Gotas de sangre/Presión millonaria

Presión millonaria


No sé si son diez o doce las semanas que ha durado en Nueva York el proceso Thaw, todavía pendiente de sentencia a la hora en que escribo al HERALDO.

«Cada uno de los doce jurados cobra dos duros diarios; cada uno de los seis court-attendants, tres duros, y otro tanto cada uno de los seis detectives al servicio de la acusación; cada uno de los expertos científicos cobra cien duros diarios, y como son seis los expertos de la acusación, representan un gasto de unos cuarenta mil duros; cien mil duros cobrará el abogado defensor, cualquiera que sea el resultado del proceso, y si la sentencia fuere absolutoria, el mismo letrado cobraría doscientos mil duros; el abogado adjunto cobrará veinte mil duros; el secretario de éste, diez mil, y cinco mil cada uno de los otros tres abogados; los once expertos citados por la defensa cobrarán cincuenta mil duros.»

Este gigantesco proceso, por cuya audiencia han desfilado personajes, damiselas, chismorreos altos y bajos, cancanes y ofrendas millonarias, parece una asamblea de diputados, con sesiones eternas, lateras, inaguantables, y con presiones llegadas de no se sabe dónde para embrollar el asunto y retardar el desenlace.

¿Quién era White? Un millonario. ¿Quién es Thaw? Otro millonario. En la tierra clásica de los millones de duros la muerte de un White y el proceso de un Thaw no debieran haber hecho tanto ruido.

Sin embargo, la requisitoria contiene una apreciación que debe retenerse.

«Pensad, señores jurados, que si Thaw fuera un obrero de nuestros barrios bajos, en vez de ser un millonario de Pittsburg; si la Evelyn fuese una corista cualquiera y White un jornalero, vosotros juzgaríais un crimen vulgar de los que narra la Prensa en cuatro líneas de la sección de noticias.»

Yo no sé de nada más triste para una República, para la República modelo, que esa apreciación del acusador público en el proceso Thaw. Vosotros, señores jurados, estáis juzgando un crimen extraordinario, que revuelve cielos y tierra y parece inacabable como asunto judicial, porque el muerto era millonario y el vivo es millonario. Si los interesados fueran obreros, tal crimen sería vulgarísimo y el proceso hubiera durado dos o tres días.

Eso no tendría nada de particular en la Rusia de los grandes duques. En la tierra de los puritanos y de Washington es un escándalo vergonzoso. ¡Allá también la fuerza de los millones perturba y coarta la fuerza del derecho!

Por eso, sin duda, los libérrimos e igualitarios ingleses sonríen irónicamente cuando les hablan de las grandezas de sus hijos norteamericanos...