Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes (Tomo I): Libro Primero. Capitulo VII

​Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes (Tomo I)​ de Roselly de Lorgues
Libro Primero. Capitulo VII


CAPITULO VII.


I.


Nunca se han detenido los historiadores en circunstanciar completamente los incidentes de esta navegacion, pues todos se limitan al estracto que nos dejó del Diario de Colon el célebre Las Casas, que lo tuvo á la vista. Por desgracia el P. Las Casas, aunque lleno de amor á la humanidad, careciendo de sentimientos poéticos y ajeno á los encantos de la contemplacion, á pretesto de alijerar su relato distrajo de él aquellas súbitas impresiones, descritas con tanta novedad, y cuyo interes seria hoy tan grande. El virtuoso anciano no hizo gracia ni á la lozania, ni al brillo de grandeza, que vivificaba el estilo del contemplador de la creacion, sin sospechar siquiera lo que sus abreviaciones vedaban á la posteridad, al trasmitirla no mas que la esencia de tan preciosa produccion; pero mutilada y muerta. Sin embargo; con el auxilio de la Historia del almirante, escrita por su hijo don Fernando, de la Crónica de las Indias, por Gonzalo Fernandez de Oviedo, del manuscrito del cura de los Palacios, de las Decada oceánicas de Pedro Mártir de Angleria, de la Coleccion de viajes de Ramusio, de la Historia del nuevo mundo, por Girolamo Benzoni, y apoyándose en los historiógrafos reales, Herrera y Muñoz, se logra reconstituir en su conjunto los detalles de tan asombroso viaje. Despues de tres siglos y medio de esperiencia y de navegacion, no es posible avanzar en el Atlántico cien leguas mas allá de las Azores, sin que asombre la audacia del que primero penetró voluntariamente por aquellas latitudes. A pesar de la distancia á que nos encontramos de dias tan memorables ¡cómo no admirar todavía el arrojo y la fortaleza del que hizo frente á lo invisible, á lo desconocido y á lo formidable; luchó y venció de las preocupaciones de los pilotos, del débil pavor de los marineros y de las mas terribles eventualidades; dominó todas las situaciones; conjuró los fantasmas de la imajinacion, no menos peligrosos que los siniestros del mar; desafió á la ciencia de la época; arrostró los enemigos desconocidos, los monstruos marinos, cuanto existe en suma, en los vientos y en las aguas: las tempestades, los abismos, las corrientes, las trombas, las calmas, el hambre y la muerte del sediento! ¡Un hombre solo atreviéndose contra la voluntad de los hombres á entrar en liza con la inmensidad, y á sondar espacios terribles, que ninguna nave habia surcado, y de donde ningun mortal volvió, si alguna vez la casualidad ó la resolucion llevaron allí seres humanos!..........................................................................................................................

Vamos á referir prosáica; pero clara y sucintamente los detalles de una navegacion, cuya mas insignificante singladura eclipsa el lustre mitolójico de los argonáutas, y de cuantas espediciones marítimas hubo en la antigüedad; de una tentativa católica en el Océano para promulgar el Evanjelio en el resto de la gran familia humana, diseminada mas allá de los mares; de los reiterados prodijios del valor y del injenio inspirado por la fé y dominador de todos los obstáculos; de las maravillas sin ejemplo, que casi no son dignas de celebrar, ni la lira de la epopeya, ni el arpa de los mas sublimes acordes. Sigamos braza á braza, el surco de las naves del heraldo de la cruz, y las maniobras y las viradas de viaje tan asombroso, apuntando los acaecimientos con la sencillez de un borrador de bitácora.


II.


El Viérnes 3 de Agosto de 1492, despues de haber mandado dar las velas al viento en nombre de Jesu-Cristo, entró Colon en su cámara, y tomando una pluma, encabezó su Diario escribiendo estas palabras: In nomine Domini nostri Jesu-Christi. Desde la introduccion espone el carácter especialmente cristiano de la espedicion; pero el deseo de penetrar el espacio, y el anhelo de evanjelizar los pueblos, cuya existencia sospechaba en lo desconocido, prueban con su conexion que el principal objeto de la empresa fué ante todo un gran acto de fé católica, dejándose ver en él la santa asociacion, que unia el pensamiento de Isabel á las dulces esperanzas del piadoso navegante. hace constar en ella, que despues de terminar la guerra contra los moros, y de quedar enclavado en las torres de la Alhambra el estandarte de la cruz, fué cuando los católicos reyes lo enviaron hácia las Indias, para ver á sus príncipes y pueblos, y el modo de convertirlos á nuestra santa fé. Y concluye diciendo, que escribirá por la noche los acaecimientos del dia, y viceversa, que señalará en una carta las tierras y las aguas del grande Océano, y que espantará el sueño para dirijir la navegacion, á fin de dar cumplimiento á cosas, que han de requerir tantos y tan grandes esfuerzos.*[1]

En el primer dia, las carabelas, impelidas por una fresca brisa, tenian el cabo al SO. un cuarto al S.

En el segundo todo fué bien, y el Domingo 5 de Agosto anduvieron mas de cincuenta leguas. El Lúnes refrescó bastante la brisa, y la Pinta hizo una señal de averia: su timon se habia salido de su sitio, y las piezas estaban desencajadas. No pudiendo Colon remediar el accidente á causa de la marejada, se acercó sin embargo, segun la costumbre de los almirantes de Castilla en tales casos, reconociendo en seguida una astucia de los dueños del buque, que ya en otra ocasion quisieron por este mismo medio retardar la salida, con la esperanza de sustraerse á ella. Martin Alonso su capitan, dispuso que se remediara el mal, aferrando con cabos las desuniones, y se prosiguió el rumbo; mas al dia siguiente, como engrosara la mar, tornó á dislocarse el timon, que vuelto á componer, permitió á la flota ponerse en demanda de las Canarias. Contradecianse los pilotos de las tres embarcaciones acerca de la derrota, que debiera seguirse para arribar á ellas lo mas breve posible; pero Colon dió su parecer, que no obstante estar en abierta oposicion con el de los demas, salió victorioso, pues ganaron tierra aquella misma noche.

Mandó el comandante á Martin Alonso que permaneciera en la Gran Canaria, mientras jestionaba por sí, con el objeto de procurarse un buque, que reemplazara el suyo; pero habiendo buscado y esperado inútilmente mas de tres semanas, hizo recorrerlo, ponerle un timon nuevo, y cambiar en velas cuadradas las latinas de la Niña. Renovó su provision de agua, víveres y leña, y aparejó el Juéves 6 de Setiembre; no sin saber antes por un barco, que venia de la isla de Fierro, que tres carabelas portuguesas cruzaban por aquella lla altura, con el objeto de cerrarle el paso. La cólera del rey don Juan II irritada con la negativa de Colon lo perseguia en el Océano, y para colmo de inquietud, una calma chicha lo tenia enclavado enfrente de la Gomera, á la vista del pico de Tenerife, cuyas erupciones volcánicas horripilaban á la tripulacion.

Duró esta penosa situacion desde el Juéves por la mañana, hasta el Sábado antes de romper el alba, momento en que, aprovechando los débiles soplos de la brisa, avanzó algun tanto, reconociendo la última de las Canarias, y la de Fierro, precisamente la en que le esperaban las carabelas portuguesas. Se hallaba, dice Irving, abocado al peligro; pero felizmente con el Sol se levantó un viento que, hinchando las velas de nuevo, le hizo perder bien presto en el horizonte las alturas de la de Fierro. Desde el principio de esta asombrosa navegacion, hacemos ver con las mismas palabras de un escritor protestante, el primer auxilio que recibió Colon de la divina providencia. No fué el único en verdad, pues Dios jamas cesó de asistirlo; y si bien no se invirtieron en su favor las leyes ordinarias del mundo, vinieron siempre en su ayuda las mas felices coincidencias, de un modo tan sobrenatural, que mas parecian milagros.


III.


Hasta aquí llegaba la ciencia de los mas hábiles marinos, pues iba á entrarse en las rejiones desconocidas. Mientras el corazon de Cristóbal latia de placer, al lanzarse por un camino, que ningun mortal habia surcado, los tripulantes, despues de perder de vista las cumbres de la isla de Fierro, comenzaron con lamentaciones, desconsolados y desesperando de tornar á su cara patria. Esforzóse Colon en tranquilizarlos, y les habló de todo aquello que pudiera tentar sus corazones materiales y ambiciosos; no obstante, por prudencia, de aquel dia en adelante apuntó la ruta en dos libros distintos, marcando una distancia para su jente, y reservándose el guarismo verdadero, temeroso de alarmar á sus oficiales con un camino demasiado largo. No fué en vano su prevision.

Prosiguió durante tres dias y tres noches haciendo rumbo al SO., y corrijiendo las equivocaciones de los timoneles, cuya tímida mano vacilaba en mantener la caña en una situacion tan opuesta á la de Europa. Favorecido por el viento adelantaba mas y mas por las movientes y formidables llanuras, y á medida que iba avanzando hácia las riberas misteriosas, todo cuanto era para él gozo y confianza, se trocaba en desconsuelo y amargura para los suyos. Poco á poco, á medida que marchaban en direccion del O., empezó á manifestarse una notable diferencia en la claridad del dia, el aspecto de la lontananza y el color de las augas, los cielos parecian diferentes, y las constelaciones familiares á los marinos alejarse, descender al horizonte y ocultarse tras él: hasta la regularidad de la brújula se resintió en sus leyes inmutables.

El 13 de Setiembre esperimentó el jenio de Colon una ruda prueba, al sorprender con su atenta mirada el primer indicio de la variacion magnética; aquella era la primera vez que desde el principio de la historia se hacia observacion semejante. Notó el comandante, que á la entrada de la noche la aguja imantada en lugar de dirijirse á la estrella polar, se inclinaba al NO., y que al otro dia al amanecer, la declinacion era mas notoria todavia. De esta suerte la brújula, su único guia, y cuya sola infalibilidad tranquilizaba un tanto á los pilotos, comenzó á hacerle traicion, dejándolo falto de apoyo en la ciencia; guardóse pues de comunicar tan espantoso acontecimiento á los oficiales de la espedicion, cuyas frentes iban de dia en dia frunciéndose mas.

El Viérnes, un feliz presajio para los espíritus vulgares, alentó la esperanza de los marineros. La tripulacion de la Niña vió pasar una golodrina de mar y un rabo de junco: las primeras aves que habian encontrado desde la Gomera. El Sábado por la noche, un meteoro á guisa de ramo de fuego, un aerólito magnífico pareció caer del cielo, como á cuatro leguas de distancia, horrorizando á todos, escepto al contemplador de la naturaleza, que, maravillado del caso, dejó entreveer su admiracion en una frase de su Diario.

El Domingo, nieblas y brumas se levantaron de las aguas; y observó Colon lo suave de la temperatura, la transparencia del mar, que á cierta distancia se matizaba de verde, á causa de que en la lontananza sobrenadaban yerbas, que parecian acabadas de arrancar de los peñascos, y el brillo de la atmósfera mas diáfana, serena y perfumada. Todos acojieron con gozo tales muestras de la vecindad de tierra; mas el comandante dijo en su Diario, "que la hacia mas adelante."[2] Un viento agradable los impelia, y las corrientes favorecian la navegacion: la yerba, que era fucus de las rocas, se presentaba á montones; y sin embargo la jente permanecia taciturna, los pilotos no desplegaban sus lábios; pero se miraban con aire misterioso, sombrio y siniestro, y si no se les escapaba una queja, era porque mutuamente, al parecer, buscaban el modo de ocultarse el motivo de su inquietud. El comandante comprendió, que ya estaba conocida la variacion magnética, y entónces su injenio halló el medio de poner á sus alcances una esplicacion científica del fenómeno, que los tranquilizó por de pronto.

El 17 de Setiembre llegaban ya á los parajes, en que la influencia tropical se hace sentir de manera tan deliciosa; adonde, como dice Las Casas, se esperimenta un verdadero placer en disfrutar de la hermosura de las mañanas, que no son como las de Abril en Andalucia, y á las que no falta mas que el canto del ruiseñor, para completar la ilusion.


IV.


Al acercarse á aquella parte del mundo mas vecina de las praderas oceánicas, parece que entre el firmamento y las aguas se opera una misteriosa separacion; se siente el ánimo sobrecojido ante tan imponentes aspectos, y esperimenta el hombre sensaciones, que le hacen sospechar la proximidad de las rejiones ecuatoriales, y del cielo austral. No cede el mar en magnificencia á la tierra bajo tan majestuosas latitudes. Una suavidad incomparable se dilata en la atmósfera, que fascina la vista de puro diáfana é impregnada de luz, y cuando al salir Febo por las puertas de oriente, se engalanan de mil matices hasta los mas leves vapores, arrollándolos luego á soplos Céfiro y Bóreas, para descubrir el vivo azul de la bóveda, se apodera con rapidez del espacio, y parece coronarse rey de lo visible por su esplendor soberano. Flamean las hebras de su reluciente cabellera por todas las alturas de la lontananza, y la inmensa llanura del mar al reflejarlas, deslumbra con sus destellos, cual si fuera el manto de Anfitrite recamado de diamantes, esmeraldas y turquesas. Estrias de ulva y de ova sobrenadan en la superficie, mezcladas y confundidas con criptógamos pelásjicos, moluscos estraños, tetises y manadas de medusas con visos de amatista; y al traves de las cristalinas ondas pueden seguirse las emigraciones de los pueblos submarinos. Tríbus enteras de ejocetos y de triglas, acosadas por ejércitos de atunes, van saltando aquí y allá, y cayendo algunas en los bajeles mismos, doradas revestidas de escamas brillantes, langostas descomunales, lijas armadas de terribles sierras, reñidores espadartes, flemáticas tortugas, emperadores despóticos, y de tiempo en tiempo tiburones homicidas, escoltados por sus testarudos pilotos, nadan en silencio y procesionalmente, dando vueltas en torno de las naves. Por intérvalos rabihorcados de anchas alas, paviotas y dámias vuelan como saetas al horizonte, vuelven balanceándose sobre las espumas, se desploman de repente, zambullen, desaparecen, y salen de nuevo, remontándose hasta las nubes con su pesca.

Mas hay dias en que el Océano está silencioso é inmoble, con la misma paz y reposo que el desierto, y en que la presencia de su calma y tranquilidad, imájen la mas sensible de lo grande y lo sublime, traen á la memoria el recuerdo de lo eterno, eclipsándose entónces en el pensamiento la hermosura de los continentes, la soberbia elevacion de las montañas, el murmullo de los arroyos, la riqueza de la vejetacion, lo pintoresco de las perspectivas y la infinita variedad de los fenómenos terrestres; porque ante la escelsitud del mar se inclina con respeto la frente del hombre.

No bien se estingue la rojiza iluminacion de la postura del Sol, comienza á estender la noche su negro y estrellado velo, dejándolo todo envuelto en sus inmensos pliegues, y el seno de las aguas, dulcemente levantado por la brisa, va sosegando poco á poco, como el de una vírjen que se entrega al sueño. Engalánase el horizonte hasta su altura media con los artificios de la luz zodiacal, tan poco conocida en nuestra Europa, y mientras la blanca y serena claridad de los astros se refleja en el espejo de la mar dormida, se dejan oir sonidos misteriosos, que provienen de las ballenas, que pasan del círculo polar al Ecuador, ó de formidables cachalotes, que resuellan con violencia, despidiendo columnas de agua, ó de bandadas de pájaros que viajan á grande altura de las naves, y gritan para rehacerse al traves de la oscuridad. El surco de los cetáceos, la estela de los barcos, los remolinos que forman los bonitos retozando, todo produce en el moviente elemento huellas fosforescentes.

El carácter augusto del espíritu, que en el principio fué llevado sobre las aguas, jérmen de cuanto existe, está de manifiesto en la estension de los mares.

Desde el oríjen del mundo tan solo gozaban de tales maravillas los seres celestiales: pues para los habitantes del globo eran como si no fuesen. La poesia de estas vigorosas tintas, y de estas armonias pelásjicas, ni se sospechaban siquiera, cuando al fin fué dado al hombre gozar de ellas. Por la vez primera despues de la creacion, se dilataba la intelijencia humana bajo latitudes, hasta entónces del dominio esclusivo de los petreles, las paviotas y los cetáceos, y aquel, á quien se habia dignado escojer la divina providencia para conducir sobre los abismos almas inmortales, era la mas perfecta personificacion de la intuicion y del amor del creador. Ni antes ni despues de ese dia, cruzó por aquellos parajes mas santa curiosidad, ni mas viva comprension de la naturaleza.

La sagrada efijie del redentor enarbolada en el palo mayor sobre la bandera de la espedicion, que flameaba con la brisa, parecia, conjurando las fuerzas brutales del viento, santificar los elementos, atravesando bajo los rayos del Sol durante el dia, y sobre ondas de fuego por la noche. Todas las tardes se elevaban de las carabelas cánticos á la gloria de Maria, la estrella del mar; y protejido por el todopoderoso se adelantaba, tomando posesion de la inmensidad el ser, á quien confirió la honra de penetrar el primero en sitios, que jamas habian visto los nacidos.

Al llegar á los umbrales de la mar Tenebrosa, que tanto pavor infundia en el ánimo de las jentes; al llamar á su puerta misteriosa, el que estaba destinado para descubrir sus arcanos, se sentia aguijoneado por una noble curiosidad, pues anhelaba segun sus palabras "conocer los secretos de este mundo." Posaba sus ojos en el agua, queriendo penetrar hasta el fondo con la vista; se afanaba en investigar el carácter de la vejetacion submarina, de las selvas pelásjicas, que tapizaban las cavidades inaccesibles á la sonda; deseaba saber ¿con qué traje habia vestido el creador las simas en que la luz del dia, cien y cien veces quebrada por las ondulaciones, se apaga en la espesura; qué habitantes debian poblar tan sombrias profundidades, qué drama representaban, y qué horribles eventualidades podian surjir de aquellos abismos á la sazon tranquilos? Pregunta era esta, que hubiera hecho temblar á cualquier otro!

La historia y la poesia han ponderado igualmente la intrepidez, la audacia y la sangre fria de Colon, y persuadidas de que amaba con pasion la celebridad, y de que despreciaba la muerte, han creido honrarlo mucho, llamándolo héroe de la gloria.

Este es el colmo del error biográfico, pues aquel que iba tranquilo y sereno surcando la inmensidad, ni fué, ni se creyó jamas intrépido, ni nunca aludió á su valor, porque sabia muy bien á quien habia de atribuir "la fuerza y la magnanimidad" que manifestó en sus empresas. Ambicionando sobre todo glorificar al verbo divino, y proclamar el bendito nombre del salvador en los pueblos que descubriera; comprendiendo que su obra interesaba al acrecentamiento de la cristiandad y á las relaciones futuras de los pueblos; convencido de que era el legado de la providencia y el representante de los apóstoles en las naciones á donde se dirijia, atribuia al cielo su fuerza misteriosa. Ni el protestantismo lo niega, puesto que dice por boca de uno de sus escritores, que Colon se consideraba en su empresa solemne como escudado por el altísimo.[3] En vano se abrian delante de las proas de sus carabelas ilimitadas llanuras, porque lejos de atemorizarle lo infinito, solo era para él un motivo de grandes investigaciones. Con la conciencia de lo alto y sublime de su mision, y sabiendo que aquel viaje, comenzado en nombre de la santísima Trinidad,[4] redundaria en mayor gloria suya y provecho de la relijion cristiana, ni temia los peligros, ni le rendian las fatigas, como lo escribió al jefe supremo de la Iglesia.[5] No obstante su confianza, lejos de reposar tranquilo en los favores del cielo, su prudencia le obligaba á permanecer noche y dia sobre aviso, y como era responsable á Dios y á la reyna de las almas de los que estaban á su cargo, no cedia á nadie el cuidado de velar por ellos. Salvo las horas durante las cuales se encerraba en su cámara para orar y recitar los oficios de los franciscanos, conforme á la costumbre que contrajo en el convento de la Rábida, pasaba los dias y las noches sobre la toldilla, vijilando el timon, observando la mar, el viento, los astros, y subiendo á veces á las cofas para alcanzar mayor distancia, y juzgar mejor de los parajes por donde navegaba.

Aislado por su gusto de la etiqueta, se entregaba libremente á la contemplacion de las obras del creador, que fué en su adolescencia el primer goce de su alma, y en su vejez su mas dulce consuelo; porque mejor que ninguno otro en el mundo comprendia los grandes fenómenos y mudos avisos de la naturaleza. Cruzaba por las desconocidas latitudes, en que la influencia del aire y de las aguas, completamente nuevas desconcertaban la teoria y los instrumentos de la ciencia náutica; por alturas en que se truecan el color y sabor del mar, y en que la constancia de la temperatura, que solo puede compararse con su suavidad, es tan útil al cansancio del cuerpo como al del espíritu. Notaba Colon "un cambio estraordinario en el movimiento de los cuerpos celestes, en la atmósfera y en el agua," é interrogaba sin cesar la fisonomia de la nueva naturaleza, esforzando su injenio en deducir de los fenómenos esteriores alguna revelacion acerca de su carácter. Sus ojos se fijaban en el horizonte; su olfato absorbia el ambiente salitroso, que traia el viento; cataba el agua salada á diversas distancias para saber su temple; echaba la sonda á cada instante; estudiaba la direccion y fuerza de las corrientes pelásjicas, y recojia con avidez las yerbas y las plantas que pasaban cerca, porque todo esto interesaba á su gran penetracion, y todo podia ser un indicio de algo mas. El haberse pescado un dia un cangrejo, que venia enredado en un manojo de algas, y que guardó cuidadosamente pues nunca se habian visto tales crustáceos á ochenta leguas de la costa; la presencia de los atunes, de los que la jente de la Niña logró cojer uno, y la circunstancia de que todo parecia venir de oriente, le hizo escribir en su Diario lleno de confianza el 17 de Setiembre pensando en su divino maestro: "Donde espero en aquel alto Dios, en cuyas manos están todas las victorias, que muy presto nos dará tierra."[6]

El 18 de Setiembre, estaba el ambiente como en Sevilla en la primavera, y la brisa impelia las carabelas, que regateaban para adelantarse unas á otras, y divisar la tierra para ganar la renta anual de diez mil maravedis, prometida por la reyna al que la señalara primero. Martin Alonso, cuyo barco era mas velero, las dejó por la popa bien pronto, y se encaminó á poniente, porque habia visto volar gran cantidad de aves en aquella dirección, y aseguró al comandante que, gobernando al Norte, daria con la tierra á quince leguas; mas sin embargo de apoyarlo toda la tripulación, no consintió este en variar el rumbo. Tal firmeza de carácter pareció una presuntuosa terquedad á los marineros, ya inquietos de un viaje tan largo, y que por esta causa acariciaban la idea emitida por su compatriota Pinzon. Un sordo descontento comenzó á trabajar entónces á su jente en contra suya.


V.


El 19 de Setiembre, se levantaron brumas sin viento, lo cual fué para Colon una señal segura de la proximidad de las islas; pero no quiso bordear para buscarlas, en razón á que su objeto era llegar en derechura á las Indias, y se contentó con escribir en su Diario: "El tiempo es bueno, y placiendo á Dios á la vuelta se verá todo." [7] En el dia siguiente hubo alternativas de calma y brisa lijera y suave, hasta que al fin acreció algun tanto, impeliendo á la flotilla hacia el SO. con tal constancia que puso en cuidado á los marineros. Se divisaron muchas yerbas: tres alcatraces vinieron á la capitana, y se pudo cojer un pájaro playero.

El Viérnes, al despuntar la aurora, se notaron indicios favorables en direccion del O. Un alcatraz pasó muy cerca de los buques, y una ballena subió á retozar á la superficie. Las algas y los fucus con fruto se estendian con abundancia tal, que la mar parecía un prado, y la proa de las carabelas esperimentaba al romperlas la resistencia natural á su espesura. Habian llegado ya á aquellos sitios, conocidos despues con el nombre de mar de Yerbas, y que ocupan una estension siete veces mayor que la de la Francia[8] Su aspecto, que en un principio recreaba los ojos, y halagaba las esperanzas de los tripulantes, porque parecía prometerles la tierra, se convirtió ahora por su magnitud en un motivo de alarma, pues creían encontrarse en los eternos pantanos del Océano, que según ellos servían de límites al mundo, y de sepulcro á los temerarios, que se les acercaban. Estas familias de plantas, reunidas en un número casi fabuloso, ofrecían el aspecto de un marjal inconmensurable, puesto por el hacedor á guisa de vallado en las fronteras del Océano, para vedar su acceso á los mortales; y su vigorosa y monótona vejetacion, que desde los abismos se levantaba á la superficie como una amenaza, y tal vez como un aviso del cielo, ponia pálido el rostro de los mas valientes. Porque, pensaban ellos, á medida que se espesaran las yerbas acuáticas, irían quedando mas y mas presas las naves, haciéndose imposible la vuelta; y si no sobrevenía el que fuesen pasto de los monstruos emboscados allí, era seguro que durante la lucha de las proas con el follaje, se acabarían las provisiones, y vendría el hambre con todos sus horrores y atroces consejos en castigo de una temeridad maldita. La imajinacion de los marineros abundaba en pavorosos pensamientos, consecuencia lójica de las pláticas que tenian en sus veladas de invierno, ya acerca de las rejiones inhabitables del mundo al mediodia; ya sobre el jigante submarino del Norte, Craken, espantoso pólipo que mientras ajitaba un brazo en el mar Blanco, revolvia con el otro el Océano Jermánico; ya de las insaciables sirenas, de los frailes del mar, de los crueles obispos, y del sin número de monstruos grandes y pequeños que arrastraban á los bajeles en los torbellinos. Entre los oficiales, los de mas firmeza, sin ponderar los peligros verdaderos, temian que las quillas chocaran contra los arrecifes, que tal vez cubria la verdura, y zozobrar sin poder cojer tierra, en sitios donde seria imposible salvarse en canoas, porque los remos quedarian enredados en sus largas y rizadas yerbas.

Otro motivo no menos constante de inquietud traia cabizbaja á la jente. Consistia en que, cuanto mas se avanzaba, el viento, de una estrema suavidad, parecia impelirlos de continuo al O. Nunca en los mares conocidos se habia observado tal constancia, y de aquí deducian, que esto tan favorable para llevarlos á las inciertas tierras de occidente, formaria un obstáculo insuperable para volver, y que para siempre quedarían privados de tornar á su patria.

El 22 de Setiembre, se puso el timón al ONO. y se anduvieron sobre treinta leguas: las yerbas lejos de aumentar comenzaron á desaparecer, á medida que avanzaba la flotilla: se vieron paviotas y otras aves; mas la tripulación, cuyo pavor iba trocándose en desesperacion, ni siquiera hizo alto en ellas. La fijeza del viento entraba por mucho en su zozobra, y á duras penas procuraba tranquilizarla Colon con esplicaciones cosmográficas, pues ya no le daba oidos, habiendo cesado de creerlo, y no atendía ni á sus promesas, ni á sus amenazas. El respeto á su autoridad y la sumision al nombre sagrado de los reyes [9] se habia perdido, y no le quedaba en lo humano ningún recurso de ser obedecido, y poder continuar en su empresa. Invocó pues, a aquél que siempre le había asistido, y acto continuo se levantó una brisa contraria, como para desmentir los siniestros temores. Al referir el comandante la oportunidad con que llegara este socorro, escribió sencillamente en su Diario lo que sigue: "El viento contrario fué de gran provecho para mí; porque las jentes estaban en gran fermentación, imajinando que en estos mares no soplaban para tornar a España." [10] Siendo como era tan inminente la insurrección, consideró agradecido el suceso, como un señalado beneficio del cielo.

Pero la tranquilidad de los ánimos no podia durar largo espacio, y ya al otro dia habian vuelto á caer en su infundado temor. Era un Domingo; las algas, las ovas y los racimos tropicales reaparecieron en número considerable, la llanura que se estendia á su vista, estaba cubierta de yerbas y reposada, y el viento los impulsaba en dirección de O. La tranquilidad de las olas vino á hacerse sospechosa á su vez, acrecieron las murmuraciones, y los descontentos decian, que se hallaban en aquellos sitios en que el aire y el mar pierden su movimiento, porque se alejan de lo habitado por los hombres. La perdición era inevitable, y no se hablaba mas que de los monstruos, que se asian á la quilla de los barcos, reteniéndolos hasta que sus tripulantes han sido pasto suyo. Imposible fuera tranquilizar aquellas cabezas, estraviadas con los fantasmas que ellas mismas se creaban, cuando en medio de esta perplejidad, de repente, y sin que el viento se hiciera sentir, engruesó la mar de tal manera, que "todos quedaron atónitos." Entónces Colon, dando gracias á su divino señor, apuntó en su libro estas palabras: "Así que muy necesario me fué la mar alta, que no pareció, salvo el tiempo de los judios, cuando salieron de Ejypto contra Moysen, que los sacaba de captiverio."[11]

El 24, se continuó el rumbo al O. Un pájaro vino á posarse en las vergas, y se vieron muchas paviotas.

El 25, se mantuvo la caña en la misma direccion, soplando una brisa leve.

Aquel dia estuvo la Pinta tan cerca de la Santa Maria, que el comandante habló con Martin Alonso Pinzon, acerca de un mapa que le envió el 23, se lo pidió, y Martin Alonso se lo devolvió, arrojándolo con una cuerda. En esta carta se veian figuradas por hipótesis unas islas, que segun Pinzon estaban cerca; mas Colon le respondió que arrastradas por las corrientes al NE. no habian hecho las carabelas tanto camino como suponian los pilotos. La conversación de entrambos jefes y las contestaciones del superior, dadas en alta voz, tal vez tendrian por objeto tranquilizar los marineros, que no cesaban de lamentarse un momento de lo largo del viaje.

Al ponerse el Sol, Martin Alonso corrió á la popa de su carabela, y se puso á vocear con toda su fuerza: "Tierra! tierra! Señor, yo soy el primero que la ha visto; dad fé de mi derecho á la renta." Comenzaron en seguida los suyos á dar gritos de alegria, y los de la Niña treparon por la jarcia, asegurando tambien que lo que se divisaba era la tierra. Al ruido de tantas y tales esclamaciones el comandante, conmovido cayó de rodillas;[12] porque en su reconocimiento, mas grande que su curiosidad, antes de dar fé del descubrimiento que le parecia inevitable, quiso dar gracias á Dios, y enternecido entonó el Gloria in Excelsis Deo. A juzgar por las apariencias debió creer que en efecto fuera la tierra, confusamente señalada á una distancia de veinticinco leguas; pero vino el otro dia para disipar la ilusion, presentándose limpio, sin un punto el horizonte del Océano. Tanto mayor fué el abatimiento de los marineros, cuanto que la esperanza estuvo mas vivamente escitada.

El Miércoles 26, se continuó al O. hasta el medio dia, hora en que se varió al SO.; y á pesar de estar la mar llana y el viento suave, se hicieron treinta leguas.

Al dia siguiente, amainó la brisa, y se divisaron muchas doradas y un rabo de junco.

El 28, calma; la yerba reapareció en poca cantidad y se pescó gran número de doradas.

El 29, vinieron á consolar á los tripulantes varias señales: el ambiente suave y embalsamado, el agua abundando en plantas marinas, y por tres veces consecutivas tres alcatraces seguidos de una fragata.

El Domingo 30, se mantuvo en calma, y no se hicieron entre el dia y la noche mas que catorce leguas; pero iban en progresivo aumento los indicios de la proximidad de la tierra. No obstante haber cambiado algun tanto el tiempo, y venídoseles encima un chubasco, el viento permanecia siempre favorable y suave, lo cual unido á la constancia del rumbo, era insoportable á la jente, y escepto el comandante, todos, hasta sus mismos oficiales, estaban espantados de la distancia recorrida.

El primero de Octubre al amanecer, dijo el oficial de guardia con un acento de pavor, que no pudo dominar, que se habian hecho hasta aquella hora seiscientas setenta y ocho leguas al O. desde la isla de Fierro. Este guarismo dió el golpe de gracia á los marineros, y sin embargo no era exacto, pues el apunte reservado de Colon tenia setecientas siete. Y el elejido de la providencia se esforzaba en reanimar los espíritus, y estimular á los pilotos, sin ocultar su íntima satisfaccion por el concurso con que los elementos auxiliaban su empresa. Siempre propicia la brisa los impelia sobre una superficie tan tranquila y serena, que Cristóbal no pudo menos de escribir en su Diario: "La mar llana y buena siempre, á Dios muchas gracias sean dadas."[13]

Proseguia su rumbo la flotilla, y los barruntos de tierra se multiplicaban: los pilotos deseaban bordear, é ir en busca de las islas, que parecia deber estar muy próximas, pero el comandante, persuadido de su existencia, se negó terminantemente á desviarse de su camino, porque queria ir en derechura á las Indias. "Perder el tiempo en tal cosa, hubiera sido, dice él, no tener prudencia ni razon." Entónces las murmuraciones se tornaron en aborrecimiento.


VI.


Engañados tantas veces por señales, que parecian prometerles pronto la tierra, los marineros no daban ahora crédito á las falsas apariencias, é iban cayendo en el mayor desconsuelo y abatimiento. Se reunieron primero en el sollao de proa en grupos de tres ó cuatro, sin noticia de los oficiales, con el fin de aliviar sus temores comunicándoselos; pero no hicieron sino acrecentarlos. Cada dia se hacian estas reuniones mas frecuentes y numerosas; el descontento era jeneral, y ninguno se tomaba el cuidado de ocultarlo; antes al contrario, se escitaban abiertamente á la insubordinación y á la resistencia. Naturalmente como españoles, detestaban á aquel estranjero, que habia resuelto, decian ellos, esponer sus vidas con la propia, para hacerse gran señor á costa suya, y lo señalaban, para poder hablar de él hasta en su presencia, con los apodos de trufador y de bufon.[14] De esta manera es como empiezan á bordo las conspiraciones. Los marinos viejos pensaban, que la persistencia del comandante en mantener el rumbo al oriente, era un rasgo de demencia; recordaban los tristes presentimientos de sus familias, el llanto de todo Palos, la oposición que le hicieron los cosmógrafos de Salamanca, y se arrepentían de haber tenido confianza en el guardián de la Rábida, estando todos acordes en reconocer, que llevar mas lejos la navegación, seria caminar á una cierta é inevitable pérdida. Ya se habia demostrado al comandante lo imprudente de su obstinación; pero como desdeñara tan sabias representaciones, y ni las súplicas ni los ruegos hicieran mella en su diabólica tenacidad, oyendo impávido sus lamentos, y viendo su tristeza y ansiedad, sin dejar por eso de llevarlos á una muerte desastrosa, se hacia necesario buscar remedio á tantos males. ¿No tenian bastante probado su valor y su obediencia, con haber penetrado por sitios, que ninguno vió antes que ellos? ¿Debian por una servil sumisión cooperar á su propia ruina? Ya que el comandante con su terquedad no tomaba sus quejas en cuenta, y que su orgullosa presunción lo cegaba y ensordecía, estaban en el caso de proveer por sí mismos á su conservación, é imponerle la ley de la salvación común, que interpretaba de modo tan inícuo. ¿Era justo que ciento veinte hombres en su mayor parte castellanos y cristianos viejos, perecieran por el capricho de uno solo, y lo que es peor de un estranjero, de un jenoves? Habia llegado el momento de obrar, intimándole volver la proa á Europa, y en caso de negativa arrojarlo á aquellas aguas, que tanto se complacia en contemplar. Este fue el único buen consejo, el único medio de evitar un desastre, que se ocurriera á los tripulantes, sobre cuyas conciencias no pesaría tal crímen, por ser una medida salvadora, un sacrificio en aras de la necesidad. Podia echársele al mar, obrando con prudencia,[15] y decir á la vuelta, que cayó casualmente una noche, mientras observaba las estrellas, cosa que nadie se cuidaria de averiguar, pues apenas se acordarian del jenoves en la noble Castilla.

Se decidió que al anochecer se le haria saltar por la borda en un momento dado. Para esto hubo un acuerdo secreto entre las tres tripulaciones; y tenemos la prueba de que durante la navegacion se pusieron en contacto muchas veces los remeros de las tres carabelas, principalmente en los dias 25 y 28 de Setiembre.

La conspiracion, prontamente urdida bajo el patrocinio de la ignorancia y el miedo, se comunicó como una chispa eléctríca de la popa á la proa, teniendo á todos por cómplices, y á ninguno por jefe. Los pilotos decian por lo bajo lo que gritaban los contramaestres y grumetes.

Los capitanes de la Pinta y de la Niña, no ignoraban lo que se tramaba contra el almirante; pero por una parte, mas instruidos y avezados al mar que los demas, no participaban de la mayor parte de sus temores, y por otra, se consideraban de hecho los dueños de la situacion; porque salvo algunos oficiales de la Santa Maria, la jente de las tres naves les pertenecia, y era de su tierra. Absteniéndose de manifestaciones personales, sin animarlos abiertamente, dejaban en completa libertad á los del castillo de proa, para hacer los comentarios que quisieran. Mas de una vez, en sus relaciones con Cristóbal Colon, los Pinzones, el mayor sobre todo, por su altanería y grosero proceder le habian hecho comprender amargamente su aislamiento y lo falso de su posicion.

El Viérnes 5 de Octubre, estaba la mar bella, el aire suave, buena la brisa, y cada vez mas evidentes las señales de la proximidad de la tierra. Colon en su acendrado reconocimiento, daba por ello de nuevo gracias al señor.[16] Gran número de pájaros se ajitaban en el aire, y multitud de peces voladores pasaron tan cerca de los buques, que cayeron muchos sobre la cubierta de la Santa Maria. Continuaba siendo fácil la navegacion, y la Niña, como mas velera, precedia en su marcha á las otras dos carabelas.

El Domingo 7 de Octubre al romper el alba, partió un cañonazo de uno de sus costados, é izó en el palo trinquete una bandera; mas se puso el Sol sin que nada se hubiera descubierto. Sin embargo, multitud de pájaros se dirijian del N. al SE. y como Colon sabia que los portugueses, siguiendo su vuelo, descubrieron muchas islas, decidió cambiar de rumbo y tomar al OSO. entrada la noche.

Al otro dia, prosiguieron con escelente brisa: el tiempo estaba como en Abril en Sevilla, y llegaba á las carabelas un olor balsámico [17]

Al siguiente, cambió el viento un poco, y fué preciso dar muchas viradas. Durante la noche se oyeron pasar multitud de aves.

El Miércoles 10, iba la flotilla haciendo diez millas por hora; y se anduvieron cincuenta y nueve leguas en aquella singladura. Rapidez fué esta, que alarmó en gran manera las tripulaciones, que no viendo el término de su navegacion; á pesar de la constancia de los vientos propicios, dijeron redondamente y en alta voz, que los conducian á su perdición, negándose á ir mas lejos, y pronunciándose en completa rebeldia. Vióse entonces Colon en el mas grave peligro que haya podido correr jamas un almirante. Muchos escritores han repetido que en aquella hora, amenazado por los suyos, se vió en la necesidad de prometerles, que si en tres dias no se descubria la tierra desandarian el camino, y debemos afirmar que tales aserciones carecen de fundamento.

El demasiado modesto laconismo de Colon en todo cuanto concierne á su persona y á la superioridad de sus aspiraciones, su olvido de las ofensas, y su compasion por las debilidades humanas han sido causa de que omitiera los detalles de esta revuelta, hasta tal punto, que el grande hombre, á quien su exactitud llevó al estremo de escribir en su Diario los mas insignificantes acaecimientos de á bordo, tales como el de una gaviota herida de una pedrada por un mozo, en las vergas de la Santa Maria,[18] ni se dignó mencionar las amenazas, el furor, los aceros levantados sobre su cabeza, contentándose con indicar lijera y como incidentalmente las intimaciones de los rebeldes, de tal manera, que solo por ellos mismos se conoce la conjuracion.

Que atentáran contra la vida y la autoridad de Colon no ofrece duda; pero que él, capitulando con su jente, la suplicara navegar tres dias mas, parece increible, y absurdo á el que ha estudiado el carácter de Colon. Ademas no existe una prueba de esa pretendida transaccion, y ni el hijo de Colon, ni Las Casas, ni Pedro Mártir, ni el cura de los Palacios, ni Ramusio, ni ninguno de los historiadores contemporáneos lo menciona. Solamente Oviedo habla de la seguridad dada por Colon, de que antes de tres dias habria descubierto la tierra; mas no presenta este suceso con el colorido de una capitulacion, á pesar de haberse hecho frecuentemente eco de sus detractores, porque, conociendo su firmeza, y convencido de las maravillas operadas por la providencia en favor suyo, es el primero en dudar de sus propias palabras, como lo indican con bastante claridad.[19]

No hubo ni pudo haber habido transaccion alguna entre Cristóbal Colon y los revoltosos, ni mas ni menos que entre el espíritu de Dios y el de los hombres. Pero como la rebelion fué todo lo mas agresiva y violenta posible, dice el mismo Oviedo: "Los tres capitanes y todos los marineros, como estuvieran acordes en lo de volverse, conspiraron de nuevo para tirarlo al agua, fundándose en que los habia engañado." Estas solas palabras, implicando la complicidad de los tres Pinzones, demuestran que el motin no fué hijo de un impulso espontáneo y casual. Hé aquí como sucedieron las cosas.

Martin Alonso Pinzon, sostenido hasta entónces por el recuerdo de su viaje á Roma, y la grande estimacion en que tenia el saber de Colon, se contajió del espanto, cedió en su confianza y dejó de combatir los consejos del miedo, uniéndose á los descontentos con sus dos hermanos. Así que hubo anochecido, en el momento en que segun las órdenes del comandante debian las carabelas marchar juntas,[20] la Pinta y la Niña abordaron á la Santa Maria por babor y estribor, y auxiliados por la tripulacion rebelde los Pinzones, seguidos de su jente, y todos armados, saltaron sobre la cubierta de la capitana, donde, furiosos y espada en mano, requirieron á el comandante virase en redondo. Sus mismos marineros, sus pilotos, los oficiales de la corona y hasta el sobrino de su mujer se unieron á los conjurados, dejándole solo contra todos. Sus argumentos, sus persuasiones, todo se habia apurado ya precedentemente, y no le quedaba en este aprieto ni el socorro de una nueva objecion, porque el miedo ni escucha ni razona. Y sin embargo, logró amansar la cólera, tranquilizar el pánico y someter á aquellas furias, á las cuales el instinto de la conservacion impulsaba al crímen; y no tan solo no cedió á sus mandatos, sino que hasta se atrevió á prohibirles las protestas y las súplicas, diciéndoles con tono de autoridad, al terminar su amonestacion: "Que por demas era quejarse, pues que él habia venido á las Indias y habia de proseguir hasta hallarlas con ayuda de nuestro señor."[21]

¿Cómo fué que esta exasperación de los espíritus, esta animosidad, acrecida por el indomable instinto de la conservacion, se disipó repentinamente á presencia de un estranjero aislado y maldecido, cuyas órdenes no se obedecian, á cuyo grado y autoridad no se respetaba, y que invocaba en vano el nombre de los reyes? Hé aquí lo que ningun marino, lo que ningun filósofo, ni ningun hombre, aun el mismo Colon, podrian esplicar humanamente. Así es que, él no atribuyó este triunfo sobre los revoltosos, á quienes obligó á doblar la frente, sino á quien debia atribuirlo, pues reconoció que, cuando "sus marineros y toda su jente estaba resuelta de comun acuerdo á volverse, y se revolucionaba contra él, olvidándose de su deber hasta amenazarle, el eterno padre le dió fuerzas y valor contra todos."[22]

Esta tempestad, desencadenada con las sombras de la noche, se disipó antes que ella.

VII.


Desde el alba el auxilio divino, que habia sostenido á Colon contra los criminales intentos enjendrados por el miedo, manifestó su presencia. A pesar de lo sereno de la atmósfera y de lo suave de la brisa embalsamada, se ajitó el mar, y las anchas olas impelieron las carabelas con fuerzas no esperimentadas hasta entónces. Viéronse paviotas en gran número; pasó rozando una caña verde por los costados de la Santa Maria, poco despues los marineros de la Pinta vieron también algunas cañas y un palo, y luego otro, trabajado al parecer con hierro, una mazorca de yerba terrestre y una tablita. Tambien tuvo la Niña su hallazgo, que consistió en la rama de un árbol, cargada de frutas pequeñas y coloradas. Estas señales alimentaron la esperanza de los marinos por todo el dia, durante el cual fué la marcha escelente, pues se apuntaron veintisiete leguas.

Cuando el Sol se apagó en la mar solitaria, el círculo entero del horizonte ofrecia á la vista su pura línea azul, y ningun vapor permitia sospechar siquiera la vecindad de la tierra; pero de repente, como por inspiración súbita, hizo Colon tomar el primer rumbo, mandando al timonel poner la caña al O.

Luego, despues que las carabelas se acercaron y hubieron los marineros, segun la costumbre establecida á bordo, cantado la Salve Regina, reuniéndolos á todos, les dirijió una tierna alocucion, en la cual les recordó los favores con que el señor los habia colmado durante el viaje,[23] dándoles sin interrupcion tiempos bonancibles, y trayéndolos de esta suerte á latitudes tan temidas como las de mar Tenebrosa, en que jamas habia penetrado ninguna vela. Se esforzó en elevar sus corazones al reconocimiento hácia el soberano autor de tantos beneficios, y les anunció en seguida, que tocaban al término de sus inquietudes y esperanzas, diciéndoles que la tierra estaba cerca, aun cuando sus ojos no la vieran, y que aquella misma noche llegarian á la conclusion de su viaje. Dispuso que la pasaran en vela y en oracion,[24] porque sin duda antes de amanecer divisarian alguna isla; y mandó á los pilotos de servicio hicieran acortar velas despues de las doce, prometiendo ademas de la prima ofrecida por la reyna, un jubon de terciopelo[25] al que primero señalara la tierra.

Hecho esto, se retiró á su cámara ¿Qué pasaria entónces allí? Viéndose tan cerca de la realizacion de sus deseos, ¡cuán grande no debió ser el fervor de su plegária! ¡Con cúanta ternura no daria gracias á su divina majestad por su constante proteccion!

A eso de las diez,[26] subió Colon á la cubierta, y no bien hubo llegado, divisó á lo lejos una luz; pero al traves de la densa oscuridad no quiso afirmar por sí que fuera de tierra, y llamó á un oficial de la servidumbre del rey, Pedro Gutierrez, diciéndole mirase á su vez. Gutierrez reconoció que así era en efecto, y el comandante hizo venir entonces al comisario de marina Rodrigo Sanchez de Segovia; pero mientras llegó, desapareció en las tinieblas; despues de un intérvalo tornó á brillar una ó dos veces, y era como la llama de un hachon, que subia y bajaba alternativamente, cuyo movimiento, sin importancia para el resto de los marineros, dió á conocer á Colon con exactitud la vecindad de la tierra.

Navegaba la escuadrilla perfectamente: á las doce, segun las órdenes del comandante, se acortaron las velas, y aunque parecia iban con lentitud, una fuerte corriente los impelia hacia el O, y la Pinta, como buena andadora se habia adelantado mucho á sus compañeras. A bordo de cada buque la espera y la ansiedad eran unánimes, estremadas é indescribibles, pues sus tripulantes, electrizados con la solemne afirmacion de su jefe, y sin dudar ya de sus palabras, no quisieron entregarse al sueño. Devoraban el espacio, buscando penetrar con su ávida mirada por las inciertas sombras, cuando de repente reluce un fogonazo, y un estampido resuena á lo lejos: ¡Tierra! ¡Tierra! gritan con voz estridente los marineros, y el eco de tan májica palabra se repite una y otra vez por aquellas soledades, hasta perderse confundido con el dulce murmullo de las olas. Juan Rodriguez Bermejo, de la Pinta la habia visto. Señalaba el reloj de la Santa Maria las dos de la madrugada, cuando Cristóbal al escuchar la detonacion, cayó de rodillas, y levantando al cielo las manos entonó lloroso el Te Deum laudamus, respondiendo en coro la regocijada jente á los acentos conmovidos de su caudillo. Solo despues de cumplir con el deber relijioso se dió curso á la alegria, que rebosaba en los pechos.

Por órden de Colon se amainaron las velas, no dejando mas que la de trinquete, y se pusieron al pairo, para esperar el dia. La prudencia del comandante, que nada olvidaba, hizo poner la flotilla en estado de defensa porque se ignoraba lo que el Sol alumbraria. Se limpiaban las armas, se sacaban los uniformes de gala; los amigos y parientes se felicitaban, y la tripulacion en masa de la capitana se presentó á Colon para tributarle sus respetos y rendir homenaje á su injénio.

  1. * El prólogo, con que Colon dá principio á su Diario, y de que acaba de hacer mencion el autor, dice así: ”In nomine D. N. Jesu-Christi. Porque, cristianisimos, y muy altos, y muy excelentes, y muy
  2. Diario de Colon, Domingo 16 de Setiembre.
  3. Washington Irving. Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colon, lib. III. cap. III.
  4. ”Partí en el nombre de la santísima Trinidad y volví prontamente con la prueba en las manos de cuanto habia anunciado.” Cristóbal Colon. Prólogo de la relacion del tercer viaje dirijida á los reyes.
  5. ”La cual razon me descansa y hace que yo non tema peligros, etc.” Carta del almirante á su santidad. Febrero de 1502. Docum. diplom. núm. CXLV.
  6. Lúnes 17 de Setiembre.
  7. Miércoles 19 de Setiembre.
  8. A. de Humboldt. Cósmos, i. II. páj. 346.
  9. "Perdido el respeto á su autoridad, y aun desacatado el sagrado nombre del rey etc." Muñoz. Historia del nuevo mundo, lib. III. § IV.
  10. Sábado 22 de Setiembre.
  11. Domingo 23 de Setiembre.
  12. Las Casas. Diario de Colon, Mártes 25 Setiembre 1492.
  13. Mártes 2 de Octubre.
  14. "Dandogli del Genovese, truffatore e beffatore e che non sapeva dov'egli volesse arrivare." Girolamo Benzoni. La historia del mondo nuovo, lib. I. fogl. 14.
  15. "Potrebbono accortamente gittarlo in mare, e publicar poi, che volendo egli riguardar le stelle e i segni vi era caduto inavvertimente." Fernando Colon. Historia del almirante, cap. XIX.
  16. Viernes 5 de Octubre.
  17. "Gracias á Dios, dice el almirante: los aires muy dulces como en Abril hace en Sevilla, ques placer estar á elles, tan olorosos son." Lúnes 8 de Octubre.
  18. Diario de Colon. Juéves 4 de Octubre de 1492.
  19. Elejimos para este pasaje la cándida traduccion de Juan Pouleur de cámara de Francisco I. "Et il pourrait bien être que Colomb, voyant tous ceux qui allaien avec lui délibérés de s'en retourner, aurait dit que si dans trois jours ils ne voyaient pas la terre, ils s'en retournassent, s'assurant que Dieu la lui montrerait dans le terme qu'il leur donnait." Oviedo y Valdes. Histoire naturelle et générale des Indes, libro II. cap. V. fól. 14.
  20. Las Casas. Diario de Colon, 7 de Octubre de 1492.
  21. Miércoles 10 de Octubre.
  22. "Los cuales todos á una voz estaban determinados de se volver, y alzarse, haciendo contra él protestaciones, y el eterno Dios le dió esfuerzo y valor contra todos." Juéves 14 de Febrero.
  23. "Egli parlo a tutti in generale, raccontando le gratie che Nostro Signore haveva lor fatte." Fernando Colon. Historia del almirante, cap. XXI.
  24. Herrera. Historia jeneral. &c., decada I. lib. I. cap. XII.
  25. Las Casas dice un jubon de seda y Fernando Colon un jubon de terciopelo. Adoptamos de preferencia lo segundo como mas natural y verosímil.
  26. "Due hore avanti mezza notte." Fernando Colon. Historia del almirante, cap. XXI.