Habladme en entrandoHabladme en entrandoTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen don PEDRO de Bustos y don ALONSO, su amigo,
de noche, con MÚSICOS, por una parte, con un CRIADO
con una escala, y por otra don DIEGO Hurtado de
Mendoza, de camino, con botas y espuelas, y JUANCHO,
vizcaíno, cargado con el cojín y la maleta
en la cabeza, ridículamente vestido.
Arrímanse a una parte, y mientras cantan vayan
paseando el tablado don PEDRO y don ALONSO
MÚSICOS:
"Si no velaran mis ojos
no celebraran las dichas
de los que durmiendo matan,
de los que matando hechizan.
Si no durmieran los tuyos,
glorificaran su vista
los palpitantes despojos
de las más seguras vidas.
¡Ay, ay, qué desdicha!
A quien mira su alma, deja sin vida."
ALONSO:
¡Extraño recogimiento!
PEDRO:
¡Doña Ana, doña Ana!
DIEGO:
Avisa,
Juancho, al mozo que las mulas
aleje donde, escondidas,
aguarden, y vente luego.
JUANCHO:
¿No las asas y las pringas;
aún no llegas, ya las tienes
currucamientos?
DIEGO:
Ve aprisa.
JUANCHO:
¿Tienes gana de comer?
¿Cómo no las necesitas?
Juancho, matas holandeses
y ya que piensas venías
juras a Dios a matar
holandeses del barriga.
¿Cantadoreas detienen?
¡Al diablo les das venida!
Vase JUANCHO
DIEGO:
Ya que nos trujo la suerte,
cuanto piadosa, propicia
en tan dichosa ocasión,
encubramos esta esquina
hasta ver de estos galanes
el intento.
ALONSO:
¿Qué? ¿Porfía
la doncelleja?
PEDRO:
Es de suerte,
que regalos y caricias,
dádivas que son de amor
la mayor artillería,
pasando necesidades,
no han bastado a persuadirla
a que le niegue al honor
lo que su sangre le dicta.
Vengo resuelto...
DIEGO:
(Esto es malo.) (-Aparte-)
PEDRO:
...a escalar...
DIEGO:
(Función indigna (-Aparte-)
de un pecho hidalgo.)
PEDRO:
...su casa,
si piadosa no acredita
con terneza los favores
que me debe, pues me anima
mi amor, mi agravio, la noche,
no tener quién me lo impida
por estar su hermano ausente
en esta ocasión.
ALONSO:
Pues mida
tu gusto su voluntad,
que a tu lado estoy.
Sale JUANCHO
JUANCHO:
Retiras
mulas al mozo, la guardas
en un callejón metidas,
gruñes mozo, mulas dije
no comen paja vizcaína,
no sabe de burlas Juancho
darle en coz en la barriga;
confesión pides, bien puedes
ser su confesor.
DIEGO:
No impidas
con tus voces la ocasión
que, piadoso, en mis desdichas
me ofrece el cielo.
ALONSO:
¿Mejor
no fuera, si pretendía
tal rompimiento tu amor,
que, sin despertar vecinas,
curiosos linces de noche,
parleros duendes de día,
te valieses del silencio?
Porque la música avisa
a los descuidados ojos
y a la vecindad incita
a curiosidad.
PEDRO:
No, primo;
porque primero querría
ver si puedo con ternezas,
con músicas, con caricias,
ablandar este imposible
dulce hechizo de mi vida.
Si me ofreciese esperanzas,
más piadosa, más rendida,
que entreteniendo deseos
paguen finezas debidas,
iré engañando temores,
y si en prudente porfía
se resiste, atropellando
respetos del oprimirla
a que por fuerza mitigue
mis pasiones.
ALONSO:
Pues prosiga
tu gusto su intento.
PEDRO:
Canten,
y a aqueste balcón te arrima
para obligarla a que salga
si se resistiera.
DIEGO:
Mira,
Juancho, que no te divisen.
JUANCHO:
Juras a Dios que barriga
tienes junto a puerta falsa
y resuello que le quitas.
MÚSICOS:
"Abre, pues, divina aurora,
esa oriental celosía,
saldrá para el cielo el sol
y para mi noche el día."
PEDRO:
¡Ah doña Ana! ¡Ah dulce dueño!
Abre, pues mi amor te anima.
MÚSICOS:
"Rayos fulminan tus ojos
que, a un tiempo matan y miran.
¡Ay, ay, qué desdicha!
Que quien mira sin alma deja sin vida."
Sale doña ANA Hurtado de Mendoza a la ventana
ANA:
Caballeros, si lo sois,
pudiera la cortesía
moveros a no infamar
los blasones que autorizan
estas antiguas paredes
que, aunque ausentes, vivifican
los Hurtados de Mendoza,
solar de esta casa antigua.
¿Qué pretendéis desluciendo
el honor que me acredita,
a quien el sol presta rayos
y a quien el cielo da envidias?
¿Qué fineza en mí habéis visto,
qué señales, qué premisas
de mal nacidos deseos,
de esperanzas mal perdidas?
Caballeros, que pretenden
con apariencias fingidas,
si pensáis que antiguos bandos
y enemistades antiguas
han de amedrentar mi honor
para que su fuerza os rinda,
no debéis de haber mirado
que alientan la sangre mía
de los Hurtados Mendozas
las no manchadas reliquias;
idos luego de la calle,
o por las luces divinas,
que en escuadras mal formadas
mis pretensiones animan,
que en defensa de mi honor,
que en mi pecho se acredita,
rayos fulmine mi diestra,
aborten mis ojos iras.
JUANCHO:
Dicho lo dicho, señora,
firme como vizcaína;
Juancho tienes, tente en buenas
Curtusca perra judía. Va a salir y don DIEGO le detiene
DIEGO:
Juancho, detente. ¡Bien haya
quien a los suyos imita!
JUANCHO:
¡Juras a Dios...!
PEDRO:
Ana hermosa;
cánsate de ser esquiva
con quien hoy se obliga a honrarte
dándote para que vivas
hacienda; no te resuelvas,
y advierte que si porfías,
no estimando ofrecimientos
ni acreditando caricias,
que, forzado del amor
que mis deseos animan,
alborotando memorias
que muertos hoy resucitan,
me arrojaré...
ANA:
¿Cómo es eso?
PEDRO:
...a que por fuerza...
ANA:
No digas
razones que, imaginadas,
ofenden antes que dichas.
¿Tú has de atreverte a violar
el solio donde autoriza
mi castidad su pureza,
mi virtud su esencia misma?
¿No te cansan altiveces?
¿No te ofenden demasías
que, ocasionando a mi padre,
le forzaron a que viva
ausente, si ya no es muerto,
dejando al tuyo sin vida
por desmentirle?
PEDRO:
Doña Ana,
esas memorias me animan;
abre, o llegaré una escala,
pues hacerlo facilita
no tener reja el balcón.
ANA:
¡Que esto los cielos permitan!
¡Villano! ¿Con tal vileza
piensas lavar el antigua
mancha de tu casa?
DIEGO:
¡Ah pesia!
JUANCHO:
¿Qué pesia, que te imaginas?
¿Qué le aguardas, que no sales,
y ¡zis, zas?
PEDRO:
Apercebida
la traigo, llegadla aquí. Llegan la escalera al balcón
ALONSO:
Abre, acaba.
ANA:
¡Fementida
canalla! Si no del suelo,
del cielo aguardo justicia.
PEDRO:
¡Oh, pesia tanta paciencia! Sube don PEDRO
ANA:
¡Justicia, cielos!
JUANCHO:
¡Maldita,
ánima seas! ¿qué esperas?
Sale JUANCHO y apártale don DIEGO
DIEGO:
Quita, aparta. Bien podía.--
(a PEDRO)
Baje acá, hidalgo, aunque miento;
que quien con mujeres libra
las venganzas de su espada
tiene mucho de gallina. Baja don PEDRO de la escalera
Considere que esta casa
es, según tengo noticia,
de un Hurtado de Mendoza,
a quien la fama acredita
con valerosas hazañas;
de quien, si acaso se olvida,
dará entera relación
el luto de la capilla
adonde su padre yace;
mudo ejemplo que le avisa
que no se atreva soberbio
a derramar valentías
con quien por mujer no tiene
fuerzas para resistirlas.
¡Por cierto, brava facción;
empresa honrosa y altiva;
venganza bien satisfecha,
y a poca costa adquirida!
¿Con una dama rigores?
Mas no es mucho--¡por mi vida!--
que valientes de alfeñique
tomen venganzas de almíbar.
Esta sí--¡cuerpo de Dios!--
era acción bien parecida,
con propia sangre ganada
y a estocadas adquirida,
no con mujeres. Acaben,
dejen la calle.
ANA:
¿Hay tal dicha?
...........................
PEDRO:
Hombre o diablo, ¿quién te obliga
a que incites mi rigor?
ANA:
Hombre o ángel, ¿quién te envía
a que mi casa defiendas?
DIEGO:
Sólo la razón me incita.
JUANCHO:
Señor, ¡zis, zas!
PEDRO:
Si eres loco,
presto tendrá tu osadía
el castigo con la muerte.
ALONSO:
¡Matadle! ¡Muera! Embisten todos con él
DIEGO:
Oprimida
la cólera por los ojos,
ardientes rayos conspira.
Diego Hurtado de Mendoza
soy, canalla.
ANA:
¡Hermano!
DIEGO:
Grita,
que a castigar mis ofensas
el mismo cielo me envía.
PEDRO:
¡Muera, matadle!
JUANCHO:
¡Zis, zas!
¡Muera esta perra judía! Métenlos a cuchilladas don DIEGO y JUANCHO
ANA:
¡Dios te libre! Dentro
PEDRO:
¡Muerto soy!
ALONSO:
Huyamos.
CRIADO 1:
A la justicia
llamen. Salen don DIEGO y JUANCHO
JUANCHO:
¡Juras a Dios, liebres,
si aguardas hago cecinas!
DIEGO:
Muerto queda.
JUANCHO:
Ya le mueres,
patadas des en el Chinas;
confites pides.
DIEGO:
¡Hermana!
ANA:
Diego, ¿estás herido?
DIEGO:
Aprisa,
échate por esa escala.
ANA:
Ya me arrojo.
JUANCHO:
Escucha, mira;
si tienes algo que comas,
arroja.
ANA:
No.
DIEGO:
¿Que eso pidas?
JUANCHO:
¿Ni vino?
ANA:
Tampoco.
JUANCHO:
¡El diablo
juras Dios, que caminas!
DIEGO:
Juancho, las mulas volando
saca de León aprisa
al camino de Rioseco.
JUANCHO:
¿En ayunas?
DIEGO:
Qué, ¿aún porfías?
JUANCHO:
Lleva el diablo las muelas
que tienes si no ejercitas.
Vase JUANCHO.
Hablan dentro
UNO:
Saquen luces a esas rejas.
OTRO:
A don Pedro--¡gran desdicha!--
han muerto.
OTRO:
Por aquí van.
DIEGO:
La confusa vocería
nos cerca; ponte en mis brazos,
que en la diligencia estriba
nuestro remedio.
ANA:
¡Ay de mí!
Hermano, salva tu vida,
que yo no importo.
DIEGO:
Acabemos. Cógela en brazos
¡Adiós, pues, ciudad antigua;
adiós, casa solariega,
que mis pasados tenían
por defensa, por sagrada,
que mi fortuna me obliga
que deje vuestras paredes!
Dentro
UNO:
Por acá.
DIEGO:
Mas si porfía
Diego Hurtado de Mendoza,
que sus blasones no olvida,
clavará un clavo en su rueda
por que pare en sus desdichas. Vanse. Salen don LUIS Hurtado de Mendoza y RODRIGO, criado, y otros de camino; don LUIS con hábito de Calatrava
LUIS:
Rodrigo, dile al cochero
que por allí era mejor,
que éste es mal paso.
RODRIGO:
Señor,
sabe...
LUIS:
Rodrigo, no quiero.
Déjame ver este campo
que ha veinte años que dejé.
RODRIGO:
La noche lo impide.
LUIS:
A fe
que adonde la planta estampo
he venido más de dos
veces a cazar, y allí
diviso, sí, ya la vi,
la casa...¡Válgame Dios,
cuánto me alegro de vella!
...de placer de don Rodrigo.
Fue mi verdadero amigo;
todo el tiempo lo atropella,
pues murió en la juventud
de su edad, buen caballero,
de cuya desdicha infiero
que también en la quietud
llega presto el ramalazo
de la muerte. Este arroyuelo
me ha servido de consuelo.
Ya a León corto pedazo
nos queda. No hay una legua
si ya no me acuerdo mal.
RODRIGO:
Sabe, pues, que es arenal
este que pisamos.
LUIS:
Tregua
pone al cansancio el gozar
de estos árboles y fuentes,
cuyas honradas corrientes
aun no saben murmurar.
Cuando pasé por aquí,
mis hijos aun por crïar,
sin madre a quien apelar
de mi ausencia, iba sin mí.
La yegua que me llevaba
dos mil veces maldecía,
y al paso que ella corría
mi corazón arrancaba.
¡Cuántas veces por los dos
hijuelos quise volver!
Y lo hiciera a no tener
temor y respeto a Dios.
Envidia a tener llegara
del muerto, y al mismo punto
su rostro helado y difunto
recelé que me llamaba.
Veinte años ha que partí
de esta ciudad, y otros tantos
ha que entre tristeza y llantos
a mis desdichas nací.
No he sabido de mi casa
en este tiempo, y de mí
no han sabido.
Dentro
UNO:
Por aquí.
OTRO:
Seguidlos.
DIEGO:
¡Ah, suerte escasa
que me persigues!
LUIS:
¿Qué es esto?
RODRIGO:
Como ya va amaneciendo,
un hombre admiro corriendo,
señor, hacia aqueste puesto.
LUIS:
Voces distintas escucho. Dentro
OTRO:
Ataja; por aquí van. Salen don DIEGO con doña ANA
DIEGO:
¿Dónde, desdichas, irán
mis pasos? Pero no es mucho,
si de vosotras nací,
que me persigáis. ¿Qué es esto?
En más peligro estoy puesto;
ya la esperanza perdí.
ANA:
Diego, procura librarte.
DIEGO:
Sin ti, ¿cómo he de poder,
dejándote a perecer?
ANA:
El corazón se me parte.
LUIS:
¿Quién va allá?
DIEGO:
Un cuerpo sin alma
a quien persigue la muerte,
y como el alma le falta,
aunque le mate, no muere.
Mas ¿quién lo pregunta?
LUIS:
Un alma
que a buscar su cuerpo vuelve,
que ha días que le perdió
y no vive hasta tenerle.
DIEGO:
La risa de la mañana,
que sólo en esto parece
que me es el cielo propicio,
ilustre señor, me advierte
vuestro venerable aspecto;
que aquesas sondas de nieve
son el iris que bonanza
a mis naufragios promete.
Esa cruz que os cruza el pecho
me anima, porque no puede
pecho con tan nobles armas
no ser piadoso y prudente.
Soy noble, aquésta es mi hermana;
mujer sabia, ilustre y fuerte,
afrenta de las pasadas,
envidia de las presentes;
de vos me atrevo a fïarla,
seguro que un noble siempre
de honor favorece y honra
a quien dél quiere valerse.
Si vais a León, os pido
que procuréis que no lleguen
a vengarse mis contrarios
con su infamia o con su muerte,
metedla en un monasterio;
si vais a otra parte, denme
vuestros labios la noticia,
para que, si el cielo quiere
librarme, vaya a serviros.
LUIS:
Caballero, tiempo es éste
en que no importan palabras;
el rey me ha hecho mercedes,
en premio de mis servicios,
de que en Oviedo gobierne
su distrito, y voy ahora
a tomar posesión; quede
por mi cuenta la opinión
de esta señora, que en este
punto la he constituido
por mi hija, y aunque pese
al mundo, la he de amparar
aunque mil vidas perdiese.
Con esto partid seguro;
mirad que llega la gente.
DIEGO:
Guárdeos el cielo.
LUIS:
Acabad,
avisadme a Oviedo.
DIEGO:
Queden
mis esperanzas con vos,
que si el tiempo les concede
a mis desdichas alivio,
que me prodiguen y ofenden,
Diego Hurtado de Mendoza
pagará tantas mercedes.
Vase don DIEGO
LUIS:
¿Cómo, cómo? Aguarda...
RODRIGO:
Al viento
en la ligereza excede.
LUIS:
¡Válgate Dios por rapaz
lo que has crecido!
ANA:
Que llegue
a vuestros pies no os asombre
quien ya por su padre os tiene.
LUIS:
Tomad, señora, mis brazos,
que, como padre, os ofrecen
defenderos y serviros.
¿Cómo os llamáis?
ANA:
Si mi suerte
me hubiera dado ventura,
de noble sangre deciende
Ana Hurtado de Mendoza.
LUIS:
Ea, las lágrimas no pueden
dejar de salir. Rodrigo,
ve al punto que el coche espere
y mete aquesta señora
en él, y por que no lleguen
a conocerla, un volante
cubra su rostro, y advierte
al cochero, si llegasen
a reconocer, que siempre
digo que es doña Ana mi hija
y que al camino atraviese
de Oviedo, que no he de entrar
ya en León.
ANA:
El cielo aumente
tu vida.
RODRIGO:
Vamos, señora.
¡Confuso voy! Vanse doña ANA y RODRIGO
LUIS:
¿Qué me quieres,
Fortuna? ¿Cómo dispones
mis desdichas de esta suerte?
Cuando pensé que venía
entre los brazos alegres
de mis hijos, ¿los apartas
de mis ojos y previenes
otras mayores desdichas?
Cánsate ya de ofenderme.
Bien me pareció el rapaz,
alentado es y valiente;
es hijo de buena madre.
¿Qué le obligará que deje
su casa? ¡Qué confusión!
Dios te libre y Dios te lleve
a mis ojos. La rapaza
es como un oro y parece
varonil. ¡Dios me la guarde!
[.........................-e-e-?]
Dentro
UNO:
Ataja, que ya está cerca.
OTROS:
Por aquí, por aquí. Sale JUANCHO con dos frenos y la espada desnuda
JUANCHO:
Lleves
el diablo quien tanto corres.
LUIS:
¿Quién va allá?
JUANCHO:
Un hombre que tienes
mucha gana de comer
y menos de que le cuelgues.
LUIS:
¿De quién huyes?
JUANCHO:
De gallinas;
plumas escribanos tienes,
garras tienes alguaciles,
alones tienes corchetes,
y cuerpo tienes soplones.
Mulas quitas lo que sientes
el freno arranco y les dejo
sin timón que les gobierne.
¿Tiénele pan su merced?
LUIS:
Sin duda crïado es éste
de Diego. Decid, soldado,
si acaso decir se puede:
¿servís a don Diego Hurtado
de Mendoza?
JUANCHO:
Mi amo es ése,
aunque pese al mundo.
LUIS:
¡Ah noble
nación! Pues no es tiempo aquéste
de dejarle; aquesta bolsa
tomad, amigo, y diréisle
que su padre se la envía.
JUANCHO:
Su padre ha mucho que mueres.
¿Qué diablos dices?
LUIS:
Andad,
que yo sé bien que él me entiende;
atravesad ese monte,
que esos riscos, que pretenden
ser columnas en que estriban
del hemisferio los ejes,
le esconden.
JUANCHO:
Pues ¿hacia dónde
camina?
LUIS:
A mí me parece
que a Oviedo.
JUANCHO:
¡Juras a Dios
que si no vienes la muerte
que le tienes de seguir,
aunque el diablo se le lleve!
Mas sin bebes y sin comes;
buen consejo me parece
poner el freno del mula;
así entretendrás los dientes, Pónese un freno delante y otro detrás
Juancho, y el hambre también.
Ya el uno puesto lo tienes
y esotro póngole aquí,
que, pues no comes ni bebes,
ya pues de nada le sirves
hasta que el tiempo le llegues,
bien es, Juancho sin ventura,
que ambos agujeros cierres.
Vase con los dos frenos
LUIS:
Ya el coche va atravesando.
Diego, Dios te libre y lleve
a mis brazos y a mis ojos;
Ana, venturosa suerte
te dé el cielo por que entrambos
seáis en dolor tan fuerte
el báculo de mi vida
y el descanso de mi muerte. Vase. Sale TORIBIA con capa aguadera, a lo asturiano, y con aguijada, y LUCÍA, su criada, de la misma suerte; haya ruido de carretas y cantará LUCÍA al son del ruido de la carreta
LUCÍA:
"Que ya as doncelas de León
libertadiñas son.
O rey Mauregato,
menguado y traidor,
al cordobés moro
en feudo las dio.
Dios nos guarde el rey
que las libertó
que ya as doncelas de León
libertadiñas son."
TORIBIA:
Locía.
LUCÍA:
¿Qué mandas?
TORIBIA:
Ten
esos güeyes aguidados
y pazcan en esos prados
sin las coyundas también.
Échales heno.
LUCÍA:
El mohino
en la laguna bebió;
pero luego que acabó
la echó por otro camino,
aunque poco más sobida
de color.
TORIBIA:
Mis güeyes son,
Locía, en toda ocasión,
de condición muy comprida;
si un arroyo se desata
y beben por su decoro,
al punto pagan en oro
lo que bibieron en prata.
Cuando los hace cosquillas
el prado alegre y sotil,
si le comen peregil
le vuelven albondiguillas.
Cuando de esta sierra el rizo
de la nieve el hielo afila
y a estas faldas se destila
con perpetuo romadizo,
si de cualquiera manera
abrigo los damos luego,
tortas nos dan para el huego
de bizcocho de galera.
Corteses por maravilla
son siempre, si en mi conciencia,
que hacen una reverencia,
que quiebran una costilla.
Todas las virtudes se hallan
en ellos, pues, divertidos,
son güenos para maridos
que sufren, comen y callan.
LUCÍA:
Esto de ser saterica,
¿cuál diablo te lo ha enseñado?
TORIBIA:
Cualquier villano es lletrado
si a las malicias se aprica.
Desunce los güeyes.
LUCÍA:
Voy.
Verá lo que hace el bragado
zagüey. Vase LUCÍA
TORIBIA:
En aqueste prado
me asiento, cansada estoy.
¡Válgame Dios que es de ver
amanecer la mañana
con su capote de grana
cuando juega al esconder
el sol, que aún no conocido
con halagos lisongeros,
mos viene haciendo pucheros
tembrando y recién nacido!
¡Válganme en esta ocasión
todos los siete durmientes!
Échase al pie del monte a dormir, y dice LUCÍA dentro
LUCÍA:
¿Qué toyes? ¡Ruego en los dientes
zagüey con la maldición! Canta LUCÍA
"Las tres periñas do ramo--¡oy!--
son para vos, meo amo."
Mientras va cantando asoma por lo alto de un monte don DIEGO, lleno de polvo y mirando abajo
DIEGO:
Ya apenas puedo mover,
valor, los cansados pasos;
no sé por dónde descienda,
que sois tan fragosos y altos,
que incontrastables os miro
y os admiro temerarios.
Con las nubes competís
y ansí podéis alabaros
de que en tan alto habéis puesto
un hombre tan desdichado.
Si esta senda permitiera,
por dicha, bajar al llano,
fuera alivio de mis penas. Va bajando
Parece que ha abierto paso
el cielo a mis desventuras;
algún arroyo ha dejado
esta mal formada senda;
gente parece que abajo
asiste; unos bueyes miro
paciendo, y allí cantando
está un pastor. Llamar quiero,
quizá llevará un bocado
de pan. ¡Ah, pastor amigo!
¡Hola! ¡Ah, pastor!
Recuerda
TORIBIA:
¿Quién diabros
mos corrompe el sueño?
DIEGO:
¡Cielo!
¡Parece que estoy soñando!
TORIBIA:
¿A quién gritas o qué quieres?
DIEGO:
Zagala, que esos peñascos
parece que por deidad
para mi bien te guardaron,
sabe, pues, que vengo huyendo
de mí mismo; porque traigo,
por sombra de mis acciones,
la desdicha de mis hados.
Nací en León, donde anoche,
apenas recién llegado
de Cádiz, donde a mi rey,
resuelto y determinado
quise ofrecerle mi vida
por víctima de mis años,
arriesgada en su defensa,
en el furioso rebato
que el inglés le presentó,
bien a costa de su daño.
Al fin llegando, fue fuerza
que, intentando hacerme agravio,
a un caballero le diera
muerte; siguiéronme cuantos
parientes tiene y también
la justicia, háme guardado
el cielo para que ahora
viniese a dar en tus manos.
TORIBIA:
Afligido caballero,
a buen puerto habéis llegado;
bajad, no tengáis temor,
que por los cielos sagrados,
que a quien intente ofenderos,
que a quien presuma enojaros,
como si fueran gorriones
los mate con ese palo.
Estas montañas habita
mi padre, un nobre serrano;
es dueño de cuanto miran
vuesos ojos, que esos pagos
todos le rienden tributos
y le sustentan ganados.
Tiene dos hijos, que somos
yo y Sancho Díaz mi hermano.
Vengo ahora de León
de vender en esos carros
la manteca y el carbón,
uno prieto y otro blanco,
ca cá non damos concetos
como allá los cortesanos.
Sentaos, que seguro estáis
y comeréis, entre tanto
que allá en casa se os aliña
algún locido regalo,
pan y queso, que aquesto es
el más sabroso en el campo.
Sentaos y descansaréis.
Siéntase y saca de las alforjas pan y queso
DIEGO:
Sólo con veros descanso.
TORIBIA:
Pues si descansáis con verme,
id comiendo y descansando,
que yo me pondré aquí enfrente.
DIEGO:
En vos, sin duda, juntaron
la piedad y la hermosura
mucha gracia en pocos años.
Come. Sale JUANCHO por lo alto de otro monte con los frenos puestos
JUANCHO:
¡Juras a Dios que esta tierra
es buena para milanos!
Campo lleno de verrugas,
¿cuándo llegarás al llano?
Tú, Juancho, ya que no comes,
cantando siéntate un rato. Siéntase y canta mirando abajo
"¿Quién quieres pan que lo arrojo,
tres días ha que no como?"
DIEGO:
¡Vive Dios que aquella voz
la conozco! ¡Juancho, ah, Juancho!
JUANCHO:
¿Quién llamas Juancho? ¿Qué es esto?
................... [ -a-o]
DIEGO:
Juancho, baja, que aquí tengo
que comas.
JUANCHO:
Estáis soñando,
pues no tienes por adónde
mejor bajarás rodando. Échase a rodar
¡El diablo llevas el frenos!
Las narices me he quebrado.<poem>
Sale LUCÍA
LUCÍA:
Ya es hora, si te parece,
que nos vamos. ¡San Hilario!
¿Con hombres estás, Toribia?
TORIBIA:
Calla, que es un hombre honrado,
caballero de León,
que, huyendo por ciertos casos,
llegó triste y afligido
por entre esos riscos altos
a pedirme pan; y a fe
que lo hubiera perdonado,
porque no sé qué cosquillas
siento en el alma.
LUCÍA:
Es gallardo.
¿Y estotro quién es?
TORIBIA:
Estotro
diz que es Juancho, su criado.
LUCÍA:
Pues, Toribia, a Juancho alojo,
porque, si hubiera arrebato,
adonde muriese Ero,
es bien que muera Leandro.
........................
En el alma encaramado
le tengo ya.
JUANCHO:
¿Qué me dices?
Hasme un puchero.
LUCÍA:
Y aun cuatro.
JUANCHO:
Si le tienes algo dentro
comeremos un bocado.
LUCÍA:
¡Alto, a subir!
JUANCHO:
Vamos, pues.
(¡Matada me llevas, Juancho! (-Aparte-)
¿Al diablo le das amor?) Vanse LUCÍA y JUANCHO
DIEGO:
No eres para panciflcos.
TORIBIA:
Ya unce Locía, ven
y no me engañes.
DIEGO:
Si engaño
te hago, muera, Toribia,
a tus bellísimas manos.
TORIBIA:
¡Qué de embustes, qué de enredos!
¡Hechiceros cortesanos,
algún diabro os trujo aquí!
DIEGO:
¿Queréis darme una mano,
que estoy cansado?
TORIBIA:
Y aun dos. Ásense de las manos, y va TORIBIA tirando de él
(¡Ay Dios, qué blancos pedazos (-Aparte-)
de ñeve; no sé qué siento,
parece que estoy temblando,
y a un tiempo mismo parece
me acucian con gozo y llanto,
aquí, en los ojos, cosquillas;
aquí, en el pecho, milanos.)