Guerras Civiles (Apiano): Libro 1

Guerras Civiles
Libro Primero
de Apiano de Alejandría


1 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6 - 7 - 8 - 9 - 10 - 11 - 12 - 13 - 14 - 15 - 16 - 17 - 18 - 19 - 20 - 21 - 22 - 23 - 24 - 25 - 26 - 27 - 28 - 29 - 30 - 31 - 32 - 33 - 34 - 35 - 36 - 37 - 38 - 39 - 40 - 41 - 42 - 43 - 44 - 45 - 46 - 47 - 48 - 49 - 50 - 51 - 52 - 53 - 54 - 55 - 56 - 57 - 58 - 59 - 60 - 61 - 62 - 63 - 64 - 65 - 66 - 67 - 68 - 69 - 70 - 71 - 72 - 73 - 74 - 75 - 76 - 77 - 78 - 79 - 80 - 81 - 82 - 83 - 84 - 85 - 86 - 87 - 88 - 89 - 90 - 91 - 92 - 93 - 94 - 95 - 96 - 97 - 98 - 99 - 100 - 101 - 102 - 103 - 104 - 105 - 106 - 107 - 108 - 109 - 110 - 111 - 112 - 113 - 114 - 115 - 116 - 117 - 118 - 119 - 120 - 121

Al año siguiente, Lucio Cornelio Cinna fue elegido cónsul por segunda vez junto a Cayo Mario, quién era elegido por séptima vez; por lo que, a pesar de que antes había sido desterrado y puesta en precio su cabeza, el presagio de los siete aguiluchos resultó ser cierto. (2) Sin embargo, murió durante el primer mes de su mandato, mientras pensaba en cual de todos los tipos de muerte debía dar a Sila. (3) Cinna elegió a Lucio Valerio Flaco para ocupar el puesto de Mario y lo envió a Asia; mientras que al año siguiente, eligió a Cneo Pápiro Carbón como su colega consular; perdiendo Flaco la vida ese año en Asia a manos de unas tropas amotinadas.



Sila, tras terminar rápidamente la guerra contra Mitrídates, como está escrito en otro de mis libros, decidió regresar cuanto antes a batirse con sus enemigos políticos. (2) En efecto, en sólo tres años había dado muerte a ciento sesenta mil hombres, recuperado Grecia, Macedonia, Asia y muchos otros países que Mitrídates había ocupado en antanio, tomado la flota del rey y lugares vastos, dejándole a Mitrídates sólo lo que sus predecesores le habían dado. Así pues, regresó con un enorme ejército disiplinado que le obedecía a él y estaba eufórico con sus hazañas; tenía abundante cantidad de víveres, de dinero y de aquellas cosas que son adecuadas para cualquier tipo de necesidad, por lo que aterrorizaba a sus enemigos políticos. (3) Carbón y Cinna se atemorizaron tanto que enviaron emisarios a todas las partes de la Italia con las órdenes de reunir dinero, soldados y suministros. (4) Comenzaron a intentar ser amigos de la gente e hicieron un llamamiento especial a los ciudadanos que recién se les concedía este derecho, diciéndoles que de ellos dependía la salvación del presente peligro. (5) A la vez empezaron a reparar las naves, ordenándo a los que estaban en Sicilia vigilar la costa por temor a que el enemigo haga cualquier tipo de preparativos en esos lugares.
Sila escribió al Senado con un tono de superioridad un relato que cuentaba todo lo que había hecho, comenzando por el Africa, durante la guerra contra Jugurta de Numidia cuando todavía era un simple cuestor; en Italia como legado en la guerra contra los cimbrios; como pretor en Cilicia; en la Guerra de los Aliados; como cónsul; relatándo sobre todo lo que había hecho en el Asia: su reciente triunfo en la Guerra Mitridática, enumerándo todas las naciones que eran antes de Mitrídates, y gracias a él, ahora eran devuelta de los romanos; comentándo acerca de que todos los desterrados por Cinna y los suyos habían ido ante él y que los había recibido y apoyado en su disgusto. (2) A cambio de esto, decía, él había sido declarado enemigo público por sus opositores, ya no poseía su casa, sus amigos eran acusados, su esposa y sus hijos habían tenido que escapar a él. (3) En el futuro el estaría allí en Italia, decía la epístola, dispuesto a vengarse de sus opositores en nombre de si mismo y de los suyos; asegurando que los ciudadanos, tanto los viejos como los nuevos, tendrían motivos de quejas contra él. (4) Al ser leída esta epístola, el pánico se apoderó de todo el mundo, comenzando muchos a enviar mensajeros para reconsiliarse con el enemigo; mientras que los cónsules pidieron al Senado que les permita no tener que presentarse allí cuando termine su mandato. (5) Ordenaron Cinna y Carbón que cese alistamiento de soldados para esperar alguna respuesta del Senado y, tan pronto como los emisarios que habían sido enviados proclamaron que se les había consedido el permiso, comenzaron a atravesar la Italia, ordenando a los destacamentos de soldados que se hallaban dispersos por la Italia, que vayan y se reunan en Liguria, que iba a ser su cuartel general para hacerle la guerra a Sila.
El primer grupo realizó la travesía con tiempo excelente, pero el siguiente se encontró con una tormenta, y cuantos lograron llegar a tierra volvieron sin vacilar a sus hogares, disgustados por la idea de combatir contra sus conciudadanos. Y el resto, enterado de estos sucesos, se negó a cruzar a Liburnia. Cinna, indignado, convocó una asamblea con el fin de calmarlos; y ellos acudieron enojados y listos para defenderse. Uno de los lictores que abría paso a Cinna, golpeó a uno que se le puso delante interrumpiendo el paso, y, a su vez, otro de los soldados golpeó al lictor. Ni bien Cinna ordenó que detuvieran al soldado infractor, se levantó tal tumulto por todas partes que comenzaron a arrojarle piedras, y unos, tras desenvainar sus espadas, lo mataron. Así murió Cinna durante su propio consulado. Carbón ordenó a quienes habían llegado a Liburnia regresar a Italia; pero, por temor a lo que estaba ocurriendo, él no regresó a Roma, a pesar de que los tribunos de la plebe insistían que lo haga para que se le eliga un colega. Aunque al principio se negó, cuando lo amenazaron con reducirlo a la condución de un ciudadano particular, regresó y ordenó que se celebren las elecciones consulares; más, como los presagios resultaron desfavorables, las pospuso para otro día. En este otro cayó un rayo sobre los templos de la Luna y de Ceres, por lo que los adivinos postergarom la elección más allá del solsticio de verano; quedando así Carbón como cónsul único por lo que quedaba del año.

Por ese mismo tiempo, en Italia, Espartaco, un tracio que una vez había servido en el ejército romano, y que luego, prisionero [por deserción], había sido vendido como gladiador, razón por la cual estaba en una escuela de gladiadores de Capua, persuadió a setenta de sus compañeros de salir y arriesgar su vida por la libertad más que por un espectáculo; y, tras vencer en compañía de ellos a los guardias, escaparon. Se armaron a si mismos con dagas que tomaron de unas carretas que encontraron, y se refugiaron en el Monte Vesubio. Muchos esclavos fugitivos e incluso hombres libres se le unieron, y saqueó los alrededores teniendo como lugartenientes a Enomao y a Crixo. No tardó en tener muchos hombres, en gran parte porque dividía el botín en partes iguales. Primero fue enviado contra el [Claudio] Glabro y luego Publio [Varinio], no con ejércitos regulares, sino con fuerzas escogidas con prisa y azar —pues los romanos no consideraban todavía esto como una guerra, sino como una incursión o algo semejante a un ataque de bandidos—, y fueron derrotados. Espartaco incluso capturó el caballo de Varinio: tal fue el peligro que corrió el general de ser capturado por un gladiador. Después de estos sucesos cada vez más gente se le unió a Espartaco, quién llegó a tener setenta mil hombres, para los cuales fabricaba armas y hacía acopio del material de guerra. Mientras tanto los romanos enviaron contra él a los cónsules con dos legiones [cada uno].