Historia VIII:La Saint-Barthélemy

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Capítulo 8 – Luchas interiores en Francia
La Saint-Barthélemy

de Charles Seignobos


Carlos IX, ya de edad suficiente para querer gobernar por sí mismo, era un joven brutal y arrebatado. Tenía la cabeza algo extraviada, un tic nervioso le torcía un lado del rostro. Padecía ataques de tristeza sombría, y para distraerse, se fatigaba forjando armas o corriendo a caballo pro las espesuras. Había sido violento enemigo de los calvinistas; pero detestaba al rey de España y llegó a tener envidia de su hermano Enrique, cuyas victorias se alababan. Los súbditos del rey de España en los Países Bajos acababan de sublevarse (véase Capítulo VI) y pedían auxilio al de Francia. Carlos pensó entonces ponerse de acuerdo con los protestantes de Alemania y de Francia para conquistar Bélgica.

Coligny fué a París, Carlos le recibió con agasajo, le besó, le llamó "Padre mío", le devolvió los cargos que le habían sido quitados, y le consultó acerca de los asuntos públicos. Coligny aconsejó a Carlos hacer la guerra al rey de España.

Habiendo muerto repentinamente la reina de Navarra, su hijo Enrique, ya rey de Navarra, resultó ser el personaje principal del partido calvinista. Para hacer patente su reconciliación con los protestantes, Carlos IX le casó con su hermana Margarita. Se hicieron grandes fiestas en París con ocasión de la boda. 2.000 caballeros calvinistas fueron a la capital para presenciarlas. La mayor parte de ellos se alojaron alrededor del Louvre, donde el rey había dado albergue a Coligny, o en el arrabal Saint-Germain. Los habitantes de París eran todos católicos desde que se había exterminado a los protestantes, y vieron con cólera que los herejes eran bien recibidos en la Corte.

Catalina, su hijo el duque de Anjou y el duque de Guisa no querían permitir que Coligny se apoderase del gobierno, y se pusieron de acuerdo para desembarazarse de él. Un aventurero que estaba al servicio del duque de Guisa, Maurevel, fué escondido detrás de una ventana con un arcabuz cargado. Esperó dos días a que Coligny pasase, y disparó contra él. Pero solamente le rompió un brazo. Avisado Carlos IX, llegó furioso a casa de Coligny y juró "vengarle de manera tan horrible que jamás se perdería el recuerdo".

Por la noche, el rey, Catalina, el duque de Anjou y algunos de sus amigos se reunieron secretamente en consejo. Se dijo a Carlos IX que los calvinistas iban a vengarse tomando las armas y que el único medio de inutilizarlos era degollar a todos los hugonotes. Carlos, cambiando de sentir repentinamente, accedió.

Inmediatamente se dieron órdenes. A las dos de la mañana, el 24 de agosto, día de San Bartolomé, se tocó a rebato en la iglesia de Saint-Germain-l'Auxerrois, la más próxima al Louvre. A esta señal empezó el degüello de todos los protestantes que había en París.

Una tropa al servicio del duque de Guisa fué a la casa de Coligny y violentó la puerta. Un alemán, Behm, que tenía en la mano un chuzo, gritó: "¿No eres tú el almirante?" Coligny respondió tranquilamente: "Soy yo, joven, deberíais respetar mis años y mis pocas fuerzas". Behm lanzó un juramento y le hundió un chuzo en el vientre. Luego fué arrojado el cadáver de Coligny por la ventana y se le cortó la cabeza. Desnudo fué dejado en el suelo y los chicos se divirtieron arrastrándole por las calles.

Los calvinistas, sorprendidos de noche, no intentaron defenderse. Fueron degollados todos, hombres, mujeres y niños. Matábaseles con picas o alabardas. Se disparaban tiros de arcabuz a los que huían por las calles.

Enrique de Navarra y el príncipe de Condé, que estaban en el Louvre, no fueron muertos; pero sí se les llevó a presencia de Carlos IX y se les obligó a abjurar el calvinismo.

La Corte envió a varias provincias orden de matar a los hugonotes. Hízose así en Troyes, en Orleans y, en Toulouse. Pero en otras partes los gobernadores se negaron a autorizar la matanza.

Carlos IX quiso aparecer como organizador del hecho, e hizo decir que el matrimonio con su hermana había sido un lazo para atraer a los jefes calvinistas a París.

Mandó acuñar una medalla que por un lado ofrecía la imagen del rey con el lema en latín: "Valor contra los rebeldes", y en el otro la fecha (24 de agosto de 1572) y el lema: "La Piedad ha despertado a la Justicia". El rey de España y el Papa felicitaron a Carlos IX. En Roma se acuñó otra medalla que por un lado representaba al Papa Gregorio, por el otro un angel exterminando gentes y estas palabras en latín: "Matanza de los hugonotes".

Los calvinistas, amenazados de muerte, se refugiaron en alguna plazas fortificadas. El duque de Anjou fué a sitiar la principal, La Rochela. Pero el ejército real, que carecía de víveres y acampaba en una comarca pantanosa, padeció de disentería. Los sitiados rechazaron unos treinta asaltos. Después de cuatro meses de sitio, el duque de Anjou se desalentó. Acababa de saber que le habían elegido rey de Polonia y quiso terminar la guerra. Un edicto del rey reconoció a los calvinistas el derecho de celebrar su culto en las tres ciudades que ocupaban (1573).