Guerra de Paraguay contra la Triple Alianza


Guerra de Paraguay contra la Triple Alianza
de Octavio Velasco del Real
Publicado en el libro Viaje por la América del Sur, Barcelona, 1892.
Nota: se han modernizado algunos acentos.

Poco antes de morir (1862), [el presidente] López, haciendo uso del derecho que le confería la Constitución, llamó a la vicepresidencia de la república a su hijo Francisco Solano, falleciendo luego, a la edad de sesenta años. Reunido el Congreso, confirmó la elección de López I, y nombró Presidente a dicho su hijo (1862).

Contaba a la sazón Solano López treinta y cinco años; habíase educado en Europa, y más particularmente en Francia, y de regreso a su país habíale confiado su padre los ministerios de la Guerra y la Marina, entendiendo asimismo en todos los asuntos públicos.

Era el joven presidente amante del progreso, y apartose todavía más que su padre de las tradiciones de Gaspar Francia. Así fue que apenas se vio dueño del poder procuró por todos los medios dar grande impulso al movimiento progresivo del Paraguay. Ofrecíase para ello excelente ocasión. Era cuando a consecuencia de la terrible guerra de secesión faltaba el algodón de los Estados Unidos. López II fomentó rápidamente su cultivo y eximió de todo derecho de aduanas a las máquinas é instrumentos destinados a la agricultura y la industria. El Tesoro proporcionó fuertes sumas a todo aquel que emprendiera algún negocio de utilidad general, y el regreso al Paraguay de una porción de jóvenes enviados a instruirse a Europa durante el gobierno de López I proporcionó un personal idóneo para dirigir las empresas agrícolas é industriales recién establecidas. López II, a su vez, continuó tan laudable propósito y envió también a Europa a treinta y cinco jóvenes que debían dedicarse al estudio del derecho, de la administración, de la guerra, del comercio, de la industria, etc.
Francisco Solano López

En suma, bajo Francisco Solano López llegaba el Paraguay a un grado de adelantamiento, de prosperidad, de riqueza y de poder maravillosos, captándose con ello el más violento odio por parte de los Estados vecinos, Brasil, Uruguay y Argentina, contando cerca de millón y medio de habitantes, si bien otros disminuyen tanto esta cifra que la reducen casi a la mitad.

Dos años hacía que se encontraba Solano López al frente de la república del Paraguay cuando surgió la ocasión de una guerra. Siempre había demostrado la República Argentina impacientes deseos de absorber el Uruguay por de pronto, y el Paraguay después. Entendiéronse los gabinetes de Río Janeiro y Buenos Aires para comerse la Banda Oriental; pero tal propósito alteraba el equilibrio de los Estados del Plata y constituía una amenaza para el Paraguay. Solano López protestó contra toda intervención armada del Brasil en las diferencias interiores de la Banda Oriental, cuyo presidente legítimo, Aguirre, se veía atacado por Flores, favorecido por los argentinos; pero no sólo protestó, sino que desde luego pasó a vías de hecho.

Apoderose, en efecto, de un vapor brasileño surto en La Asunción, a bordo del cual se encontraba el gobernador de la provincia de Matto Grosso (11 de noviembre de 1864). Poco después invadía dicho territorio un cuerpo de ejército de 10,000 paraguayos, y a primeros de enero (1865) se apoderaba de una porción de puntos fortificados y marchaba sobre Cuyabas. Por otra parte, habían ocurrido frecuentes escaramuzas en la frontera argentina con los destacamentos de tropas de esta nación. Sola no López, con una altivez que le coloca en el número de los más admirables héroes, estaba resuelto a mantener la dignidad del Paraguay, lo mismo ante el poderoso imperio del Brasil que ante la Confederación Argentina, y de igual manera que atacara al uno estaba resuelto a atacar a la otra. El Congreso reunido en La Asunción (5 de marzo de 1865) le dio un voto de confianza, confiriole el título de mariscal, le autorizó a contratar un empréstito de 124 millones de francos y a emitir papel moneda. Toda la nación juró seguir a Solano López hasta derramar la última gota de sangre.

De igual manera que había atacado al Brasil sin dejarle tiempo de prepararse, disponíase Solano López a atacar a la Argentina. Alarmados el Brasil y la Argentina y triunfante en el Uruguay el general Flores, hechura de Mitre, firmose entre el imperio y dichas dos repúblicas un tratado de alianza ofensiva y defensiva contra... Solano López. Asi decían las alias partes contratantes, comprometiéndose a libertar al Paraguay de aquel tirano, que lo había hecho próspero, feliz y grande.

El principio de la campaña no fue favorable a Solano López. El 11 de junio la flotilla paraguaya se encontraba con la escuadra brasileña. El combate fue largo y sangriento, acreditándose una vez mas la reputación de indomable bravura de los paraguayos; pero la inferioridad de sus fuerzas hizo que sucumbieran. Por otra parte, y el mismo día 11, después de haber penetrado la división paraguaya del Uruguay en la provincia brasileña de Río Grande, sufría una cruel derrota por parte del presidente Flores, el del Uruguay, mientras que el traidor coronel Estigarribia entregaba, sin disparar un tiro, el resto de la división (6,000 hombres.)

No por eso se desanimó López. Cambiando la ofensiva por la defensiva, verificó una habilísima retirada y regresó al Paraguay, fortificándose en Itapúa, en la orilla derecha del Paraná, es decir, en la parte en que este río sirve de divisoria con el Estado argentino de Corrientes. Al mismo tiempo, mandaba López acumular provisiones en la cercana ciudad de Humaitá y en La Asunción, ambas en comunicación con Itapúa por el río Paraguay.

Ahí esperó López al ejército brasilero-argentino uruguayo, reforzado con los 6,000 prisioneros entregados por Estigarribia. Nueve meses seguidos tuvo en jaque al general brasileño Porto Alegre, infiriéndole continuas derrotas. Las tropas de López se batían con aquel encarnizamiento y aquella indomable fiereza que valió al Paraguay el nombre de nido de leones. Inflamadas aquellas tropas en el más ardiente entusiasmo, y fortalecidas con las predicaciones de los curas, que peleaban con ejemplar denuedo, hacíanse matar antes que retroceder un paso, mostrando una tenacidad inaudita. Por otra parte, atendía López con celosísimo esmero al cuidado de sus valientes, habiendo organizado un admirable cuerpo de sanidad militar, constituido por cirujanos ingleses y norteamericanos, formados en los campos de batalla de los Estados Unidos. Por fin, a últimos de abril de 1866 viose obligado a abandonar a Itapúa, el Paso de la Patria, y después de clavar los cañones de las baterías que había emplazado a orillas del Paraná, fue a acampar al abrigo del campo atrincherado de Humaitá, algo al N., junto al río Paraguay.

Allí esperó Solano López al ejército argentino que al mando de Mitre se disponía a atacarle, derrotándole terriblemente, pues el generalísimo de Buenos Aires perdió más de 4,000 hombres.

Rechazados los argentinos, volvieron los brasileros a sostener el peso de la guerra, ocurriendo continuos combates en la frontera, casi siempre contrarios a los imperiales, siendo digna de recordación la brillantísima parte que tomaba en las acciones el regimiento de amazonas mandado por la hermosa Elisa Lynch, joven inglesa perdidamente enamorada de López II, que se casó con ella.

A mediados de 1867, y en medio de los terribles estragos del cólera que estalló en los campamentos de los dos beligerantes, volvió allá Mitre, y de nuevo tuvo que dejarlo después de quedarse casi sin soldados, víctimas de las enfermedades contraídas en los pantanos ante el campo de Humaitá y de las balas de los paraguayos. La escuadra brasileña, que había conseguido forzar el paso del Paraguay incomunicando a Humaitá con la capital, fué echada a pique por los cañones de la fortaleza de la citada plaza. Empero, ninguna catástrofe tan dolorosa como la que experimentó un cuerpo de ejército brasileño que debía invadir el Paraguay por el NO. en las fronteras de Matto Grosso. Aquel desgraciado contingente internóse hasta 39 leguas en el Paraguay, cuando, de pronto, cayeron sobre él los soldados (y soldadas) de López, y le obligaron a retirarse; pero ¡en qué formal... Los paraguayos les perseguían l'épée aux reins, obligándoles a continuas contramarchas por un terreno pantanoso. Treinta y nueve días les costó a los brasileños desandar aquellas 39 leguas, siendo escasísimos los supervivientes de la funestísima retirada de la Laguna.

Continuaba siempre la guerra. A mediados de 1868, una nueva es cuadra brasilera consiguió forzar las barreras que interceptaban la navegación por el Paraguay y llegar hasta Humaitá. Los brasilero-argentinos acumularon entonces inmensas fuerzas contra López, hasta obligarle a levantar el campo.

López, en su vista, fue a fortificarse a la otra parte del río Tibicuari, al N. de Humaitá y casi paralelo al Paraná en el trecho en que éste forma la divisoria con la Argentina (25 de julio de 1868). El mariscal, indomable siempre, reorganizó su ejército, diezmado por tantos combates, y se dispuso a tomar la ofensiva. Abandonó el Tibicuari y se movió hacia el NO. hasta llegar a la Villeta, a 40 kilómetros al S. de La Asunción. Atacado allí por los brasileros, retrocedió atrincherándose en Angostura, a cortísima distancia al S. de la Villeta, junto al Paraguay. Los brasileros, poseídos de furor, atacáronle con abrumadoras fuerzas. Solano López resistió en Angostura por espacio de seis días, hasta que no pudo más (27 de diciembre de 1868.)

Cayó La Asunción en poder de los imperiales, y todo el mundo daba ya por terminada la guerra. Pero no sabían los que decían eso quién era López. En los mismos instantes en que corría la voz de que se había fugado a los Estados Unidos, el heroico presidente de la República del Paraguay, reuniendo los restos de sus fieles, admirables y valerosísimos ejércitos, se fortificaba en el interior del Paraguay, con ánimo de disputar el terreno palmo a palmo.

Alencon y su hermano Gastón d'Eu, 1861
El emperador del Brasil, D. Pedro II, exasperado al saber que ni aun por ésas daba López II su brazo a torcer, envió nuevas tropas contra él, tomando el mando en jefe del ejército brasilero-argentino su propio yerno (el de D. Pedro) el conde Eu, sobrino de Montpensier. Eu atacó a López en Azcurra, dominó la línea férrea de La Asunción a Villa Rica, y después de una larga serie de marchas y de combates indecisos derrotó a los paraguayos en Caraguatry (septiembre de 1869.)

Pero...¡ni por ésas!

Ya hemos dicho que después de haber los brasileros argentinos arrojado a López de Angostura habían entrado en La Asunción. Dueños de aquella capital, y creyendo después de la derrota de Caraguatry que no era ya posible que López continuara peleando, instalaron un gobierno provisional presidido por Loiziga, Rivarola y Bedoya, y declararon fuera de la ley al heroico presidente.

Pronto hubieron de convencerse, sin embargo, los aliados de que a López le tenía muy sin cuidado su declaración de outlavo. A pesar de no contar sino con un puñado de combatientes y veinte o treinta cañones de montaña, decidió continuar la lucha y se enderezó al N., hacia San Isidoro, al pie de la cordillera de Coaguaru, donde se fortificó. Acudieron contra él los ejércitos del emperador y debió levantar el campo, estableciéndose a orillas del Aquidabán, al pie del Cerro Cora, cerca ya de la frontera brasileña. AHí, por fin, tuvieron los brasileros la satisfacción de acabar con López y el puñado de supervivientes que aún quedaban. Ahí murieron, en primera fila, López y su segundo, el heroico vicepresidente Sánchez (1.° de marzo de 1870.)

Así terminó aquella guerra de cinco años, sostenida por el heroico Paraguay solo, contra el Brasil, la República Argentina y el Uruguay. "López desplegó en ella — dice un autor — la energía, la tenacidad, la fuerza de alma de un patriota y de un héroe. Era un hombre bravo, inteligente, humano, apasionadamente preocupado del porvenir de un país, que una guerra tan salvaje como inútil ha venido a despoblar y arruinar."

Durante toda aquella guerra, la más importante que se haya registrado hasta ahora en la América del Sur, los paraguayos estuvieron incomunicados con el resto del mundo. Su resistencia resulta tanto más admirable en cuanto su número y sus recursos eran enormemente inferiores a los de sus contrarios, de igual manera que no podía compararse su antiguo armamento con las armas modernas de los argentinos y los brasileros. A pesar de tan grandes desventajas, sin embargo, las batallas de Riachuelo, Curuparti, Angostura, Humaitá, Itororó, Lomas Valentinas, Azcurra, Barrero Grande, y un sin fin de acciones y escaramuzas, probaron al mundo que los paraguayos eran dignos de su ascendencia, de sus antepasados éuskaros y guaraníes (1).


La situación en que quedó el Paraguay después de la guerra fué de lo más lastimoso que cabe imaginar: resultó, en primer lugar, un excedente de población femenina, anciana é infantil nada beneficiosa a la moral; todos los elementos de riqueza, arruinados; las villas y ciudades, despobladas, incendiadas o abandonadas: todo devastado. El número de habitantes que en 1857 se elevaba a 1.337,000, encontrábase reducido, por la guerra, las ejecuciones, el ostracismo, las epidemias y el hambre, a la nueve décima parte de dicha cifra (2). Los ingresos habían bajado de 13 millones a 2 millones. Todos los instrumentos y objetos de producción fueron destruidos por la guerra. Del ferrocarril de La Asunción a Villa Rica no habían quedado ni material móvil ni material de retracción,ni estaciones ni talleres. No habla subsistencias, y era imposible la siembra por falta de semillas. Tan grande era el naufragio, que el Gobierno no encontraba los títulos de sus inmensas propiedades. Había que proceder a una total construcción del país. Muerto López, el Gobierno, instalado en La Asunción por el conde de Eu en 1869, concluyó las paces con el Brasil y la Argentina, habiéndose retirado de la lucha el Uruguay en 1868, durante el gobierno del honrado presidente D. Lorenzo Batlle. Eligióse por sufragio universal una Asamblea Constituyente, la cual en 25 de noviembre de 1870 promulgó una Constitución (la vigente), calcada en el modelo de la de los Estados Unidos.

Señaladas las elecciones presidenciales para primeros de agosto de 1871, fue elegido para desempeñar la suprema magistratura de la República el Sr. Rivarola, uno de los tres individuos del triunvirato establecido por los brasileros. Rivarola, como si quisiera imitar el antiguo proceder de los Francias y los López, se permitió disolver en breve el Congreso, por no doblegarse éste a sus exigencias; pero no le salió bien la cuenta, pues el Congreso se salió de la capital para reunirse en otro punto.

Rivarola, entonces, olvidando los mas elementales deberes de patriotismo, imploró indecorosamente el socorro de la guarnición brasilero argentina que ocupaba aún a La Asunción; pero los plenipotenciarios de los respectivos gobiernos de Río Janeiro y Buenos Aires tuvieron el buen acuerdo de manifestar a dicho señor que no podían intervenir en las diferencias que mediaban entre él y el Congreso, pues tal ingerencia resultaría atentatoria a la Constitución del Paraguay.

Viendo Rivarola que no podría salirse con la suya, renunció su cargo, ocupando, en consecuencia, su puesto el vicepresidente D. Salvador Jovellanos, distinguido patricio que desempeñó con general aplauso la primera magistratura de la República por espacio de tres años, esto es, hasta que terminó el plazo legal. Fue reemplazado Jovellanos por el Sr. D. Juan Gili, que durante el anterior período había desempeñado con notabilísimo acierto la cartera de Hacienda, restableciendo brillantemente el crédito del Estado. Gracias a Gili, pudo el desgraciado Paraguay ir pagando la enorme contribución de guerra que le impusieron sus tres enemigos, esto es, 296 millones de pesos.

Durante la presidencia interina de Jovellanos concluyose la paz definitiva, paz onerosísima para el pobre Paraguay, que, sufriendo la ley del Vae victis, perdió la tercera parte de su territorio. En virtud de dicho tratado existe libertad de navegación para los buques de todos los países por el Paraná, el Paraguay, el Uruguay y sus caudalosos afluentes. Otros tratados se concluyeron, también, respecto a extradicción de criminales, relaciones comerciales, etc.

Desde 1870 a 1892 se han sucedido en el Paraguay siete presidentes, todos los cuales han respetado escrupulosamente la Constitución promulgada después de la guerra. Grandes han sido sus esfuerzos para que la renaciente república alcanzara el brillante estado de que es digna; mucho han hecho cuantos gobiernos se han sucedido desde 1870, y todo induce a creer que este noble, que este heroico país ocupará entre los Estados hispano americanos uno de los primeros puestos.



(1) "No hay cosa, en realidad,—escribe un distinguido publicista centroamericano,— que conmueva tanto como esa guerra, sostenida por el general Francisco Solano López, que, acaudillando huestes espartanas, derrotaba al coloso y aparecía después en la pampa altivo, sereno, radiante é imponente. Como el caballo de Atlla dejaba destrucción, el paso de aquel genio militar producía vértigos, y sentimientos de admiración inspiraban en el mundo sus hazañas de insigne capitán, de que no hay otro ejemplo. Descalzos, rotos, hambrientos, aquel puñado de valientes desafiaba a las naciones coligadas contra ellos, y batiéronse hasta que su jefe expiró, empuñando en su mano el estandarte de la patria que llevaba en su gran corazón. A ésos si que podría aplicárseles las palabras de Napoleón I al ejército que iba a batallar en Italia: "—Sois cortos en número, pero lleváis la bandera de un gran pueblo."


(2) Otros autores dicen que en 1866 la población era de 770,000 habitantes, y que en 1872 sólo llegaba a 250,000; de manera que quedaba reducida a una cuarta parte.