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En tanto se creaba en Alemania una Iglesia luterana independiente del Papa, un francés, Calvino, iniciaba otra reforma.

Calvino, nacido el año 1509 en Noyon (Picardía), era hijo de un empleado del tribunal del obispo. Fué colocado en un colegio de París. Quería luego estudiar Teología, y, estaba ya tonsurado, cuando su padre le obligó a ir a estudiar Derecho a la Universidad de Orleans, luego a Bourges. Allí aprendió el griego y oyó hablar de las doctrinas de Lutero. Era estudiante trabajador y piadoso, de buena conducta, apasionado por las cuestiones religiosas. Fué a la Universidad de París (1531) y comenzó a preocuparse de la manera de conseguir su salvación.

Había ya, en algunas ciudades de Francia, hombres que reclamaban una reforma y leían las Sagradas Escrituras para buscar en ellas la verdad cristiana. Varios de ellos vivían en Meaux, protegidos por el obispo Briçonnet, un erudito amigo del rey y de su hermana. Otro erudito, Lefèvre d'Etaples, había traducido al francés los Evangelios. La Facultad de Teología de parís había condenado las doctrinas de Lutero y se había hecho perecer en la hoguera a algunos luteranos.

Los partidarios de la Reforma eran sobre todo gentes de las ciudades, artesanos, libreros, algunos monjes. Los más violentos hablaban contra las imágenes, y aun un día, en París, fué mutilada una imagen de la Virgen. Francisco I, irritado, mandó prender y procesar a los herejes. Calvino huyó de París, vagó algún tiempo por el Mediodía de Francia y luego se refugió en Basilea.



Mientras tanto, fueron fijados en el palacio del rey pasquines en que la misa era tratada de idolatría. Furioso Francisco I, mandó prender a todos los luteranos y los anabaptistas de París, de los que fueron quemados más de cuarenta colgándolos sobre las llamas (1534). Calvino escribió entonces un tratado en latín, la Institución cristiana, con un prólogo dedicado a Francisco I. Decía que habría considerado el silencio como una traición, y que quería dar a conocer al rey la doctrina contra la cual se procedía a sangre y fuego.

Calvino, como Lutero, creía al hombre corrompido por el pecado e incapaz de hacer el bien. El pecador no puede salvarse sino por la gracia de Dios, y Dios concede su gracia a quien quiere. Todo hombre, aun antes de nacer, está de antemano predestinado a la salvación o a la condenación. Dios ha elegido a los que quiere salvar, "los elegidos", y a los que quiere perder, "los réprobos". Haga el hombre lo que quiera, su suerte está decidida de antemano por voluntad divina, nosotros no podemos comprenderla y debemos someternos alabando su sabiduría. Tal es la doctrina de la predestinación.

Calvino, como Lutero, condenaba las prácticas religiosas por las cuales los hombres esperan obtener su salvación, y todos los usos que no le parecían establecidos por la Sagrada Escritura, el poder del Papa y de los obispos, el ayuno, el Purgatorio, los santos, la misa y casi todos los sacramentos.

No pudiendo ya permanecer en Francia, anduvo errante algún tiempo. Un día, yendo a Estrasburgo, pasó pro Ginebra. Era una pequeña ciudad que había expulsado a su obispo (1526) y se gobernaba como una república. Se había aliado a dos ciudades suizas, Berna y Friburgo, llamadas en alemán Eidgenossen (confederadas)[1]. Luego, los partidarios de la Reforma habían expulsado a los católicos y un joven predicador francés, Farel, había hecho abolir la misa y adoptar un culto en francés. Se predicaba un sermón cada día y se daba la comunión con par ordinario.

Farel fué a visitar a Calvino a su posada y le pidió que se quedase en Ginebra para ayudarle. Calvino no accedió, se veía demasiado tímido y enfermizo, necesitaba tranquilidad para sus estudios. Farel le dijo que, si negaba su ayuda, Dios maldeciría sus estudios y su reposo. Calvino se resignó. Fue nombrado predicador de Ginebra (1536).


  1. De aquí el sobrenombre de higuenaux o huguenots (hugonotes), que se dió en Francia a los calvinistas.