Historia XVIII:Los grandes escritores franceses
Voltaire ha apellidado al siglo XVII Siglo de Luis XIV. Creía que este rey había producido los grandes genios de la literatura francesa alentándolos. En realidad, tres de los más grandes
escritores franceses aparecieron antes de su reinado, y los otros estaban ya formados antes de que Luis XIV comenzara a regir el Estado, y trabajaron libremente sin tener en cuenta los gustos del rey.
Corneille (1606-1684), hijo de un magistrado de Rouen, se dedicó desde muy joven a escribir obras que se representaban en París, pero siguió viviendo en Rouen hasta 1662. Había escrito todas sus obras principales entre 1635 y 1645. Siguió siendo siempre buen burgués, tímido, incapaz de hablar y ni siquiera de leer bien sus propias obras. Pero cuando escribía, le arrebataba su genio y sabía encontrar escenas sublimes. Después de algunas comedias muy
complicadas, hizo representar El Cid, que llamaba tragi-comedia. El Cid tuvo un éxito sin precedente (1635). Era, no obstante, obra que se apartaba de las reglas, en ella se representaban tantas cosas que era imposible hacer que transcurriesen en veinticuatro horas.
Richelieu, envidioso de Corneille, obligó a la Academia a escribir una crítica de El Cid. Corneille discutió esta crítica, pero la tuvo en cuenta. Desde entonces intentó aplicar la regla de las tres unidades. Tomó sobre todo sus asuntos de la Historia romana, porque encontraba en los romanos un «aire de grandeza» que le agradaba. Creía representarlos de una manera exacta, en lo cual se equivocaba.
No cobró nunca más de 2.000 libras por una obra, vivió de los donativos de sus protectores, luego de una pensión de 2.000 libras que Colbert hizo le fuera dada; pero se la retiró y murió miserablemente. «Estoy harto de gloria y hambriento de dinero», decía.
Al mismo tiempo que El Cid daba el primer modelo de la tragedia francesa, aparecía la primera grande obra de Filosofía escrita en francés, el Discurso del Método, de Descartes.
Otro filósofo, que fué también uno de los escritores franceses de más fuerza, Pascal (1623-1662), hijo de un magistrado de Auvernia, era ya célebre a los diecisiete años como matemático. Se dedicó también a la Física. Luego se apasionó por la religión y abandonó la ciencia. Fué amigo de los solitarios de Port-Royal, y trabajó para escribir un tratado que demostrase la verdad de la religión católica. Pero no escribió más que fragmentos, en papeles sueltos. Sus amigos los publicaron después de la muerte de Pascal con el nombre de Pensamientos, pero alterando mucho el texto.
Cuando la Facultad de Teología condenó los escritos de Arnauld, las solitarios de Port-Royal rogaron a Pascal que escribiese para defenderlos. Pascal publicó entonces, con un nombre supuesto, la serie de cartas apellidadas las Provinciales, en que atacaba a los jesuitas (1656-1657). El libro tuvo gran éxito, y pasó por ser un modelo de prosa francesa.
Luis XIV quiso que su reinado lo hicieran ilustre grandes escritores lo mismo que grandes victorias, y tuvo a galardón proteger a aquéllos. Colbert dió pensiones a varios sabios o poetas. La mayor, de 3.000 libras anuales, era para un poeta hoy olvidado, Chapelain. Se daba una pensión de 2.000 libras «al señor Corneille», otra de 1.500 a Racine. Los grandes escritores que ilustraron el reinado de Luis XIV eran ya hombres cuando empezó a reinar; pero supieron agradecerle su protección y hablaron de él con entusiasmo.
No era todavía, en Francia, una profesión la de escritor. El público que compraba los libros era muy escaso, el autor no percibía casi nada por publicar un libro o por hacer representar una obra, y no podía vivir de su pluma. Necesitaba, o tener recursos propios, o hacer que le pensionara un gran señor. Todos los escritores fueron de la clase media acomodada.
A mediados del siglo XVII, era moda en Francia admirar las obras en verso llenas de expresiones afectadas y de galantería a la manera italiana —las odas pastoriles en que las pastores declaraban su amor a las pastoras—, las novelas interminables en que los héroes eran príncipes antiguos que morían de amor. El rey no se ocupaba todavía de literatura, los salones de París establecían la moda.
Por el año 1660, se encontraron cuatro jóvenes autores, Molière, La Fontaine, Boileau y Racine. Trabaron amistad e iniciaron la lucha contra la moda, que llamaban «el mal gusto de la época».
Molière (1622-1673) (su verdadero nombre era Poquelin), hijo de un «tapicero del rey», burgués bastante rico, había hecho sus estudios en el Colegio de los Jesuitas (Louis-le-Grand), luego había empezado a estudiar Derecho. Pero tenía afición al teatro, y a los veintiun años entró a formar parte de una compañía de comediantes que representaba por provincias. Molière anduvo cerca de quince años de un sitio a otro, y aprendió así a conocer las costumbres de las
diferentes comarcas de Francia. La compañía regresó al fin a París y representó en presencia de Luis XIV, que la tomó bajo su protección y la instaló en el Palais Royal.
En catorce años, Molière escribió 29 comedias. Representaba él mismo sus obras. Había adoptado la costumbre de la comedia italiana, en que los actores, en la escena, se dan de palos, corren unos tras de otros, hacen cabriolas. No se contentó con que sus personajes hablasen, los obligó a disputar, a darse cachetes o patadas. Presentó muchas veces en escena aldeanos, lacayos, hidalgos provincianos. Pero conocía bien asimismo a los cortesanos, que hizo aparecer en El misántropo. Trataba sobre todo de ser natural, y se burlaba de todos los géneros de afectación, de las mujeres pedantes, de los burgueses vanidosos.
La Fontaine (1621-1695), nacido en Château-Thierry, hijo de un funcionario de Montes, después de haber hecho sus estudios de Derecho, había vuelto a su país y vivía sin trabajar en nada. Era un muchachote robusto, al que gustaba divertirse y andar por el campo, y ya hacía versos. Fué a París, donde trabó conocimiento con Molière. Empezó entonces a escribir sus Fábulas, cuya primera colección apareció en 1668. Creía imitar solamente las fábulas de los antiguos; pero había representado, con figuras de animales, las costumbres y los defectos de los hombres de una manera tan viva, que sus fábulas han llegado a ser una de las obras maestras de la
literatura francesa.
Boileau (1636-1711), nacido en París, hijo de un escribano del Parlamento, habíase dedicado a estudiar Derecho y había tomado el título de abogado. Pero la profesión le aburría, y como al morir su padre le hubiera dejado con que subsistir, se dedicó a la literatura, empezando por publicar sátiras contra los abogados y los procuradores. Gran admirador de Horacio, escribió, como él, Sátiras, Epístolas y un Arte poética. Luis XIV le recibió en la Corte, y más tarde le nombró historiógrafo.
El más joven de los cuatro amigos, Juan Racine (1639- 1699), nacido en Champagne, habíase educado con los solitarios de Port-Royal para seguir la carrera eclesiástica, y en Port-Royal se
aficionó a los estudios griegos. Pero amaba el teatro y se dedicó a escribir tragedias. En menos de diez años produjo la mayor parte de sus obras maestras, desde Andrómaca (1667), que tuvo gran éxito, hasta Fedra (1677), que fué al principio mal recibida por el público. Racine, irritado, renunció al teatro, y pasó el resto de su vida escribiendo obras piadosas. Pero dos de sus escritos fueron todavía tragedias, Ester y Atalia (1689-1691), que hizo para el colegio de señoritas de Saint-Cyr, que Luis XIV patrocinaba.
Los cuatro amigos, sostenidos por el rey, consiguieron cambiar el gusto del público. Sus obras, admiradas en la Corte, fueron muy pronto consideradas en todas partes como modelos. Se convino en que los autores debían conformarse a las reglas formuladas por Boileau en su Arte poética. Es lo que se ha llamado gusto clásico.
No había habido lugar en Francia, hasta entonces, para la elocuencia, porque no había asamblea pública en que libremente se pudiera hablar a una multitud. Pero las damas y los señores se habían aficionado a los sermones. Los elegantes iban a oír a los predicadores durante la Cuaresma y la Pascua, y hacían que sus lacayos ocuparan con anticipación los sitios. Se había tomado también la costumbre de pronunciar, en el entierro de los grandes personajes, una «oración fúnebre».
Fué la época de los grandes predicadores franceses: Fléchier (1632-1710), conocido por sus oraciones fúnebres; Mascaron, oratoriano que llegó a ser obispo; Bourdaloue, jesuita.
El más célebre de todos, Bossuet (1627-1704), era hijo de un magistrado de Dijon. Llegado a París en 1659, predicó sermones en presencia de la Corte y agradó al rey, que le nombró preceptor de su hijo (1670), más tarde obispo. Escribió para su discípulo tratados de Historia y de Filosofía. Pero hicieron ilustre a Bossuet sus Sermones y sus Oraciones fúnebres.