Hannifa
de Clementina Isabel Azlor

Por destronar a Alah, Ibliis despliega
en labios del rumi, frase galana,
y a saborearla, tímida, se entrega
Lalla Hannifa, la virgen musulmana.


El amor la deslumbra. Nueva aurora
le presagia en sus fúlgidos destellos,
y tiende el alma al alma que la implora
en el mirto que adorna sus cabellos.


Se olvida de su fe. Reta al Destino.
Mas huyendo en la noche solitaria,
conjura a los fantasmas del camino
susurrando enigmática plegaria.


Quiere sondear el porvenir, y vuelve
los ojos hacia el golfo que dormita,
y la ciudad en brumas se resuelve
en el albo esplendor de una mezquita.


Ya en el mar, al singlar hacia ese puerto
con que soñó en instantes de extravío,
siente el brusco aletazo de lo incierto
sobre su rostro demudado y frío.


Es la noche beatífica y serena,
y de las olas, rumorosa fluye
esa fuerza invencible que encadena
el sueño en flor con el ensueño que huye...


¡Lalla Hannifa! ¡No más prisión ni reja!
¡No más velo celoso de tu encanto!...
Sigue al grito de amor una honda queja,
y al quererla besar bebe su llanto.


Y la nave recoge su velamen...
Parece una mujer que se arrebuja
trémula, al ver que sufran los que amen
y el mar no se estremezca, ¡el mar no ruja!


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De los ojos de Hannifa cae la venda
y ante el temor de que su fe refluya,
se transfigura en la suprema ofrenda:
"¡Por Alah gime mi alma y seré suya!"


Víctima al fin de sus caprichos vanos
murmura resignada: "Estaba escrito".
Y siente que se templa entre sus manos,
el corazón glacial del Infinito.