la estaca, se afianzan de ella, lanzan la criatura, cortan la vid, y ya evacuadas, se lavan en el agua fría y bañan al recien nacido, volviéndose á su casa á sentarse al hogar, con gran satisfacción de su método de parir.» Este mismo autor hace notar la casi nula mortalidad de las indias por el parto, y la escasez de los abortos.

Hoy día han cambiado estas costumbres. La mujer enferma es acompañada por sus amigas y la elpútrave—la que recibe la criatura durante el alumbramiento. [4] La madre, en dicho instante, está de rodillas, agarrada á un lazo atado en un tronco ó viga de la ruca, en tanto que los hombres se retiran al lado afuera, recibiendo con grandes risas y algazarra los primeros vagidos de la criatura.

La cuna es un cajón de bordes bajos, ó simplemente una tabla con una estera ó tejido, sobre la cual fajan al niño con paños, colocándola después afirmada á un árbol, ó en el suelo. Para amamantarlo no lo sacan de estas cunas, que llaman cupulhues ó chiguas.

Los baños, en las aguas correntosas de los ríos, son también de uso constante para todos los niños de pecho.

Entre los pehuenches construyen un toldo aparte para las índias en cinta, ó si no tienen medios para hacerlo, dividen su toldo con ponchos, reservando un compartimento exclusivo para la enferma.

Visitando la toldería de Coleufe, el señor Gullermo E. Cox [5] se cercioró que era del todo prohibido al hombre el acercarse al lugar donde hubiesen parido las indias, y cuenta que aprovechó la ocasión para averiguar si era cierto lo que había leído en Falkner, [6] de que era costumbre entre dichos indios el aplicar sobre el pecho del recien nacido el corazón palpitante de una yegua, lo que encontró no ser exacto; pero en cambio, hacían esta operación para sanar á los niños enfermos del pulmón. Una vez nacido el niño, los araucanos lo examinaban con gran interés para ver si era contrahecho,—huaillepeñ— inútil para la guerra, y por ser también objeto de desgracias para la familia. Igual creencia tenían de los mellizos,—epuntún—por lo cual se apresuraban á dar alguno de ellos á jente extraña y que viviese á larga distancia de sus rucas.

Los que nacían de pié, tenían que ser desgraciados y causantes de fatalidades en la casa, teniendo la culpa de todo esto el mal espíritu huecubú.


§ III.


La medicina externa tenía mejores procedimientos de diagnóstico y de tratamiento.

Los lavados con infusiones, cocimientos y jugos de plantas, en las heridas de la guerra, ó de golpes, erupciones, tumores, paguachas, etc., fueron de uso corriente entre los machis.

los abcesos los abrían con una piedra afilada,—quesipu—chupando el pus con la boca, y lavando la cavidad con agua fría para rellenarla después con hierbas machacadas.

Aliñaban las luxaciones y fracturas, colocando inmovilizado el miembro dañado y rodeándolo de una parta de hierbas sujeta con hojas grandes y fajas de algún tejido.

Las cicatrizaciones de las heridas eran relativamente rápidas siendo raras las gangrenas.

En La Verdad en Campaña, se lee el siguiente caso raro sucedido á una india pehuenche en la plaza de Valdivia: «Una india de mi servicio, llamada Francisca, bautizada de párvulo en las correrías que hacían por la tierra de indios los reguladores de la Compañía, siendo misioneros de este reino, de edad á parecer de treinta años, adoleció á fines de Junio del año pasado de 1781, con varios síntomas del accidente epidémico que tanto daño ha causado en muchos pueblos, y á proporción en éste ha sido mayor, por haber muerto de él, entre españoles, mestizos é indios de ambos sexos, más de seiscientos en ésta jurisdicción.

Con recelo del contajio, se puso á curar en rancho estramuros, con la más caritativa asistencia. Resultóle en una pierna una inflamación que le ocasionaba fuertes dolores. Se le aplicaron cocimientos cálidos y le ocasionaron una gangrena interior, que no manifestándose en llaga, le corrompió la pierna, poniéndola como un carbón, y subiéndole hasta el muslo, se tuvo por incurable. Clamaba la india le cortasen la pierna; no lo tuvo el médico cirujano del presidio por conveniente, hallándolo inoficioso, y recelando de la operación, ó que la paciente no la sufriría, ó que moriría muy pronto, se descuidaron con la enferma sus asistentes, y alcanzando entonces ella un cuchillejo, se separó por la coyuntura la pierna dañada y la arrojó como una bota, sentóse en su camilla, y gritó muy alegre á los que la asistían que a estaba buena. Viendo el hecho, y espantados de la barbaridad, dieron parte á sus amos. Súpolo el gobernador de la plaza, y pasó personalmente conmigo y otros sujetos á reconocer una acción digna de testimoniarse. Concurrió un religioso enfermero del real hospital de San Juan de Dios, que suplía las ausencias del médico; reconoció la cortadura, y halló el muslo desinflamado y que por la parte desinflamada había indicantes del cáncer, pero no salía sangre alguna ni del corte ni de la arterias; aplicóle algunos específicos y dió esperanzas de que, contraída la carne corructa, si se descubrían las arterias, podía escapar la vida.

No obstante varias diligencias científicas y físicas, falleció la india, á los quince días, de resultas, no de la mutilación, de aquel miembro, sino del cáncer interior que le había originado la epidemia en el escorbuto de la sangre, que á esto se reducía el contagio.» [7]

La cirugía de los indios, agrega Martinez de Bernabé [8] «no toca los términos de la compasión, es carnicera, cruel; se mutilan miembros, se curan heridas, se atajan gangrenas, se evacuan postemas y se sanan agudas enfermedades, sin que la farmacopea se conozca, sin que la física se estudie, sin que la pulsación se alcance, y sin que la botánica se alambique.»

Hablando de la naturaleza de los indios este mismo autos, hace notar que las complexiones ardientes de los indios pueden librarlos de la muerte al ser sometidos á procedimientos tan bárbaros, con toscos cuchillos ó piedras afiladas, sin más dieta que la continuación de las borracheras, y abusando del agua fría para todas sus enfermedades febriles, aún para la viruela como veremos en otro lugar.

La sangría—gicún—les era muy conocida.

Refiere Gonzales Nájera que se sangraban con una delgada punta de un pedernal colocado en el estremo de una pequeña varilla, de modo que la punta quedase á un lado; tomando entonces á la varilla y colocando la punta afilada del pedarnal sobre la vena que iban á sangrar, y dando un fuerte papirotazo con la mano libre, sobre la varilla, sangraban sin dificultad durante el tiempo que creían conveniente, desatando, para estancar la sangre, el brazo que habían préviamente comprimido, terminando la operación con la colocación de hierbas astringentes sobre la herida.

Algunos autores han creído que los araucanos sólo se sangraban antes de salir á campaña para hacerse livianos, y no con fines curativos.

Los investigadores coloniales no refieren ningún hecho determinado a este respecto, puest dicen sólo que los araucanos se sangraban, y otros, especificando más, agregan que lo hacían con el fin de hacerse lijeros.

Es algo más explícito el padre Valdivia que dice que era «práctica corriente entre los indios, principalmente entre los pehuenches, el sangrarse los brazos cuando tenían pena [9]

Historiadores de otros países afirman que algunas tribus americanas se sangraban con fines curativos.

Los araucanos sangraban á sus animales cuando eran viejos ó estaban enfermos, ó con el propósito de utilizar un poco de sangre para sus comidas.

Los señores Asahel P. Bell y Carlos V. Burmeister encontraron en su memorable expedición al oeste de la Patagonia (1887) en 43°48' Lat. S y 69°20' Lonj. O, como á diez leguas del rio Chubut, una aguada llamada Queupúngueú, en cuyor alrededores había muchas astillas de pedernal, evidentemente restos de los antiguos indios.

Según indican estos fragmentos y el nombre quepú, piedra para sangrar en araucano, este lugar había sido un taller para fabricar esta y otras piedras análogas, como ser puntas de flecha y pedernales para sajar la cútis [10].


§ IV.


En las enfermedades del corazón usaban el cerebro de las gaviotas, y también para facilitar las enfermedades propias de la mujer.

Las alimentaciones livianas de carne de ave y de pescado eran de uso no sólo para prepararse antes de las guerras, sino también en las enfermedades largas y febriles, como el chavalongo, para adelgazar la sangre.

El uso de lavativas—pucuheu—según el padre Febres, como las cataplasmas de hierbas, las bebidas y gárgaras—culcam pelim—eran de práctica frecuente.

En Chiloé usaban as cataplasmas de tierra de sepulturas con agua de mar ú orines, contra las hinchazones y cualquier clase de tumores.

También ejecutaban el masaje y las fricciones en los puntos dolorosos, con la mano ó con los camahuetos, huesos grandes de ún animal marino, con que restregaban la parte enferma [11].

Los baños los utilizaban como elemento curativo. El protomédico Dr Rios [12] dice que «aunque les brote la peste, con bañarse y beber algunas bebidas frescas, recuperaban la salud.»

Un informe del capitán de amigos Fermín Villagrán [13] sobre a epidemia de viruelas en las reducciones de Collíco, Chacaico, Dumu, Pillchiñancu, Curro, Cuza, Quechcreguas, Petegüe, Caigüéu, Canglo, Burén, Riñayco, y Pilgüén, dice que los indios acostumbraban bañarse y tomar bebidas frescas apenas les brotaba la viruela, con lo que conseguían disminuir la mortalidad.

Son dignos de recordar también, los medios de preservación que usaron para evitar el contagio de las enfermedades epidémicas. En las primeras invasiones de viruela no le tenían temor pero cuando las inmensas mortalidades diezmaron sus tribus, tomaron un horror pánico á esta enfermedad, que bautizaron con el nombre de piru.

Abandonaban á los enfermos de viruela á su propia suerte, dejándoles al lado un cántaro con agua y algunos alimentos, como desde muy antiguo lo hacían los indios patagones con sus enfermos graves y contagiosos, de quienes huían hasta lejanas distancias, corriendo y cortando el aire con sus flechas para romper así «el hilo del contagio».

Llegó á tal extremo el temor á la viruela que, según el abate Molina, [14] apesar del respeto que profesaban á los muertos, quemaron muchas veces las rucas junto con los cadáveres, por medio de flechas encendidas disparadas desde la mayor distancia posible [15].

El pade Nicolás Mascardi, catequizador de los indios del Nahuellhuapi, refiere que al fin del siglo XVII los puelches tomaron tal miedo á los variolosos, que los sacaban de los toldos para que muriesen solos á la interperie, ya que estaban malditos por el chachuellí; y si estos enfermos se morían, no se atrevían después á nombrarlos, usando de rodeos y circunloquios para darse á entender sobre la persona y el hecho que recordaban.

Los machis, que han sido siempre ladinos, eran los primeros en abandonar los enfermos de esta clase, diciendo que nada podían hacer porque el mal ya había invadido el corazón.


§ V.


Otro de los recursos importantes que poseyeron para curar sus enfermedades, fué el conocimiento de las aguas minerales, que tanto abundan en todo el país, y de las cuales se sirvieron para beber y bañarse.

El Gencovunco, ó señor de las aguas, era el mito que ellos consideraban como el productor de estas aguas y de sus benedicios.

El baño en aguas termales y gaseosas, era aplicado, aunque sin las reglas que tenían los indios mexicanos, que llegaron á la perfección de tener sudatorios ó temazcales [16] en espacios cerrados y calientes hasta provocar la sudación, mojando, acto contínuo, las paredes del cuarto con agua fría para producir la evaporación que debía aprovechas el enfermo, terminando el baño con la inmersión en agua fría y frotaciones, como en el baño moderno turco-romano ó ruso.

Rosales, menciona en su historia «un caño de agua caliente muy medicinal para los tullidos y enfermos de Perlesía», situado á cuatro leguas de Santiago, hacia el sur, en la estancia que llaman el Principal de Córdoba. Se refiere, además, á otras termas ubicadas á ocho ó diez leguas de la ciudad, entrando por las quebradas del río Cachapoal, excelentes para «evacuaciones y sanar bubas y males de encojimientos de cuerdas y fríos,» y á las de Chillán, las próximas á la laguna Llobén, grado 41, «que limpian de la lepra y males contagiosos,» las de Magueylobquén, con dos fuentes, una de agua hirviendo y la otra fría como un hielo, tan saludables como las de Pismento, en Cuyo, al pie de la cordillera, y las de Bucalemo, que salvaron de grave enfermedad al mismo padre Rosales, que, según él cuenta, ya se estaba muriendo y sin cura ni quien la supiese aplicar, sintiendo inmediata mejoría después de haberse hechado á pechos un cántaro de tan excelente agua.

Eguía y Lumbe encomia los salutíferos baños calientes en los términos de Chillán.

Las aguas de Colina, Apoquindo, Cauquentes etc., fueron de reconocida utilidad para los indios y los antepasados de este territorio.

Respecto de los de Chillán, Martínez de Bernabé dice que en la región maulina donde trafican los indios pehuenches Alico, Retamal y Renegado, en el partido de Chillán, cerca del boquete del Renegado, las aguas sulfúreas están en boquerones de una vara, hirviendo y resonando, barrosas, rodeadas de circuitos vaporosos sulfúreos tan densos que semejan nieblas elevándose no sólo de las bocas sino de toda la superficie de la tierra adyacente. Este mismo historiador refiere que examinó dichas aguas y las utilizó con eficacia en el tratamiento de enfermedades ulcerosas, cutáneas, espasmódicas y demás procedentes del virus venéreo y sistema nervioso.

Las aguas termales son muy comunes en Chile, dice el abate Molina [17]: las de Peldehue, tienen dos fuentes, una de 60 gramos Reaumur, siendo que la temperatura del lugar es de 8 grados por término medio, y la otra de 56 grados. La más cálida «es saponásea al tacto y levanta espuma al modo que el jabón, lo que proviene de los álcalis minerales que se encuentran en ella como principio dominante, y que retienen en disolución algunas materias oleósas. Esta agua, cuya gravedad específica no pasa de 2 grados sobre el término del agua dsetilada, no tiene olor ninguno sensible, es perenne clara y un poco gaseosa; siendo de presumir que provenga su calor de alguna gran reunión de piritas que se encuentran en la efervecencia de su descomposición expontánea á la parte del monte por donde pasa la fuente. El agua más fría es marcial y vitriólica; y así cuando se junta con la cálida alcalina, deponde alguna sal de Glauber, y un sedimento de sustancia de ocre amarillo.»

Las aguas de Cauquenes son de diversas composiciones, siendo unas «calidísimas y extremo fríoas, ó ácidas, marciales, simples ó alcalinas, como también pritosas como las de Pisa, y aún vitriólicas ó neutras. La fuente principal es sulfurosa cálida, como lo indican su olor, el fugato y las flores amarillas de azufre que se forman alrededor de ella, á más de lo cual se descubre una materia alcalina y un poco de sal neutra. Su temperatura es de 58 á 60 grados Reaumur.»

Al tratar este mismo autor de las aguas llamadas hoy del Inca dice que se recoje allí una sal neutra calcárea, acre, amarga, algo disolvente y formada de cristales prismáticos cuadrangulares, de que se valen algunos como si fuera la sal admirable de Glauber, ó semejante quizás á la de Epson.

El Dr. Francisco Fonck, médico y naturalista distinguido, ha publicado un hermoso é interesante libro de cuyas páginas no hemos podido ménos que transcribir las líneas siguientes que atañen á las célebres aguas minerales á que hacemos referencia [18].

«Día 21 de Febrero de 1791. Bajamos dos cuestas muy largas, dice el padre Mascardi, y á las dos de la tarde encontramos un riachuelo de agua caliente; siete ú ocho varas más adelante, otro de agua fría; á las trece ó catorce varas, otro de agua muy caliente; fuimos á ver su nacimiento, que es á distancia de una tercia parte de cuadra al pié de una barranca, en donde salen tres ojos de agua, de los que se forma el riachuelo. Es bastante caliente, y no tiene malgusto.

A igual distancia hay otro, pero no es tan caliente.»

El Dr. Fonck agrega los comentarios que siguen:

»Llegamos ahora á un episodio trascendental, uno de los mś hermosos que ornan los viajes de Menéndez, al descubrimiento del Baño.

El baño lejendario, casi mítico de los antiguos jesuítas, con todos los recuerdos de los desvelos y de las penas del infatigable padre Guillelmo, se presenta aquí de improviso y en una forma realmente expléndida. Nos vemos transportados, repentinamente, al teatro de lso trabajos de los abnegados héroes y mártires Mascardi, Laguna y Guillemo, pisando el mismo suelo que fúe humedecido por su sudor y teñido por su sante. La tradición, que más bien parecía una fábula, la vemos transformada en realidad palpable á la vista de esta hermosa fuente, que nos brinda recuerdos altamente poéticos y sublimes por su historia, la más grandiosa naturaleza imaginable que la rodea, y además una magnífica terma mineral.

Sé comprenderá el vivo interés que la somera relación de don Guillermo Cox y la comunicación verbal más extensa del R. P. Francisco Enrich, en tiempo que la historia de Olivares se hallaba todavía inédita, produjera en mi ánimo como médico y como amante de la historia y geografía de la región austral [19].

Fué mayor aún mi satisfacción al saber, á fines de 1882, cuando recibí el manuscrito inédito de Menenéndez, que este esclarecido viajero había vuelto á descubrir el baño, que fué la llave del encantado camino, hecho que hasta aquel tiempo había quedado del todo ignorado.

No he trepidado en designar el baño hallado por Menéndez como el baño de Vuriloche, es decir como el baño legendario del padre Guillelmo. Creo que sobre este punto no cabe la menor duda. Téngase presente que el baño está situado justamente en la parte del río Blanco en que el inaccesible encajonado concluye, hallándose el valle más arriba abierto otra vez.

Aún cuando, según los descubrimiento recientes, el camino abierto quedara en definitiva distante del baño, es evidente que éste se prestó entonces admirablemente como marca fija para orientarse. Hay autor que pone en duda la importancia del baño nuestro, bajo este respecto, alegando que los baños de la región austral son tan numerosos que no se prestan á servir de guía, dejando entrever que fuera del descubierto por Menéndez, pueda existir algún otro á que toque el honor de ser el legítimo de Vuriloche.

Los maños numerosos del Sud se hallan situados en la costa, los situados á distancia de ella en el seno de la cordillera no son frecuentes; no hay probabilidad que exista cerca otro baño que haga competencia al nuestro. Pero aún cuando existiera otro, las condiciones topográficas especiales del baño de Menéndez, le estampan definitivamente como el verdadero baño de Vuriloche, tan justamente celebrado por la aureola de su poética historia.

En cuanto al baño mismo su descripción demuestra que es abundante de agua, que su temperatura es elevada y que no contiene hidrógeno sulfurado, propiedad preciosa que le asignan un lugar aventajado al lado de los baños de situación análoga como Puyehue, Chihuihue, Tolhuaca y Trapatrapa. Es probablemente superior +a los baños de Cahuelmo, Petrohue, Sotomó y otros situados en la costa, por no ofrecer el inconveniente de ser cubierto por la marea».


§ VI.


De la obra que don Luis de la Cruz, escribió sobre los indios Pehuenches [20], del capítulo intitulado De su Medicina, tomamos los datos que siguen:

Estos indios no tienen otros médicos que los machis. Usan estos al principio de las enfermedades, de algunas yerbas medicinales, suministradas en bebidas ó aplicadas en fletamientos, á fin de destruir con estos arbitrios el daño impuesto al enfermo, ponderando ser eficasísimos remedios.

A estas bebidas suelen agregarle piedra lipe, y hacen que los enfermos piten pólvora por las narices y se pongan parches de ella, amasados con jabón, en las sientes. Si con estas medicinas no descansan del dolor, hacen una operación que llaman catatun, de la siguiente manera:

Toman entre dos dedos la cutis de aquella parte que duele al enfermo, la levantan cuanto pueden y le pasan el cuchillo de uno á otro lado, de modo que quede la cutis roja por los dos costados, y por ambas partes le echan pólvora, y si no la hay dejan que desangre un poco, y luego atan las heridas. «Si el dolor es interior se hacen abrir por el vacío, le sacan un pedazo del hígado que se lo come el enfermo, después cocen la herida con hilados de lana teñidos con relbún; y muchos de los que sufren esta operación bárbara sanan.»

Si estas diligencias no son suficientes, entran al machitún, que es de dos maneras, mollbiuntum y marcupipiguelem.

La primera de estas ceremonias tiene lugar de día, únicamente, y se celebra á consecuencia de haber soñado la machi que el daño se va arraigando mucho en el enfermo.

Para verificarlo ponen en el patio de la casa dos maitenes, en cada uno de ellos se cuelga un tambor y un jarro de chicha, y en círculo, al pié de cada árbol, ponen otras dos vasijas del mismo licor. Allí cerca se aprontan maneatados un carnero y un potrillo del color que diga la machi, siendo esta circunstancia precisa, como la del color de los ojos que estos animales deben tener, para esperar el buen efecto. Preparados estos requisitos, se saca al enfermo en su cama y se pone del lado del sol. Ya acomodados, tocan dos mujeres unos tamboriles, da la machi la tonada y verzo que deben cantarse, y todo el concurso comienza á bailar y á cantar dando vueltas al rededor de los árboles y del enfermo. Entre tanto la machi toma una quita con tabaco encendido, y con humo inciensa con la boca los árboles, vasijas y animales, por tres veces. El baile continúa, y la machi pasa á incensara al enfermo; en seguida le descubre la parte que le duele, y para sacarle el daño de la sangre le chupa con la boca tan fuerte que le extrae por allí porciones de sangre. En esta operación debe hacer la machi mucha fuerza, hasta sudar, amoratarse y que los ojos se le encarnizen, dando á entender con estos accidentes que está luchando con el huecubú.

Cuando la machi está muy fatigada, se hace la loca para que la sujeten, procediéndose entonces á sacar el corazón del potrillo vivo, que debe entregarsele aún palpitante; toma ésta una bocanada de la sangre que estila, la desparrama al sol, hace al enfermo una cruz en la frente con el mismo corazón y después le unta con aquella sangre por todas partes del cuerpo, para lo cual lo paran desnudo delante de ella. Prosiguen iguales ceremonias con el corazón de carnero, y, concluidas, se repite el baile.

Meten á veces al enfermo en la danza sosteniéndole para que no se caiga; si se alegra es señal de que vivirá, y si no, es que es de muerte, porque ya estaba pasado el tiempo de curar el daño, que lo suponen anterior á cuatro lunas. Entran en seguida el enfermo al toldo y se acaba el machitún, comiéndose los asistentes los dos animales muertos, sin perderse una mínima parte, y si algo sobra, lo cuelgan en algún árbol para que no se lo coman los perros.

La segunda forma de machitún consiste en que, puestos los dos maitenes, forman en círculo una era de coyrones con una puerta hacia el poniente, por donde entran al enfermo y lo colocan en su cama entre los dos árboles; á uno y otro lado se sitúan dos viejas, y á los piés y cabeza dos viejos. El concurso se pone en círculo por dentro de la era, y seir mozas adornadas á su uso y tomadas de las manos se colocan de espaldas con las viejas. Cerca de la puerta tiene la machi prevenidos «un jarro con tinta blanca para afeites, doce hilos de una vara de largo, dos palitos de media vara con plumeros en la punta, y dos calabazas con alguna piedras adentro.» Los dos palos se los dan á las viejas que los han de tomar con la mano derecha, y también las dos calabazas para que á su tiempo las hagan sonar con la mano izquierda, al compás del tambor; los dos jarros los pasa á los indios para que reciban la sangre de un caballo que tienen amarrado para quitarle el corazón é hígado; con la sangre y con el afeite blanco tiñe á las mozas, y los doce hilos los reparte á otros tantos indios para que, cuando saquen el corazón, hagan doce rosarios con aquella víscera y se los cuelguen á las viejas al cuello. Prepara también á dos indios con el fin de que uno corte la cabeza del caballo y, sin el labio superior, se la pase á un viejo, y el otro le rebane la cola al mismo caballo y se la dé al otro viejo. Con todas estas prevenciones, que los concurrentes aprenden de antemano, empieza la machi á tocar el tambor, da la tonada y versos de la canción, le acompañan las viejas con las calabazas, y las mozas bailan sin moverse de su sitio. Pasado un rato de danza, la machi manda que se extraiga al caballo el corazón, y se lo pasen de uno á otro entre los presentes, en tanto que cumplen su cometido los demás indios enseñados, y ella hace con la sangre y corazón lo mismo que en el otro machitún, ordenando además que las mozas se afeiten con la sangre y la tinta blanca. Las viejas con llancatus de entrañas, un viejo con la cola y el otro con la cabeza, se esfuerzan por reirse, mientras que la machi arrecia con su música, y las mozas se mueren de risa al ver que un viejo le menea la cola al enfermo y que el otro le presenta la cabeza. Todos los asistentes bailan y cantan sin parar hasta levantar al enfermo y pasearlo dentro de la era, siguiéndole por detrás y por delante la mjiganga. Muchos hai que mejoran y se alegran al ver aquella fiesta, otros empeoran y no son pocos los que mueren en ella. El macupupiguelem termina lo mismo que el otro machitún, colgando en un árbol las reliquias del animal sacrificado.

Las indias pehuenches acostumbran también el daño diario, como las demás indias, y no los interrumpen ni aún durante los días de sus menstruaciones, embarazos y partos.

En las primeras menstruaciones de las muchachas, tienen fiestas especiales, y se comunica la noticia á toda la reducción. A este respecto usan ceremonias como éstas:

Apenas la joven se siente enferma, avisa á su madre; ésta sin dilación, prepara un serrallo (un lecho cómodo) en una esquina del toldo, y la coloca allí con la orden de que no levante la vista hacia ningún hombre. A la mañana siguiente la sacan de la mano dos mujeres y la llevan al campo para que corra velozmente un largo trecho, hasta que quede bien cansada, para llevarla nuevamente al serrallo. Al ponerse el sol repiten la misma carrera. Al día siguiente, muy de alba, la hacen hacer tres atados de leña que debe ir á dejar al camino mas inmediato, en tres puntos diferentes. Este acto es una señal que se da á la tribu de que ya hay otra mujer entre ellos.

Termina la ceremonia con una gran celebración del estado útil de la india, que dura hasta que se acabe la carne y la chicha que se procuraron los padres de la festejada.

A los niños, apenas nacen, los lavan en el río y los colocan después en un cajón de tablillas amarradas que llaman dichas, sobre las cuales envuelven la criatura en mantillas de bayeta, que atan sobre los brazos y los pies.

Tapizan las dichas por dentro con pieles de carneros, y se las colocan en la espalda aún cuando suban á caballo.

Si la criatura llora, la dan de mamar sin sacarla del cajoncito.

Durante el trabajo afirman estas cunas portátiles en un arbol, ó las cuelgan de dos puntas para mecerlas con un látigo atado á las otras dos extremidades libres.

Las ligaduras que ponen á los niños en los brazos y pies, dicen que tienen por objeto hacerlos forcejear, para que salgan así fuertes y mejor musculados.

El uso de las dichas, es con el fin de que se crien derechos y bien plantados.

Desde que comienzan á dar pasos los tienen desnudos para que el chamal no dificulte sus movimientos; les colocan vestidos sólo cuando ya están ágiles y ejercitados en la carrera.

Durante la guerra, así como en los bailes y juegos, todos estos indios usan un simple braguero que no les impide el libre ejercicio de sus miembros.

EL castigo á los niños es considerado contraproducente y en pugna con la arrogancia y altivez que deben mantener para saber defender sus fueros y los de su raza.



  1. Arte y Gramática general de la lengua que corre en todo el reyno de Chile, por el padre Luis de Valdivia. Sevilla. 1684
    Arte de la lengua, etc., por el padre Febres. Ob. cit.
  2. Arte y gramática de la lengua, etc. Luis de Valdivia. Ob. Cit.
  3. Historia de Chile, Rosales, Ob. cit.
  4. Calepino chileno-hispano, Ob. cit.—La lengua araucana tiene la voz corniclovque que significa partera de oficio.
  5. Viaje á las regiones septentrionales de la Patagonia, por Guillermo E. Cox. 1862-1863. An. Univ. t. 23. 2.° semestre.
  6. A description of Patagonia, etc.—Tomás Falkner 1794. London. Este historiador jesuita, fué cirujano y llegó al Río de la Plata en un buque procedente de Cádiz. En su segundo viaje tomó el hábito de la Compañía de Jesús, quedándose durante 40 años en el trabajo de las misiones Patagónicas. Regresó á Inglaterra, con motivo de la expulsión de esta Orden, en el año 1767. Su obra histórica y geográdica se publicó en Hereford, Inglaterra haciéndose una traducción francesa en 1787, y otra española, en 1835, en Buenos Aires, por don Pedro de Angelis.-
  7. La Verdad en Campaña. Ob. cit., párrafo LXXI sobre un «Hecho raro de una india pehuenche en Valdivia.»
  8. Ob cit., párrafo LXVIII de la «Naturaleza de los indios en general».
  9. Arte de la lengua chilena, etc. por el padre Luis Valdivia, Ob. cit.
  10. Revista de la Sociedad Geográfica Argentina, t. VI de 1888—citada por el Dr. Fonck.
  11. Declaración de Cañuecar, en el proceso seguido á los brujos en Chiloé. Doc. cit.
  12. Información al gobierno, porel Protomédico Dr. José Antonio Rios, y el Dr. Pedro Manuel Chaparro. Año de 1789. Vol 967. Arch. Ministerio de Interior. Biblioteca Nacional.
  13. Expediente formado sobre la introducción de la Peste de Viruelas, entre los indios de los Butalmapus, y modo de suministrarles algunos medicamentos y otros auxilios.—Los Angeles, 13 de Junio de 1761. Arch. cit.
  14. Historia de Chile, Molina. Ob. cit.
  15. Se supone qe el pánico introducido por la peste debe haber sido de magnitud, cuando así procedían con sus muertos que siempre respetaron y les tuvieron gran culto. El duelo por los difuntos consistía en grandes borracheras en medio de gritos destemplados que lanzaban las indias; colocaban las armas que usaba el occiso á su lado junto con alimentos para el eterno viaje; guardaban su cadáver por algún tiempo dentro de la ruca, sostenido en alto, debajo del cual hacían sus comidas y demás necesidades familiares. La sepultura se abría en un local elevado de alguna colina dominante, si había sido jefe de importancia, siendo todas estas ceremonias más o ménos fastuosas, según la categoría que llevó el vida, y de la cantidad de licor que la familia podía disponer para los concurrentes y lloronas. Martinez de Bernabé, en su obra citada se expresa así, en lo referente á los entierros y funerales de los indios: «El método que practican es el más impío que se conoce en nación alguna, pues luego que fallece el indio, depositan su cuerpo entre dos bateas ó palos huecos, y lo colocan sobre el humo de sus hogares hasta que se congreguen los de su parcialidad para el entierro. Regularmente suelen pasar 6 meses ó un año sin que llegue el día del congreso, y en este tiempo habitan vivos y muertos en una misma casa, sin el menor hastío ni pavor, resisten la fetidez que produce el cadáver, cuyas corrupciones son más prontas con el calor de los hogares, destilan sobre los alimentos los productos de la putrefacción, y los hace poco menos que trogloditas ó homotrófagos, y ni estos vestigios de horror ni aquella repugnancia de la naturaleza, los separa de tan horrible compañía. La sufren hasta que, juntos los parientes, prevenidas las bebidas ó chichas, forman su junta, viene el adivino, papel principal, culpa nuevamente otros causantes de aquella muerte, si fué natural; si están á la mano los ahorcan con prontitud, dan tierra al cadáver ó sus huesos ya espiados ó secos, echan en su sepultura todos los azadones con pedazos de carne que le han servido de ofrendas diarias, un talego de cuero con harina de cebada, un cantarillo, un rale ó plato de madera, su lanza si es hombre, ó su huso, que es la rueca, si es mujer, y cubierto todo de la tierra, se entregan á la borrachera, y con sus efluvios, si la muerte fué alevosa, á vengarla en los mismo términos......»
  16. Historia de América, por Py y Margull. Ob. cit.
  17. Historia de Chile, por el Abate Molina. Ob. cit.
  18. Viajes de Fray Francisco Menéndez á Nahuelhuapi, publicados y comentados por Francisco Fonck. Edic. centenaria etc. Valparaíso.—1900
  19. Breve noticia sobre varias aguas minerales de la Cordillera de LLanquihue, por F. Focnk. An. Univ. t. I., p.405.

    Id. Die neue Expedition nach dem Buriloche-Pass «Deutsche Nachrichten» de 13 de Febrero de 1884

    Id. Un paseo histórico al camino de Buriloche. «El Mercurio» de 26 de Marzo de 1884.

    El paso de Buriloche, con un plano y un apéndice, por Oscar de Fischer. «Revista Militar de Chile.» 1894.

  20. Tratado importante para el perfecto conocimiento de los indios Pehuenches (que habitan las faldas y cercanías de las cordilleras del sur, al oriente y poniente de los Andes) según el órden de su vida. Viaje á su costadel Alcalde Provincial del M. I. C. de la Concepción de Chile D. Luis de la Cruz, desde el fuerte de Vallenar, frontera de dicha Concepción, por tierras desconocidas y habitadas de indios bárbaros, hasta la ciudad de Buenos Aires, auxiliado por parte de Su Majestas, de un agrimensor, del práctico don Justo Molina, de dos asociados tenientes de milicias, don Angel y don Joaquin Prieto, de dos dragones, un intérprete y siete peones para el servicio y conducción de víveres en veintisiete cargas. Año de 1806.—M.S. de la Biblioteca Nacional.
Historia general de la medicina, tomo I de Pedro Lautaro Ferrer

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