Gotas de sangre/Hagámonos apaches

Hagámonos apaches


El saqueo de las villas y casas de los alrededores de París ha llegado a ser un número del programa del veraneo parisiense. Mientras está usted en su villa o casa, el temor de ser saqueado, y degollado por añadidura, puede pasarse.

Todo se reduce a que usted, antes de meterse en la cama, dé una vuelta por el jardín, escudriñando sus últimos rincones y las ramas de los árboles, registre todas y cada una de las habitaciones, empezando por la bodega y concluyendo en el granero; eche todas las llaves, corra todos los cerrojos, ponga todas las palancas afianzadoras de las puertas, suelte el perro y coloque un revólver de gran calibre a la cabecera de la cama.

Después de haber tomado dichas precauciones, hace usted examen de conciencia, arrepintiéndose de lo malo que haya practicado en el curso del día; se despide lo más afectuosamente posible de la parienta -por si no vuelven a verse en otra-, y se duerme con la esperanza de que tal vez no le saqueen ni lo asesinen aquella noche. Procura usted que su sueño sea ligero, para poder atender al menor ruido, cuidando de no confundir el paso de un tren, que imprime trepidaciones a los muebles, con el paso de un asesino, y a las cuatro de la mañana, cuando canta el mirlo, puede usted reposar, con relativa tranquilidad, su amarillenta cara en el almohadón.

Y así van tirando los vecinos de los alrededores de París. Pero cuando llega la canícula, y el vecino emprende una excursión veraniega, la situación varía de aspecto. Antes de marchar, toma todas las precauciones que exige el caso, blindando la vivienda como para resistir a un sitio heroico y largo y recomendando a la vecindad que haga el favor de echar un vistazo.

Trabajo inútil, porque en cuanto vuelve usted la espalda aparecen unos cuantos correligionarios del apachismo, «la Pantera de Montmartre», «el Jaguar de Menilmontant», «la Ballena de la Villette», y estos animales, armados de una pince-monseigneur, que es un colosal taladro, de llaves ganzúas, de revólveres y puñales, se entregan a la labor de desvalijar concienzudamente la casa de usted. En ella no ha pasado nada, al parecer; pero cuando usted vuelve de la excursión, se encuentra sin sillas, sin vajilla, sin catre y hasta sin aves, que se las llevaron del gallinero después de torcerlas el pescuezo y meterlas en un saco.

En la primera plana de casi todos los periódicos parisienses, sobre un grabado que representa una villa, puede usted leer hoy:


Saqueo trágico en Asnières. -Un muerto. -Un herido.

Ello fue que, estando de excursión con su familia el Sr. Ziberer, unos distinguidos apaches, que responden a los nombres de «el Conejo de Montmartre», «el Cristo» y «el Tiburón de Courbevoie» resolvieron hacerle una visita y una limpieza general. Sorprendidos de milagro por una ronda de tres guindillas, entablóse entre éstos y los visitantes una presentación a tiro limpio, resultando muerto «el Cristo» y mal herido «el Conejo de Montmartre», y al entrar los agentes en la casa, toparon con el Sr. Ziberer, que, de improviso regresó la noche antes, y, un tanto cabreado, dijo a los de la autoridad;

-¿Qué pasa?... ¿Por qué me despiertan?...

No pasaba más sino que sin la maravillosa intervención de la ronda mandan los apaches al Sr. Ziberer adonde se fue Padilla.

Esta sangrienta batalla, que duró desde las dos de la madrugada hasta que cantó el mirlo, libróse en una de las más céntricas y populosas calles de Asnières, sin que se diesen por aludidos los vecinos. Todos estarían despiertos, metidos entre sábanas y sin atreverse a respirar, esperando de un momento a otro que asomase la degollada cabeza del señor Ziberer.

Y así como los vecinos no protestan, ni siquiera por instinto de conservación, los periódicos, al reseñar el trágico suceso, no hacen comentario alguno, y es que el saqueo y el degüello a domicilio han llegado a ser un hecho corriente, naturalísimo, en la capital del mundo civilizado.

Para dormir tranquilo es de absoluta necesidad hacerse apache...