Historia I:Transformación del gobierno
Con la muerte de Carlos VIII, hijo de Luis XI, se extinguió la línea directa de los Valois (1498). El nuevo rey, Luis XII, era de la rama de los Valois-Orleans. Siendo todavía duque de Orleans, se había casado por fuerza con la hija de Luis XI, luego se había sublevado varias veces contra Carlos VIII.
Al subir al trono, mandó declarar nulo su matrimonio y se casó con Ana, duquesa de Bretaña, que ya había estado casada con el rey anterior, Carlos VIII. El ducado de Bretaña no fue de primera intención anexionado al dominio real. Luis y Ana no tuvieron hijos y la Bretaña tocó en herencia a su hija Claudia.
El sucesor de Luis XII, su primo, Francisco I, de la rama de los Valois-Angulema, se casó con Claudia, que le llevó en dote la Bretaña. El rey fue desde entonces dueño de todas las provincias de Francia, excepto los dominios de la familia de Borbón.
Las provincias que habían entrado las últimas en el dominio real conservaron la organización separada que habían tenido en el siglo XV con su príncipe. Hubo de esta suerte dos clases de países. Unos eran gobernados directamente por los antiguos Consejos del rey establecidos en París. Los otros conservaban su administración separada. Eran sobre todo los países fronterizos, Normandía, Bretaña, Provenza, el Delfinado, Borgoña y el Languedoc, que había permanecido separado del antiguo dominio real porque en él se aplicaba el derecho escrito.
Cada provincia tenía su Parlamento, que juzgaba todos los asuntos de la misma. Todo el centro del reino dependía del Parlamento de París, que tenía por si solo un territorio casi tan grande como todos los otros juntos.
El rey de Francia había tenido siempre un poder ilimitado; los legistas, que habían estudiado el derecho romano, le aplicaban la máxima de los emperadores de Roma: Lo que agrada al Príncipe tiene fuerza de ley. Pero en la Edad Media el rey no tenía fuerza suficiente para hacerse obedecer en todas partes.
En el siglo XVI, las antiguas familias de príncipes independientes se habían extinguido, excepto la de los Borbones. No quedaba ya en Francia más que señores, que no tenían derecho a alistar tropas, ni a hacer tratados, ni siquiera a acuñar monedas.
El rey tenía un ejército permanente, al que ningún señor podía ya oponerse. Cuando daba una orden, no osaba nadie desobedecerle. El rey imponía a la sazón los tributos, sin pedir el consentimiento de sus súbditos (excepto en las provincias nuevas y en el Languedoc, donde convocaba una asamblea de la provincia). Pero no reunía ya los Estados Generales del reino.
El rey variaba aún las leyes por su propia autoridad, sin consultar a sus súbditos. Dictaba ordenanzas (es decir, órdenes) o edictos (era el nombre de las leyes de los emperadores romanos). Las enviaba a los Parlamentos para que las aplicasen en todo el reino. Francisco I terminaba sus ordenanzas con la fórmula "porque así nos place", es decir, tal es nuestra voluntad.
Un embajador italiano decía: "Francia es el país más unido del mundo, la voluntad del rey lo es allí todo". Otro había oído a unos nobles franceses estas palabras: "Nuestros reyes eran en otro tiempo reyes de los francos (hombres libres), ahora son reyes de los siervos".
El rey resolvía solo todos los asuntos, pero había demasiados para que tuviera tiempo de examinarlos todos personalmente. Hacía que le ayudase un Consejo' llamado comúnmente Real Consejo, formado por algunos grandes dignatarios: el Canciller, encargado de los asuntos de justicia; el Condestable, jefe del ejército, y algunos Consejeros reales. Francisco I designaba cinco o seis a lo sumo, en los que tenía confianza, y los reunía en su gabinete. Eran casi todos prelados o nobles. Dicho rey no quería rodearse más que de gentiles-hombres.
Para hacer las escrituras se habían creado poco a poco 120 secretarios reales. De aquella muchedumbre se separaron los cinco secretarios firmantes en los asuntos de dinero, que eran llamados secretarios firmantes en Hacienda. Cuando el rey de Francia hizo con el de España el tratado de Câteau-Cambrésis (1559), como los secretarios españoles se llamaban secretarios de Estado, los franceses, para no ser menos, tomaron el mismo título. Aquellos cuatro secretarios de Estado habían de ser más tarde los ministros, verdaderos jefes de Gobierno.
Para hacerse obedecer en las provincias, el rey enviaba a señores, favoritos suyos, con el título de gobernador y de lugarteniente general del rey. Aquellos gobernadores debían alistar las tropas, mantener en buen estado las plazas fuertes y las guarniciones. Francisco I envió gobernadores a casi toda Francia, sobre todo a las provincias fronterizas.
Los tribunales eclesiásticos habían juzgado hasta el siglo XVI un número muy grande de asuntos seglares, los pleitos en materia de testamento o de matrimonio -los de las viudas y huérfanos-, los delitos de herejía, de sacrilegio, de usura.
Francisco I, por la ordenanza de Villers-Cottorets (1539), quitó a los tribunales eclesiásticos casi todos los pleitos, y los pasó a los tribunales civiles. Al mismo tiempo abolió el uso del latín. Los documentos notariales, las piezas de los procesos y las sentencias hubieron de escribirse en francés.
Los curas siguieron llevando los registros bautismales, de casamientos, de entierros. Redactaban las partidas que, servían para determinar el estado de las personas (lo que hoy llamamos "estado civil"). No era posible casarse sino en la iglesia, no era posible ser enterrado sino con el consentimiento del cura.