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En tiempo de Isabel, el dinero había llegado a ser más abundante y las cosas subieron de precio. Los obreros de las ciudades y de los campos, que no vivían más que de su salario, se vieron todavía en peor situación, porque se habían hecho leyes que fijaban los salarios y prohibían a los trabajadores hacerse pagar más. Pero los propietarios de tierras y los comerciantes aprovecharon la elevación de los precios. Los burgueses ricos llegaron a ser numerosos, sobre todo en Londres. Un noble mandó levantar a sus expensas un edificio donde se reunían los mercaderes para discutir los precios de los artículos. La reina le inauguró en 1571 y le llamó Royal Exchange (corresponde a nuestra Bolsa). Londres fué una gran ciudad donde la población se amontonaba en alojamientos reducidos. Muchos obreros de los Países Bajos, huyendo de la persecución, fueron a establecerse a Inglaterra, y allí introdujeron la industria de los encajes y de las telas.

Los que más provecho obtuvieron de esta riqueza fueron los armadores que equipaban los barcos de comercio. Se asociaron para crear Compañías de comercio. La Compañía de Moscovia comenzó a ir al mar Blanco en busca de los productos de Rusia. Otra Compañía hacía el comercio en los puertos del Báltico; otra la Compañía del Levante, en los puertos del Mediterráneo. Muchos marinos se dedicaban a la pesca en las costas. Para facilitar la venta del pescado, el Gobierno mantuvo la prescripción de no comer carne en Cuaresma.

Marinos ingleses concibieron la idea de ir a las costas de África a comprar a los reyezuelos del país cautivos negros, que luego llevaban a vender como esclavos a las colonias españolas de América.

El procedimiento más rápido para enriquecerse era el corso, que consistía en ir a capturar los barcos extranjeros, sobre todo los de los españoles. Aun cuando Inglaterra no estuviera en guerra con España, los marinos ingleses no tenían escrúpulo en detener los barcos que venían de América o de las Indias, cargados de plata o de especias, para apoderarse del cargamento. Isabel dictó proclamas en que prohibía a sus súbditos atacar los barcos de una nación neutral; pero ponía dinero en las empresas de los negreros y de los corsarios, y de aquel dinero obtenía grandes beneficios.

Los españoles prohibían a todos los barcos extranjeros ir a América, y prendían a los marinos ingleses que en aquellos mares cogían, los ahorcaban como piratas o los entregaban a la Inquisición en calidad de herejes.

Algunos marinos ingleses fueron bastante atrevidos para ir a atacar las colonias españolas. El más célebre, Drake, un marino de Portsmouth, había empezado siendo corsario, luego había vendido negros en las colonias españolas. Fué a América a atacar un puerto español del istmo de Panamá. Sorprendió la morada del gobernador español y en el ella encontró gran cantidad de barras de plata llevadas de las minas del Perú. Dijo entonces a sus gentes: «Os he traído a la boca del tesoro del mundo».

Los indios llevaron a Drake a la parte media del istmo de Panamá, al pie de un árbol que dominaba toda la comarca. Trepó a la cima del árbol poniendo el pie en hendiduras hechas en el tronco, y desde arriba vió el Océano Pacífico, que ningún inglés había contemplado hasta entonces. Drake se hincó de rodillas y pidió a Dios que le concediera vida bastante para llevar un barco inglés a aquel mar, que llamó mar del Sur (1572).

Pocos años después partió con cinco barcos pequeños, el mayor de los cuales sólo tenía cien toneladas. Se dirigió al estrecho de Magallanes, que nadie había pasado desde que lo hizo el navegante de este nombre. Llegó allí, habiendo abandonado dos de sus barcos ya inutilizados. Después de haber pasado el estrecho, le cogió una tempestad que duró cincuenta y dos días, y se quedó con un solo barco. Se lanzó al Océano Pacífico, donde los españoles no le esperaban, y sorprendió sucesivamente varios puertos de esta nación. Encontró en las costas del Perú ocho llamas cargadas de plata. Al llegar al Callao, el puerto principal del Perú, supo que iba a pasar un barco cargado de plata. Le sorprendió y cogió 26 toneladas de dicho metal, 15 cajas de objetos fabricados con el mismo, 80 libras de oro, piedras preciosas, con un valor total de cerca de ocho millones. Bordeó las costas de América, esperando encontrar paso para el Atlántico por el Norte. Llegó hasta California. Se decidió al fin a volver atravesando el Pacífico, pasó por las islas de la Sonda, donde compró especias, y volvió a Inglaterra al cabo de tres años, cargado de metales preciosos y de especias (1580).

El embajador de España fué a reclamar a Isabel. Llamaba a Drake «maestro ladrón» y quería obligarle a devolver lo que había cogido. Pero Isabel, que tenía parte en los beneficios, prefirió conservar el tesoro. Fué a bordo del barco de Drake, y en el puente le nombró caballero. El navío se conservó como una reliquia y en él se celebraban fiestas.

Drake fué encargado por la reina de mandar los barcos que custodiaban el canal de la Mancha. Combatió contra la Invencible e hizo expediciones a España. Volvió a América, sorprendió la ciudad de Cartagena y la obligó a pagar más de un millón de rescate.

Los marinos ingleses aprendieron a hacer la guerra. A partir del triunfo sobre la Invencible, Inglaterra tuvo la mejor flota militar de Europa.

Capítulo VII