Gotas de sangre/Todos cerdos

Todos cerdos


Cuando se publicó La Terre, se alborotaron el campo francés, la villa luminosa y la crítica parisiense, que es menos luminosa que la villa, la cual no es tan luminosa como reza la fama.

La Terre era una abominación. Los personajes de la Terre eran falsos. La Terre era una monstruosa calumnia contra el carácter y las costumbres de los aldeanos franceses. Aquella rústica parturienta, que cuidaba del parto de una vaca más que de su propio alumbramiento, era mentira. Aquel rústico marido, que prefería el ternero a su propio hijo, era mentira.

¡Ah, la vida pura de las aldeas, sepultadas bajo techumbre de nieve en invierno y bajo ramajes de arboleda en estío!... ¡Ah, la honradez del aldeano, la virtud de la aldeana, la austeridad del hogar, al amor del añoso tronco que chisporrotea en invierno, o bajo verde floresta do anidan los pajaritos en verano!... ¡Ah, el idilio del campo francés!...

Decididamente, Zola era un cochon, un «cerdo triste». Lo voceaba la crítica luminosa. Lo repetía la villa luminosa. Y la especie circulaba en todo el mundo luminoso. ¿Zola? Un cerdo triste. ¡Ah, le cochon!

Un señor boulevardier, de los que no creen ni en su madre, y a quienes importan un bledo todas las terres del planeta, hace pocos días estuvo a punto de batirse en duelo con un parroquiano de un «gran bar», que tímidamente hizo unas observaciones en defensa de la verdad de La Terre.

Cuando pasó, sin novedad, el conato de lance, yo le dije al boulevardier:

-No tengo la menor gana de que usted me atraviese de parte a parte; pero permítame decirle, sin ánimo de ofender a usted ni a su familia, que desde que vivo en Francia, y en el campo, vengo notando que las descripciones de La Terre no son tan exageradas como usted dice...

-¡Qué duda cabe! -exclamó él.- No sólo no son exageradas, sino que son la verdad, la pura verdad. Pero las verdades no deben decirse en voz alta... ¡Este buen señor Zola es tonto! Él cree que descubre horrores que todo el mundo ha descubierto, y que se saben y se cuentan y comentan en voz baja. El crimen de Zola, crimen de lesa patria, sí, señor, consiste en hablar alto...

Por lo demás -siguió diciendo el boulevardier, mientras apuraba el tercer ajenjo de la noche-, vea usted lo que hoy mismo dice Le Fígaro (leyendo):

«En previsión de su libertad, que cree próxima, Brierre se ocupa del cultivo de su campo y de los cuidados que deben darse a su caballo, a sus dos vacas y a su cerdo, sobre todo a éste, hermoso animal, cuya manutención le preocupa. Ayer le escribió a su amigo Sanger: «Gracias a usted, espero encontrar bien cuidada mi hacienda.»

Ya lo ve usted, observó, para terminar, el boulevardier. Cinco hijos de Brierre murieron machacados. Los muros de su casa conservan todavía partículas de sesos. El crimen fue horrible; la escena debió ser espantosa, «delirante»... Y bien: ni una sola vez se ha acordado Brierre de sus pobres hijos, ni una sola vez ha pedido que les lleven, en nombre suyo, un ramito de violetas... ¿Quiere decir esto que Brierre es el autor de tan nefando infanticidio? No, por eso no. Lo que quiere decir es que Brierre, positivo, como buen aldeano, no se ocupa de lo que no existe, sino de lo que colea: y lo que colea no son sus hijos, sino las vacas, el caballo, el cerdo... ¡Son su familia!... Desengáñese usted, señor mío: casi todos, cual más, cual menos, somos cerdos... Yo mismo soy un petit cochon... Pero así como yo, si alguien me llamase cochon, le mandaría inmediatamente los padrinos, considerándome insultado por haberme dicho lo que realmente soy, la sociedad tiene el más perfecto derecho a negar el agua y el fuego a quien la llama por su nombre, exhibiendo sus vicios y defectos. ¡Como que siendo nosotros, con raras excepciones, una rosca de cochons, todos tenemos que defender la solidaridad de la rosca!... Vea usted: no hay un solo francés que aplauda que el Zar castigue con latigazos de knut a los rusos que le piden un poco de libertad. Pero como el interés nacional está antes que todo, nosotros, nacionalistas, insultaremos a los pensadores que hablen en el anunciado mitin de protesta contra las medidas represivas del pensamiento ruso. Yo seré uno de los que allí llamarán cochon a Zola, aunque creo que el cochon es «el otro»... Pero no lo diga usted, porque tendrá que batirse conmigo.

Y siempre sonriendo, apuró el ajenjo número 4...