Historia de la conquista de La Habana por los ingleses: Capítulo III



Aunque la caída del ministerio Pitt había producido una gran sensación en las Cortes de Madrid y Versalles como un acontecimiento de feliz augurio, sin embargo, la guerra continuaba en Alemania con éxito contrario a las miras e intereses de Francia; Rusia, después de la muerte de la emperatriz Isabel, se había vuelto, de enemiga que era, aliada de Inglaterra cuando Pedro III ocupó el trono (36), y su sucesora Catalina II adoptó una política neutral (37); el príncipe Federico había renovado las hostilidades contra los austriacos (38), y Suecia poco después aceptaba un armisticio (39) que libertaba a Prusia de una inva­sión y la dejaba en aptitud de atacar la Franconia y arrancar a la causa decadente de Austria los auxilios de la Confede­ración Germánica.

España entró también en la arena para participar de los infortunios de la Francia y experimentar contratiempos no in­feriores a los más grandes que hasta entonces había sufrido bajo la dinastía de los Borbones. En la situación, fuerza y aún carácter del pueblo inglés se había efectuado un cambio hasta entonces desconocido, a causa del orden, armonía y regularidad introducidos por Mr. Pitt en todos los ramos del cuerpo polí­tico, y las ruedas del Gobierno seguían moviéndose con el pode­roso impulso que su genio fecundo les había dado durante su administración. Las conquistas hechas en el Norte de América y las Indias Occidentales fueron los primeros efectos de su previsión y actividad y abrieron el campo a nuevos triunfos (40), al mismo tiempo que una serie de sucesos brillantes inspiraron al ejército y armada tal entusiasmo y confianza, que las victo­rias y conquistas alcanzadas por Inglaterra contra Francia y España en todo el curso de la guerra no tienen igual en los anales de aquella nación, habiendo elevado a una altura supe­rior la dignidad de la Corona y consolidado sus intereses co­merciales en las cuatro partes del mundo (41).

Cuando el gobierno inglés se persuadió de que la guerra con España era inevitable, determinó adoptar el plan que ha­bía concebido Mr. Pitt, y aprovecharse del ejército que estaba en las Antillas para atacar a los españoles en sus posesiones más importantes. Este ejército había sido enviado a las órde­nes del general Monckton para apoderarse de las islas france­sas, a causa de haber empezado los franceses a poblar y forti­ficar, con infracción de los tratados, las neutrales del mar Caribe, amenazando la importante colonia de Jamaica. La atención se fijó con este motivo en la plaza de La Habana, considerada el puerto militar de Nueva España; prometiéndose con esta conquista cerrar el paso del Océano a los tesoros inagotables de la América española, abrir un comercio libre a la navega­ción inglesa en aquellos mares y amenazar las otras Antillas y demás posesiones enemigas (42). Los ingleses conocían cuan va­liosa era la posesión del puerto de La Habana: Cronwell pensó en apoderarse de una de las grandes Antillas o de Cartagena, y a pesar de hallarse en paz con España preparó una escuadra formidable, que mantuvo por algún tiempo inquietos a los hom­bres de Estado de Europa y concluyó con la no esperada con­quista de Jamaica en 1655 (43); y en la guerra que sostuvieron con España algunos años antes de tener lugar estos sucesos habían hecho una tentativa para apoderarse de la isla de Cuba, que lograron hacer infructuosa el valor de sus naturales y las medidas acertadas que adoptó el gobernador del distrito orien­tal (44).

La ruptura con España volvió a ocupar ahora la atención del gobierno británico sobre un proyecto concebido para el caso de una guerra entre ambas naciones. El honor de este proyecto se ha concedido al almirante Knowles, aunque el adoptado en la invasión fué el de lord Anson, primer lord del Almirantazgo. El almirante obtuvo permiso para presentar su plan a S. A. R. el duque de Cumberland, quien le dispensó su aprobación y lo recomendó al ministerio; pero después de examinados los planos y proyecto de expedición, habiendo Lord Anson sometido a examen un plan formado por él mismo con datos nota­bles por su exactitud, los ministros adoptaron este último y acordaron llevar a efecto la conquista de Cuba (45). Para dis­traer la atención de los aliados sobre el verdadero objeto de los preparativos de la expedición, se hizo circular la voz de que aquellas fuerzas se destinaban a Santo Domingo, dando visos de verdad el estar esta isla más inmediata a la Martinica que la de Cuba y pertenecer una parte de ella a España y la otra a Francia. La Gazette de Londres del 9 de enero corroboraba esta errada noticia, anunciando como cosa corriente en los círculos de la Corte que el ejército inglés se destinaba a aquella Antilla (46).

Jorge III, como una muestra de atención, autorizó al duque de Cumberland para que nombrase los jefes que habían de llevar a cabo la empresa; y S. A. eligió al teniente general Jorge Keppel, conde de Albemarle, para general en jefe de las fuerzas de tierra, y al almirante sir Jorge Pocock para el mando de la escuadra. Inmediatamente se comunicaron órde­nes al general Monckton para que las fuerzas que habían ido a la conquista de la Martinica y la Guadalupe estuviesen listas a la llegada del almirante Pocock, y a las autoridades de Ja­maica y del Norte de América para que preparasen dos divi­siones, una de dos mil hombres en el primer punto y otra de cuatro mil en el segundo. Al mismo tiempo se reunían en Portsmouth la escuadra y una fuerza de cuatro mil infantes. La disposición marcada de los ministros en favor de la paz re­tardó la salida del ejército inglés hasta que la resolución de España y Francia de invadir el reino de Portugal no les dejó ya duda de que era imposible todo acomodamiento con las po­tencias enemigas.

La escuadra salió de Spithead el 5 de marzo, compuesta de cuatro navíos de línea y una fragata, treinta transportes con una división de cuatro mil hombres, diecinueve buques cargados de provisiones y nueve con artillería y pertrechos: el San Florentino y Burford se le reunieron a la vista de Plymouth, con orden de acompañarla a una larga distancia hacia el oeste. Durante la navegación sobrevino una violenta tempestad que separó todos los buques, y no volvió a reunirse la escuadra hasta el 20 de abril, cuando el Namur, que montaba el almi­rante, arribó a la Barbada, y encontró allí la mayor parte de sus buques. En esta isla recibió el conde Albemarle cartas del general Monckton, informándole del buen éxito de las armas británicas en la Martinica, cuya conquista acababa de efectuarse por capitulación; y con tan feliz augurio salió la escuadra de la bahía de Carlisle el 24, y el 26 llegó a Cap des Navires en la isla recién conquistada (47).

El retardo que había sufrido esta expedición antes de su salida de Inglaterra y el que tuvo durante la navegación ha­bían disminuido las esperanzas concebidas al principio sobre su éxito en Cuba. Lo adelantado de la estación y el temor de que hubiese llegado ahí la noticia del rompimiento con España, dando tiempo al gobierno de la Isla a prepararse contra un ataque por parte de Inglaterra, causaban gran inquietud al Conde y al Almirante. La expedición había logrado en su tra­vesía escapar de un encuentro con la escuadra de M. de Blenac, compuesta de siete navios y cuatro fragatas que había salido de Brest conduciendo una división de cincuenta y una compa­ñías en auxilio de la Martinica, fuerza demasiado poderosa para que hubiera podido resistirla la del almirante Pocock, y que sin duda hubiera puesto fin a la expedición y quizá adornado algún puerto francés con los navios de Inglaterra. Aun escapando de las garras de M. de Blenac, si la escuadra francesa hubiera llegado a la Martinica antes de rendirse ésta, tales combina­ciones pudieran haber tenido lugar entre el Almirante y el Go­bernador de la Isla contra el ejército del general Monckton, que a la llegada de Mr. Pocock ya las fuerzas inglesas de la Mar­tinica no le hubieran podido servir de auxilio eficaz para llevar a efecto los planes de la Corte de Londres contra Cuba. M. de Blenac llegó a la vista de la Martinica pocos días después de la rendición del Fort Royal; y habiendo sabido por un pesca­dor que la Isla toda estaba en poder de los ingleses desde el 14 de febrero hizo rumbo a Cabo Francés dejando libre el paso a la escuadra del almirante Pocock. Pero el tiempo perdido era un mal que podía producir grave daño y comprometer el éxito de la conquista de Cuba, y toda la atención del Almirante se fijó en apresurar la salida del ejército para su destino (48).

Luego que la escuadra llegó a la Martinica, el conde de Albemarle tomó el mando en jefe de todas las fuerzas expedicio­narias reunidas en aquella isla, las cuales consistían en un ejér­cito de doce mil hombres, que después se aumentó con más de dos mil de los refuerzos enviados del Norte de América y Ja­maica. Dividiólo en cinco brigadas (49), y además formó dos cuerpos, compuestos el uno de cuatro compañías de infantería ligera pertenecientes a los regimientos traídos de Inglaterra y un batallón de granaderos al mando del coronel Guy Carleton, y el otro de dos batallones de granaderos al mando del coronel Guillermo Howe; dio órdenes también para que se comprasen sobre mil negros en la Martinica y demás islas y que se incor­porase una compañía que había podido formarse en Jamaica y seiscientos negros que estaban allí alquilados para el servicio de las varias operaciones del ejército. La escuadra se componía de diecinueve navíos y dieciocho fragatas: el almirante había dado orden a sir Jaime Douglas para que se le reuniera a la vista del cabo Nicolás, en Santo Domingo.

Más de un mes se pasó antes que pudieran estar concluidos los preparativos para hacerse a la vela. El 6 de mayo salió de la Martinica el almirante Pocock en dirección del paso de la Mona, donde se le reunió el día 8 la división del capitán Hervey que estaba bloqueando la escuadra del almirante Blenac en el Cabo Francés; el 17 llegaron a la vista del cabo Nicolás y, el 23 se incorporó la escuadra de Jamaica al mando de sir Jaime Douglas. Las fuerzas marítimas inglesas contaban, con estas dos divisiones y la que llegó después del Norte de América, de cincuenta y tres buques de guerra de varias clases (50), con tri­pulación de diez mil ochocientos hombres (51), además de un gran número de transportes de tropas, municiones de boca y guerra, hospitales y demás útiles, calculado en doscientos buques (52). Entonces se resolvió definitivamente el modo de con­ducir la expedición contra La Habana (53).

Dos medios se ofrecían a la elección del Almirante. El más fácil era navegar a lo largo de la costa sur de la isla de Cuba hasta el paso de la navegación de los galeones, doblar el cabo de San Antonio y arribar sobre La Habana. Aunque éste era el camino más conocido y practicado en aquellos mares, tenía el inconveniente de ser el más largo; y viendo el Almirante el poco tiempo que le quedaba para conducir y desembarcar las tropas, faltando poco más de un mes para entablarse en los trópicos la estación de las aguas, prefirió el más corto aunque el más peligroso, y resolvió navegar costeando el norte de la Isla, paso intrincado de más de seiscientas millas de largo, co­nocido con el nombre de Canal Viejo de Bahamas. Así lograba llegar más pronto y cortar la única vía por donde los franceses podrían desde Santo Domingo acudir en auxilio de La Habana. Para evitar las desgracias que pudieran sobrevenir a la escua­dra en aquellos mares borrascosos y casi desconocidos entonces, envió el capitán Elphistone que explorase con el Richmond la costa y navegación, y tomó todas las demás precauciones nece­sarias (54). El 3 de junio, estando en cayo Sal el Echo y el Alarm que llevaban la delantera, descubrieron cinco buques, que re­sultaron ser la fragata española Tetis, de dieciocho cañones con sesenta y cinco hombres, y la Fénix, de veintidós con ciento setenta y cinco hombres, que iban convoyando hasta Sagua un bergantín y dos goletas, transportes de maderas para el asti­llero. Las dos fragatas inglesas les dieron caza, y después de un reñido combate se apoderaron de los buques de guerra y dos de los transportes, logrando escaparse una de las goletas. La escuadra no tuvo otro encuentro ni ningún accidente du­rante su paso por el canal, y el 5 se hallaba frente a Matanzas. El 6 por la mañana, estando a seis leguas al este del puerto de La Habana, Mr. Pocock ordenó a la escuadra acercarse, y dio sus instrucciones sobre el modo en que debía efectuarse el desembarco del ejército, dejando para ello seis navíos y algunas fragatas al mando del honorable comodoro Augusto Keppel. En seguida, habiendo tripulado los botes de la escuadra, se hizo a la mar a las dos de la tarde con trece navíos, dos fragatas, dos bombardas y treinta y seis transportes, se acercó a la vista del puerto, que reconoció detenidamente, y se situó a barlo­vento de la ciudad en espectativa de la escuadra española (55). Veamos cuál era entonces el estado de La Habana.