Un himno más, ¡oh lira!
Tu cántico no pierdas
Cuando propicio inspira
Sonidos a tus cuerdas
El santo de Sión.
Tal vez oye tu ruego
Cubriéndolo de flores
El ángel del sosiego,
Que alivia los dolores
Y ampara la oración.
Tal vez su amor cautiva
Con vibración sonora
La nota fugitiva,
Que salta y se evapora
Con vaga lentitud.
¿Quién sabe si mañana
Guardada en su memoria
Con el primer Hosanna
La cantará en la gloria
De su eternal quietud?
Yo sé que no hay desvelo
Ni voz, ni llanto pío
Que no se suba al cielo,
Bajando cual rocío
Que da gotas de miel:
Que el que a los astros bellos
Dirige en varios giros
Contó nuestros cabellos
Y cuenta los suspiros
Del corazón que es fiel.
Él sabe cuántas gotas
Contiene el mar inquieto
Cuando sus aguas rotas
Se humillan con respeto
A un débil valladar;
Y fija en su guarismo
Las fibras de las hojas,
Los ayes del abismo,
Del hombre las congojas,
Su gusto y su pesar.
Las hebras del ovillo
De lana fina y pura
Que deja el corderillo
Entre la zarza dura
Conoce el Hacedor;
La pluma vieja y triste
Que al viento el ave ofrece,
La nueva que se viste
Cuando rejuvenece
Y ostenta más vigor.
Conoce el vuelo ardiente
Del águila en la altura.
Que alzando al sol su frente
Contempla su hermosura
Y bebe de su luz;
Y el curso que desplega
La sierpe por el lodo
Cuando la noche llega,
Cuando lo cubre todo
Con fúnebre capuz.
Apenas se abandona
La nave al mar incierto,
Mientras hinchen su lona
Los céfiros del puerto
Con soplo matinal,
Las olas ve y acecha
Que han de azotar sus flancos,
Y si en terribles bancos
Ha de dejar deshecha
Sus tablas por señal.
En el ramaje umbrío
Del sauce desmayado
Un nido hay fabricado
Péndulo sobre el río;
Se mece y da temor:
No saltará la espuma
Para mojar la cama
Y la naciente pluma,
Ni cäerá la rama
Que guarda el Hacedor.
No ha de negar su mano
A la pequeña hormiga
La provisión del grano
De la dorada espiga
Que busca con afán;
Ni un lecho entre los troncos
Más frío que las nieves
A los insectos leves
Que susurrando broncos
Entre las flores van.
Alza tus ojos, hombre,
A la celeste cumbre,
Y en alabar su nombre
Y en bendecir su lumbre
Coloca tu afición;
Que a ti por dueño nombra
De tantas maravillas:
Si su bondad te asombra
Dóblale tus rodillas,
Rey de la creación.
Que en el extenso prado
Do el aura te halagase
Te puso un rico estrado,
Como si desplegase
Un tapiz de Hispahan;
Y puso en hebras finas
El musgo entre las peñas,
Por si cansado inclinas
Tu frente y glorias sueñas
Que sus querubes dan.
Yo no vi de su gloria los quilates
Como ese pueblo amado
Que entre las arboledas del Eúfrates
Suspiró desterrado;
Yo no vi la columna rutilante
Que como un faro cierto
Marcaba con destellos de diamante
Su paso en el desierto;
Ni brotar del peñasco más terrible
Raudal que no cesase,
Cual si el dedo de Dios, irresistible.
Su seno taladrase.
En un portal, como pastor, no he visto
Nacer el suspirado
Sumo legislador, la luz, el Cristo
Y el Rey de lo criado.
Así que de Jessé la hermosa vara
Tomó su lozanía,
No pude oír la voz ni ver la cara
Del Hijo de María;
Ni vi al pastor por la escabrosa falda
Subiendo monte arriba
Para encontrar, poniéndola en su espalda,
La oveja fugitiva:
Enseñar el perdón de los agravios,
La paz y la clemencia,
La modestia de espíritu a los sabios
Y a los rudos la ciencia;
Al rico la piedad y la justicia,
Lágrimas al protervo,
El arrepentimiento a la malicia,
La libertad al siervo,
Y a todos el amor y la esperanza,
Como un sueño que acalle
El temor, el desvelo y la mudanza
Que inundan este valle.
No le vi prodigando sus desvelos
Al pobre y sus cariños,
Prometiendo la herencia de los cielos,
Ni bendecir los niños;
Ni abrasado del sol de mediodía
Cuya luz engalana,
Implorar una gota de agua fría
De la Samaritana;
Ni medir el amor de Magdalena
Mirándola propicio,
Ni dar a sus amados en la cena
Su cuerpo en sacrificio;
No le vi en el Tabor transfigurado
Ni vendido en el huerto,
Ni al Gólgota subir ensangrentado,
De su sudor cubierto.
Del árbol en que exánime palpita
No le vi la sombra cara,
Del sepulcro en que vence y resucita
Tampoco la luz clara,
Y aunque ventura tal no me ha cabido
Llenando mi deseo,
¡Dichoso el que sin ver haya creído!
Por eso adoro y creo.