Historia VI:Sublevación de los Países Bajos

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Capítulo 6 – Política de Felipe II
Sublevación de los Países Bajos

de Charles Seignobos


El duque de Alba se disponía a ahorcar, a las puertas de sus casas, a los comerciantes principales de Bruselas cuando se supo el alzamiento de los Países Bajos del Norte.

Uno de los principales señores era allí un alemán, Guillermo de Nassau, que por sucesión llegó a ser Príncipe de Orange. Había sido favorito de Carlos V, el cual le había casado con una rica heredera. Se había establecido en los Países Bajos y se había hecho popular por sus maneras dulces y afables. Era gobernador de las provincias de Holanda y de Zelanda cuando llegó el duque de Alba. Tuvo la precaución de retirarse a Alemania y sus bienes fueron confiscados.

Siendo príncipe soberano, Guillermo tenía derecho a hacer la guerra en nombre propio. Algunos nobles, escapados de Bélgica, habían armado navíos y se habían hecho corsarios. Capturaban los barcos españoles e iban a venderlos a Inglaterra y a la Rochela. A veces desembarcaban en las costas, degollaban a los sacerdotes y destruían a las iglesias. Dábanse el nombre de «mendigos del mar». El príncipe de Orange nombró almirante a su jefe y compartió con ellos el botín.

Los mendigos, cuando se les perseguía, se refugiaban en los puertos de Inglaterra. Felipe se quejó. La reina de Inglaterra tuvo miedo y prohibió a sus súbditos suministrar provisiones a los mendigos. Veinte navíos, obligados a dejar Douvres, salieron para Holanda. El viento los arrojó a las bocas del Mosa y abordaron delante de la pequeña ciudad de Brielle, en la que no había guarnición española. Los burgueses partidarios del príncipe de Orange les abrieron una puerta, los mendigos entraron y saquearon las iglesias y los conventos. Luego conservaron en su poder la ciudad y la pusieron en estado de defensa. El gobernador español llegó para recuperarla. Un carpintero, provisto de un hacha, fué nadando hasta una esclusa y la rompió. El mar inundó la comarca y los españoles se vieron obligados a retirarse.

Entonces los habitantes de las provincias de la costa se sublevaron. Se declaraban en rebeldía, no contra el rey, sino solamente contra el duque de Alba que había violado los derechos de su provincia. La Asamblea de los Estados se reunió, decidió alistar un ejército para la defensa del país y reconoció al príncipe de Orange. Guillermo tomó posesión del país, como si fuera todavía gobernador en nombre de Felipe II.

Los calvinistas de las provincias que hablaban francés pidieron auxilio a los protestantes franceses. Una banda de voluntarios franceses se apoderó de la ciudad de Mons (1572) y Coligny intentó decidir a Carlos IX a conquistar los Países Bajos; pero algún tiempo después fué degollado (la noche de San Bartolomé) y los sublevados del país valón fueron vencidos.

El ejército español invadió entonces las provincias del Norte, mal defendidas por las tropas del príncipe de Orange. Las ciudades no se atrevieron en un principio a resistir y se rindieron. En Zutphen los soldados españoles pasaron a cuchillo a los habitantes, incluso a las mujeres, diciendo que no estaban obligados a mantener una promesa hecha a herejes.

Los holandeses, viendo que no ganaban nada con rendirse, empezaron a resistir. La ciudad de Harlem dió el ejemplo. En ella habían entrado soldados valones, ingleses y alemanes que obligaron a los burgueses a defenderse. El sitio duró todo el invierno y se peleó encima del hielo. Gentes que se deslizaban por el hielo con patines llevaban víveres a los sitiados. Los españoles, acampados en tiendas, padecían mucho con el frío. Perecieron, dícese, 15.000 hombres. Los soldados españoles se negaban a hacer obras de atrincheramiento; no se habían alistado más que para combatir y consideraban indigno de hidalgos remover la tierra. Por último, al cabo de siete meses, los sitiados, que no tenían ya víveres, se rindieron. El duque de Alba mandó que los ataran por parejas y que los arrojaran al mar (1573).

El sitio de Harlem había demostrado que una ciudad podía resistir. Los soldados españoles, disgustados de aquella guerra y porque no percibían su sueldo, empezaban a no querer batirse, y se negaron a ir al asalto de una ciudad.

Todos en los Países Bajos, incluso los obispos, aconsejaban al rey que llamase al duque de Alba. Felipe, cansado de tantas dificultades, le llamó y envió en su lugar a un señor castellano de carácter suave, que abolió los impuestos y el Consejo de las revueltas. Pero los sublevados no se sometieron.

El ejército español fué a sitiar Leyden. Los habitantes resistieron cuatro meses. No les quedaban víveres y se decidieron a destruir los diques que resguardaban sus tierras. El mar inundó la campiña, los «mendigos de mar», en sus barcos, fueron a atacar a los sitiadores. El ejército español, sorprendido por las aguas, perdió mucha gente y levantó el sitio de Leyden. Los insurrectos fueron dueños de todos los Países Bajos del Norte (1574).

En las provincias del Sur, el general español había muerto, y los soldados, a los que no llegaban las pagas, se sublevaron (1576). Entraron en la rica ciudad de Amberes y la saquearon; luego eligieron ellos mismos una general. Entonces el Consejo hubo de inducir a las provincias a alistar tropas para defenderse. Los representantes de todas las provincias hicieron un tratado, la Pacificación de Gante (1576), con objeto de expulsar a las tropas españolas y restaurar los antiguos derechos de las provincias. Se esperaría el restablecimiento de la paz para arreglar la cuestión religiosa. Mientras tanto, los edictos contra los herejes quedarían en suspenso. Las provincias aliadas seguían reconociendo al rey de España. No se trataba todavía más que de combatir a los soldados españoles en sublevación.

Felipe II, no teniendo ya fuerzas bastantes para exterminar a los herejes, aparentó aceptar la Pacificación. Ordenó a los soldados extranjeros salir de los Países Bajos, y envió un nuevo gobernador, el príncipe Don Juan de Austria, hijo natural de Carlos V. Don Juan quería ir a Inglaterra para libertar a la reina María Estuardo y casarse con ella, pero no accedió a ello Felipe II. Don Juan, descontento, llamó a los soldados españoles y reconquistó una parte de los Países Bajos, pero fué atacado de una enfermedad reinante entre sus tropas y murió (1578).

Las provincias que se habían unido para resistir a los españoles se desunieron con motivo de la religión. En las provincias del Norte, los calvinistas habían asumido la dirección. Guillermo de Orange se había declarado calvinista (en 1575). En las ciudades se habían nombrado predicadores protestantes y establecido el culto calvinista. Todas las provincias del Sur, por el contrario, seguían siendo católicas, excepto Amberes y Gante, donde los refugiados y parte de los habitantes eran calvinistas.

Los señores católicos no querían obedecer al príncipe de Orange. Nombraron primeramente gobernador general a un príncipe alemán católico, Matías, hermano del emperador. Luego, como los defendía mal, mandaron llamar a un príncipe francés, el duque de Anjou, hermano del rey de Francia. Los católicos, apellidados "los Malcontentos", formaron una liga separada en Arras (que entonces formaba parte de los Países Bajos) y se comprometieron a mantener la religión católica. Las provincias calvinistas del Norte, a su vez, concertaron la Unión de Utrecht, en la que entraron, una por una, todas las ciudades del Norte y, en el Sur mismo, Gante y Amberes. Estas provincias formaron una Confederación perpetua y nombraron un gobierno dirigido por el príncipe de Orange (1579).

Felipe II, para desembarazarse de Guillermo, prometió al que le matase una gran suma de dinero, la nobleza y el perdón de todos los delitos que hubiera cometido (1580). Entonces las provincias del Norte se decidieron al fin a romper toda relación con Felipe II. La Asamblea de los Estados, reunida en La Haya (1581), declaró no reconocer ya al rey de España como príncipe y señor. Las provincias de Holanda y Zelanda dieron más tarde (1583) al príncipe de Orange el título de conde y le reconocieron como soberano.