Historia XVI:Situación material de Francia en tiempo de Luis XIV

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Capítulo 16 – La sociedad en el siglo XVII
Situación material de Francia en tiempo de Luis XIV

de Charles Seignobos


Francia, empobrecida por las guerras de Richelieu y de Mazarino, había empezado a rehacerse bajo la administración de Colbert. Los ingresos de las contribuciones indirectas aumentaban, lo cual prueba que los habitantes consumían más. Esta prosperidad no duró mucho. Ya en 1678, en la paz de Nimega, el embajador de Venecia escribía: «París es una ciudad rica, pero no hay que representarse a Francia según París. Los provincianos están muy empobrecidos por los impuestos y el paso de las tropas».

Cuando Colbert, para proporcionarse dinero, estableció tributos del timbre y de tabacos, el pueblo de Burdeos se amotinó y mató a dos funcionarios, Casi toda Bretaña se sublevó. En Rennes, el pueblo saqueó los despachos establecidos para la venta del timbre y el tabaco, gritando: «¡Viva el rey sin edicto!». Campesinos se reunieron en bandas, degollaron a los empleados del tabaco, se apoderaron de un castillo y le demolieron. Se enviaron soldados al país insurrecto, y allí permanecieron algún tiempo, alojándose en las casas de los habitantes, divirtiéndose en robarles, a veces en darles muerte. Muchos campesinos fueron enrodados o ahorcados. El gobernador mandó demoler todo un arrabal de Rennes y prohibió recoger a los moradores, muchos de los cuales perecieron de hambre.

Luis XIV gastaba sumas enormes para sus edificaciones de Versalles. Á partir de 1688, sostenía contra Europa entera una guerra que exigía gastos cada vez más cuantiosos. Los protestantes perseguidos huían de Francia, y como muchos eran fabricantes y artesanos, las industrias, sobre todo las pañeras del Mediodía de Francia, quedaron arruinadas con su partida.

El déficit aumentó muy rápidamente, y fué tan grande como los ingresos. Cada año se gastaban 200 millones de libras y no ingresaban más que 100. El Gobierno se dió cuenta de que el país se empobrecía, y encargó a los intendentes que hicieran informaciones para averiguar la causa. Una Memoria de 1687 manifiesta que «casi en todas partes el número de familias ha disminuido considerablemente... Se han ido a pedir limosna y han perecido en los hospitales o en otras partes. Ya no se ven casi en las poblaciones pequeñas y en el campo diversiones. En Laval, donde había cinco juegos de pelota, no queda más que uno, que no produce casi nada. Los propietarios no tienen dinero, no dan en dote a sus hijos más que tierras cuyo valor ha bajado mucho. Hay muchos menos alumnos en los colegios, porque las gentes no tienen medio de pagar la escuela a sus hijos. Hay muchas menos gentes que trabajen en las manufacturas».

Durante la guerra, como no hubiera habido cosecha, se padeció hambre. En el mismo París faltó pan, y el Gobierno mandó hacer distribuciones al pueblo. La multitud se peleaba para coger los panes, y hubieron de custodiar éstos las tropas.

Al final de la guerra, los intendentes hicieron una información en todas las provincias. En todas partes se observó que la población había disminuido y se había hecho más pobre. Se daban como razones los impuestos, el alojamiento de las gentes de guerra y la emigración de los protestantes. —En la comarca de Rouen, en 1698, «de 700.000 habitantes no se cuentan 60.000 que tengan siempre pan que comer y que duerman en otra cosa que en paja». —En la de Caen, la población ha disminuido en una mitad. —En el centro de Francia, en el territorio de Moulins, los aldeanos no tienen para comer más que castañas y habas, «negras y de la peor vista».

Con la guerra de Sucesión de España, el déficit se hizo mucho mayor, aumentando en siete años 1.300 millones de libras. El pueblo no podía pagar los impuestos, no había quien prestase dinero.

Vauban, sorprendido por la pobreza de los campos, escribió entonces su famosa obra El diezmo real. Decía: «Los caminos reales, las calles, los puertos están llenos de mendigos que el hambre hace salir de sus casas... Cerca de la décima parte del pueblo está reducida a la mendicidad y pide limosna. De las otras nueve partes, hay cinco que no pueden socorrer a nadie. De las cuatro restantes, tres están arruinadas por las deudas y los pleitos y la última décima, que comprende toda la nobleza, los altos funcionarios, los comerciantes ricos y los rentistas, no llega a contar 100.000 familias. La causa de esta miseria es la manera como se recauda el impuesto, porque el que podría dedicarse un poco a la industria prefiere estar sin hacer nada, y el campesino, que podría tener algunas vacas o carneros de más, está obligado a privarse de ello, porque si recolectase algo más pagaría mayor tributo».

El invierno de 1709, que fué uno de los más fríos del siglo, acabó de determinar el desastre: todos los ríos se helaron, los árboles frutales, las vides, los olivos, perecieron; las siembras se helaron en el suelo; no hubo en absoluto cosecha. Muchas gentes murieron de hambre durante aquel invierno.

Cuando terminó, no hubo que comer. Mendigos en tropel fueron a Versalles y sacudieron las rejas del Palacio Real gritando: «¡Pan!» Los mismos criados del rey, que hacía dos años no cobraban su sueldo, pedían limosna.

Fenelón escribía en 1710 desde Cambrai, de donde era arzobispo: «El pan falta frecuentemente a los soldados, es casi todo de avena y mal cocido. El ejército apenas puede maniobrar, porque no tiene pan sino para un día. Los aldeanos que han perdido su trigo de primavera, carecen de todo recurso». Añadía: «Los enemigos dicen que el Gobierno de España, tan despreciado, no ha caído nunca tan bajo como el nuestro». Francia, al final del reinado de Luis XIV, estaba arruinada, como España al terminar el reinado de Felipe II.

Luis XIV vió morir sucesivamente a todos los miembros de su familia. No le quedaba más que un biznieto de cinco años, que fué Luis XV. Antes de morir le mandó llamar y le dijo: «He amado con exceso la guerra y las construcciones. No me imitéis, tratad de sostener siempre la paz con vuestros vecinos».

Murió a los setenta y siete años (1715). El pueblo recibió con alegría la noticia de su muerte. En el camino que siguió el cortejo para llevar su cadáver de Versalles a Saint-Denis, las gentes, sentadas a las mesas en las tabernas, se regocijaban de ver el fin del reinado.