Gotas de sangre/Amor arriero

Amor arriero


El amor en París se titula una caricatura del chispeante y regocijado Abel Faivre. En el andén de una estación, frente a un tren que va a salir y a una de cuyas ventanillas se asoma la plácida fisonomía de un viajero que bonachonamente contempla el espectáculo, dos enamorados se comen a besos.

-Vamos, dése usted prisa, que el tren va a salir -le dice el empleado al joven.

Y éste, sin soltar los brazos de su amada, le contesta cínicamente:

-¡Pero si nosotros no vamos de viaje!... Venimos a las estaciones para besarnos...

El besuqueo en público está en todo su apogeo, ocasionando escenas que no son para descritas en nuestra Prensa. Al principio de presenciarlo, los extranjeros se asombran y a veces se molestan; pero, luego, se van haciendo a la perspectiva de hombres y mujeres enzarzados como cerezas.

No contentas ellas con esa manifestación pública y ruidosa, que va voceando que tienen quien las quiera, destacan fieramente verdugones en los ojos. Los hay negros, verdes, azulosos, amarillos, de todos colores, y a medida que el verdugón cambia de color, las ojeras de la mujer van pareciendo un arco iris. Los golpes en los ojos son muy buscados, porque implican afecto y estimación, y la mujer agraciada con ellos, lejos de disimularlos, los exhibe como una bandera victoriosa.

Los gachós que se dedican a este boxeo amoroso están mejor que quieren. Las hembras se los disputan. Ayer mismo, Julia Laumort y Ernestina Bigot disputaron a navajazo limpio la conquista de Andrés Goroy.

-La que le pueda a la otra -dijo él- me tiene a su disposición.

Ambas fueron al hospital con sus correspondientes chirlos, mientras él, en la terraza de un cafetín, se consagró a aperitivos, que pagaron ellas, naturalmente, y exclamó:

-Las dos se han portado bien. ¡Con las dos me quedo!

Camila Dousot, discutiendo con su amante, Eugenio Roth, le puso un mote feo. Inmediatamente Roth, de un bocado, la arrancó la nariz. Pero un amigo de Roth que había presenciado la escena, recogió el pedazo de nariz y se fue con él al hospital, donde se lo soldaron a la víctima con equidad y aseo.

Y la crónica de los Tribunales nos cuenta hoy que Roth ha sido condenado a una pena insignificante, porque la Camila le perdonó. Hizo más: mandarle dinero, desde el hospital, para que se comprase un traje.

-Quiero -le escribía- que estés majo cuando vuelva a verte.

Una exclamación naturalísima, que le da tono a una mujer es:

-¡Cómo me ha puesto la cara!...

Alguna, cuando nota que el verdugón va desapareciendo, le busca camorra al amante para que le empalme otro verdugón. Y dice:

-Dando bofetás es un encanto.

Los amantes establecen entre sí una camaradería especialísima. Recientemente, un obrero le birló la parienta a otro obrero, íntimo amigo de él. Con ella, agarradita por la cintura, iba el seductor cuando el burlado los encontró, y, mientras aquél se puso a honesta distancia, el agraviado la dejó seca de un tiro.

-Venga esa mano -le dijo el Tenorio-. Eres un hombre digno, y has hecho requetebién en enfriarla. Porque era mala persona y muy libre en sus movimientos. De ti decía que solamente te lavabas los pies el 14 de Julio, para celebrar la toma de la Bastilla, y que no se podía estar a tu lado, por mor del olor que echaban.

Y, muy orondos y reconciliados, se fueron a tomar unas copas.

Escenas muy parisienses, dicen estos periódicos; pero me figuro que en todas partes cuecen habas y escuecen verdugones, y que en todas hay mujeres que cultivan el amor arriero, teniendo por símbolo de afecto la vara de fresno.