Gotas de sangre/Héroes de presidio
Héroes de presidio
Desde que Léger y su compañero, mártir como él, volvieron del país del olvido, por haber reconocido la sociedad que se equivocó al condenarles a trabajos forzados en Cayena, se nota un movimiento de presidiarios muy semejante al de los veraneantes a principios del veraneo. Al paso que van, no dudo que habrá que establecer trenes botijos para presidiarios reconocidos inocentes, después de haber pasado un cuarto de siglo trabajando bajo un sol que no alumbra, sino quema, y entre escorpiones y otras alimañas, incluyendo en ellas al gobernador del presidio.
Ayer recibió París al presidiario Danvel con tantas ovaciones como al Zar de Rusia. Hoy se está esclareciendo el proceso de Voisin para ovacionar a este infeliz soldado, víctima, ante todo, del monstruoso egoísmo de su madre. Y esta mañana, telegrafiaron de Vicence que tres hermanos Urbani, condenados a muerte en 1888, pena que se les conmutó por la de trabajos forzados, eran inocentes del asesinato que les imputaron. Como dos de dichos hermanos murieron de malos tratos en el presidio de Brindisi, es claro que no se les puede ovacionar. De la emoción que reina en el país se dice que es muy grande, como siempre en parecidos casos, con la cual no se resucita a los muertos por error judicial, pero se tranquilizan los remordimientos recordando que aquellos hombres a quienes quiso lynchar la multitud por foragidos eran unas bellísimas personas, a quienes ovacionaría la misma multitud si pudiese resucitarlos.
Si la pena de muerte no estuviese completamente desacreditada por su absoluta falta de ejemplaridad, cuando no por servir de morboso estimulante del asesinato, lo estaría por la frecuencia con que corta cabezas inocentes. Espectáculo inexplicable en un París y capital de una República, el de un verdugo paseándose en automóvil y unos magistrados buscando sitio para colocar una guillotina, que nadie quiere ver en su barrio. Pero como la guillotina y el verdugo son una costumbre pública, la guillotina y el verdugo subsistirán a través de los siglos, aunque la condenan los filósofos y moralistas, la repugna el público y la hacen más odiosa aún los frecuentes errores judiciales.
Creo que deben durar ambas ignominias, no por los razonamientos que aducen sus defensores, bien contados ya, sino porque, no habiendo héroes que aclamar, los presidiarios van sirviendo para desahogo del entusiasmo público.
Gran tropel de gentes en una estación. Buen golpe de militares con sables desenvainados. Estruendosos vivas. Un hombre de pie en un carruaje recogiendo flores y ovaciones.
-¿Qué pasa aquí? ¿Es el general Mercier, que vuelve victorioso de la tierra alemana?
-No, no. Es un pobrecito presidiario que fue condenado a muerte por un error judicial...